Historias
La misionera que evangelizó 25 años en la guerra en Angola: “Me abrió los ojos”

Más de 8.000 kilómetros separan a la Argentina de Angola y hasta allí fue, en 1986, la hermana misionera Blanca Estela Silva, quien trabajó durante más de 25 años a aquel país africano en pleno contexto de guerra civil, evangelizando comunidades originarias y superando todo tipo de hostilidades, desde cuidarse de enfermedades como el tifus y el cólera hasta atender heridos, negociar con jefes militares y esquivar minas antipersona, cuyo principal objetivo era conseguir la mutilación de los cuerpos.
Blanca Silva nació en el pequeño pueblo de Tres Capones y, aunque su familia permanentemente viraba de localidad para vivir, en cada una de esas picadas se desempeñó como catequista, preparando niños tanto para la comunión como para la confirmación. Todo ello fue la antesala de lo que luego sería una vida entera dedicada a transmitir la palabra de Dios, un sacramento el cual ahora solo puede abandonar con un permiso del papa Francisco, pero está lejos de pretenderlo.
Corría el año 1974 cuando todo empezó a cambiar de manera definitiva para Blanca. Fue luego de oír por radio los programas del padre Lorenzo Bovier, quien a distancia le transmitió la vocación.
“Me interesó tanto lo que decía que le escribí una carta. Él vivía en el seminario de Fátima y me invitó a que venga a conocer. Cuando llegué tuve una sensación tan grande que dije ‘este es mi lugar’. Yo estaba a punto de cumplir 18 años y así fue como empecé”, contó a La Voz de Misiones Blanca, que allí comenzó su formación como integrante de la Congregación Misioneras Siervas del Espíritu Santo.
Allí comenzó un proceso de preparación que se extendió durante una década, adquiriendo conocimientos y compartiendo experiencias con monjas de diferentes latitudes que hacían pie en Misiones, para luego comprometerse a dedicar su vida a la misión y elegir un posible destino.
Blanca siempre tuvo claro que deseaba ir a África y el deseo fue concebido. En 1986 partió rumbo a Angola, un país que ofrecía más hostilidades que bondades, pero nada significaba impedimento alguno para desembarcar allí. Llevar la palabra de Dios era lo único que importaba.
“A nosotros se nos prepara para la misión en cualquier parte del mundo, para vivir con cualquier nacionalidad, para trabajar con cualquier pueblo, para integrarnos con compañeros de cualquier parte del mundo. Todo esto es una condición primordial. También hay que estar bien de salud y hay que saber que te vas a enfrentar a todo tipo de desafíos”, resaltó la hermana.
Evangelizar en la guerra y la “desesperanza”
Y vaya si le tocaron desafíos a la misionera en Angola. La hermana llegó a un país que acababa de superar la guerra para independizarse de Portugal (1961-1975) y daba inicio a una guerra civil (1975-2002) que se terminó transformando en el conflicto bélico más largo de la historia del continente, dejando como saldo las monstruosas cifras de: 800.000 muertos; 100.000 mutilados; y 4.000.000 refugiados.
En la contienda se enfrentaban el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), que quedó en el gobierno tras el proceso de descolonización, y la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA). Los primeros eran de izquierda, los otros de derecha. Los primeros contaron con apoyos de Cuba y Rusia, los otros de Sudáfrica, Estados Unidos e Israel, condicionamientos típicos de la Guerra Fría.
“La guerra de Angola es muy larga. Primero fue contra la colonia, porque fueron los portugueses los que llegaron allí y llevaron la fe, lo que es verdad, pero también llevaron cualquier tipo de conflicto como las potencias de ese tiempo”, recreó la hermana.
“Luego vinieron las luchas de poder, entre el MPLA y la guerrilla de la UNITA. Después nos encontrábamos con todo tipo de potencia. Angola es muy rico en petróleo y diamantes, entonces las potencias estaban ahí como buitres, incentivando la guerra, vendiendo armas y llevándose las riquezas”, resumió.

Fotografías, pesebres y prendas de vestir son recuerdos que a Blanca le quedaron de su misión en Angola.
En ese contexto trabajó Blanca, pero a la situación bélica había que sumarle otros aditamentos tales como el paludismo, el tifus y el cólera.
“Una de las primeras cosas que tuvimos que aprender fue a hervir el agua cada día y pasarlo por tres filtros para poder tomarla. Debíamos respetar ese proceso a rajatabla si no queríamos contagiarnos de esas enfermedades”, añadió Blanca.
La religiosa detalló que la sede de la misión estaba ubicada a orillas del mar Atlántico Sur, pero desde allí debían viajar a diario para visitar las más de 200 comunidades originarias del “África profundo”, que estaban incluidas en el plan de evangelización.
Estaban distribuidos por roles, de acuerdo a conocimiento y capacidades. Enfermería, cocina, mecánica y catequistas, entre otras labores.
La especialidad de Blanca se dedicaba a la pastoral y, en la continuidad de la charla con LVM, recordó que “nosotros formábamos a los jóvenes en alfabetización para que aprendieran a leer, pero por ahí venía la guerrilla o el gobierno y en una noche se llevaban a todos. Ahí había que comenzar de cero, con la sala vacía nuevamente. También nos tocó trabajar con heridos”.
Escenas de este tipo se repetían constantemente e incluso hubo oportunidades en las que debieron negociar cara a cara con jefes militares y guerrilleros, intercambiando alimentos, remedios o servicios médicos a cambio del levantamiento de barreras o custodias. Independiente del contexto, admitió que siempre fueron respetadas y que los puntos de misión no eran ni objetivo ni escenarios de enfrentamientos o bombardeos.
Su mayor temor -confesó- eran las minas antipersona, dispositivos explosivos terrestres que, si bien tienen poder letal, estaban destinadas a mutilar cuerpos o incapacitar soldados, ya que las consecuencias de un herido de guerra con más problemáticas que las de un muerto.
Según datos oficiales, Angola es el segundo país más afectado por este tipo de armas, detrás de Camboya, y se calcula que uno cada 470 habitantes está mutilado como consecuencia de sus explosivos. Incluso, se estima que aún quedan 2.000 campos minados.
“Las minas eran colocadas en las calles, en las carreteras, a escondidas. Yo les tenía mucho miedo a eso, era muy peligroso. Si pisabas una de esas volabas por los aires. Cuando mis compañeros iban a una misión, mi mayor miedo era que volvieran muertos o destrozados. Había sacerdotes que llevaban enfermos que murieron. Esas son marcas que quedan de la guerra”, graficó Blanca.
Sobre la misión en particular, destacó que Angola ya contaba con una “evangelización primaria avanzada”, a punto tal de que en determinados lugares encontraron biblias en lengua nativa, libros de liturgia y cantos traducidos a lenguajes tribales, y en ese contexto “una de las luchas principales era mantener la esperanza de paz porque ellos, después de 30 años de guerra, ya no creían más en la paz. Vieron tanta muerte, tanta masacre y tanto engaño que estaban desesperanzados”.

El anillo de voto perpetuo que une a Blanca y a la congregación de Siervas del Espíritu Santo para la eternidad.
“Angola me abrió los ojos”
Para esta hermana misionera, Angola no solo fue tierra de desafíos y temores, sino también de alegrías y aprendizajes.
“La gente de allá es muy abierta, muy servicial, muy comunitaria. A nosotros siempre nos recibieron con cantos, bailes, banquetes de comida. Angola fue mi misión de más tiempo, la más desafiante y la más sufrida, pero también la más bonita, la que me realizó muchísimo y me abrió los ojos a muchas cosas. Nosotros no sabemos lo que tenemos acá (por Misiones), comenzando por el agua y la paz”, reflexionó Blanca.
La satisfacción además fue doble para la hermana, al ser testigo del fin de la guerra civil y del comienzo del proceso de desmovilización y desarme del pueblo angoleño. Durante esos años, por ejemplo, al fin pudo ver niños con guardapolvos yendo a la escuela disfrutando de la libertad.
También sintió que su trabajo estaba culminado al ver la formación adquirida por las hermanas nativas quienes, según ella, hoy continúan el trabajo de evangelización junto a otras misioneras que viajan permanentemente hacia las sedes africanas.
Hoy Blanca reside en el Convento Oasis del Espíritu, en Garupá, donde comenzó todo y está lista para emprender cualquier otra misión.
“Yo comprometí mi vida, en castidad, en pobreza y en obediencia a la misión. Cuando nos dan este anillo nosotros hacemos una promesa que es perpetua. Solo el Papa puede darnos el permiso de abandonar los hábitos, pero hay que escribirle”, explicó.
“Nuestra filosofía es que las chicas que vienen son libres para entrar y para salir, nadie está obligado. Me imaginé en ocasiones, pero realmente no me veo viviendo otra vida. Me encanta la misión y creo que todavía tengo cosas para aportar”, planteó.
Las últimas labores fueron en comunidades mbya del Cuña Pirú y Chaco, pero ahora se concentran en los barrios cercanos al convento o en el convento mismo, con los jóvenes como objetivo, transmitiendo valores vinculados a la familia, el estudio y el trabajo. De todas formas, Blanca sabe que en cualquier momento su misión puede estar en otro lado y su valija siempre está lista, más aún en estos días de octubre, período en el cual la Iglesia Católica celebra el mes de las misiones.
Historias
Kevin Bogado, de Garuhapé al mundo como comunicante en la fragata Libertad

En este preciso momento, en alguna coordenada de altamar, hay un misionero que se encuentra rumbo al puerto de Kristiansand, en Noruega. Viene de visitar Recife (Brasil) y Ferrol (España), pero aún le queda varios miles de millas náuticas por recorrer. El protagonista de esta historia es el cabo primero comunicante de la Armada Argentina y radioaficionado Kevin Bogado, quien forma parte de un viaje de instrucción a bordo del emblemático buque escuela fragata ARA Libertad.
Bogado es oriundo de Garuhapé, donde se crió junto a su madre, su padrastro y un hermano. El muchacho es padre de dos niños, Benjamín y Cloe Olivia, e inició su carrera en la Armada en 2017, apenas culminado los estudios secundarios.
De su pueblo natal viajó entonces a Posadas, donde se dirigió a la delegación naval en busca de información para luego empezar a escribir su propia historia dentro de la institución. “Al principio pensé en elegir Informática, pero finalmente me incliné por Comunicaciones”, recordó en un diálogo con la revista especializada Gaceta Marinera.
“Fue una linda experiencia donde hice muchos amigos y compañeros”, destacó Bogado sobre esa etapa y rememoró que su primer destino fue el destructor ARA Sarandí, con el cual navegó por el sur del país y conoció Ushuaia. También hizo la Campaña Antártica de Verano 2022-2023 con el rompehielos ARA Almirante Irízar.

El misionero Kevin Bogado junto a su compañera, la salteña Melisa Vega.
Comunicante
Hoy su especialidad en la fuerza es de comunicante y su presente lo ubica embarcado en la fragata Libertad, siendo parte del Viaje de Instrucción 53, cumpliendo una función clave para la navegación, el intercambio y la integración cultural.
Dentro del buque escuela, tanto Bogado, como su compañera de área, la cabo principal Melisa Vega, combinan sus funciones militares con su pasión por la radio afición, realizando transmisiones regulares que permiten interactuar con aficionados a nivel global.
Según explica Gaceta Marinera, ambos marinos operan con el indicativo (o código de canal) LU8AEU/MM. Las primeras siglas se corresponden a Libertad, mientras que la doble M refiere a Móvil Marino.
“Conocer otros equipos, otras formas de operar, salir del marco estructurado de la comunicación militar; me permitió crecer mucho profesionalmente”, admitió el misionero Bogado. “Transmitimos un mensaje del país en cada rincón del planeta”, coincidió con Vega, que es de Salta.
La travesía de la Embajadora de los Mares comenzó el 7 de junio, cuando la embarcación zarpó de Buenos Aires con un total de 270 tripulantes. El regreso está previsto para el 23 de noviembre, luego de 169 días y un recorrido de aproximadamente 22.000 millas náuticas.
En lo que va del viaje la fragata ya atracó en el puerto brasileño de Recife y en el español de Ferrol. El destino inmediato ahora es Kristiansand, una de las localidades más sureñas de Noruega.
El itinerario contempla, además, ciudades como Hamburgo (Alemania), Ámsterdam (Países Bajos), Lisboa (Portugal), Puerto Limón (Costa Rica), Baltimore (Estados Unidos), Santo Domingo (República Dominicana) y Fortaleza (Brasil).
“En mi experiencia, dentro de la Armada nunca paro de sorprenderme; cada año es distinto y eso me gusta y anima”, resaltó Bogado, que de la tierra colorada pasó a azul profundo de las aguas del mundo.
Historias
El médico misionero que vivió con indígenas en el Amazonas y es concejal en Eldorado

Vendía diarios en las calles de Eldorado, cuando su destino se le apareció en la sección de noticias locales. Corría el año 2003, el país venía del derrumbe de la utopía primermundista inaugurada por Carlos Menem en 1989, que le explotó en la cara a Fernando de la Rúa en 2001, y para un adolescente pobre del interior el panorama no podía ser peor.
El protagonista de esta historia, Sebastián Tiozzo, concejal del PAyS de Eldorado, es uno de esos hombres que parece haber vivido varias vidas: estudió medicina en Cuba, fue de misión médica a Venezuela, donde vivió más de dos años con los Yanomamis, uno de los últimos pueblos indígenas de los que habitan el Amazonas en ser contactados por la aldea global; fue médico rural en Yabotí, con las comunidades mbya guaraní, en la selva misionera; y hoy, hace medicina comunitaria en un Caps de la misma ciudad, en que ese día de 2003 leyó en el diario su futuro.
Exiliados
“Nosotros éramos los llamados ‘exiliados económicos’, toda una generación”, describe Tiozzo, que entonces tenía 17 años, una incipiente militancia política estudiantil, toda la vida por delante y el oficio de diariero.
“Yo había terminado el colegio en 2002, y después del 2001, no teníamos muchas expectativas; mamá y mis tres hermanas, estaba difícil”, rememora, en diálogo con La Voz de Misiones.
La televisión de la época era un carretel de la desesperanza: fábricas cerradas, gente vencida, procesiones de desocupados; un abanico de cuasi monedas de nombres estrafalarios, clubes de truque y otros malabares económicos.
“Yo vendía diarios y fue por los diarios que me enteré que había jóvenes misioneros estudiando medicina en Cuba, chicos de Posadas; no había nadie del Eldorado”, cuenta Tiozzo.

La Escuela Latinoamericana de Medicina, de La Habana, donde se graduó Tiozzo en 2010.
La noticia fue como un principio de relevación para el canillita de 17, empeñado en hacer algo con su vida.
“Me enteré de la beca, fui a una reunión en Posadas, había gente de la Embajada de Cuba; no pedían casi nada, solo título del secundario”, relata Tiozzo.
“Entramos como 10.000 aspirantes. Yo me dije ‘voy a ganar’”, rememora.
“Seguí vendiendo diarios y un año después, 2004, gané la beca”, recuerda, como reviviendo el momento. “Era la única posibilidad que tenía de estudiar medicina”, dice y sentencia: “Fuimos una generación a la que Cuba nos salvó la vida”.
Ingresaron 100 argentinos aquel año, él entre ellos. “Yo no conocía mucho de Cuba. La gente, mis vecinos me asustaban con el comunismo”, cuenta Tiozzo. “No te van a dejar salir”, dice que le decían en el barrio.
“La verdad que yo no sabía si me iban a dejar salir o no; lo único que sabía es que no quería vender diarios el resto de mi vida”, comenta el hoy concejal del PAyS.
Cuba
Tiozzo llegó a Cuba ese mismo año, a la Escuela Latinoamericana de Medicina, una institución devenida en emblema del internacionalismo cubano, nacida para atender una realidad que había quedado al desnudo con los embates de los huracanes George y Mitch, en noviembre de 1998: la falta de médicos en Centroamérica y el Caribe.
Tiozzo vivió seis años y medio en Cuba, atravesó la isla de un extremo a otro, en un viaje por lo profundo de la revolución cubana, en una época en que la nación caribeña vivía una especie de renacimiento, con la estrella de su líder legendario y un escenario regional dominado por gobiernos populares.

Un joven Sebastián Tiozzo (segundo de la izquierda) con el puño en alto al pie del monumento al Che Guevara, en Santa Clara, Cuba.
Para el joven de Eldorado, el periplo cubano entrañaba una experiencia reveladora, no solo por el contacto directo con una realidad desconocida, sino a la manera de un viaje iniciático hacia el interior de sí mismo.
“Fueron años de mucho aprendizaje, en lo académico, en lo social, en lo humano”, dice Tiozzo.
“La mayoría de los profesores eran médicos que habían estado de misión en África, Asia, en varios lugares del mundo; la práctica académica se nutría con las historias médicas reales, de médicos reales, en contextos hostiles, situaciones de desastre, comunidades aisladas”, recuerda.
Las fotos de aquellos años lo muestran en actividades diversas: en la facultad, con el Mar Caribe de fondo; en una brigada de solidaridad, llevando música, juegos y asistencia a escuelas primarias de la isla.
Una de las fotos muestra a Tiozzo saludando al mítico comandante Fidel Castro, ya retirado y enfundado en el atuendo deportivo que adoptó cuando colgó para siempre su uniforme de jefe revolucionario.

Con el líder revolucionario Fidel Castro, en un encuentro en La Habana.
“Yo sabía que mi vida social y política iba a ser la que estoy haciendo ahora, y de inmediato me dije: ‘quiero tener esa experiencia antes de volver a Misiones”, comenta el médico y concejal de Eldorado.
Era 2010. Le faltaban seis meses para graduarse, cuando ocurrió el gran terremoto de Haití, que se cobró miles de muertos, devastó la capital del país y dejó millones de desamparados.
“Empezaron a ir compañeros del último año. Me quedé con las ganas”, dice Tiozzo, como lamentándose todavía por aquella primera misión humanitaria perdida.
Su oportunidad llegó varios meses después, ya graduado y con 25 años: el denominado Batallón 51, una brigada médica reclutada con el objetivo de llevar atención a los lugares más difíciles de Venezuela.
“Me anoté sin dudarlo”, cuenta Tiozzo. Relata que llamó por teléfono a Eldorado y le comunicó a su familia que Misiones lo iba a tener que esperar un poco más, y el 3 de septiembre de 2010 se embarcó en un vuelo directo de Cuba a Venezuela.
El Amazonas
En sus años en Cuba, Tiozzo pudo interiorizarse de la revolución bolivariana que lideraba el presidente Hugo Chávez en Venezuela, a través del testimonio de compañeros de ese país en la escuela de medicina.
“Íbamos en una brigada médica y también de apoyo al proceso bolivariano, para mí era apasionante y representaba un desafío que exigía mucho compromiso”, reflexiona Tiozzo.
Relata que su destino venezolano tampoco fue resultado del azar, sino que lo eligió: una ignota región de comunidades indígenas yanomamis, localizadas en lo profundo de la selva amazónica, en la frontera con Brasil.
“Son comunidades que en medio de la nada”, describe Tiozzo el remoto territorio, donde el paisaje se alarga en lo alto del río Orinoco, en el que vivió más de dos años.

En lancha por el río Orinoco, hacia lo profundo de la selva amazónica venezolana.
“Fueron unos años maravillosos”, exclama Tiozzo. En las fotos se lo ve a punto de abordar un avión en una pista de tierra, rodeada de montañas; navegando en lancha con una remera del Che; en la selva, en su uniforme de brigadista y con un machete al hombro; y auscultando a niños y mujeres de las aldeas yanomamis.
“Cada cuatro o cinco meses regresaba a la ciudad por unos días y después volvía en lancha”, cuenta Tiozzo.
Dice que la mayor dificultad fue el idioma, conformado por un abanico de dialectos inescrutables. Lo enfrentó con un cuaderno de anotaciones y predisponiendo el oído.
“Por suerte, había algunos yanomamis muy interesantes, que habían hecho cursos de agentes sanitarios, y para nosotros era espectacular, porque nos enseñaban la lengua y nos informaban acerca de la cuestión cultural, que también es algo en que no podés pifiar”, relata.

Esperando abordar un avión en una pista amazónica en 2011.
Cuenta que, entre las múltiples experiencias vividas con los indígenas amazónicos, la más fuerte fue un ritual funerario donde la tribu ingiere las cenizas del difunto.
Dice que entre los yanomamis terminó de comprender la noción de comunidad. “Ellos no no conocen el egoísmo, todo lo que tienen lo comparten”, valora Tiozzo.
Misiones
Al cabo de dos años y tres meses, el médico misionero graduado en Cuba concluyó su misión en el Amazonas venezolano, se despidió de la comunidad indígena que lo había acogido como uno de los suyos, y emprendió el regreso a la tierra colorada.
“Llegué y hablé con el doctor Oscar Herrera Ahuad, que por entonces era ministro de Salud y le pedí para trabajar con las comunidades mbya guaraní de la provincia”, cuenta Tiozzo.
El llamado de la selva lo llevó lo encontró recorriendo aldeas en todo el nordeste de Misiones: Yabotí, El Soberbio, San Vicente, San Pedro. Fueron otros tres años y medio.
Hoy, a la distancia el médico de Eldorado compara ambas experiencias y afirma que los yanomamis y los mbya misioneros “son pueblos totalmente distintos, casi sin puntos en común”.

En una comunidad mbya en la selva misionera.
“Acá, los paisanos siempre están a la defensiva con los blancos”, dice Tiozzo y explica: “Los yanomamis, por estar tan intrincados, nunca conocieron el genocidio; recién hace poco que están teniendo vínculos con los blancos y todo resulta amistoso para ellos”.
Argumenta que la propiedad de la tierra, del pedazo de selva que las comunidades habitan, es otro dato a tener en cuenta.
“En el caso de los yanomamis, el ambiente natural es de ellos; y en cambio, acá las comunidades están sin tierras, sin techo, sin nada”, explica Tiozzo y concluye: “Es difícil ser feliz si te sacan todo”.
Historias
La librera forastera y las muchas vidas de los libros usados

Es la tienda de libros más pequeña de Posadas. “Casi secreta”, diría Borges. En esa cuadra de la calle Colón, entre Santiago del Estero y Tucumán, el localcito de Ivana Alegre es apenas delatado por un pizarrón que reflexiona sobre el hábito de leer, una canasta de posters y la mesa de ejemplares en oferta por $3.000.
“La lectura es un acto de creación permanente”, se lee en la pizarra que interpela a los transeúntes con una frase atribuida al novelista y académico francés de origen marroquí, Daniel Pennac, que a los 81 años se asume como un adulto cuyo trabajo de toda la vida fue “curar a los niños del miedo de la infancia”.
“Me salvó la escritura”, dijo Pennac en una entrevista el año pasado. “A mí, los libros me salvaron la vida”, dice Ivana, que tiene al escritor francés nacido en Casablanca entre los autores que vinieron en su momento al rescate, y a quienes ella hoy sigue revisitando en un regreso sin fin.
Nómade
A simple vista, el atribulado local de Ivana parece apretujarse entre los dos espaciosos salones vecinos. Repleto de libros, posters, CDs, vinilos, y las paredes pobladas de fotos de lugares remotos y personajes de todas las épocas, el localcito es una invitación a viajar en el tiempo.
“Es más grande que la valija con la que empecé”, bromea Ivana, sobre el espacio que ocupa su librería, que bautizó “Forastera”, un vocablo que sindica a aquel que viene de afuera. “Muchas veces me sentí una extraña”, dice la librera, nacida y criada en Villa Cabello, donde hoy reside.
“Hace cuatro años que estoy acá físicamente”, cuenta. “Empecé tipo nómade”, agrega y relata: “Iba a ferias, facultad, eventos; me iba con una valija, tipo como una librería ambulante”.
Dice que, por entonces, la movía más una especie de necesidad de compartir las historias y títulos que habían marcado su “visión del mundo”, que la búsqueda de rentabilidad. “Los libros te revelan cosas. A mi me dieron muchas respuestas cuando estaba perdida”, asegura.
“Me salvaron emocionalmente y también económicamente, aunque hoy este sea un sector muy golpeado”, afirma y sintetiza: “Los libros me dieron un camino”.
Vidas
Lo suyo son los libros usados. En cierto modo, convirtió en negocio un hábito que abrazó en la adolescencia y que siempre tuvo a las ediciones de segunda mano como protagonistas de la aventura narrativa.
“Es difícil ser un verdadero librero, porque hay que tener una pasión del corazón; amar los libros y el conocimiento que guardan los libros”, dice Ivana. Quien pasa por su vereda, puede verla desde la calle, absorta, con la vista zambullida en algún volumen.
“Lo usado multiplica la magia, es como que tiene vida, historia; fue leído, fue pasado de mano en mano”, describe y reflexiona: “Hay como una nostalgia”.
“Los libros usados vienen rayados, firmados, con dedicatorias”, apunta Ivana y, enseguida, rebusca en los cajones de un mueble de madera y saca un puñado de papeles viejos.
“La gente utiliza muchas cosas como señaladores. Yo encontré cartas, de amor, de relaciones de larga distancia; fotos, recibos de sueldo”, detalla.
Cuenta que la carta más extraña hallada en un libro fue de un padre a su hijo. “Le pedía perdón por haberlo estafado”, recuerda Ivana.
“La carta más antigua que encontré era de 1968”, comenta. “Era una carta de alguien de acá, de Posadas, a familiares que se habían ido a vivir a Buenos Aires”, relata.
“Las cartas son como historias aparte”, dice Ivana y sentencia: “Hay muchas vidas dentro de un libro usado”.
Inmortales
En los anaqueles conviven El Quijote, Los Miserables, los Cien años de soledad que le valieron el Nobel al colombiano Gabriel García Márquez; la infortunada poeta, ensayista y traductora argentina Alejandra Pizarnik; el checo Franz Kafka y su Metamorfosis.
“Los clásicos no mueren”, dice Ivana y declara: “Soy amante de los clásicos”. Menciona La Náusea, la novela en la que el filósofo francés Jean Paul Sartre, que postulaba la idea de que el ser humano “está condenado a ser libre”, se cuestiona el propósito vital de la existencia.
“Son novelas filosóficas”, apunta Ivana. “Los personajes atraviesan crisis existenciales”, agrega y cita a otro autor clásico, el ruso Fiodor Dostoievski, de obras célebres como Crimen y Castigo, Así hablaba Zaratustra, Los hermanos Karamazov y Noches Blancas, entre muchas otras. “Sus personajes son seres trastornados, que siempre están buscando salvarse”, dice Ivana y trae, ahora, a la conversación a un escritor argentino, Roberto Arlt, autor de El Juguete Rabioso, Los Siete Locos, Los Lanzallamas, y el más famoso de todos: Aguafuertes Porteñas.
Maneja géneros, títulos y autores con la destreza con que un crupier baraja las cartas en un casino.
“Yo soy de los clásicos, pero tengo que estar también al tanto de lo nuevo que está saliendo; la literatura contemporánea”, explica y saca un volumen del estante.
“Cómo mandar a la mierda de forma educada”, un ensayo de Alba Cardalda, psicóloga experta en psicoterapia y neuropsicología, que desde 2017 viaja por todo el mundo sin residencia fija.
“Son autores que la gente pregunta”, apunta Ivana y cita a Camila Sosa Villada, escritora, actriz y dramaturga transgénero argentina, cuya primera novela, Las malas (2019), sobre un grupo de travestis que ejercen la prostitución callejera en el Parque Sarmiento de Buenos Aires, se convirtió en un éxito editorial y le valió varios premios internacionales.
Resistencia
Entre un recuerdo y otro, Ivana se vuelve y extrae con precisión quirúrgica una reedición en vinilo de El Oso, de Moris, y la coloca en la bandeja de un tocadiscos tipo Winko. El disco gira a 33 RPM y el sonido reproduce una fidelidad de antaño: “Yo vivía en el bosque muy contento, caminaba, caminaba sin cesar…”, canta Moris y su voz parece venir de otro tiempo.
“El mundo de los vinilos está asociado a los libros usados. El consumo de música es como el consumo de literatura”, afirma Ivana y describe: “Hay todo un público melómano subterráneo en Posadas que busca CDs o discos de vinilo”.
“También están los jóvenes de 16, que nunca vieron un CD o un vinilo y les da la curiosidad”, apunta y equipara su tienda con una trinchera analógica. “Lo viejo funciona, Juan“, lanza alguien desde afuera del cuadro. Ivana recoge la frase de la versión de Netflix, de El Eternauta, la inmortal historia del escritor argentino desaparecido por la dictadura, Héctor Germán Oesterheld.
“Hay una resistencia que se manifiesta en buscar lo analógico”, comenta y distingue: “Una cosa es comprar libros en línea, el e-book, la tablet o el pdf, que están muy de moda; y otra muy distinta, al tacto y al corazón, agarrar un libro y sentir el papel en tus dedos”.
@lavozdemisionesLa librera forastera y las muchas vidas de los libros usados Es la tienda de libros más pequeña de Posadas. “Casi secreta”, diría Borges. En esa cuadra de la calle Colón, entre Santiago del Estero y Tucumán, el localcito de Ivana Alegre es apenas delatado por un pizarrón que reflexiona sobre el hábito de leer, una canasta de posters y la mesa de ejemplares en oferta por $3.000. #LaVozdeMisiones♬ sonido original – La Voz de Misiones
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