Opinión
Entre el berrinche de la adolescencia y la madurez

Por: Fernando Oz
Cuando Fernando De la Rúa presentó su renuncia a la presidencia y se montó al helicóptero en diciembre de 2001, el desencanto social con la clase política había alcanzado a todos, sin distinciones partidarias. Todo acabó en otro desastre. Gases, piedras, represión, tiros, heridos y muertos. Los manifestantes buscaban a cuanta cámara o micrófono se les ponía por delante para gritar “que se vayan todos”.
Querían un despertar distinto, con dirigentes políticos enteramente nuevos, no contaminados. Los argentinos querían empezar desde cero, una utopía casi adolescente para un país que había retomado la senda de la democracia dieciocho años antes.
En el país siempre ha habido algún partido joven que, denunciando a la vieja política vigente, anunciaba el advenimiento de una nueva era. Lo hicieron Alem e Yrigoyen contra los conservadores en el radicalismo inicial. También los socialistas y los demócratas progresistas contra los conservadores y los radicales ya convertidos en casta. Lo hizo Perón, la Ucedé de Alsogaray, el Frepaso de Chacho Álvarez y Bordón, el ARI de Carrió, el PRO de Macri. Por diversos motivos, todos los intentos purificadores de la casta de ayer desembocaron en frustración. Y ahora es el turno de La Libertad Avanza de los hermanos Milei.
Los argentinos nos hemos caracterizado por exigir que el cambio, el ideal o lo deseado se alcance de un solo golpe. Todo de la noche a la mañana. Lamento decirlo, pero hemos sido y aún somos culturalmente golpistas. Es que somos impulsivos y el golpismo es propio de los países adolescentes.
Cuando venían Uriburu, Lonardi, Onganía o incluso Videla sobre sus tanques, miles de argentinos aplaudían. Cuando Alfonsín anunciaba que con la democracia se cura, come y educa, millones le creyeron. Cuando Menem habló de la revolución productiva, lo siguieron. ¿Cuántas ilusiones despertó la Alianza? ¿Cuántos confiaron en ese presidente poco conocido que llegaba del sur, desgarbado, con un ojo extraviado y mocasines deslustrados? ¿Y esa nueva centro derecha que inauguró Macri?
Al esperar demasiado de cada cambio, el impulsivo adolescente pasa de la ilusión a la frustración y de ella a una nueva ilusión. Pero, sin que debamos renunciar a la utopía de un mañana perfecto, los argentinos también deberíamos reconciliarnos con la modesta realidad que nos rodea. El realismo de la madurez.
Seamos honestos, ni en el país de los últimos años ni en el bendito Cantón Verde han faltado políticos nuevos. Sucede que cada tanto, como burla malvada del cosmos o de los dioses, la regeneración de dirigentes se profundiza en plazos breves, otras en años, incluso generaciones. Ha ocurrido y seguirá ocurriendo.
En esta sociedad liquida del scroll y del like fácil, el político nuevo enfrenta un problema insoluble. Si viene de fuera del sistema de la política, pronto fracasa por falta de experiencia. Si triunfa, es que supo adquirir experiencia. Pero una vez que la adquirió, ya no es un político nuevo. Es ahí donde aparece el impulso adolescente, el berrinche.
La renovación de la vida política es, por cierto, un objetivo loable, pero debe ser gradual, para darles a los nuevos la ocasión de aprender a aprovechar lo bueno y desechar lo malo de los que están, ya que la política es un arte consumado que no se domina de la noche a la mañana.
En los días y en los meses que nos esperan nuestro desafío no será sólo elegir entre los candidatos a diputados nacionales, sino también el de ver cuánta distancia podemos tomar de las intensas emociones del país. El realismo periférico, que es el que nos compete por ser un Estado de menor injerencia en el concierto nacional, necesita de la madurez. Para los intereses de Misiones un legislador nacional es lo que es para un país una representación diplomática, un defensor de una política de Estado.
Ahora, el Frente Renovador de la Concordia postulará a Oscar Herrera Ahuad como candidato a diputado nacional. Es uno de los políticos con mayor conocimiento público de la provincia y con una imagen positiva que roza el 80%. Para octubre tendrá 54 años, médico pediatra de la salud pública curtido en San Pedro, ex ministro de Salud, vicegobernador y gobernador, y actual presidente de la Legislatura provincial. Un hombre con experiencia, conocimiento del territorio, hecho en esa mística misionerista, producto inacabado de la evolución de la Renovación; de la fuerza política a una instancia de pensamiento político regional en desarrollo.
Para los libertarios de paladar negro el candidato natural es Javier Lanari, nació en Misiones hace 40 años, es periodista y se jacta de ser amigo de Milei desde hace una década, cuando lo sacaba al aire en un programa de Radio Rivadavia. Es ducho y hábil en su ámbito, los medios. No tiene experiencia legislativa ni en cargos públicos, desde diciembre de 2023 trabaja como subsecretario de Comunicación y Medios de la Nación, puesto que le ofreció su ex coequiper radial, Manuel Adorni. Es un activo defensor de las políticas de vaciamiento del Estado, pese a que dos de sus hermanos tienen importantes cargos en el Gobierno, uno en Senasa y otro en Yacyretá.
Por ahora ellos son los principales candidatos de las dos fuerzas políticas más importantes según los datos que arrojó las elecciones del 8 de junio. En el PJ misionero aún no hay nada claro, mientras algunos esperan señales desde el balcón de CFK otros prefieren salir a apoyar a Herrera Ahuad. Habrá que ver que fichas mueve Héctor Cacho Bárbaro, revitalizado diputado provincial electo y viejo aliado del kirchnerismo en la Cámara baja del Congreso. El estado del radicalismo y el PRO sigue siendo delicado, aunque con signos vitales estables.
Habrá que ver qué decisión toman las fuerzas políticas del Cantón, tal vez hayan aprendido la lección del pasado, de ayer nomás, y decidan dejar el berrinche de la adolescencia para ingresar en el mundo acotado de la madurez. Se trata, en resumen, de asumir con sencillez las reglas. De escuchar atentos, serenos, lúcidos, conscientes, las palabras del paso del tiempo que nos susurra lo mortales que somos; como el esclavo que machacaba al oído del general romano diciéndole: “recuerda que sólo eres un hombre”.
Opinión
Tratamiento impositivo especial para Misiones

Luis Pastrori
En fecha 1/8/2016 se publicó en el Boletín Oficial la Ley 27.264, denominada “Programa de Recuperación Productiva” más conocida como “Ley Pymes”, la que en su Título II propone la aplicación de tratamientos impositivos especiales para el fortalecimiento de estas empresas.
A instancias del suscripto, se incorporó como Artículo 10 un texto que textualmente expresa: “Facúltese al Poder Ejecutivo nacional para implementar programas tendientes a compensar a Micro, Pequeñas y Medianas Empresas en las zonas de frontera que éste establezca por asimetrías y desequilibrios económicos provocados por razones de competitividad con países limítrofes, para lo cual podrá aplicar en forma diferencial y temporal herramientas fiscales así como incentivos a las inversiones productivas y turísticas”.
Lamentablemente este artículo nunca fue reglamentado, ni por el gobierno de Macri ni por el de Alberto Fernández ni tampoco por el actual de Milei. Su propósito claro y transparente es el de otorgar beneficios impositivos y fiscales a las Pymes fronterizas como las de Misiones en particular, que sufren las asimetrías -especialmente tributarias- con Paraguay y Brasil, países con los que comparte un 90% de sus límites, ahogando sus posibilidades de crecimiento y
desarrollo en un contexto de nula competitividad.
En la gestión Fernández-Massa-Cristina el gobierno renovador misionero se entusiasmó con la promesa de la creación de una “Zona Aduanera Especial” (similar a la de Tierra del Fuego). Sin embargo, y habiéndose aprobado un artículo en la Ley de Presupuesto para el año 2022, el mismo fue vetado por el propio Alberto Fernández. Repetido luego en la Ley de Presupuesto 2023, y a pesar de las promesas que repetidamente hiciera el Ministro de Economía Massa –por entonces candidato a presidente-, finalmente nunca se concretó.
Por ello, y ante las dificultades que implica aprobar una nueva norma en dicho sentido, lo más accesible es insistir por enésima vez en la reglamentación del Art. 10 de la Ley 27.264, que solamente requiere de la voluntad del Poder Ejecutivo de dictar un decreto que lleve beneficios concretos y que alivien la situación fiscal y económica de nuestras empresas y, en consecuencia, de los consumidores que somos todos.
¿Cuáles podrían ser algunas de esas medidas? En forma temporal y por un plazo de cinco (5) años, se podrían considerar por ejemplo las siguientes:
a. Impuesto a las Ganancias: Reducir del 25 al 15% la alícuota del impuesto para aquellas empresas que declaren ganancias netas de hasta $ 101.679.000 anual (monto vigente para 2025)
b. IVA: Programa de reintegro del impuesto para consumidores de la provincia de Misiones
c. Impuesto a los débitos y créditos bancarios: alícuota cero (0%)
d. Impuesto a los Combustibles Líquidos y al Dióxido de Carbono: Reducción de un 50%
e. Reducción de contribuciones patronales y mayor crédito fiscal en IVA por las
contribuciones patronales.
Advertimos en su momento que la “Zona Aduanera Especial” era algo muy difícil de lograr y luego de concretar. El camino de reglamentar el Art 10 de la Ley Pymes nos debe unir a todos para convencer al país central que Misiones necesita imperiosamente una mirada diferencial que tienda a compensar en alguna medida las carencias de infraestructura básica como gas natural, transporte ferroviario, autopistas, así como el injusto reparto de recursos de la Coparticipación Federal de Impuestos donde Misiones percibe menos que las demás provincias del NEA (Corrientes, Chaco y Formosa) a pesar de registrar la mayor cantidad de habitantes en la región.
Pero todo ello también requiere el esfuerzo que debe hacer el gobierno de la Provincia en el sentido de bajar la presión tributaria que es una de las más altas del país, en especial con el Impuesto sobre los Ingresos Brutos, sus altas alícuotas, los cuantiosos saldos a favor de los contribuyentes que nunca se recuperan y la inconstitucional implantación de la llamada “aduana paralela”, todo lo cual agrega un costo que finalmente lo terminamos soportando los habitantes vía precios en las góndolas.
Nación y Provincia tienen pues la enorme responsabilidad de comenzar a brindar respuestas. Los misioneros, el derecho y el deber de reclamar por todas las vías lo que legítimamente nos corresponde.
*Diputado Provincial y Nacional –M.C.
Opinión
El federalismo y la fiebre Argentum

Por: Fernando Oz
@F_ortegazabala
Ustedes disculparán, pero cada vez que dos o más gobernadores izan las banderas del federalismo me asalta cierta incredulidad. Es que basta con verlo por el espejo retrovisor del tiempo y ya me dirán qué opinan. Me sucedió esta semana cuando leí en los portales de noticias que los mandatarios de Córdoba, Santa Fe, Chubut, Jujuy y Santa Cruz abrieron al resto de sus colegas la puerta de un frente electoral de espíritu federal como una alternativa a la polarización entre el oficialismo libertario y el peronismo.
No es la primera vez que surgen iniciativas de este tipo, casi siempre impulsadas por los cordobeses y los santafecinos. El problema de fondo, también lo sabemos, no es ideológico ni partidario, sino de caja, y cuanto más nos acercamos al puerto de Buenos Aires la tentación por la plata crece. Así lo supieron los Llaryora y Pullaro de ayer, los que traicionaron a sus colegas contemporáneos cada vez que tuvieron oportunidad.
El lobby porteño siempre se las ingenió para sabotear el federalismo de este bendito país. Comenzaron birlando parte de los impuestos de la corona del reino de España, hasta que decidieron que era mejor no envirar nada, luego llegó la independencia y fueron por las riquezas de las provincias. Es que se habían quedado sin el comercio de la plata altoperuana, el tabaco y la yerba de Paraguay y los cueros de Uruguay, pero conservaban la formidable aduana, donde germinó la fiebre Argentum.
Pese al poder territorial, en términos de metro cuadrado y recursos, las provincias siempre terminaron tranzando con el puerto del Río de la Plata. Fue la alianza de las provincias en el Congreso lo que permitió la creación de la figura de presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y designaron a Bernardino Rivadavia, que acababa de llegar de hacer negocios por Europa, para ocupar el cargo. Rivadavia era un porteño de la clase alta de la época, integrante del círculo de los comerciantes y hacendados que sumaban nuevos negocios derivados de sus tradicionales exportaciones.
Después vino otro porteño para que administre el asunto entre el puerto y las provincias, Vicente López y Planes, poeta, creador del Himno Nacional Argentino y conocido abogado entre contrabandistas con patente de aduana, cuatreros reconvertidos en señores de la guerra y comerciantes ingleses de ultramar que se casaban con criollas para hacerse de tierras.
Desde entonces —y pasando por la guerra civil entre Buenos Aires y las provincias, incluso durante la hegemonía de Rosas, el Restaurador que terminó siendo más porteñista que el mismo Rivadavia—, la balanza de poder siempre estuvo a favor del lobby del puerto, que con el tiempo se quedó con el manejo de buena parte de los recursos estratégicos de las diferentes provincias, ya sea mediante empresas, impuestos o la simple apetencias del caudillo de turno.
El pico máximo de la puja se dio en la década de 1850, cuando Buenos Aires se independizó de las provincias. Las tropas federales habían sitiado a los porteños por tierra y una escuadra naval bloqueaba el río a punta de cañón. Estaban rodeados y resolvieron la cuestión sobornando al jefe de la escuadra, un estadounidense de apellido Coe, por dos millones de pesos y otros tantos para algunos hacendados de provincia, porque los traidores siempre estuvieron presupuestados. Más adelante llegó Bartolomé Mitre con la misión de fortalecer el poderío porteño y su influencia en la economía agroganadera.
En total, de 50 presidentes que hemos tenido, incluidos los de facto, 17 eran porteños, 13 de Buenos Aires y cinco de Córdoba. De los 21 militares que estuvieron frente a la Presidencia, siete nacieron en territorio bonaerense, cinco en suelo porteño y tres en Entre Ríos. En definitiva, en el país de los argentos el Poder con mayúsculas siempre giró
alrededor del puerto y las provincias agroganaderas. No se trata del lugar de nacimiento, sino de un sistema en el que da igual si el que se sienta en el sillón de Rivadavia fuese formoseño o porteño. Todos terminan pintándose la cara de unitario.
El último presidente del Norte Grande fue el correntino Arturo Frondizi, depuesto por una conspiración cívico militar en 1962. El único patagónico fue Néstor Kirchner.
De los últimos diez presidentes, es decir desde el retorno de la democracia, sólo hubo dos porteños: Alberto Fernández y Javier Milei. Cuatro bonaerenses: Raúl Alfonsín, Eduardo Duhalde, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri. Fernando De la Rúa era cordobés, pero antes de ser presidente fue jefe del Gobierno porteño. El riojano Carlos Menem y el puntano Adolfo Rodríguez Saá, llegaron de esa parte del país donde los negocios de sus minerales se cierran con empresas extranjeras con oficinas con vistas al Río de la Plata.
Pero volvamos al presente, al frente nacional electoral que empujan los gobernadores Martín Llaryora (Córdoba), Maximiliano Pullaro (Santa Fe), Nacho Torres (Chubut), Carlos Sadir (Jujuy) y Claudio Vidal (Santa Cruz). El documento que emitieron no fue muy novedoso, más que el espíritu ya parece el arquetipo del reclamo de los mandatarios provinciales desde que nos independizamos de su majestad: “Hay un grito federal que necesita voces en el Congreso. Como gobernadores, tenemos la enorme responsabilidad de defender los intereses de nuestras provincias y, al mismo tiempo, contribuir a la gobernabilidad de la Argentina”.
A ese nuevo esquema se podría sumar el gobernador de Salta, Gustavo Sáenz: autónomo, alejado del kirchnerismo, sin pertenencia a La Libertad Avanza y con un fuerte anclaje provincial. También hay conversaciones con otros mandatarios. La idea es sumar al pelotón con ADN localista que se mantienen por fuera de las estructuras nacionales tradicionales, como Alberto Weretilneck de Río Negro, el neuquino Rolando Figueroa, Claudio Poggi de San Luis y el sanjuanino Marcelo Orrego.
Hugo Passalacqua podría convertirse en un actor gravitante en esta nueva liga del federalismo político. “Cuando hay unanimidad de todas las provincias, hay participación nuestra, pero cuando son descolgados o cuando tienen aspecto más de disolución que dé solución hay que ver qué pasa”, observó un importante funcionario de Misiones, aunque reconoció que el país se encuentra frente “a un Estado central absolutamente indiferente e insensible a las problemáticas de las provincias”.
Por el momento, la iniciativa, bautizada simbólicamente como “un grito federal”, no atrajo demasiado al resto de los mandatarios. El correntino Gustavo Valdés prefirió tomar distancia, al menos durante estas elecciones. La mayoría prefiere esperar.
Desde antes de la Constitución de 1853, la que adopta la forma de gobierno representativa, republicana y federal, los argentinos venimos discutiendo el desequilibrio entre las provincias pobres y ricas. Hace más de doscientos años el puerto del Río de la Plata nos recuerda la arrogancia y mezquindad de los argentos.
Opinión
Lo frágil, lo inmenso, lo nuestro

Juan de Dios Urizar
Presidente del Centro de Estudiantes Misioneros en Buenos Aires
Hay una parte de la Argentina que aún lucha por reconocerse en su totalidad. Una parte que se incomoda con el reflejo auténtico de su rostro, y prefiere calcar gestos ajenos antes que abrazar su propia voz. Se incomoda con el aroma a tierra húmeda después de la lluvia, con el sonido profundo del bombo legüero, con el canto quebrado de una zamba o con la copla que nace de lo más hondo del alma popular.
Es una mirada construida con lentes prestados —quizás de París, de Londres o de Nueva York— que no logra ver con claridad lo que vibra en nuestras raíces. Como si ser del norte, del litoral, de Cuyo o del sur fuera un signo de atraso, y no una riqueza invaluable. Como si la identidad del país se agotara en las calles de Recoleta o en los cafés de Palermo, y todo lo que queda fuera del circuito porteño fuese apenas una nota al pie de página.
Pero el país verdadero no cabe en una postal curada con filtro europeo. Es vasto, complejo, profundamente humano. Es el mate compartido bajo un alero de chapa. En Misiones, donde la yerba es cultura y la tierra es roja, basta el olor a humedad horas antes de la tormenta para saber que el cielo está por caerse. Es el susurro del monte, de lo que no hace ruido, pero sostiene. Y esa certeza no se explica: se vive.
Y, sin embargo, desde ciertos centros se sigue hablando del país sin escucharlo. Se lo interpreta desde el marketing, desde la ironía liviana, desde la superioridad de quien cree que lo profundo es anticuado, y lo popular, rudimentario. Se lo mira como si fuera un detalle pintoresco, útil solo para rellenar actos escolares o publicidades. Pero lo que duele no es solo el desprecio por una música, sino el rechazo hacia un país entero: el país real.
Porque la Argentina también es Corrientes, donde el chamamé no se canta, se reza; es Jujuy, donde la copla sube con el polvo de los cerros; es Santiago del Estero, donde el violín llora memorias de lucha y de amor; es Chubut, donde el viento no calla y también cuenta historias. Es Mercedes Sosa en Tucumán, como también la vecina en El Soberbio que entona bajito mientras ceba el mate. Es la abuela que canta para dormir a sus nietos, la niña que aprende a zapatear con su sombra.
No se trata de imponer una estética ni de uniformar el gusto. Se trata de reconocer todo lo que somos. Porque tan argentino es el bandoneón que llora en alguna calle de Boedo, como el erke que vibra en la Quebrada, el arpa que acaricia el Litoral o el bombo legüero que retumba en la siesta santiagueña. Tal vez haya llegado el momento de dejar de enfrentar al tango con la chacarera, de romper la falsa grieta entre la ciudad y el interior. Y de dejar que todas nuestras voces confluyan, como en una melodía de CP70 en manos de Charly, o en ese acorde suspendido del Flaco Spinetta que, por un instante, lo explica todo: lo frágil, lo inmenso, lo nuestro.
Porque si algo nos mantiene en pie, incluso cuando todo parece venirse abajo, es esa cultura popular que canta aunque falte el pan. Esa raíz que sigue viva en las peñas, en las escuelas rurales, en los festivales del interior, en las plazas donde se cruzan generaciones. Es la música que no pide permiso, la palabra que se transmite sin micrófono, el gesto solidario que no se aprende en ningún libro.
Y si a algunos eso les incomoda, si les resulta primitivo, menor o prescindible, quizás el problema no esté en el folclore ni en las culturas del país profundo.
Quizás el problema sea el desconocimiento de una Argentina tan extensa como diversa, y la falta de voluntad real para conocerla, sentirla y respetarla.
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