Historias
Un profe argentino: la historia del misionero que emigró a China en 2020

Siendo un flamante graduado profesor de música y sin tiempo para aprender el idioma, el misionero Juan Martín Zayas emigró hace cinco años a China. Desde niño lo apasionaba viajar y, aunque Chongqing lo cautivó por su moderna arquitectura y la hospitalidad de sus habitantes, busca que su día a día sea lo más argento “posible”.
Durante una conversación telefónica con La Voz de Misiones, el posadeño de 30 años recordó cómo nació su interés por el país asiático, sus primeros meses aprendiendo chino, las dificultades que atravesó para hacer amigos en una ciudad con más de 30 millones de habitantes y su amor por la música y el deporte.
El primer acercamiento
Todo comenzó cuando a los 17 años Juan partió a la provincia de Santa Fe para estudiar Economía, pero con el tiempo descubrió que no era algo que lo motivara y decidió cambiarse al profesorado de Música. Esa pequeña, pero determinante decisión, despertaría su curiosidad por el cuarto país más extenso del mundo, después de Rusia, Canadá y Estados Unidos.
“No se me había ocurrido emigrar cuando me fui a estudiar. En el transcurso de la carrera conocí a estudiantes de intercambio, entre ellos a unos chinos que son de la ciudad donde vivo ahora. Ahí me surgió la duda y empecé a investigar un poco más”, relató Juan, en una entrevista telefónica con LVM.
El municipio Chongqing, ubicado en el suroeste de China, fue materia de investigación para el joven mientras continuaba con sus estudios en Argentina. Incluso, mucha de la información que adquirió en ese momento de su futuro destino le aportó una joven con la cual estuvo de novio y había viajado de intercambio a esa ciudad. “Ella me explicó más a detalle cómo era vivir acá”, reveló.

El profesor misionero recorriendo Chongqing.
Emigrar a China
Al recibirse de profesor de música en Santa Fe, Juan Martín comenzó a indagar sobre los paquetes que ofrecen los chinos para contratar a profesionales de diferentes partes del mundo que buscan desembarcar en el país.
“Emigrar a China es un poco diferente a otros países como Australia, Nueva Zelanda o España, porque acá no existe esa posibilidad de venir como turista y después cambiar la visa para trabajar. Eso no existe”, explicó el misionero a LVM.
En esa línea, relató: “Yo vine ya contratado por una empresa que necesitaba profesor, ellos me tramitaron la visa. Es bastante seria la cosa en ese aspecto. En mi caso, cuando llegué ya tenía un lugar para vivir. Por lo general todos los paquetes son muy buenos y ya contemplan el caso de la vivienda”.
Sobre las posibilidades de obtener la ciudadanía para quienes deseen permanecer en el país, el profesor comentó que “hay algunas formas para ser ciudadano chino o el permiso para vivir acá y trabajar, pero es muy complicado de tenerlo. Una de las posibilidades es casándose con una persona china o tener una categoría muy alta, como por ejemplo, abrir una empresa que le sirva al país”.

La vista que se aprecia desde el balcón del misionero en la ciudad china.
Desafíos
La pandemia por el Covid-19 comenzaba cuando Juan desembarcó en China para enfrentar nuevos desafíos. Por la situación epidemiológica que obligó a las poblaciones de todo el mundo a mantenerse aislados, el misionero aprovechó el tiempo para aprender el idioma, algo que desconocía por completo.
“Cuando llegué no sabía hablar nada de chino, porque yo me recibí y me vine, no tuve nada de tiempo como para aprender el idioma. Justo arrancaba el tema del Covid, entonces empecé a estudiar. Después practicando obviamente todos los días. Todavía hay cosas que no entiendo, porque es bastante complicado”, rememoró.
Y continuó relatando cómo fue el proceso de adaptación en la nueva ciudad: “No fue muy fácil, realmente fue muy complicado. El primer mes fue el más complicado, la comida me parecía fea, no tenía amigos, no conocía a nadie. Yo vivo en una ciudad muy grande, somos entre 30 y 40 millones de habitantes, y no me cruzaba un extranjero caminando en ningún lado”.
Pasada la etapa más crítica de la pandemia y cuando el mundo iniciaba una nueva normalidad, el profesor encaró su primera experiencia como docente de inglés en un jardín de infantes.
Objetivo
“El primer día fue raro, porque, además, fue mi primer día de trabajo en toda mi vida. No había tenido un trabajo propio antes, había hecho algún trabajo de medio tiempo, algún taller, pero mi primera experiencia fue enseñarle a un niño de 3 años con una dinámica diferente a lo que conocía”, contó Juan acerca de su primera vez frente a un aula, la cual recuerda como “una experiencia desafiante pero super linda”.
Una de las principales metas del posadeño era ingresar como docente a una de las escuelas de China reconocida internacionalmente, un objetivo que logró hace tres años cuando fue contratado por la secundaria Bashu BI Academy para dar clases de educación física.
“Acá hay escuelas que son reconocidas internacionalmente, que son muy buenas y siempre el objetivo fue llegar a esas escuelas. Fui escalando, cada año me iba subiendo, por así decirlo, un eslabón más arriba, hasta que llegué a la escuela donde estoy ahora, trabajo con adolescentes entre 12 a 14 años”, relató.
Un equipo y una boda en Hong Kong
Durante los primeros meses, conocer a migrantes y hacer amigos era casi imposible para Juan en una ciudad tan grande. Hasta que un día, un irlandés llegó a la escuela en la que trabajaba y “me contó que conoció a otro chico que era como un coach de futbol, que había un equipo internacional, como de la ciudad. Me pasó el contacto y se dio la casualidad que era de Uruguay, entonces dije: ‘¡Chau, este vago me salva la vida acá!’, fui a verlo y ese mismo día conocí 25 personas nuevas“.
CQIFC, el club internacional de Chongqing, cobijó al misionero con una de sus pasiones, a tal punto que con el tiempo llegó ser presidente del equipo: “Fue un antes y un después, ese club me salvó la vida. Siempre estuve muy metido. Es un equipo de extranjeros en esta ciudad”.

Juan junto a un amigo oriundo de Escocia.
No solamente hizo amigos cuando descubrió el equipo internacional, sino que también conoció a Katerina, una joven ucraniana con la cual se casó hace poco tiempo: “Acá los extranjeros van casi siempre a los mismos lugares, y yendo a boliches, con amigos en común, nos conocimos”.
Para sellar el amor entre ambos, después de cuatro años de novios, los jóvenes eligieron un lugar especial: “Fue todo un quilombo. Un argentino y una ucraniana casándose en Hong Kong, medio random (raro) todo. Fue entre los dos, después volvimos a nuestra ciudad e hicimos una comida para festejar y terminamos siendo más de 60 personas en mi departamento”.
Luego de la travesía que implicó su boda Hong Kong, ahora los recién casados planifican un evento para celebrar la unión “junto a mis viejos y algunos familiares”, adelantó el posadeño.

El misionero en Hong Kong con su esposa Katerina.
Gastronomía
Naturalmente, acostumbrarse a otros sabores y probar comidas nuevas es un proceso por el cual atraviesan las personas que eligen dejar su tierra natal.
En el caso del profesor posadeño, el principal obstáculo fue el picante. “Creo que el primer mes perdí como cinco kilos, no podía comer nada acá, era increíble”, contó a LVM y añadió que es algo muy común en China salir a comer, pero ante este cambio tan brusco en la gastronomía, él optaba por cocinarse.
“China es un país muy grande, es como un continente, entonces hay diferentes tipos de comida dependiendo de la zona en la que estés. Esta ciudad es conocida por ser la comida muy, muy, picante”, explicó y confesó que hoy en día “como picante como nada, me encanta”.
En cuanto su rutina en el país asiático, describió: “Siempre trato de tener la vida más argentina que puedo. Entonces me levantó, desayuno, me voy a trabajar, después me junto a comer con algún amigo, tengo otras clases, me voy al gimnasio, después capaz juego un partido o me junto con amigos a tocar música”.
Cautivado por la ciudad
Consultado por LVM sobre lo que extraña de la tierra colorada, Juan respondió: “Los amigos, la familia, sin dudas. Son un pilar, sobre todo en épocas festivas. También la tranquilidad y que podés llegar caminando a la mayoría de los lugares”.
Al nombrar lo práctico de las distancias y la tranquilidad de Posadas, el profesor se refirió a las diferencias que tiene la capital misionera con Chongqing.
“Es una ciudad muy grande, a mí me gusta mucho, pero hay momentos que tenés que ir al otro lado de la ciudad y ahí pensás ‘uuuu’, cuando en Posadas en cuestión de minutos podés estar en cualquier lado”, sostuvo.
Y contó más detalle sobre la ciudad que lo tiene cautivado: “Lo que me llamó mucho la atención es que tiene unos edificios ultramodernos con luces y, alado, tenés una casita muy humilde. Es una ciudad que creció rápido y todavía se ven esos contrates entre lo viejo y lo nuevo”.
Otra cualidad de Chongqing para el profesor es la hospitalidad de los lugareños: “Son super cálidos, no al nivel de un latinoamericano, no son tan abiertos, capaz, son más tímidos, pero son muy cálidos”.
En esa línea, Juan opinó: “Hay una imagen totalmente desconocida de China. Entonces cuando vienen acá se encuentran con una ciudad donde la gente te trata bien, te invitan, que son amistosos, algo que nunca en la vida te imaginarías”.
Calidad de vida
Por último, el posadeño descartó un posible regreso a Argentina por el momento, ya que está “encantado” con el país asiático. Sin embargo, admitió que “no sé si viviría toda mi vida, pero unos años más me quedó por acá, porque honestamente tengo todo lo que quiero, obviamente a mi esposa, dos gatos, tengo muchísimos amigos”.
“La verdad que la paso muy bien, y si me mudo a otro lugar tendría que ser con la misma calidad de vida que tengo acá y eso es difícil de encontrar”, cerró el profesor Juan Martín Zayas, que hace cinco años emprendió la aventura de emigrar a un destino desconocido.

Chongqing capturada de noche por el profesor misionero.
Posadeño migró hace 10 años: “Misiones no tiene nada que envidiar al mundo”
Historias
Kevin Bogado, de Garuhapé al mundo como comunicante en la fragata Libertad

En este preciso momento, en alguna coordenada de altamar, hay un misionero que se encuentra rumbo al puerto de Kristiansand, en Noruega. Viene de visitar Recife (Brasil) y Ferrol (España), pero aún le queda varios miles de millas náuticas por recorrer. El protagonista de esta historia es el cabo primero comunicante de la Armada Argentina y radioaficionado Kevin Bogado, quien forma parte de un viaje de instrucción a bordo del emblemático buque escuela fragata ARA Libertad.
Bogado es oriundo de Garuhapé, donde se crió junto a su madre, su padrastro y un hermano. El muchacho es padre de dos niños, Benjamín y Cloe Olivia, e inició su carrera en la Armada en 2017, apenas culminado los estudios secundarios.
De su pueblo natal viajó entonces a Posadas, donde se dirigió a la delegación naval en busca de información para luego empezar a escribir su propia historia dentro de la institución. “Al principio pensé en elegir Informática, pero finalmente me incliné por Comunicaciones”, recordó en un diálogo con la revista especializada Gaceta Marinera.
“Fue una linda experiencia donde hice muchos amigos y compañeros”, destacó Bogado sobre esa etapa y rememoró que su primer destino fue el destructor ARA Sarandí, con el cual navegó por el sur del país y conoció Ushuaia. También hizo la Campaña Antártica de Verano 2022-2023 con el rompehielos ARA Almirante Irízar.

El misionero Kevin Bogado junto a su compañera, la salteña Melisa Vega.
Comunicante
Hoy su especialidad en la fuerza es de comunicante y su presente lo ubica embarcado en la fragata Libertad, siendo parte del Viaje de Instrucción 53, cumpliendo una función clave para la navegación, el intercambio y la integración cultural.
Dentro del buque escuela, tanto Bogado, como su compañera de área, la cabo principal Melisa Vega, combinan sus funciones militares con su pasión por la radio afición, realizando transmisiones regulares que permiten interactuar con aficionados a nivel global.
Según explica Gaceta Marinera, ambos marinos operan con el indicativo (o código de canal) LU8AEU/MM. Las primeras siglas se corresponden a Libertad, mientras que la doble M refiere a Móvil Marino.
“Conocer otros equipos, otras formas de operar, salir del marco estructurado de la comunicación militar; me permitió crecer mucho profesionalmente”, admitió el misionero Bogado. “Transmitimos un mensaje del país en cada rincón del planeta”, coincidió con Vega, que es de Salta.
La travesía de la Embajadora de los Mares comenzó el 7 de junio, cuando la embarcación zarpó de Buenos Aires con un total de 270 tripulantes. El regreso está previsto para el 23 de noviembre, luego de 169 días y un recorrido de aproximadamente 22.000 millas náuticas.
En lo que va del viaje la fragata ya atracó en el puerto brasileño de Recife y en el español de Ferrol. El destino inmediato ahora es Kristiansand, una de las localidades más sureñas de Noruega.
El itinerario contempla, además, ciudades como Hamburgo (Alemania), Ámsterdam (Países Bajos), Lisboa (Portugal), Puerto Limón (Costa Rica), Baltimore (Estados Unidos), Santo Domingo (República Dominicana) y Fortaleza (Brasil).
“En mi experiencia, dentro de la Armada nunca paro de sorprenderme; cada año es distinto y eso me gusta y anima”, resaltó Bogado, que de la tierra colorada pasó a azul profundo de las aguas del mundo.
Historias
El médico misionero que vivió con indígenas en el Amazonas y es concejal en Eldorado

Vendía diarios en las calles de Eldorado, cuando su destino se le apareció en la sección de noticias locales. Corría el año 2003, el país venía del derrumbe de la utopía primermundista inaugurada por Carlos Menem en 1989, que le explotó en la cara a Fernando de la Rúa en 2001, y para un adolescente pobre del interior el panorama no podía ser peor.
El protagonista de esta historia, Sebastián Tiozzo, concejal del PAyS de Eldorado, es uno de esos hombres que parece haber vivido varias vidas: estudió medicina en Cuba, fue de misión médica a Venezuela, donde vivió más de dos años con los Yanomamis, uno de los últimos pueblos indígenas de los que habitan el Amazonas en ser contactados por la aldea global; fue médico rural en Yabotí, con las comunidades mbya guaraní, en la selva misionera; y hoy, hace medicina comunitaria en un Caps de la misma ciudad, en que ese día de 2003 leyó en el diario su futuro.
Exiliados
“Nosotros éramos los llamados ‘exiliados económicos’, toda una generación”, describe Tiozzo, que entonces tenía 17 años, una incipiente militancia política estudiantil, toda la vida por delante y el oficio de diariero.
“Yo había terminado el colegio en 2002, y después del 2001, no teníamos muchas expectativas; mamá y mis tres hermanas, estaba difícil”, rememora, en diálogo con La Voz de Misiones.
La televisión de la época era un carretel de la desesperanza: fábricas cerradas, gente vencida, procesiones de desocupados; un abanico de cuasi monedas de nombres estrafalarios, clubes de truque y otros malabares económicos.
“Yo vendía diarios y fue por los diarios que me enteré que había jóvenes misioneros estudiando medicina en Cuba, chicos de Posadas; no había nadie del Eldorado”, cuenta Tiozzo.

La Escuela Latinoamericana de Medicina, de La Habana, donde se graduó Tiozzo en 2010.
La noticia fue como un principio de relevación para el canillita de 17, empeñado en hacer algo con su vida.
“Me enteré de la beca, fui a una reunión en Posadas, había gente de la Embajada de Cuba; no pedían casi nada, solo título del secundario”, relata Tiozzo.
“Entramos como 10.000 aspirantes. Yo me dije ‘voy a ganar’”, rememora.
“Seguí vendiendo diarios y un año después, 2004, gané la beca”, recuerda, como reviviendo el momento. “Era la única posibilidad que tenía de estudiar medicina”, dice y sentencia: “Fuimos una generación a la que Cuba nos salvó la vida”.
Ingresaron 100 argentinos aquel año, él entre ellos. “Yo no conocía mucho de Cuba. La gente, mis vecinos me asustaban con el comunismo”, cuenta Tiozzo. “No te van a dejar salir”, dice que le decían en el barrio.
“La verdad que yo no sabía si me iban a dejar salir o no; lo único que sabía es que no quería vender diarios el resto de mi vida”, comenta el hoy concejal del PAyS.
Cuba
Tiozzo llegó a Cuba ese mismo año, a la Escuela Latinoamericana de Medicina, una institución devenida en emblema del internacionalismo cubano, nacida para atender una realidad que había quedado al desnudo con los embates de los huracanes George y Mitch, en noviembre de 1998: la falta de médicos en Centroamérica y el Caribe.
Tiozzo vivió seis años y medio en Cuba, atravesó la isla de un extremo a otro, en un viaje por lo profundo de la revolución cubana, en una época en que la nación caribeña vivía una especie de renacimiento, con la estrella de su líder legendario y un escenario regional dominado por gobiernos populares.

Un joven Sebastián Tiozzo (segundo de la izquierda) con el puño en alto al pie del monumento al Che Guevara, en Santa Clara, Cuba.
Para el joven de Eldorado, el periplo cubano entrañaba una experiencia reveladora, no solo por el contacto directo con una realidad desconocida, sino a la manera de un viaje iniciático hacia el interior de sí mismo.
“Fueron años de mucho aprendizaje, en lo académico, en lo social, en lo humano”, dice Tiozzo.
“La mayoría de los profesores eran médicos que habían estado de misión en África, Asia, en varios lugares del mundo; la práctica académica se nutría con las historias médicas reales, de médicos reales, en contextos hostiles, situaciones de desastre, comunidades aisladas”, recuerda.
Las fotos de aquellos años lo muestran en actividades diversas: en la facultad, con el Mar Caribe de fondo; en una brigada de solidaridad, llevando música, juegos y asistencia a escuelas primarias de la isla.
Una de las fotos muestra a Tiozzo saludando al mítico comandante Fidel Castro, ya retirado y enfundado en el atuendo deportivo que adoptó cuando colgó para siempre su uniforme de jefe revolucionario.

Con el líder revolucionario Fidel Castro, en un encuentro en La Habana.
“Yo sabía que mi vida social y política iba a ser la que estoy haciendo ahora, y de inmediato me dije: ‘quiero tener esa experiencia antes de volver a Misiones”, comenta el médico y concejal de Eldorado.
Era 2010. Le faltaban seis meses para graduarse, cuando ocurrió el gran terremoto de Haití, que se cobró miles de muertos, devastó la capital del país y dejó millones de desamparados.
“Empezaron a ir compañeros del último año. Me quedé con las ganas”, dice Tiozzo, como lamentándose todavía por aquella primera misión humanitaria perdida.
Su oportunidad llegó varios meses después, ya graduado y con 25 años: el denominado Batallón 51, una brigada médica reclutada con el objetivo de llevar atención a los lugares más difíciles de Venezuela.
“Me anoté sin dudarlo”, cuenta Tiozzo. Relata que llamó por teléfono a Eldorado y le comunicó a su familia que Misiones lo iba a tener que esperar un poco más, y el 3 de septiembre de 2010 se embarcó en un vuelo directo de Cuba a Venezuela.
El Amazonas
En sus años en Cuba, Tiozzo pudo interiorizarse de la revolución bolivariana que lideraba el presidente Hugo Chávez en Venezuela, a través del testimonio de compañeros de ese país en la escuela de medicina.
“Íbamos en una brigada médica y también de apoyo al proceso bolivariano, para mí era apasionante y representaba un desafío que exigía mucho compromiso”, reflexiona Tiozzo.
Relata que su destino venezolano tampoco fue resultado del azar, sino que lo eligió: una ignota región de comunidades indígenas yanomamis, localizadas en lo profundo de la selva amazónica, en la frontera con Brasil.
“Son comunidades que en medio de la nada”, describe Tiozzo el remoto territorio, donde el paisaje se alarga en lo alto del río Orinoco, en el que vivió más de dos años.

En lancha por el río Orinoco, hacia lo profundo de la selva amazónica venezolana.
“Fueron unos años maravillosos”, exclama Tiozzo. En las fotos se lo ve a punto de abordar un avión en una pista de tierra, rodeada de montañas; navegando en lancha con una remera del Che; en la selva, en su uniforme de brigadista y con un machete al hombro; y auscultando a niños y mujeres de las aldeas yanomamis.
“Cada cuatro o cinco meses regresaba a la ciudad por unos días y después volvía en lancha”, cuenta Tiozzo.
Dice que la mayor dificultad fue el idioma, conformado por un abanico de dialectos inescrutables. Lo enfrentó con un cuaderno de anotaciones y predisponiendo el oído.
“Por suerte, había algunos yanomamis muy interesantes, que habían hecho cursos de agentes sanitarios, y para nosotros era espectacular, porque nos enseñaban la lengua y nos informaban acerca de la cuestión cultural, que también es algo en que no podés pifiar”, relata.

Esperando abordar un avión en una pista amazónica en 2011.
Cuenta que, entre las múltiples experiencias vividas con los indígenas amazónicos, la más fuerte fue un ritual funerario donde la tribu ingiere las cenizas del difunto.
Dice que entre los yanomamis terminó de comprender la noción de comunidad. “Ellos no no conocen el egoísmo, todo lo que tienen lo comparten”, valora Tiozzo.
Misiones
Al cabo de dos años y tres meses, el médico misionero graduado en Cuba concluyó su misión en el Amazonas venezolano, se despidió de la comunidad indígena que lo había acogido como uno de los suyos, y emprendió el regreso a la tierra colorada.
“Llegué y hablé con el doctor Oscar Herrera Ahuad, que por entonces era ministro de Salud y le pedí para trabajar con las comunidades mbya guaraní de la provincia”, cuenta Tiozzo.
El llamado de la selva lo llevó lo encontró recorriendo aldeas en todo el nordeste de Misiones: Yabotí, El Soberbio, San Vicente, San Pedro. Fueron otros tres años y medio.
Hoy, a la distancia el médico de Eldorado compara ambas experiencias y afirma que los yanomamis y los mbya misioneros “son pueblos totalmente distintos, casi sin puntos en común”.

En una comunidad mbya en la selva misionera.
“Acá, los paisanos siempre están a la defensiva con los blancos”, dice Tiozzo y explica: “Los yanomamis, por estar tan intrincados, nunca conocieron el genocidio; recién hace poco que están teniendo vínculos con los blancos y todo resulta amistoso para ellos”.
Argumenta que la propiedad de la tierra, del pedazo de selva que las comunidades habitan, es otro dato a tener en cuenta.
“En el caso de los yanomamis, el ambiente natural es de ellos; y en cambio, acá las comunidades están sin tierras, sin techo, sin nada”, explica Tiozzo y concluye: “Es difícil ser feliz si te sacan todo”.
Historias
La librera forastera y las muchas vidas de los libros usados

Es la tienda de libros más pequeña de Posadas. “Casi secreta”, diría Borges. En esa cuadra de la calle Colón, entre Santiago del Estero y Tucumán, el localcito de Ivana Alegre es apenas delatado por un pizarrón que reflexiona sobre el hábito de leer, una canasta de posters y la mesa de ejemplares en oferta por $3.000.
“La lectura es un acto de creación permanente”, se lee en la pizarra que interpela a los transeúntes con una frase atribuida al novelista y académico francés de origen marroquí, Daniel Pennac, que a los 81 años se asume como un adulto cuyo trabajo de toda la vida fue “curar a los niños del miedo de la infancia”.
“Me salvó la escritura”, dijo Pennac en una entrevista el año pasado. “A mí, los libros me salvaron la vida”, dice Ivana, que tiene al escritor francés nacido en Casablanca entre los autores que vinieron en su momento al rescate, y a quienes ella hoy sigue revisitando en un regreso sin fin.
Nómade
A simple vista, el atribulado local de Ivana parece apretujarse entre los dos espaciosos salones vecinos. Repleto de libros, posters, CDs, vinilos, y las paredes pobladas de fotos de lugares remotos y personajes de todas las épocas, el localcito es una invitación a viajar en el tiempo.
“Es más grande que la valija con la que empecé”, bromea Ivana, sobre el espacio que ocupa su librería, que bautizó “Forastera”, un vocablo que sindica a aquel que viene de afuera. “Muchas veces me sentí una extraña”, dice la librera, nacida y criada en Villa Cabello, donde hoy reside.
“Hace cuatro años que estoy acá físicamente”, cuenta. “Empecé tipo nómade”, agrega y relata: “Iba a ferias, facultad, eventos; me iba con una valija, tipo como una librería ambulante”.
Dice que, por entonces, la movía más una especie de necesidad de compartir las historias y títulos que habían marcado su “visión del mundo”, que la búsqueda de rentabilidad. “Los libros te revelan cosas. A mi me dieron muchas respuestas cuando estaba perdida”, asegura.
“Me salvaron emocionalmente y también económicamente, aunque hoy este sea un sector muy golpeado”, afirma y sintetiza: “Los libros me dieron un camino”.
Vidas
Lo suyo son los libros usados. En cierto modo, convirtió en negocio un hábito que abrazó en la adolescencia y que siempre tuvo a las ediciones de segunda mano como protagonistas de la aventura narrativa.
“Es difícil ser un verdadero librero, porque hay que tener una pasión del corazón; amar los libros y el conocimiento que guardan los libros”, dice Ivana. Quien pasa por su vereda, puede verla desde la calle, absorta, con la vista zambullida en algún volumen.
“Lo usado multiplica la magia, es como que tiene vida, historia; fue leído, fue pasado de mano en mano”, describe y reflexiona: “Hay como una nostalgia”.
“Los libros usados vienen rayados, firmados, con dedicatorias”, apunta Ivana y, enseguida, rebusca en los cajones de un mueble de madera y saca un puñado de papeles viejos.
“La gente utiliza muchas cosas como señaladores. Yo encontré cartas, de amor, de relaciones de larga distancia; fotos, recibos de sueldo”, detalla.
Cuenta que la carta más extraña hallada en un libro fue de un padre a su hijo. “Le pedía perdón por haberlo estafado”, recuerda Ivana.
“La carta más antigua que encontré era de 1968”, comenta. “Era una carta de alguien de acá, de Posadas, a familiares que se habían ido a vivir a Buenos Aires”, relata.
“Las cartas son como historias aparte”, dice Ivana y sentencia: “Hay muchas vidas dentro de un libro usado”.
Inmortales
En los anaqueles conviven El Quijote, Los Miserables, los Cien años de soledad que le valieron el Nobel al colombiano Gabriel García Márquez; la infortunada poeta, ensayista y traductora argentina Alejandra Pizarnik; el checo Franz Kafka y su Metamorfosis.
“Los clásicos no mueren”, dice Ivana y declara: “Soy amante de los clásicos”. Menciona La Náusea, la novela en la que el filósofo francés Jean Paul Sartre, que postulaba la idea de que el ser humano “está condenado a ser libre”, se cuestiona el propósito vital de la existencia.
“Son novelas filosóficas”, apunta Ivana. “Los personajes atraviesan crisis existenciales”, agrega y cita a otro autor clásico, el ruso Fiodor Dostoievski, de obras célebres como Crimen y Castigo, Así hablaba Zaratustra, Los hermanos Karamazov y Noches Blancas, entre muchas otras. “Sus personajes son seres trastornados, que siempre están buscando salvarse”, dice Ivana y trae, ahora, a la conversación a un escritor argentino, Roberto Arlt, autor de El Juguete Rabioso, Los Siete Locos, Los Lanzallamas, y el más famoso de todos: Aguafuertes Porteñas.
Maneja géneros, títulos y autores con la destreza con que un crupier baraja las cartas en un casino.
“Yo soy de los clásicos, pero tengo que estar también al tanto de lo nuevo que está saliendo; la literatura contemporánea”, explica y saca un volumen del estante.
“Cómo mandar a la mierda de forma educada”, un ensayo de Alba Cardalda, psicóloga experta en psicoterapia y neuropsicología, que desde 2017 viaja por todo el mundo sin residencia fija.
“Son autores que la gente pregunta”, apunta Ivana y cita a Camila Sosa Villada, escritora, actriz y dramaturga transgénero argentina, cuya primera novela, Las malas (2019), sobre un grupo de travestis que ejercen la prostitución callejera en el Parque Sarmiento de Buenos Aires, se convirtió en un éxito editorial y le valió varios premios internacionales.
Resistencia
Entre un recuerdo y otro, Ivana se vuelve y extrae con precisión quirúrgica una reedición en vinilo de El Oso, de Moris, y la coloca en la bandeja de un tocadiscos tipo Winko. El disco gira a 33 RPM y el sonido reproduce una fidelidad de antaño: “Yo vivía en el bosque muy contento, caminaba, caminaba sin cesar…”, canta Moris y su voz parece venir de otro tiempo.
“El mundo de los vinilos está asociado a los libros usados. El consumo de música es como el consumo de literatura”, afirma Ivana y describe: “Hay todo un público melómano subterráneo en Posadas que busca CDs o discos de vinilo”.
“También están los jóvenes de 16, que nunca vieron un CD o un vinilo y les da la curiosidad”, apunta y equipara su tienda con una trinchera analógica. “Lo viejo funciona, Juan“, lanza alguien desde afuera del cuadro. Ivana recoge la frase de la versión de Netflix, de El Eternauta, la inmortal historia del escritor argentino desaparecido por la dictadura, Héctor Germán Oesterheld.
“Hay una resistencia que se manifiesta en buscar lo analógico”, comenta y distingue: “Una cosa es comprar libros en línea, el e-book, la tablet o el pdf, que están muy de moda; y otra muy distinta, al tacto y al corazón, agarrar un libro y sentir el papel en tus dedos”.
@lavozdemisionesLa librera forastera y las muchas vidas de los libros usados Es la tienda de libros más pequeña de Posadas. “Casi secreta”, diría Borges. En esa cuadra de la calle Colón, entre Santiago del Estero y Tucumán, el localcito de Ivana Alegre es apenas delatado por un pizarrón que reflexiona sobre el hábito de leer, una canasta de posters y la mesa de ejemplares en oferta por $3.000. #LaVozdeMisiones♬ sonido original – La Voz de Misiones
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