Historias
Un profe argentino: la historia del misionero que emigró a China en 2020
Siendo un flamante graduado profesor de música y sin tiempo para aprender el idioma, el misionero Juan Martín Zayas emigró hace cinco años a China. Desde niño lo apasionaba viajar y, aunque Chongqing lo cautivó por su moderna arquitectura y la hospitalidad de sus habitantes, busca que su día a día sea lo más argento “posible”.
Durante una conversación telefónica con La Voz de Misiones, el posadeño de 30 años recordó cómo nació su interés por el país asiático, sus primeros meses aprendiendo chino, las dificultades que atravesó para hacer amigos en una ciudad con más de 30 millones de habitantes y su amor por la música y el deporte.
El primer acercamiento
Todo comenzó cuando a los 17 años Juan partió a la provincia de Santa Fe para estudiar Economía, pero con el tiempo descubrió que no era algo que lo motivara y decidió cambiarse al profesorado de Música. Esa pequeña, pero determinante decisión, despertaría su curiosidad por el cuarto país más extenso del mundo, después de Rusia, Canadá y Estados Unidos.
“No se me había ocurrido emigrar cuando me fui a estudiar. En el transcurso de la carrera conocí a estudiantes de intercambio, entre ellos a unos chinos que son de la ciudad donde vivo ahora. Ahí me surgió la duda y empecé a investigar un poco más”, relató Juan, en una entrevista telefónica con LVM.
El municipio Chongqing, ubicado en el suroeste de China, fue materia de investigación para el joven mientras continuaba con sus estudios en Argentina. Incluso, mucha de la información que adquirió en ese momento de su futuro destino le aportó una joven con la cual estuvo de novio y había viajado de intercambio a esa ciudad. “Ella me explicó más a detalle cómo era vivir acá”, reveló.

El profesor misionero recorriendo Chongqing.
Emigrar a China
Al recibirse de profesor de música en Santa Fe, Juan Martín comenzó a indagar sobre los paquetes que ofrecen los chinos para contratar a profesionales de diferentes partes del mundo que buscan desembarcar en el país.
“Emigrar a China es un poco diferente a otros países como Australia, Nueva Zelanda o España, porque acá no existe esa posibilidad de venir como turista y después cambiar la visa para trabajar. Eso no existe”, explicó el misionero a LVM.
En esa línea, relató: “Yo vine ya contratado por una empresa que necesitaba profesor, ellos me tramitaron la visa. Es bastante seria la cosa en ese aspecto. En mi caso, cuando llegué ya tenía un lugar para vivir. Por lo general todos los paquetes son muy buenos y ya contemplan el caso de la vivienda”.
Sobre las posibilidades de obtener la ciudadanía para quienes deseen permanecer en el país, el profesor comentó que “hay algunas formas para ser ciudadano chino o el permiso para vivir acá y trabajar, pero es muy complicado de tenerlo. Una de las posibilidades es casándose con una persona china o tener una categoría muy alta, como por ejemplo, abrir una empresa que le sirva al país”.

La vista que se aprecia desde el balcón del misionero en la ciudad china.
Desafíos
La pandemia por el Covid-19 comenzaba cuando Juan desembarcó en China para enfrentar nuevos desafíos. Por la situación epidemiológica que obligó a las poblaciones de todo el mundo a mantenerse aislados, el misionero aprovechó el tiempo para aprender el idioma, algo que desconocía por completo.
“Cuando llegué no sabía hablar nada de chino, porque yo me recibí y me vine, no tuve nada de tiempo como para aprender el idioma. Justo arrancaba el tema del Covid, entonces empecé a estudiar. Después practicando obviamente todos los días. Todavía hay cosas que no entiendo, porque es bastante complicado”, rememoró.
Y continuó relatando cómo fue el proceso de adaptación en la nueva ciudad: “No fue muy fácil, realmente fue muy complicado. El primer mes fue el más complicado, la comida me parecía fea, no tenía amigos, no conocía a nadie. Yo vivo en una ciudad muy grande, somos entre 30 y 40 millones de habitantes, y no me cruzaba un extranjero caminando en ningún lado”.
Pasada la etapa más crítica de la pandemia y cuando el mundo iniciaba una nueva normalidad, el profesor encaró su primera experiencia como docente de inglés en un jardín de infantes.
Objetivo
“El primer día fue raro, porque, además, fue mi primer día de trabajo en toda mi vida. No había tenido un trabajo propio antes, había hecho algún trabajo de medio tiempo, algún taller, pero mi primera experiencia fue enseñarle a un niño de 3 años con una dinámica diferente a lo que conocía”, contó Juan acerca de su primera vez frente a un aula, la cual recuerda como “una experiencia desafiante pero super linda”.
Una de las principales metas del posadeño era ingresar como docente a una de las escuelas de China reconocida internacionalmente, un objetivo que logró hace tres años cuando fue contratado por la secundaria Bashu BI Academy para dar clases de educación física.
“Acá hay escuelas que son reconocidas internacionalmente, que son muy buenas y siempre el objetivo fue llegar a esas escuelas. Fui escalando, cada año me iba subiendo, por así decirlo, un eslabón más arriba, hasta que llegué a la escuela donde estoy ahora, trabajo con adolescentes entre 12 a 14 años”, relató.
Un equipo y una boda en Hong Kong
Durante los primeros meses, conocer a migrantes y hacer amigos era casi imposible para Juan en una ciudad tan grande. Hasta que un día, un irlandés llegó a la escuela en la que trabajaba y “me contó que conoció a otro chico que era como un coach de futbol, que había un equipo internacional, como de la ciudad. Me pasó el contacto y se dio la casualidad que era de Uruguay, entonces dije: ‘¡Chau, este vago me salva la vida acá!’, fui a verlo y ese mismo día conocí 25 personas nuevas“.
CQIFC, el club internacional de Chongqing, cobijó al misionero con una de sus pasiones, a tal punto que con el tiempo llegó ser presidente del equipo: “Fue un antes y un después, ese club me salvó la vida. Siempre estuve muy metido. Es un equipo de extranjeros en esta ciudad”.

Juan junto a un amigo oriundo de Escocia.
No solamente hizo amigos cuando descubrió el equipo internacional, sino que también conoció a Katerina, una joven ucraniana con la cual se casó hace poco tiempo: “Acá los extranjeros van casi siempre a los mismos lugares, y yendo a boliches, con amigos en común, nos conocimos”.
Para sellar el amor entre ambos, después de cuatro años de novios, los jóvenes eligieron un lugar especial: “Fue todo un quilombo. Un argentino y una ucraniana casándose en Hong Kong, medio random (raro) todo. Fue entre los dos, después volvimos a nuestra ciudad e hicimos una comida para festejar y terminamos siendo más de 60 personas en mi departamento”.
Luego de la travesía que implicó su boda Hong Kong, ahora los recién casados planifican un evento para celebrar la unión “junto a mis viejos y algunos familiares”, adelantó el posadeño.

El misionero en Hong Kong con su esposa Katerina.
Gastronomía
Naturalmente, acostumbrarse a otros sabores y probar comidas nuevas es un proceso por el cual atraviesan las personas que eligen dejar su tierra natal.
En el caso del profesor posadeño, el principal obstáculo fue el picante. “Creo que el primer mes perdí como cinco kilos, no podía comer nada acá, era increíble”, contó a LVM y añadió que es algo muy común en China salir a comer, pero ante este cambio tan brusco en la gastronomía, él optaba por cocinarse.
“China es un país muy grande, es como un continente, entonces hay diferentes tipos de comida dependiendo de la zona en la que estés. Esta ciudad es conocida por ser la comida muy, muy, picante”, explicó y confesó que hoy en día “como picante como nada, me encanta”.
En cuanto su rutina en el país asiático, describió: “Siempre trato de tener la vida más argentina que puedo. Entonces me levantó, desayuno, me voy a trabajar, después me junto a comer con algún amigo, tengo otras clases, me voy al gimnasio, después capaz juego un partido o me junto con amigos a tocar música”.
Cautivado por la ciudad
Consultado por LVM sobre lo que extraña de la tierra colorada, Juan respondió: “Los amigos, la familia, sin dudas. Son un pilar, sobre todo en épocas festivas. También la tranquilidad y que podés llegar caminando a la mayoría de los lugares”.
Al nombrar lo práctico de las distancias y la tranquilidad de Posadas, el profesor se refirió a las diferencias que tiene la capital misionera con Chongqing.
“Es una ciudad muy grande, a mí me gusta mucho, pero hay momentos que tenés que ir al otro lado de la ciudad y ahí pensás ‘uuuu’, cuando en Posadas en cuestión de minutos podés estar en cualquier lado”, sostuvo.
Y contó más detalle sobre la ciudad que lo tiene cautivado: “Lo que me llamó mucho la atención es que tiene unos edificios ultramodernos con luces y, alado, tenés una casita muy humilde. Es una ciudad que creció rápido y todavía se ven esos contrates entre lo viejo y lo nuevo”.
Otra cualidad de Chongqing para el profesor es la hospitalidad de los lugareños: “Son super cálidos, no al nivel de un latinoamericano, no son tan abiertos, capaz, son más tímidos, pero son muy cálidos”.
En esa línea, Juan opinó: “Hay una imagen totalmente desconocida de China. Entonces cuando vienen acá se encuentran con una ciudad donde la gente te trata bien, te invitan, que son amistosos, algo que nunca en la vida te imaginarías”.
Calidad de vida
Por último, el posadeño descartó un posible regreso a Argentina por el momento, ya que está “encantado” con el país asiático. Sin embargo, admitió que “no sé si viviría toda mi vida, pero unos años más me quedó por acá, porque honestamente tengo todo lo que quiero, obviamente a mi esposa, dos gatos, tengo muchísimos amigos”.
“La verdad que la paso muy bien, y si me mudo a otro lugar tendría que ser con la misma calidad de vida que tengo acá y eso es difícil de encontrar”, cerró el profesor Juan Martín Zayas, que hace cinco años emprendió la aventura de emigrar a un destino desconocido.

Chongqing capturada de noche por el profesor misionero.
Posadeño migró hace 10 años: “Misiones no tiene nada que envidiar al mundo”
Historias
Misionera encontró a su mamá biológica después de 50 años
Con apenas 1 año, Griselda Lochner fue “arrebatada” de los brazos de su mamá biológica Rosa Lidia Cabañas. Medio siglo después, sin haber sabido nada una de la otra, madre e hija sellarán su encuentro este sábado el aeropuerto de Posadas.
“Yo lo único que sé es que cuando tenía un año de vida me arrebataron de ella y nunca más supe de ella hasta ahora que la busqué”, contó Griselda en diálogo con La Voz de Misiones.
Griselda reconoció que nunca indagó “mucho” sobre su historia, pero recuerda que hasta sus 5 años vivió con su papá biológico Teodoro Juan Lochner y su esposa en la localidad de Puerto Rico. “Aparentemente, no fui bienvenida en ese hogar y me llevaron a otro lugar que era la familia de mi madrastra, ahí la pasé bastante mal, hasta que mi padre busca de llevarme a esta otra familia”, relató a LVM.
En San Gotardo, un pequeño pueblo misionero ubicado en el departamento Libertador General San Martín, Rosa Ema Ayala recibió en su hogar a la pequeña Griselda. “Mi papá me llevó a ese lugar donde conocí a la señora, él lloraba mucho, se ve que era triste para él tener que dejarme, no sé qué pasó”, rememoró la mujer y añadió que “no fue una adopción legal”.
Un reencuentro
Rosa Ayala nunca le ocultó la verdad sobre sus orígenes a Griselda. Cuando cumplió 15 años, la joven le pidió reencontrase con su papá Teodoro. “Ella, a mí siempre, toda la vida, me explicó que ella no era mi madre. Yo le pido conocer a mi papá, porque tampoco me acordaba de él, y ella me lleva”, expresó.
El vínculo con su padre, sin embargo, duró poco. Es que Teodoro quiso que Griselda volviera a vivir con él y su esposa, pero a los 15 años ella pudo decidir y eligió quedarse con Rosa, la mujer que la había criado hasta ese momento.
“Ella me crio con todo su amor, con todo su cariño. Ahí pasé los mejores días, los mejores momentos de mi vida”, afirmó Griselda y reveló acompañó a su madre adoptiva hasta su fallecimiento por un cáncer de colon.
Teodoro volvió a su vida cuando ella tenía 35 años. “Lo volví a buscar, me volví a reencontrar con él y a los dos años él fallece. Pero logré restablecer el vínculo con él y estuvimos bien”. Nunca le preguntó a su padre por qué no la crio. “Yo nunca pregunté, nunca me interioricé en saber el por qué de las cosas. Siempre consideré que tendría sus motivos y si no me contaban, yo no busqué”.
La búsqueda de su madre
Por mucho tiempo, Griselda no indagó ni buscó saber qué había ocurrido con su mamá biológica, pero con los años cambió de parecer hasta que definitivamente pensó que sería “bueno” conocerla.
“A mi papá yo nunca le pregunté nada y él nunca me dijo nada. Su mujer me decía ‘vamos a buscar a tu mamá’. Yo al principio no me interesaba mucho, hasta ahora que de grande pensé ‘pasan los años y estaría bueno si ella realmente quiere'”, dijo a LVM.
Hace un año, junto a su madrastra, iniciaron la búsqueda de Rosa Cabañas. Fue entonces que por primera vez Griselda sacó su partida de nacimiento.
“Mi madrastra me ayuda a sacar la partida en el registro de Capioví, porque yo ni mi partida de nacimiento busqué, y ahí conseguimos el nombre de mi madre y su DNI”, detalló Griselda sobre como obtuvieron los primeros datos de su madre.
En ese momento estaba habilitado el Padrón Electoral de las últimas elecciones y fue una trabajadora del Registro de Capioví quien la ayudó a ubicar Rosa Lidia Cabañas, de 70 años, en Buenos Aires.
“Busco en el Facebook a todas las Rosas Cabaña y le escribo más o menos a todas las que podían ser”, recordó Griselda y reveló que la respuesta llegó un domingo, el mismo día de las elecciones: “Me llaman y se presenta quién sería mi hermana y mi mamá”.
Esa primera llamada telefónica fue intensa, recordó Griselda. “Ella ese día que me llamó no podía hablar, lloraba mucho, es como una emoción muy fuerte”. A Rosa su familia la describió como una mujer de 70 años con problemas de corazón, por lo que decidieron dejar las conversaciones más profundas para un encuentro presencial.
Punto de encuentro
Este sábado, Rosa Lidia Cabañas y Griselda Lochner se conocerán después de 50 años. “Ella dijo que quería venir, me preguntó si podía venir a conocerme y yo le digo que sí, no hay problema. Yo no soy juez, no soy nada y no me importa lo que pasó atrás”.
Para Griselda, el reencuentro significa una oportunidad: “Lo lindo es que nos reencontremos, que cerremos un ciclo de nuestra vida que es necesario muchas veces para cada uno”, dijo.
“Es la primera vez que voy a tener un recuerdo de mi mamá biológica”, afirmó emocionada la mujer.
Griselda es madre de siete hijos, “la más grande tiene 27 años y la más chica 17”, vive en Posadas y atraviesa estos días con una mezcla de ansiedad y emoción: “Estoy muy emocionada y espero, ansiosa, para conocerla y comenzar a vivir el mucho o poco tiempo que tengamos las dos para compartir. A lo mejor no vamos a estar siempre juntas, pero estamos juntas por mensaje y sabiendo la una de la otra”, cerró.
Historias
Juan Rodríguez y un volver a los días de colimba en la cárcel del fin del mundo
Corría el año tanto 1981, Juan Carlos Rodríguez cumplía 18 y debía empezar la colimba. Hasta allí, una habitabilidad para la época, pero lo singular iba a ser su destino: Ushuaia. Pero no solo eso. Su nuevo domicilio por los próximos meses iba a ser la mismísima cárcel del fin del mundo, que a comienzos del siglo XX también supo albergar a míticos criminales argentinos como el Petiso Orejudo.
Con la mayoría de edad recién cumplida, Rodríguez debió dejar su Apóstoles natal y embarcarse en un viaje de 4.000 kilómetros, cambiando el calor misionero por el frío el austral, la tierra colorada por los campos de hielo y la habitación de su casa por una antigua celda de apenas 2 x 1,50 metros a compartir con otro conscripto al servicio militar obligatorio.
“Primero hicimos la revisión médica para ver si éramos apto o no. Yo tenía sorteo alto, así que me convocaron. Tuvimos una etapa de instrucción que duró un mes en Bahía Blanca y una vez instruidos con lo básico te derivaban a los puntos donde la Armada tenía sus bases. A mí me tocó el sur, me tocó Ushuaia. Éramos seis soldados y pertenecíamos a la Agrupación Lanchas Rápidas. Me acuerdo que nos costó llegar porque el avión no podía aterrizar. Fue difícil durante los primeros tiempos, pero dentro de todos nos adaptamos”, contó Rodríguez para La Voz de Misiones.

Juan Carlos Rodríguez estuvo un tiempo en la cárcel del fin del mundo y después estuvo en la Isla de los Estados.
Presidio Nacional
Apenas aterrizado en la ciudad más austral del mundo, su primer destino fue el antiguo Presidio Nacional, cárcel que en 1902 fue construida para albergar a los presos más peligrosos del país y que en 1947 fue cerrada por disposición del presidente Juan Domingo Perón, tras lo cual el predio pasó a manos de la Armada.
El complejo era una impresionante mole de piedra con cinco pabellones de 75 metros de largo, emplazados en forma radial y que convergían en un recinto poligonal. Cada módulo, a su vez, tenía 76 celdas. La edificación fue dirigida por el ingeniero Catello Muratgia, que convirtió a los penados en albañiles y a los guardias en capataces de obra.
El lugar también fue bautizado como “la siberia criolla” y el objetivo de la construcción era eliminar delincuentes considerados de máxima peligrosidad, confinándolos en un lugar remoto, sometiéndolos a condiciones infrahumanas y a castigos extremos. Fuera del penal los internos además eran utilizados para trabajos como la construcción de calles, puentes, edificios y la explotación de los bosques.
Por esas celdas pasaron el infanticida y asesino en serie Cayetano Santos Godino, más conocido como El Petiso Orejudo; el primer homicida múltiple de la época Mateo Banks, alias “El Mististico”; y el anarquista ruso Simón Radowitzky o Radovitsky; entre otros 600 reclusos.
Y en esas mismas celdas durmió el misionero Rodríguez durante los 45 días de servicio que debió cumplir en el presidio, previo a ser derivado a otro destino aún más remoto.
“Sabíamos de los personajes como el Petiso Orejudo, pero por aquel entonces nosotros no conocíamos mucho la historia de la cárcel, no había todos los medios que hay ahora. Es más, creo que la mayoría ni tenía conocimiento de esa cárcel, pero el lugar estaba casi en las mismas condiciones en la que había dejado de funcionar”, contó Rodríguez.
Con la memoria casi intacta de aquellos tiempos describió que “nos tocaba dos por celda. La nuestra era de 2×1,50 metros y ahí entraban dos camas tipo cuchetas. Siempre nos despertábamos del frío que hacía. En la escalera donde se subía al segundo piso, en el fondo, generalmente había hielo porque la humedad se llegaba a congelar. En los pasillos había techos de vidrio que le faltaban partes y se generaban hilos de agua congelada”.

En su visita a la cárcel -ahora museo-, Juan Carlos encontró la habitación en la que dormía durante sus días de servicio.
Isla de los Estados
Pero habría un contexto aún más gélido donde cumplir servicios: la Isla de los Estados, ubicado en el extremo oriental de Tierra del Fuego, unos 30 kilómetros mar adentro.
Para llegar hasta allí había que navegar durante quince horas, atravesando el Canal de Beagle y el Estrecho de Le Maire, una ruta con condiciones climáticas extremas, corrientes de hasta 10 nudos en temporadas de tormenta y mareas de varios metros de alto.
El traslado se hacía en el buque ARA Alférez Sobral, que fue transferido a la Armada Argentina desde Estados Unidos después de combatir en la Segunda Guerra Mundial y que más tarde también luchó en la Guerra de Malvinas. La nave fue retirada en 2018 y hundida en mayo de este año.
“Después de la cárcel nos trasladaron a la Isla de los Estados, donde había una base de la Armada. Nos llevaron en el Sobral. Salimos a la tarde y llegamos al otro día. La ida fue más o menos buena, pero el regreso fue con olas de 3 o 4 metros, que para el que no está habituado era para pasarla mal. Yo pasé abrazado a un poste en la popa del barco, con náuseas, vómitos y más de noche, que no se veía nada”, recordó.
Una vez llegados se instalaron en la base que consistía en tres casillas de fibra de vidrio de 3×3 metros, separada una de la otra. “En ese lugar éramos tres: un buzo de Mar del Plata, un jujeño y yo. Ahí estuvimos con temperaturas de 15 grados bajo cero durante unos 45 días en pleno julio. Sin estufa era inhabitable. Ahí teníamos que cumplir función. Nos movilizábamos muy poco porque era todo hielo, recorríamos una parte, hasta donde se podía caminar y sino teníamos un bote para andar por la costa. En ese tiempo el inconveniente era con los chilenos, no con los ingleses todavía”, explicó.

Para llegar a la Isla de los Estados había que navegar unas 15 horas.
El regreso
Cuatro décadas después de esa experiencia, Rodríguez volvió a recorrer esos mismos paisajes, pero en un viaje que realizó mano a mano con uno de sus hijos, el influencer, blogger y comunicador Octavio, Estandap3r en las redes.
“Volver a Ushuaia era un viaje que tenía postergado. Tenía los medios, pero faltaba animarse. Fue muy emocionante regresar 43 años después y reencontrarse con parte de la historia de mi vida. Siempre fue un sueño volver y ahora se dio la oportunidad con Octavio, que es viaje y está más habituado. La verdad que pasamos muy bien y volvimos muy contentos”, contó.
Junto a Octavio volvió a ingresar a la cárcel del fin del mundo, hoy convertida en museo y al recorrer sus pasillos encontró la misma celda que fue su habitación. “Yo identifiqué mi celda porque me acuerdo que cuando entrábamos por el pasillo lo hacíamos a los trotes y ante el primer cruce de una baranda a la otra, a la derecha era mi habitación, por eso lo tenía bien memorizado”, detalló.
De aquellos días también recuerda a sus compañeros, puntualmente a uno, a otro misionero, Juan Ramón Toledo, de quién nunca más supo a pesar de haberlo buscado en tiempos modernos.
“Nos dieron de baja en febrero o marzo del 82. Éramos dos de Misiones, nos volvimos en tren desde Buenos Aires y ahí no más lo perdí. Lo busqué y nunca más”, cerró.
Historias
Kevin Bogado, de Garuhapé al mundo como comunicante en la fragata Libertad
En este preciso momento, en alguna coordenada de altamar, hay un misionero que se encuentra rumbo al puerto de Kristiansand, en Noruega. Viene de visitar Recife (Brasil) y Ferrol (España), pero aún le queda varios miles de millas náuticas por recorrer. El protagonista de esta historia es el cabo primero comunicante de la Armada Argentina y radioaficionado Kevin Bogado, quien forma parte de un viaje de instrucción a bordo del emblemático buque escuela fragata ARA Libertad.
Bogado es oriundo de Garuhapé, donde se crió junto a su madre, su padrastro y un hermano. El muchacho es padre de dos niños, Benjamín y Cloe Olivia, e inició su carrera en la Armada en 2017, apenas culminado los estudios secundarios.
De su pueblo natal viajó entonces a Posadas, donde se dirigió a la delegación naval en busca de información para luego empezar a escribir su propia historia dentro de la institución. “Al principio pensé en elegir Informática, pero finalmente me incliné por Comunicaciones”, recordó en un diálogo con la revista especializada Gaceta Marinera.
“Fue una linda experiencia donde hice muchos amigos y compañeros”, destacó Bogado sobre esa etapa y rememoró que su primer destino fue el destructor ARA Sarandí, con el cual navegó por el sur del país y conoció Ushuaia. También hizo la Campaña Antártica de Verano 2022-2023 con el rompehielos ARA Almirante Irízar.

El misionero Kevin Bogado junto a su compañera, la salteña Melisa Vega.
Comunicante
Hoy su especialidad en la fuerza es de comunicante y su presente lo ubica embarcado en la fragata Libertad, siendo parte del Viaje de Instrucción 53, cumpliendo una función clave para la navegación, el intercambio y la integración cultural.
Dentro del buque escuela, tanto Bogado, como su compañera de área, la cabo principal Melisa Vega, combinan sus funciones militares con su pasión por la radio afición, realizando transmisiones regulares que permiten interactuar con aficionados a nivel global.
Según explica Gaceta Marinera, ambos marinos operan con el indicativo (o código de canal) LU8AEU/MM. Las primeras siglas se corresponden a Libertad, mientras que la doble M refiere a Móvil Marino.
“Conocer otros equipos, otras formas de operar, salir del marco estructurado de la comunicación militar; me permitió crecer mucho profesionalmente”, admitió el misionero Bogado. “Transmitimos un mensaje del país en cada rincón del planeta”, coincidió con Vega, que es de Salta.
La travesía de la Embajadora de los Mares comenzó el 7 de junio, cuando la embarcación zarpó de Buenos Aires con un total de 270 tripulantes. El regreso está previsto para el 23 de noviembre, luego de 169 días y un recorrido de aproximadamente 22.000 millas náuticas.
En lo que va del viaje la fragata ya atracó en el puerto brasileño de Recife y en el español de Ferrol. El destino inmediato ahora es Kristiansand, una de las localidades más sureñas de Noruega.
El itinerario contempla, además, ciudades como Hamburgo (Alemania), Ámsterdam (Países Bajos), Lisboa (Portugal), Puerto Limón (Costa Rica), Baltimore (Estados Unidos), Santo Domingo (República Dominicana) y Fortaleza (Brasil).
“En mi experiencia, dentro de la Armada nunca paro de sorprenderme; cada año es distinto y eso me gusta y anima”, resaltó Bogado, que de la tierra colorada pasó a azul profundo de las aguas del mundo.
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