Historias
De Santiago de Liniers a Ecuador: el misionero que migró por amor
En el mundo, hay 281 millones de migrantes. Personas que dejaron su tierra natal por diferentes razones. A algunas las invadió las ganas de conocer cada rincón del planeta o llevan consigo un espíritu viajero. A otras, la situación económica de su país no les dejó otra alternativa y se armaron de valor para emprender un nuevo camino. También existen quienes, atravesados por el amor, viajaron a un destino desconocido antes de quedarse con un “¿qué hubiera pasado sí…?”, o están también quienes juntaron fuerzas tras una ruptura amorosa o la pérdida de un ser querido para encontrar un poco de consuelo en nuevas aventuras.
De acuerdo a un informe revelado en noviembre por la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación, a cargo de Guillermo Francos, 1,8 millones de argentinos migraron entre 2013 y 2023. Las razones seguramente son infinitas, pero lo cierto es que en este momento hay misioneros en diferentes destinos forjando experiencias y La Voz de Misiones decidió contar sus historias. Hoy, el protagonista será Franco De Olivera.
Un destino, un amor
Franco De Olivera (36) es un fotógrafo oriundo de Santiago de Liniers que hace cuatro años reside en un pueblito costero de Ecuador. En plena pandemia, cuando apenas las aerolíneas comenzaban a reactivar los vuelos internacionales, viajó al país sudamericano para reencontrarse con Karen, una ecuatoriana que conoció durante un encuentro católico para jóvenes en Panamá en enero del 2019 y con quien “pintó un amor de verano”. Tiempo después iniciaron una relación a distancia debido a la imposibilidad de verse por la situación mundial a raíz del coronavirus.
“No era la idea migrar”, reconoció Franco entrevistado por LVM, mientras recordaba sus primeros meses en el país donde nació la joven arquitecta que lo cautivó.
“El 31 de diciembre exactamente del 2020 una aerolínea habilitó un vuelo a Ecuador y yo pensé ‘me voy a la mierda’, con la locura de la pandemia, no sabíamos si el mundo continuaba o terminaba y dije ‘chau, me voy’”, contó el misionero desde Ecuador.
La idea del fotógrafo era simple: vacacionar para conocer el país y compartir momentos con Karen durante un mes. Sin embargo, agotados los días optó por quedarse más tiempo hasta que, al tercer mes, tomó la decisión definitiva de radicarse en la localidad de Chone, provincia de Manabí.
En cuánto a las dudas e incertidumbres que atravesó al comienzo, Franco sostuvo que “por momentos me pegaba como el miedo, porque el tema del amor a veces es complicado. Uno no sabe quién es la persona correcta y quién no lo es, si uno supiera se evitaría un montón de dolores de cabeza”.
La mayor preocupación para el joven era que el vínculo amoroso no prosperara con Karen y quedarse “en la calle”, ya que para ese entonces se alojaba en una vivienda familiar de la ecuatoriana y ella lo “bancaba” económicamente hasta que pudiera regularizar su situación en el país.
“Eso me daba un poquito de miedo de momento, pero como la relación fue creciendo muy bien, mi relación con ella es súper bonita, nos entendemos muy bien, para mí eso fue clave, que siempre funcionamos como pareja. Gracias a eso, creo que nunca he tenido ni un solo inconveniente, al punto de decir me tengo que ir de la casa”, confesó Franco.

Franco junto a Karen, a quien conoció en 2019.
Ganar en dólares
Antes de partir a Ecuador, el misionero de 36 años trabajaba como fotógrafo de eventos sociales y también se desempeñaba como reportero gráfico para el diario El Territorio en Eldorado.
Tuvo que reinventarse cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia y el mundo del trabajo cambio definitivamente, fue así que vio como una buena opción hacer delivery. “Ganaba súper bien porque era el boom del momento, pero no era algo que yo quería seguir haciendo, era momentáneo”, afirmó Franco.
Después esas vacaciones que había planeado para visitar a su pareja, el joven de Santiago de Liniers tenía pensado regresar a Misiones y luego emprender rumbo a Córdoba o a Buenos Aires para creer profesionalmente. Sin embargo, al enamorarse y cautivado por la moneda que maneja la economía ecuatoriana, cambió rotundamente sus planes
“Me gustaba la idea de que acá se gana en dólares, eso para mí era una ventaja. Ahí arranque y no volví a vivir más a Argentina. Sí voy una vez al año para visitar a mi familia, pero no regreso más, al menos por ahora, en algún futuro capaz que sí”, admitió.
En esa línea, explicó que, en Ecuador, a diferencia de otros países, es más accesible conseguir una visa para radicarse. “Más siendo argentino”, contó, aunque igual que todo tramite, lleva su tiempo.
Para ello, el Estado le otorgó una provisoria por dos años con la única condición de que “facture un sueldo mínimo que son unos 475 dólares, que es súper bajo y no alcanza, pero tenía que facturar eso”.
Sobre este trámite, el joven precisó: “Es súper fácil para los argentinos. Primero que tenés una visa de turismo que dura seis meses. Luego cuando estaba por completar los seis meses empecé a hacer los papeles y me dieron una visa temporaria que duraba dos años, con esa visa temporaria podía trabajar, abrir una cuenta en el banco, pagar los impuestos y con eso pude empezar a tener un estatus legal”.
Inesperadamente, cuando Franco estaba por cumplir los dos años de residencia y avanzar con los trámites, el vínculo con su pareja Karen se fortaleció y decidieron casarse: “Automáticamente, pasé a tener una visa de amparo que ya no tiene fecha de vencimiento”, contó.
Fue así que logró una estabilidad legal en Ecuador, además, de formar una familia junto a la ecuatoriana quien antes de conocerlo ya era madre de una pequeña llamada Alma: “Soy su papá de corazón”, expresó el joven.
Gastronomía: “Una cosa de locos”
Como todo migrante, Franco De Olivera atravesó dificultades para adaptarse a su nueva vida, a una nueva cultura, a nuevas formas de vincularse socialmente y, sobre todo, a una nueva gastronomía.
“Aunque esté en América, la cultura es bastante diferente. Arrancando desde la comida que acá comen full plátano, que es una variedad de la banana. Es un plátano algo verde, prácticamente banana verde digo yo y con esa cosa hacen 300 variedades de comida. Una cosa de locos”, relató el misionero entre risas durante la conversación telefónica con LVM.
Además, Franco detalló algunos de los platos que los ecuatorianos elaboran con la fruta conocida popularmente en el país como “guineo”, la cual registra un consumo per cápita (por persona) anual de 40 kilos y existen más de 60 recetas navegando por internet.
“Hacen con chicharrón, con queso, con sopa, es una locura”, dijo y añadió que para él “es pesadísimo, los primeros tres meses sufrí como un malparido con la comida”.
Charlando sobre las comidas típicas del país, el joven recordó uno de los primeros platillos tradicionales que probó: “Cuando recién había llegado, me prepararon una tortilla de desayuno, una tortilla de huevo con camarón, más algo que se llama el tigrillo, un plato que también tiene plátano verde bien molido cocido con queso y chicharrón”.
En esa línea, el misionero comparó el consumo del pan en Argentina con el arroz en Ecuador ubicándolos en el mismo nivel.
“¡Ay! El arroz le meten a todo, es como el pan nuestro que comemos en el desayuno, almuerzo y la cena. Bueno, para ellos es el arroz, si no hay arroz no hay comida prácticamente”, relató.
Otra anécdota que Franco recordó de sus primeros días de estadía en Ecuador fue cuando hacía el clásico choripán para vender y solventarse económicamente.
“Al ser argentino, le guste a quien le guste, y le pese a quien le pese, es un punto a favor. Uno dice, soy argentino y ya tenés una estrellita más, es así. Eso me ayudaba bastante, entonces decía que tenía choripanes para vender y juntaba full pedidos. Hacía con chimichurri, conseguía un chori más o menos bueno, y eso salía mucho”.

Antes de migrar, Franco fue fotógrafo de eventos, corresponsal para El Territorio y en pandemia también hizo delivery.
Viejas costumbres
Junto a su nueva familia, Franco De Olivera vive en la localidad de Chone, la cuarta ciudad más grande de la provincia Manabí, ubicada al norte, en una zona costera que alberga una población aproximada de 50.000 ecuatorianos.
“Estoy a 30 minutos de la playa, una cosa hermosa. Nosotros que somos de Misiones y si queremos una playa, playa, tenemos que viajar hasta Brasil, para mí tener una acá a 30 minutos, y es la playa encima, es algo espectacular”, destacó el joven sobre su actual ciudad.
Seguidamente, en cuanto a los pobladores y los avances de la localidad, Franco comentó: “Hay gente muy amable, servicial, realmente en ese sentido, son como los argentinos. El pueblo tiene las mismas costumbres que hace 30 años, no ha evolucionado en ese sentido, aunque hay edificios y tiene todo lo que uno necesita, si hay muchas cosas en las que para mí están atrasados, como por ejemplo en la sanidad”.
Y describió: “Vas por la calle y ves a las personas andando en bicicleta y con las gallinas colgadas en los manubrios, después hay personas que arman un triciclo y llevan a otras de un punto a otro punto, como tipo taxi, tiene muchas cosas de pueblo todavía, hay gente que para el auto en el medio de la calle para hablar con el vecino y se arma un desorden en el tránsito, con eso también sufrí bastante”.
Entre las costumbres que más le llamó la atención del lugar y que, pesé a que es “normal” para los ciudadanos de Chone, no la implementa en su rutina, Franco sostuvo que la jornada laboral va de lunes a lunes, es decir, sin día de descanso como es habitual en Argentina.
“No descansan, salvo los que trabajan en el municipio, o en alguna que otra oficina, después el normal de la gente trabaja de lunes a lunes. Para mí es chocante, porque con mi familia la costumbre es los domingos comer juntos, visitar algún pariente, vamos al río, no sé, hacemos algo. Yo los domingos acá no trabajo, me voy a la playa, hago otra cosa, que trabajen los que quieran”, sentenció el misionero.
Inseguridad
Una problemática que lo preocupa de su ciudad y del país en general son las bandas delictivas: “Ecuador está tomado por el narcotráfico, manejan todo prácticamente y es bastante inseguro en ese sentido”.
Luego, expuso una experiencia que tuvo hace aproximadamente un año cuando delincuentes lo llamaron para cobrarle un canon para trabajar en el pueblo. “Eso estuvo como de moda y fue una locura total. Tres veces intentaron vacunarme para tratar de sacarme plata y eso fue decir ‘me quiero ir’, nunca me había pasado”, expresó.
Y detalló una de la maniobras que utilizaban los “narcotraficantes” para persuadir a los trabajadores: “Me llamaron, me dijeron mi nombre, y como siempre que llama alguien podía ser un cliente nuevo, agarro la llamada, y me dicen ‘mira amigo nosotros somos’ y dice el nombre de uno de los tantos grupos que hay acá, después me dice ‘un colega tuyo nos pagó para que te demos de baja, pero a nosotros nos han hablado muy bien de ti, sabemos que sos un buen tipo, no te vamos a hacer nada pero tienes que colaborar con nosotros para que te cuidemos’”.
Afortunadamente, el joven no accedió al pedido y cortó rápidamente la comunicación para luego radicar una denuncia. Si bien está situación le provocó mucho miedo y estuvo a punto de regresar a Misiones, con el tiempo el peligro disminuyó y, adquiriendo las precauciones necesarias, decidió continuar viviendo en Ecuador.
Espíritu viajero y la familia argentina
Consultado por La Voz de Misiones si Ecuador sería el único lugar donde echaría raíces, el misionero comentó que siempre tuvo un “espíritu” viajero e incluso cuando conoció a su actual esposa en Panamá, luego de que terminara el encuentro religioso de jóvenes donde se conocieron, se quedó tres mes recorriendo “cada rincón” como mochilero: “Mochilero literal, con 10 dólares en el bolsillo”.
Asimismo, contó que tiene ocho hermanos y solamente él a decidió conocer diferentes partes del mundo. En una de esas aventuras, ya con su pareja, recientemente visitó la ciudad de Nueva York (Estados Unidos) y planea continuar forjando nuevos destinos juntos.
“Siempre fui muy aventurero, soy el loquito de la familia, porque somos nueve hermanos, y soy el único que ha viajado. Cuando estuve en Panamá en el 2019, como había hecho full amigos, me recorrí Panamá de punta a punta, fue toda una travesía, porque nunca lo había hecho, eso fue una experiencia hermosa”, relató.
Sobre el hecho de regresar a la Argentina, Franco afirmó que no está en sus planes por el momento, aunque destacó que con Javier Milei como presidente el rumbo económico “ha cambiado” y tiene esperanzas de que en el futuro el país tenga más estabilidad en ese sentido. De darse, sí tomaría como opción volver a su tierra natal acompañado de su esposa y su hija de corazón.
Mientras tanto, seducido por el país que lo acogió y le permitió equiparse con herramientas para trabajar de la fotografía, además, de montar un estudio, el misionero planea continuar construyendo su vida lejos de la Argentina.
“Creo que muchas veces estamos limitados a un lugar y creemos que no podemos progresar en otra parte y sí se puede, con esfuerzo, con dedicación y estar seguros del hecho de que se puede, porque creo que si yo me hubiera quedado en Eldorado o regresado no hubiera tenido las posibilidades o en el tema económico no estaría en las condiciones en las que estoy hoy”, cerró Franco De Olivera, uno de los tantos misioneros recorriendo el mundo y que contó su historia a LVM.
Historias
Misionera encontró a su mamá biológica después de 50 años
Con apenas 1 año, Griselda Lochner fue “arrebatada” de los brazos de su mamá biológica Rosa Lidia Cabañas. Medio siglo después, sin haber sabido nada una de la otra, madre e hija sellarán su encuentro este sábado el aeropuerto de Posadas.
“Yo lo único que sé es que cuando tenía un año de vida me arrebataron de ella y nunca más supe de ella hasta ahora que la busqué”, contó Griselda en diálogo con La Voz de Misiones.
Griselda reconoció que nunca indagó “mucho” sobre su historia, pero recuerda que hasta sus 5 años vivió con su papá biológico Teodoro Juan Lochner y su esposa en la localidad de Puerto Rico. “Aparentemente, no fui bienvenida en ese hogar y me llevaron a otro lugar que era la familia de mi madrastra, ahí la pasé bastante mal, hasta que mi padre busca de llevarme a esta otra familia”, relató a LVM.
En San Gotardo, un pequeño pueblo misionero ubicado en el departamento Libertador General San Martín, Rosa Ema Ayala recibió en su hogar a la pequeña Griselda. “Mi papá me llevó a ese lugar donde conocí a la señora, él lloraba mucho, se ve que era triste para él tener que dejarme, no sé qué pasó”, rememoró la mujer y añadió que “no fue una adopción legal”.
Un reencuentro
Rosa Ayala nunca le ocultó la verdad sobre sus orígenes a Griselda. Cuando cumplió 15 años, la joven le pidió reencontrase con su papá Teodoro. “Ella, a mí siempre, toda la vida, me explicó que ella no era mi madre. Yo le pido conocer a mi papá, porque tampoco me acordaba de él, y ella me lleva”, expresó.
El vínculo con su padre, sin embargo, duró poco. Es que Teodoro quiso que Griselda volviera a vivir con él y su esposa, pero a los 15 años ella pudo decidir y eligió quedarse con Rosa, la mujer que la había criado hasta ese momento.
“Ella me crio con todo su amor, con todo su cariño. Ahí pasé los mejores días, los mejores momentos de mi vida”, afirmó Griselda y reveló acompañó a su madre adoptiva hasta su fallecimiento por un cáncer de colon.
Teodoro volvió a su vida cuando ella tenía 35 años. “Lo volví a buscar, me volví a reencontrar con él y a los dos años él fallece. Pero logré restablecer el vínculo con él y estuvimos bien”. Nunca le preguntó a su padre por qué no la crio. “Yo nunca pregunté, nunca me interioricé en saber el por qué de las cosas. Siempre consideré que tendría sus motivos y si no me contaban, yo no busqué”.
La búsqueda de su madre
Por mucho tiempo, Griselda no indagó ni buscó saber qué había ocurrido con su mamá biológica, pero con los años cambió de parecer hasta que definitivamente pensó que sería “bueno” conocerla.
“A mi papá yo nunca le pregunté nada y él nunca me dijo nada. Su mujer me decía ‘vamos a buscar a tu mamá’. Yo al principio no me interesaba mucho, hasta ahora que de grande pensé ‘pasan los años y estaría bueno si ella realmente quiere'”, dijo a LVM.
Hace un año, junto a su madrastra, iniciaron la búsqueda de Rosa Cabañas. Fue entonces que por primera vez Griselda sacó su partida de nacimiento.
“Mi madrastra me ayuda a sacar la partida en el registro de Capioví, porque yo ni mi partida de nacimiento busqué, y ahí conseguimos el nombre de mi madre y su DNI”, detalló Griselda sobre como obtuvieron los primeros datos de su madre.
En ese momento estaba habilitado el Padrón Electoral de las últimas elecciones y fue una trabajadora del Registro de Capioví quien la ayudó a ubicar Rosa Lidia Cabañas, de 70 años, en Buenos Aires.
“Busco en el Facebook a todas las Rosas Cabaña y le escribo más o menos a todas las que podían ser”, recordó Griselda y reveló que la respuesta llegó un domingo, el mismo día de las elecciones: “Me llaman y se presenta quién sería mi hermana y mi mamá”.
Esa primera llamada telefónica fue intensa, recordó Griselda. “Ella ese día que me llamó no podía hablar, lloraba mucho, es como una emoción muy fuerte”. A Rosa su familia la describió como una mujer de 70 años con problemas de corazón, por lo que decidieron dejar las conversaciones más profundas para un encuentro presencial.
Punto de encuentro
Este sábado, Rosa Lidia Cabañas y Griselda Lochner se conocerán después de 50 años. “Ella dijo que quería venir, me preguntó si podía venir a conocerme y yo le digo que sí, no hay problema. Yo no soy juez, no soy nada y no me importa lo que pasó atrás”.
Para Griselda, el reencuentro significa una oportunidad: “Lo lindo es que nos reencontremos, que cerremos un ciclo de nuestra vida que es necesario muchas veces para cada uno”, dijo.
“Es la primera vez que voy a tener un recuerdo de mi mamá biológica”, afirmó emocionada la mujer.
Griselda es madre de siete hijos, “la más grande tiene 27 años y la más chica 17”, vive en Posadas y atraviesa estos días con una mezcla de ansiedad y emoción: “Estoy muy emocionada y espero, ansiosa, para conocerla y comenzar a vivir el mucho o poco tiempo que tengamos las dos para compartir. A lo mejor no vamos a estar siempre juntas, pero estamos juntas por mensaje y sabiendo la una de la otra”, cerró.
Historias
Juan Rodríguez y un volver a los días de colimba en la cárcel del fin del mundo
Corría el año tanto 1981, Juan Carlos Rodríguez cumplía 18 y debía empezar la colimba. Hasta allí, una habitabilidad para la época, pero lo singular iba a ser su destino: Ushuaia. Pero no solo eso. Su nuevo domicilio por los próximos meses iba a ser la mismísima cárcel del fin del mundo, que a comienzos del siglo XX también supo albergar a míticos criminales argentinos como el Petiso Orejudo.
Con la mayoría de edad recién cumplida, Rodríguez debió dejar su Apóstoles natal y embarcarse en un viaje de 4.000 kilómetros, cambiando el calor misionero por el frío el austral, la tierra colorada por los campos de hielo y la habitación de su casa por una antigua celda de apenas 2 x 1,50 metros a compartir con otro conscripto al servicio militar obligatorio.
“Primero hicimos la revisión médica para ver si éramos apto o no. Yo tenía sorteo alto, así que me convocaron. Tuvimos una etapa de instrucción que duró un mes en Bahía Blanca y una vez instruidos con lo básico te derivaban a los puntos donde la Armada tenía sus bases. A mí me tocó el sur, me tocó Ushuaia. Éramos seis soldados y pertenecíamos a la Agrupación Lanchas Rápidas. Me acuerdo que nos costó llegar porque el avión no podía aterrizar. Fue difícil durante los primeros tiempos, pero dentro de todos nos adaptamos”, contó Rodríguez para La Voz de Misiones.

Juan Carlos Rodríguez estuvo un tiempo en la cárcel del fin del mundo y después estuvo en la Isla de los Estados.
Presidio Nacional
Apenas aterrizado en la ciudad más austral del mundo, su primer destino fue el antiguo Presidio Nacional, cárcel que en 1902 fue construida para albergar a los presos más peligrosos del país y que en 1947 fue cerrada por disposición del presidente Juan Domingo Perón, tras lo cual el predio pasó a manos de la Armada.
El complejo era una impresionante mole de piedra con cinco pabellones de 75 metros de largo, emplazados en forma radial y que convergían en un recinto poligonal. Cada módulo, a su vez, tenía 76 celdas. La edificación fue dirigida por el ingeniero Catello Muratgia, que convirtió a los penados en albañiles y a los guardias en capataces de obra.
El lugar también fue bautizado como “la siberia criolla” y el objetivo de la construcción era eliminar delincuentes considerados de máxima peligrosidad, confinándolos en un lugar remoto, sometiéndolos a condiciones infrahumanas y a castigos extremos. Fuera del penal los internos además eran utilizados para trabajos como la construcción de calles, puentes, edificios y la explotación de los bosques.
Por esas celdas pasaron el infanticida y asesino en serie Cayetano Santos Godino, más conocido como El Petiso Orejudo; el primer homicida múltiple de la época Mateo Banks, alias “El Mististico”; y el anarquista ruso Simón Radowitzky o Radovitsky; entre otros 600 reclusos.
Y en esas mismas celdas durmió el misionero Rodríguez durante los 45 días de servicio que debió cumplir en el presidio, previo a ser derivado a otro destino aún más remoto.
“Sabíamos de los personajes como el Petiso Orejudo, pero por aquel entonces nosotros no conocíamos mucho la historia de la cárcel, no había todos los medios que hay ahora. Es más, creo que la mayoría ni tenía conocimiento de esa cárcel, pero el lugar estaba casi en las mismas condiciones en la que había dejado de funcionar”, contó Rodríguez.
Con la memoria casi intacta de aquellos tiempos describió que “nos tocaba dos por celda. La nuestra era de 2×1,50 metros y ahí entraban dos camas tipo cuchetas. Siempre nos despertábamos del frío que hacía. En la escalera donde se subía al segundo piso, en el fondo, generalmente había hielo porque la humedad se llegaba a congelar. En los pasillos había techos de vidrio que le faltaban partes y se generaban hilos de agua congelada”.

En su visita a la cárcel -ahora museo-, Juan Carlos encontró la habitación en la que dormía durante sus días de servicio.
Isla de los Estados
Pero habría un contexto aún más gélido donde cumplir servicios: la Isla de los Estados, ubicado en el extremo oriental de Tierra del Fuego, unos 30 kilómetros mar adentro.
Para llegar hasta allí había que navegar durante quince horas, atravesando el Canal de Beagle y el Estrecho de Le Maire, una ruta con condiciones climáticas extremas, corrientes de hasta 10 nudos en temporadas de tormenta y mareas de varios metros de alto.
El traslado se hacía en el buque ARA Alférez Sobral, que fue transferido a la Armada Argentina desde Estados Unidos después de combatir en la Segunda Guerra Mundial y que más tarde también luchó en la Guerra de Malvinas. La nave fue retirada en 2018 y hundida en mayo de este año.
“Después de la cárcel nos trasladaron a la Isla de los Estados, donde había una base de la Armada. Nos llevaron en el Sobral. Salimos a la tarde y llegamos al otro día. La ida fue más o menos buena, pero el regreso fue con olas de 3 o 4 metros, que para el que no está habituado era para pasarla mal. Yo pasé abrazado a un poste en la popa del barco, con náuseas, vómitos y más de noche, que no se veía nada”, recordó.
Una vez llegados se instalaron en la base que consistía en tres casillas de fibra de vidrio de 3×3 metros, separada una de la otra. “En ese lugar éramos tres: un buzo de Mar del Plata, un jujeño y yo. Ahí estuvimos con temperaturas de 15 grados bajo cero durante unos 45 días en pleno julio. Sin estufa era inhabitable. Ahí teníamos que cumplir función. Nos movilizábamos muy poco porque era todo hielo, recorríamos una parte, hasta donde se podía caminar y sino teníamos un bote para andar por la costa. En ese tiempo el inconveniente era con los chilenos, no con los ingleses todavía”, explicó.

Para llegar a la Isla de los Estados había que navegar unas 15 horas.
El regreso
Cuatro décadas después de esa experiencia, Rodríguez volvió a recorrer esos mismos paisajes, pero en un viaje que realizó mano a mano con uno de sus hijos, el influencer, blogger y comunicador Octavio, Estandap3r en las redes.
“Volver a Ushuaia era un viaje que tenía postergado. Tenía los medios, pero faltaba animarse. Fue muy emocionante regresar 43 años después y reencontrarse con parte de la historia de mi vida. Siempre fue un sueño volver y ahora se dio la oportunidad con Octavio, que es viaje y está más habituado. La verdad que pasamos muy bien y volvimos muy contentos”, contó.
Junto a Octavio volvió a ingresar a la cárcel del fin del mundo, hoy convertida en museo y al recorrer sus pasillos encontró la misma celda que fue su habitación. “Yo identifiqué mi celda porque me acuerdo que cuando entrábamos por el pasillo lo hacíamos a los trotes y ante el primer cruce de una baranda a la otra, a la derecha era mi habitación, por eso lo tenía bien memorizado”, detalló.
De aquellos días también recuerda a sus compañeros, puntualmente a uno, a otro misionero, Juan Ramón Toledo, de quién nunca más supo a pesar de haberlo buscado en tiempos modernos.
“Nos dieron de baja en febrero o marzo del 82. Éramos dos de Misiones, nos volvimos en tren desde Buenos Aires y ahí no más lo perdí. Lo busqué y nunca más”, cerró.
Historias
Kevin Bogado, de Garuhapé al mundo como comunicante en la fragata Libertad
En este preciso momento, en alguna coordenada de altamar, hay un misionero que se encuentra rumbo al puerto de Kristiansand, en Noruega. Viene de visitar Recife (Brasil) y Ferrol (España), pero aún le queda varios miles de millas náuticas por recorrer. El protagonista de esta historia es el cabo primero comunicante de la Armada Argentina y radioaficionado Kevin Bogado, quien forma parte de un viaje de instrucción a bordo del emblemático buque escuela fragata ARA Libertad.
Bogado es oriundo de Garuhapé, donde se crió junto a su madre, su padrastro y un hermano. El muchacho es padre de dos niños, Benjamín y Cloe Olivia, e inició su carrera en la Armada en 2017, apenas culminado los estudios secundarios.
De su pueblo natal viajó entonces a Posadas, donde se dirigió a la delegación naval en busca de información para luego empezar a escribir su propia historia dentro de la institución. “Al principio pensé en elegir Informática, pero finalmente me incliné por Comunicaciones”, recordó en un diálogo con la revista especializada Gaceta Marinera.
“Fue una linda experiencia donde hice muchos amigos y compañeros”, destacó Bogado sobre esa etapa y rememoró que su primer destino fue el destructor ARA Sarandí, con el cual navegó por el sur del país y conoció Ushuaia. También hizo la Campaña Antártica de Verano 2022-2023 con el rompehielos ARA Almirante Irízar.

El misionero Kevin Bogado junto a su compañera, la salteña Melisa Vega.
Comunicante
Hoy su especialidad en la fuerza es de comunicante y su presente lo ubica embarcado en la fragata Libertad, siendo parte del Viaje de Instrucción 53, cumpliendo una función clave para la navegación, el intercambio y la integración cultural.
Dentro del buque escuela, tanto Bogado, como su compañera de área, la cabo principal Melisa Vega, combinan sus funciones militares con su pasión por la radio afición, realizando transmisiones regulares que permiten interactuar con aficionados a nivel global.
Según explica Gaceta Marinera, ambos marinos operan con el indicativo (o código de canal) LU8AEU/MM. Las primeras siglas se corresponden a Libertad, mientras que la doble M refiere a Móvil Marino.
“Conocer otros equipos, otras formas de operar, salir del marco estructurado de la comunicación militar; me permitió crecer mucho profesionalmente”, admitió el misionero Bogado. “Transmitimos un mensaje del país en cada rincón del planeta”, coincidió con Vega, que es de Salta.
La travesía de la Embajadora de los Mares comenzó el 7 de junio, cuando la embarcación zarpó de Buenos Aires con un total de 270 tripulantes. El regreso está previsto para el 23 de noviembre, luego de 169 días y un recorrido de aproximadamente 22.000 millas náuticas.
En lo que va del viaje la fragata ya atracó en el puerto brasileño de Recife y en el español de Ferrol. El destino inmediato ahora es Kristiansand, una de las localidades más sureñas de Noruega.
El itinerario contempla, además, ciudades como Hamburgo (Alemania), Ámsterdam (Países Bajos), Lisboa (Portugal), Puerto Limón (Costa Rica), Baltimore (Estados Unidos), Santo Domingo (República Dominicana) y Fortaleza (Brasil).
“En mi experiencia, dentro de la Armada nunca paro de sorprenderme; cada año es distinto y eso me gusta y anima”, resaltó Bogado, que de la tierra colorada pasó a azul profundo de las aguas del mundo.
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