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Buscan restos de aeronaves argentinas derribadas durante la guerra de Malvinas 

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Malvinas

Se creía que habían caído al mar, pero una nueva investigación asegura que cayeron en tierra y los restos de las naves y sus tripulantes, están hace 40 años en un islote cuyo nombre rinde homenaje a un explorador francés. 

Se trata del helicóptero Puma AE-505, del Ejército Argentino, y del avión Dagger C-433, de la Fuerza Aérea Argentina, derribados durante la guerra del Atlántico Sur en dos diferentes misiones de combate. 

Durante décadas se creyó que el helicóptero fue alcanzado por un misil y había caído al mar, pero por documentos de veteranos, cálculos de navegación y documentos desclasificados por el gobierno de Gran Bretaña, aportaron nuevos y concluyentes datos.

Los restos del avión Dagger C-433 de la Fuerza Aérea Argentina ya fueron localizados, en la Isla Bougainville, en el suroeste, frente a la Isla Soledad, pero todavía no se halló la estructura de la cabina, donde se supone podrían estar los restos del piloto. 

“Desde que aparecieron estos nuevos datos y renació la esperanza, mucha gente se sumó al proyecto. Necesitamos que nos ayuden”, dijo Luis Ángel Bennardi, coronel de Comunicaciones, aviador del Ejército Argentino, y parte del proyecto.  

Bennardi explicó que se trata de “una misión humanitaria que nos trasciende: llevarle tranquilidad a las familias y poder cerrar un capítulo”.  

“Que estos tres tripulantes puedan tener una sepultura con los honores que les corresponde”, pidió. 

El piloto abatido

En 1982, José Ardiles era primer teniente y se encontraba prestando servicios como piloto de Mirage M-5 Dagger, en la VI Brigada Aérea, con asiento en la ciudad de Tandil.  

El 1 de mayo de 1982, el día de bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina, el Mirage M-5 Dagger de Ardiles, matrícula C-433, despegó hacia Malvinas, armado con cañones de 30 mm y dos misiles Shaffrir.   

Inconvenientes técnicos, impidieron el despegue de otro caza, y Ardiles continuó solo. El centro de información y control de Malvinas lo guio para la intercepción de un eco que parecía un Sea Harrier inglés, pero de pronto el piloto argentino se encontró con dos aviones enemigos.  

Los aviones ingleses habían despegado del portaaviones HMS Hermes. Ardiles le presentó combate y disparó uno de sus misiles Shaffrir, pero una maniobra de su piloto alcanzó para esquivar el impacto.   

El combate aéreo fue breve. Ardiles fue derribado por un misil Sidewinder, disparado por el otro Sea Harrier inglés. Su avión explotó en el aire, y el teniente primero Ardiles murió en el acto.   

Los restos del Dagger se localizaron en la isla donde se supone también está el helicóptero Puma.  

Ardiles fue el cuarto piloto de la Fuerza Aérea Argentina en caer en combate, en Malvinas. El Estado argentino le otorgó la Medalla al Valor en 2002.  

La misión suicida  

A las 9:05 del 9 de mayo, la base aérea del Ejército en Malvinas recibió el siguiente mensaje: “Aquí Narwal. Somos atacados por aviones ingleses en la latitud 52 45′ Sur y longitud 58 02′ Oeste. Tenemos heridos graves”.  

El Narwal era un barco pesquero perteneciente a la Compañía Sudamericana de Pesca, que operaba en aguas argentinas desde febrero de 1975.   

Simulaba realizar tareas de pesca al Este de Puerto Argentino, pero su misión era la de efectuar inteligencia sobre la flota británica, y llevaba a bordo al teniente de navío Juan Carlos González Llanos.  

Para los ingleses, el buque no era una presencia nueva. El almirante Sandy Woodward, que estaba al mando del grupo expedicionario británico, ordenó hundirlo y envió dos Sea Harrier armados con bombas de 500 kilos y cañones de 30 mm. El ataque fue mortal para el Narwal.  

Como el barco se hundía, el capitán ordenó abandonarlo. Ya en las balsas, los marineros escucharon, sobre las nubes, el motor de un helicóptero grande. Pensaron que era argentino. Era un Sea King inglés con orden de rematarlo.  

En su rescate, el Ejército argentino envió el helicóptero Puma Alfa Eco 505, cargado con sogas, botes y chalecos salvavidas y víveres, y dos handies con frecuencia naval para poder comunicarse con los náufragos.  

En el helicóptero iban tres hombres: el teniente Juan Carlos Buschiazzo, el teniente primero Roberto Mario Fiorito, y el sargento mecánico Horacio Raúl Dimotta.   

Sabían el peligro que corrían en un teatro de operaciones donde la presencia británica comenzaba a hacerse dominante.   

El helicóptero con Buschiazzo, Fiorito y Dimotta despegó minutos antes de las 4 de la tarde. Su presencia en al aire fue descubierta poco después por los radares británicos. Fue derribado por un misil Sea Dart disparado desde la fragata Coventry.  

Al día siguiente, se mandaron tres vuelos de búsqueda, un Augusta de Ejército, después un Pucará y por último un Aeromacchi, que bordearon la costa sin divisar nada.  

El misterio duró hasta 2018, en que salieron a la luz nuevos datos que ubican la nave en la isla Bouganville, también conocida como Lively Island y cuyo nombre recuerda a Louise Antoine de Bouganville, un francés que en 1763 fundó la colonia de Port St. Louis, hoy Puerto Soledad.   

El abogado y reservista Mariano Sciaroni, parte del equipo de búsqueda, afirma que a través de quien fue oficial de vuelo de la fragata HMS Avenger, el helicóptero argentino fue localizado en la isla en los días que siguieron al ataque.  “Estaba muy quemado, no vi restos humanos, por suerte”, contó que le dijo el exmilitar inglés.  

La búsqueda 

Sciaroni explicó al diario porteño Página/12 que la nueva búsqueda de las aeronaves tropieza hasta ahora con el permiso del gobierno de las islas para volar hacia allá. 

“Las restricciones por la pandemia terminaron en julio. Pero las autoridades isleñas dijeron que ya habían hecho una búsqueda”, relató Sciaroni. 

La organización, sin embargo, insistió ante el gobierno isleño con una nueva requisitoria, cuya respuesta aguardan.  

“Mandaron a la policía a preguntar si había un helicóptero o no. Pero no hicieron una búsqueda. Por eso, este es un pedido a las autoridades de las islas para que nos dejen ir a buscar las aeronaves”, afirmó. 

“Queremos que nos dejen buscarlo de forma metódica. Es un avión que cayó hace 40 años. Va a requerir un montón de cuestiones y todo con la delicadeza necesaria de saber que se puede encontrar un resto humano”, señaló. 

Sciaroni llegó al equipo de búsqueda invitado por Bennardi, por sus conocimientos e investigaciones sobre la guerra de 1982. 

“Me puse a investigar la documentación que tenía, en los archivos británicos desclasificados, y al día siguiente le dije que se había caído sobre tierra”, contó Sciaroni.  

“Ese fue el puntapié inicial. Luego hicimos un congreso de helicópteros y preparamos una ponencia sobre este tema. Y todo el mundo se quedó sorprendido”, contó. 

El aviador explicó al diario porteño que más allá de lo que significa para la reconstrucción de la memoria histórica en torno a la guerra, el corazón de la misión es dar con los restos de los cuatro tripulantes caídos en aquellos días de mayo de 1982 en el cielo de Malvinas. 

“El militar encuentra paz en saber que si se muere lo van a buscar. A vos te mandan a África, pero el militar va sabiendo que, si se muere, lo van a ir a buscar. Por él y sus familiares”, dijo Sciaroni. 

La última foto de Buschiazzo, parado en extremo derecho, y Fiorito, parado. Dimotta no aparece.

Los padres de la búsqueda: el coronel Luis Bennardi y el subteniente de reserva Mariano Sciaroni.

El primer teniente José Ardiles, caído en Malvinas y cuyos restos se buscan.


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Posadeño migró hace 10 años: “Misiones no tiene nada que envidiar al mundo”

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Posadeño migró hace 10 años: “Misiones no tiene nada que envidiar al mundo”

Con el objetivo de aprender inglés y vivir la experiencia para luego regresar a la tierra colorada, sin imaginar que se convertiría en un migrante más, Sebastián Ramírez partió en 2014 rumbo a Nueva Zelanda con una visa de estudio que le abrió el camino a conocer otros destinos, aunque no olvida ni menosprecia la tierra colorada. “Misiones no tiene nada que envidiarle a otros lugares”, afirmó el posadeño en conversación telefónica con LVM.

“Yo estudiaba turismo, me gustaba viajar, pero no era mi idea irme y no volver. La idea era irme y aprender inglés. Sabía que en Nueva Zelanda se trabajaba bien, entonces la idea era ahorrar un poco de plata, tener esa experiencia y volverme al año”, recordó el ex estudiante de la Universidad Nacional de Misiones (Unam) sobre aquella decisión que cambió sus planes por completo.

El comienzo del viaje

Mientras estudiaba y vivía la experiencia en el país ubicado en el Pacífico Sur, el posadeño de 34 años conoció a personas que “te abren un poco a todas las oportunidades y empezas a ver que hay otras cosas para hacer. Es un país muy abierto al mundo y hay muchos viajeros”.

Entre charlas, datos e información adquirida en ese tiempo, con amistades que fue forjando y teniendo en cuenta también la alta demanda de trabajo bien remunerado en Nueva Zelanda, Ramírez optó por alargar su estadía fuera de su país natal.

Empecé a trabajar en una fábrica de empaquetados en la isla sur de Nueva Zelanda, que me ofrecieron la visa. Me quedé porque me gustó y estaba aprendiendo. Ahí empezó mi viaje”, relató Sebastián.

Un poco más de tres años vivió el posadeño en Nueva Zelanda, hasta que, cansado del frío y ante las buenas referencias que recibió por parte de viajeros y amigos sobre Australia, nuevamente armó las valijas y desembarcó en un nuevo destino.

“Me comentaban que se ganaba mejor y que el clima era más lindo, entonces vi esa oportunidad y me saqué la visa”, contó Sebastián a LVM y añadió: “Ahí cuesta un poco más, pero en realidad hay mucho trabajo. Básicamente, era mirar el mapa y decir ‘a ver qué ciudad linda quiero ir o conocer’ y caer ahí a buscar trabajo. Literal a la semana estás trabajando de lo que sea”.

Posadeño migró hace 10 años: “Misiones no tiene nada que envidiar al mundo”

El misionero trabajando en un campo de flores en Byron Bay, Australia.

Poder adquisitivo

En cuanto a las ofertas laborales en Australia, Sebastián detalló: “Hay muchos trabajos de campo, recolección de frutas, en hoteles, restaurantes, todos fáciles de conseguir, por decirlo así”. En esa línea, destacó la posibilidad de ser “prescindible” en estos puestos que permite a los migrantes estar en constante movimiento.

“Mi idea era viajar y allá es todo por semana, te pagan el sueldo por semana, entonces tenés otra dinámica de cobrar, de viajar. El alquiler también tenés que pagar por semana. Entonces, básicamente, la ecuación es: un día que trabajes pagas el alquiler, el segundo la comida, el tercer día tus gastos y lo otro ahorras, porque te permite ahorrar también”, reveló el posadeño.

Consultado por La Voz de Misiones si se desempeñaría dentro de estos rubros estando Argentina, Sebastián respondió firmemente: “La verdad que no”.

Y argumentó: “Por el sueldo más que nada, los trabajos no están bien remunerados, uno tiene que trabajar mucho más para poder tener algo y en Australia o Nueva Zelanda se puede progresar muy rápido. Haces unas horas extras y ya te compras una zapatilla que te gustó y no tenés que estar pensando en pagar en cuotas. Al final uno se desvive por algo que debería ser normal tenerlo”.

Si bien no realizaría los mismos empleos en Argentina que en el exterior, el joven sostuvo que lo importante es “acomodarse a la ciudad” y enfatizó el rol que ocupan otros migrantes que atraviesan el “mismo sentimiento”.

“Estás hablando con alguien que estudió arquitectura y de repente estamos haciendo lo mismo. Te iguala mucho al otro y te hace más empático también a la hora de salir a otro lado, ver a una persona trabajando y decís ‘yo pasé por eso también y sé lo difícil que es’”, reflexionó y agregó: “Cuando uno llega con ganas de hacer una cosa u otra y al final se encuentra haciendo un trabajo que no tiene que ver con lo que estudió o imaginó, como que te baja un poco los pies a tierra”.

Sobre cómo es la modalidad para alquilar en los países que estuvo, el joven comentó que es muy común que entre varias personas paguen semanalmente una vivienda con varias habitaciones y compartan los espacios comunes, ante los altos costos para abonar un lugar mensual en caso de querer vivir solo.

“No es que uno alquila un departamento para uno, se comparte. Son casas grandes que alquilas entre tres o cuatro amigos la habitación, es así más o menos como se manejan. Si querés vivir solo ya es otra historia. Los alquileres son altos, entonces la gente comparte mucho”, precisó.

También comentó que familias en las que los hijos se han independizado alquilan sus habitaciones, dándole al inquilino autonomía: “Está como bien visto, no es algo raro, lo alquilan. No por necesidad, sino porque por ahí están aburridos, conocen gente, te dan tu privacidad, si querés compartir con ellos también”.

Posadeño migró hace 10 años: “Misiones no tiene nada que envidiar al mundo”

Sebastián en una playa de Noosa, la ciudad donde vivió dos años en Australia.

Dificultades de un migrante

Para Sebastián, una de las mayores dificultades que se le presentó como migrante, además de extrañar a sus vínculos cercanos y la cultura argentina, fue el idioma, pese a que tenía un conocimiento básico adquirido durante sus años de escolaridad.

“Es una traba para conseguir trabajos mejores pagos, como no sabes inglés, yo me fui pensando que tenía más o menos una idea con el inglés de la escuela, pero no, una vez que llegas ahí, no entendés nada”, afirmó el posadeño.

Sin embargo, la gran presencia de latinos en diferentes partes del mundo ayuda a que los nuevos migrantes puedan sobrellevar la situación los primeros meses hasta que mejoran su desempeño en el idioma.

“En la mayoría de los trabajos vas a encontrar un latino, que es el que se encarga de darte la bienvenida y ayudarte en todo”, relató Sebastián y recordó la vez en la que se cruzó con un misionero en un trabajo y después de hablar un rato en inglés ambos se dieron cuenta de que ambos eran misioneros: “Fue muy gracioso”.

Cultura argenta

Con respecto a la gastronomía de Nueva Zelanda y Australia, el posadeño comentó que “no tienen su propia cultura de comida, entonces son más de las comidas asiáticas, o de la India. Ahí sí que se extrañaba un poco la argentina, la milanesa, las empanadas, los asados“.

Por la gran diferencia gastronómica, sus planes con sus amigos siempre tenían como objetivo un platillo argentino. “Con lo que conseguíamos, porque no encontrás las mismas cosas como la tapa de empanada o el Fernet, no es tan fácil”.

Cuando se habla de cultura argentina es imposible no pensar en los bares con una tele sintonizada en un canal deportivo, transmitiendo algún partido, ya sea local o no, que acompaña el momento de la comida o un encuentro con amigos, una costumbre que el hincha del Club Atlético Boca Juniors solo revive durante sus visitas a la familia en la tierra colorada.

“A mí me gusta mucho mirar fútbol, al principio extrañaba, esa cultura futbolera no hay allá, es mucho rugby. En Argentina te vas a un bar y están mirando fútbol y uno mientras está tomando una birra ojeas por ahí el partido, allá era rugby, llegabas y en todos los bares estaban mirando eso. No entendía nada”, relató Ramírez entre risas y confesó que ahora solo cuando tiene tiempo, y por la diferencia horaria, mira los partidos de su equipo.

El amor

El deseo del joven posadeño no es radicarse en un lugar definitivo, por el momento, lo que hizo que sus primeros vinculos amorosos fuera del país sean “esporádicos” y “muy intensos” a la hora de partir a otro rumbo desconocido.

Sin embargo, cuando trabajaba en la isla australiana Keppel tuvo la “fortuna” de conocer y enamorarse de una salteña, quien ahora es su compañera de viaje.

“Al estar viajando se crean lazos muy fuertes y esporádicos, porque es muy difícil conectar con alguien que también tenga la misma ganas que vos o viajar por los mismos lugares, entonces las conexiones son muy lindas y después las despedidas muy intensas, pero tuve la suerte de conocer a Juli ahora que es mi novia“, relató a LVM.

Y comentó: “Éramos 50 habitantes. Ella es de Salta. Hay gente de todo el mundo, pero al final uno conecta a nivel profundo con alguien que comparte más cosas”.

“No sé si hay un país más hermoso”

Además de Nueva Zelanda y Australia, el misionero Sebastián Ramírez recorrió Asía por medio de voluntariados, algo que “es muy común entre los migrantes” explicó: “No necesitas tener mucha plata, obviamente el pasaje, pero hay páginas que te conectan con gente para hacer voluntariados de todo tipo y es más fácil”.

En esa línea, precisó que existen sitios web donde se paga una membrecía por año alrededor de 50 dólares que “puede sonar caro, pero a la vez te da un año, si sos organizado, podés conectar con gente que busca personas para que le ayuden en ciertas cosas, trabajas tres horas al día y te dan hospedaje y comida, está bueno también porque te metes más en la cultura de la gente, esa experiencia fue hermosa”.

Posadeño migró hace 10 años: “Misiones no tiene nada que envidiar al mundo”

El posadeño haciendo voluntariado en un Templo Budista en Málaga.

Otro destino que conoció el misionero fue Tailandia, un país ubicado en el sudeste asiático famoso por sus playas tropicales, acostumbrado a recibir a miles de turistas por año.

“Como a mí me gusta la playa y me gustó mucho la cultura tailandesa, estuve en Koh Phangan por tres meses. Me encantó su cultura, su comida, la gente muy feliz. Yo me iba con la idea de que quizás era medio peligroso, pero la verdad que para nada, la gente muy amable y preparada para el turista y muy abiertos a que conozcas su cultura, Tailandia me pareció un lugar hermoso”, expresó.

Actualmente, el joven trotamundos de 34 años desembarcó en Barcelona (España) donde planea vivir unos dos años, mientras tramita su visa y aprovecha para desenvolverse en un rubro que le apasiona: “Soy DJ también y acá hay mucha movida así para tocar música, pienso quedarme un tiempito”.

En cuanto Argentina, Sebastián analizó que entre los diferentes lugares que visitó en estos últimos años no imagina “si hay un país más hermoso que el nuestro”, al tiempo que recordó una anécdota junto a sus amigos que le hizo valorar más su provincia natal.

“El primer año que salí en Nueva Zelanda, que es todo montaña, otro tipo de lagos, de paisajes. Un día organizamos para ir a una cascada, yo no miré la foto, era una hora caminando. Fuimos y era una cascada chiquitita, por decirlo así, y ellos estaban emocionados, decían ‘que lindo’, se metían y yo, acostumbrado a otra cosa, dentro mío, pensaba caminamos una hora para ver esta cosita”, relató el joven.

Y reflexionó: “Claro, ahí se da cuenta uno de donde viene y las cosas que tiene y que no las ves como es, lo hermoso que es tener un patio y caminar descalzo, la naturaleza, por ahí lo que más extraño es tener un patio o caminar descalzo”.

Por último, sobre la tierra colorada, Sebastián afirmó: “Misiones no tiene nada que envidiar a muchos lugares del mundo. Somos privilegiados de tener esa provincia tan hermosa con naturaleza. Uno no lo valora como debería, lástima la economía. Lo único que le queda a Argentina es mejorar su economía, el día que lo haga yo me vuelvo. Me gusta viajar, pero nuestro país es el mejor del mundo”.


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De Santiago de Liniers a Ecuador: el misionero que migró por amor

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Ecuador

En el mundo, hay 281 millones de migrantes. Personas que dejaron su tierra natal por diferentes razones. A algunas las invadió las ganas de conocer cada rincón del planeta o llevan consigo un espíritu viajero. A otras, la situación económica de su país no les dejó otra alternativa y se armaron de valor para emprender un nuevo camino. También existen quienes, atravesados por el amor, viajaron a un destino desconocido antes de quedarse con un “¿qué hubiera pasado sí…?”, o están también quienes juntaron fuerzas tras una ruptura amorosa o la pérdida de un ser querido para encontrar un poco de consuelo en nuevas aventuras.

De acuerdo a un informe revelado en noviembre por la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación, a cargo de Guillermo Francos, 1,8 millones de argentinos migraron entre 2013 y 2023. Las razones seguramente son infinitas, pero lo cierto es que en este momento hay misioneros en diferentes destinos forjando experiencias y La Voz de Misiones decidió contar sus historias. Hoy, el protagonista será Franco De Olivera.

Un destino, un amor

Franco De Olivera (36) es un fotógrafo oriundo de Santiago de Liniers que hace cuatro años reside en un pueblito costero de Ecuador. En plena pandemia, cuando apenas las aerolíneas comenzaban a reactivar los vuelos internacionales, viajó al país sudamericano para reencontrarse con Karen, una ecuatoriana que conoció durante un encuentro católico para jóvenes en Panamá en enero del 2019 y con quien “pintó un amor de verano”. Tiempo después iniciaron una relación a distancia debido a la imposibilidad de verse por la situación mundial a raíz del coronavirus.

“No era la idea migrar”, reconoció Franco entrevistado por LVM, mientras recordaba sus primeros meses en el país donde nació la joven arquitecta que lo cautivó.

“El 31 de diciembre exactamente del 2020 una aerolínea habilitó un vuelo a Ecuador y yo pensé ‘me voy a la mierda’, con la locura de la pandemia, no sabíamos si el mundo continuaba o terminaba y dije ‘chau, me voy’”, contó el misionero desde Ecuador.

La idea del fotógrafo era simple: vacacionar para conocer el país y compartir momentos con Karen durante un mes. Sin embargo, agotados los días optó por quedarse más tiempo hasta que, al tercer mes, tomó la decisión definitiva de radicarse en la localidad de Chone, provincia de Manabí.

En cuánto a las dudas e incertidumbres que atravesó al comienzo, Franco sostuvo que “por momentos me pegaba como el miedo, porque el tema del amor a veces es complicado. Uno no sabe quién es la persona correcta y quién no lo es, si uno supiera se evitaría un montón de dolores de cabeza”.

La mayor preocupación para el joven era que el vínculo amoroso no prosperara con Karen y quedarse “en la calle”, ya que para ese entonces se alojaba en una vivienda familiar de la ecuatoriana y ella lo “bancaba” económicamente hasta que pudiera regularizar su situación en el país.

“Eso me daba un poquito de miedo de momento, pero como la relación fue creciendo muy bien, mi relación con ella es súper bonita, nos entendemos muy bien, para mí eso fue clave, que siempre funcionamos como pareja. Gracias a eso, creo que nunca he tenido ni un solo inconveniente, al punto de decir me tengo que ir de la casa”, confesó Franco.

Franco junto a Karen, a quien conoció en 2019.

Ganar en dólares

Antes de partir a Ecuador, el misionero de 36 años trabajaba como fotógrafo de eventos sociales y también se desempeñaba como reportero gráfico para el diario El Territorio en Eldorado.

Tuvo que reinventarse cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia y el mundo del trabajo cambio definitivamente, fue así que vio como una buena opción hacer delivery. “Ganaba súper bien porque era el boom del momento, pero no era algo que yo quería seguir haciendo, era momentáneo”, afirmó Franco.

Después esas vacaciones que había planeado para visitar a su pareja, el joven de Santiago de Liniers tenía pensado regresar a Misiones y luego emprender rumbo a Córdoba o a Buenos Aires para creer profesionalmente. Sin embargo, al enamorarse y cautivado por la moneda que maneja la economía ecuatoriana, cambió rotundamente sus planes

Me gustaba la idea de que acá se gana en dólares, eso para mí era una ventaja. Ahí arranque y no volví a vivir más a Argentina. Sí voy una vez al año para visitar a mi familia, pero no regreso más, al menos por ahora, en algún futuro capaz que sí”, admitió.

En esa línea, explicó que, en Ecuador, a diferencia de otros países, es más accesible conseguir una visa para radicarse. “Más siendo argentino”, contó, aunque igual que todo tramite, lleva su tiempo.

Para ello, el Estado le otorgó una provisoria por dos años con la única condición de que “facture un sueldo mínimo que son unos 475 dólares, que es súper bajo y no alcanza, pero tenía que facturar eso”.

Sobre este trámite, el joven precisó: “Es súper fácil para los argentinos. Primero que tenés una visa de turismo que dura seis meses. Luego cuando estaba por completar los seis meses empecé a hacer los papeles y me dieron una visa temporaria que duraba dos años, con esa visa temporaria podía trabajar, abrir una cuenta en el banco, pagar los impuestos y con eso pude empezar a tener un estatus legal”.

Inesperadamente, cuando Franco estaba por cumplir los dos años de residencia y avanzar con los trámites, el vínculo con su pareja Karen se fortaleció y decidieron casarse: “Automáticamente, pasé a tener una visa de amparo que ya no tiene fecha de vencimiento”, contó.

Fue así que logró una estabilidad legal en Ecuador, además, de formar una familia junto a la ecuatoriana quien antes de conocerlo ya era madre de una pequeña llamada Alma: “Soy su papá de corazón”, expresó el joven.

Gastronomía: “Una cosa de locos”

Como todo migrante, Franco De Olivera atravesó dificultades para adaptarse a su nueva vida, a una nueva cultura, a nuevas formas de vincularse socialmente y, sobre todo, a una nueva gastronomía.

“Aunque esté en América, la cultura es bastante diferente. Arrancando desde la comida que acá comen full plátano, que es una variedad de la banana. Es un plátano algo verde, prácticamente banana verde digo yo y con esa cosa hacen 300 variedades de comida. Una cosa de locos”, relató el misionero entre risas durante la conversación telefónica con LVM.

Además, Franco detalló algunos de los platos que los ecuatorianos elaboran con la fruta conocida popularmente en el país como “guineo”, la cual registra un consumo per cápita (por persona) anual de 40 kilos y existen más de 60 recetas navegando por internet.

“Hacen con chicharrón, con queso, con sopa, es una locura”, dijo y añadió que para él “es pesadísimo, los primeros tres meses sufrí como un malparido con la comida”.

Charlando sobre las comidas típicas del país, el joven recordó uno de los primeros platillos tradicionales que probó: “Cuando recién había llegado, me prepararon una tortilla de desayuno, una tortilla de huevo con camarón, más algo que se llama el tigrillo, un plato que también tiene plátano verde bien molido cocido con queso y chicharrón”.

En esa línea, el misionero comparó el consumo del pan en Argentina con el arroz en Ecuador ubicándolos en el mismo nivel.

“¡Ay! El arroz le meten a todo, es como el pan nuestro que comemos en el desayuno, almuerzo y la cena. Bueno, para ellos es el arroz, si no hay arroz no hay comida prácticamente”, relató.

Otra anécdota que Franco recordó de sus primeros días de estadía en Ecuador fue cuando hacía el clásico choripán para vender y solventarse económicamente.

“Al ser argentino, le guste a quien le guste, y le pese a quien le pese, es un punto a favor. Uno dice, soy argentino y ya tenés una estrellita más, es así. Eso me ayudaba bastante, entonces decía que tenía choripanes para vender y juntaba full pedidos. Hacía con chimichurri, conseguía un chori más o menos bueno, y eso salía mucho”.

Antes de migrar, Franco fue fotógrafo de eventos, corresponsal para El Territorio y en pandemia también hizo delivery.

Viejas costumbres

Junto a su nueva familia, Franco De Olivera vive en la localidad de Chone, la cuarta ciudad más grande de la provincia Manabí, ubicada al norte, en una zona costera que alberga una población aproximada de 50.000 ecuatorianos.

“Estoy a 30 minutos de la playa, una cosa hermosa. Nosotros que somos de Misiones y si queremos una playa, playa, tenemos que viajar hasta Brasil, para mí tener una acá a 30 minutos, y es la playa encima, es algo espectacular”, destacó el joven sobre su actual ciudad.

Seguidamente, en cuanto a los pobladores y los avances de la localidad, Franco comentó: “Hay gente muy amable, servicial, realmente en ese sentido, son como los argentinos. El pueblo tiene las mismas costumbres que hace 30 años, no ha evolucionado en ese sentido, aunque hay edificios y tiene todo lo que uno necesita, si hay muchas cosas en las que para mí están atrasados, como por ejemplo en la sanidad”.

Y describió: “Vas por la calle y ves a las personas andando en bicicleta y con las gallinas colgadas en los manubrios, después hay personas que arman un triciclo y llevan a otras de un punto a otro punto, como tipo taxi, tiene muchas cosas de pueblo todavía, hay gente que para el auto en el medio de la calle para hablar con el vecino y se arma un desorden en el tránsito, con eso también sufrí bastante”.

Entre las costumbres que más le llamó la atención del lugar y que, pesé a que es “normal” para los ciudadanos de Chone, no la implementa en su rutina, Franco sostuvo que la jornada laboral va de lunes a lunes, es decir, sin día de descanso como es habitual en Argentina.

“No descansan, salvo los que trabajan en el municipio, o en alguna que otra oficina, después el normal de la gente trabaja de lunes a lunes. Para mí es chocante, porque con mi familia la costumbre es los domingos comer juntos, visitar algún pariente, vamos al río, no sé, hacemos algo. Yo los domingos acá no trabajo, me voy a la playa, hago otra cosa, que trabajen los que quieran”, sentenció el misionero.

Inseguridad

Una problemática que lo preocupa de su ciudad y del país en general son las bandas delictivas: “Ecuador está tomado por el narcotráfico, manejan todo prácticamente y es bastante inseguro en ese sentido”.

Luego, expuso una experiencia que tuvo hace aproximadamente un año cuando delincuentes lo llamaron para cobrarle un canon para trabajar en el pueblo. “Eso estuvo como de moda y fue una locura total. Tres veces intentaron vacunarme para tratar de sacarme plata y eso fue decir ‘me quiero ir’, nunca me había pasado”, expresó.

Y detalló una de la maniobras que utilizaban los “narcotraficantes” para persuadir a los trabajadores: “Me llamaron, me dijeron mi nombre, y como siempre que llama alguien podía ser un cliente nuevo, agarro la llamada, y me dicen ‘mira amigo nosotros somos’ y dice el nombre de uno de los tantos grupos que hay acá, después me dice ‘un colega tuyo nos pagó para que te demos de baja, pero a nosotros nos han hablado muy bien de ti, sabemos que sos un buen tipo, no te vamos a hacer nada pero tienes que colaborar con nosotros para que te cuidemos’”.

Afortunadamente, el joven no accedió al pedido y cortó rápidamente la comunicación para luego radicar una denuncia. Si bien está situación le provocó mucho miedo y estuvo a punto de regresar a Misiones, con el tiempo el peligro disminuyó y, adquiriendo las precauciones necesarias, decidió continuar viviendo en Ecuador.

Espíritu viajero y la familia argentina

Consultado por La Voz de Misiones si Ecuador sería el único lugar donde echaría raíces, el misionero comentó que siempre tuvo un “espíritu” viajero e incluso cuando conoció a su actual esposa en Panamá, luego de que terminara el encuentro religioso de jóvenes donde se conocieron, se quedó tres mes recorriendo “cada rincón” como mochilero: “Mochilero literal, con 10 dólares en el bolsillo”.

Asimismo, contó que tiene ocho hermanos y solamente él a decidió conocer diferentes partes del mundo. En una de esas aventuras, ya con su pareja, recientemente visitó la ciudad de Nueva York (Estados Unidos) y planea continuar forjando nuevos destinos juntos.

“Siempre fui muy aventurero, soy el loquito de la familia, porque somos nueve hermanos, y soy el único que ha viajado. Cuando estuve en Panamá en el 2019, como había hecho full amigos, me recorrí Panamá de punta a punta, fue toda una travesía, porque nunca lo había hecho, eso fue una experiencia hermosa”, relató.

Sobre el hecho de regresar a la Argentina, Franco afirmó que no está en sus planes por el momento, aunque destacó que con Javier Milei como presidente el rumbo económico “ha cambiado” y tiene esperanzas de que en el futuro el país tenga más estabilidad en ese sentido. De darse, sí tomaría como opción volver a su tierra natal acompañado de su esposa y su hija de corazón.

Mientras tanto, seducido por el país que lo acogió y le permitió equiparse con herramientas para trabajar de la fotografía, además, de montar un estudio, el misionero planea continuar construyendo su vida lejos de la Argentina.

“Creo que muchas veces estamos limitados a un lugar y creemos que no podemos progresar en otra parte y sí se puede, con esfuerzo, con dedicación y estar seguros del hecho de que se puede, porque creo que si yo me hubiera quedado en Eldorado o regresado no hubiera tenido las posibilidades o en el tema económico no estaría en las condiciones en las que estoy hoy”, cerró Franco De Olivera, uno de los tantos misioneros recorriendo el mundo y que contó su historia a LVM.


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Manu Chao, el bar de la esquina y los “fueguitos de resistencia”

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Manu Chao

Los defensores del pastizal en la remera y el vecindario como la última trinchera. Manu Chao comparte su credo en esta charla producto del azar, un encuentro fortuito, que en lo personal me permito atribuir al destino y que no por casualidad transcurre también en la mesa de un bar.

El cantante franco español que hizo de Latinoamérica su casa y el alma de su música, repitió en Posadas una costumbre que parece haber adoptado como un ritual en sus giras por el continente: visitar los mercados populares de las ciudades y pueblos que recorre como un trovador errante desde 1987, cuando desembarcó en Perú, con Mano Negra.

Lo hizo en 2019, en Asunción, donde también respondió al llamado de la tribu y acudió a la cita del hashtag #ManuChaoEnLaChispa, un sitio contracultural del microcentro asunceno que lleva el nombre de una revista editada por el líder bolchevique y fundador de la Unión Soviética Vladimir Lenin, que hizo una campaña descomunal en redes para tenerlo en su sede de la calle Estrella, y donde el que el suscribe fue testigo de primera fila.

Manu Chao evoca aquella peña que arrancó en una mesa en medio de la calle con “Me llaman calle”, donde también estuvieron algunos de los productores posadeños del concierto del domingo, y que terminó en un dúo con un músico paraguayo muy querido, Pachín Centurión, anfitrión de La Chispa. “Siguen persiguiendo a La Chispa, lo quieren cerrar”, dice, en tono de denuncia, sobre la espada de Damocles del poder municipal que se cierne sobre el centro cultural que este mes cumple 10 años.

Enseguida, recuerda el Mercado 4, lo más paraguayo que puede encontrarse en Asunción. “Te podes perder horas ahí adentro”, agrega, hablando seguramente de su propio extravío por el más grande de los laberintos de la región, que entre sus ilustres visitantes tuvo al escritor Jorge Luis Borges, en 1986.

El sábado a la tarde, junto a su troupe de músicos y productores del concierto que daría en Umma la noche siguiente, recorrió La Placita y después el grupo se instaló en una mesa del Bar Imperial, en la esquina de San Martín y Roque Sáenz Peña, que por obra del azar se anota, de ahora en más, entre los sitios de culto de su tribu de seguidores locales.

Pronto, la esquina se volvió un epicentro de fans que llegaban de todas partes, atraídos por una historia de Instagram subida minutos antes por otro referente tribal, el bajista posadeño Tony Acuña, que se encontró a la comitiva bajando hacia el bar donde sucedieron todos los encuentros casuales de la tarde.

“¿De donde viene tu amor por Latinoamérica?”, propone alguien entre los presentes. Manu Chao rebobina y habla de Mano Negra, la banda con la que desembarcó por primera vez en el continente en 1987.

“Con Mano Negra conocí Latinoamérica”, cuenta el músico. “Me siento en casa, en una casa grande”, dice sobre ese romance forjado en kilómetros de paisajes, pesares y saberes, que convirtió en banderas y expuso en un millar de canciones emblemáticas.

La cercanía de la frontera tampoco pasa desapercibida para Manu Chao, uno de los pocos artistas que se ocupó de la desventura del migrante condenado a la angustia de vivir sin papeles; siempre huyendo de la migra, desterrado eterno. “Yo no soy racista, excepto con los aduaneros”, dispara el músico y todos en la mesa ríen.

“Ayer, subiste a Instagram un reel donde hablás de ‘montar fueguitos de resistencia’”, apunta otro de los comensales.

En todo el mundo está pasando lo mismo. Hoy, el 35% de los franceses vota a candidatos supremacistas. No es algo exclusivo de la Argentina”, apunta Manu Chao, en su única frase política de la tarde. “Yo creo en el vecindario, en el poder de los vecinos; esos son los fueguitos de resistencia”, reflexiona.

Tampoco faltó la mención de Ramón Ayala, “el Carlos Gardel de la tierra colorada”, sugiere alguien en la mesa y la conversación viaja unas cuadras, a la Bajada Vieja y la entrañable melodía del Mensú, que alguien tararea.

El músico escucha con asombro el relato sobre la mítica calle y los orígenes de una ciudad que le debe todo al río,  que su mayor trovador interpretó como nadie y la convirtió en poesía.


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