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Espejos rotos: La Generación Z avanza sin pedir permiso

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Por: Fernando Oz

@F_ortegazabala

Un profesor de Ciencias Políticas nos dijo una vez que “hay generaciones que nacen para obedecer, y otras, para preguntarse por qué deberían hacerlo”. No me la olvidé nunca, estaba en quinto año de un liceo militar; Gastón Toledo Dumenieu, el docente. A partir de ese momento comencé a preguntarme por qué debería hacerlo, sé que no fui muy precoz que digamos. Recordé el asunto veinticuatro horas antes de las elecciones del domingo pasado, cuando un veterano operador político, culto, todoterreno, de élite, me decía que el futuro del país se encontraba en manos de la Generación Z, ese magma efervescente de jóvenes nacidos entre mediados de los noventa y principios de la segunda década del siglo XXI.

Irrumpieron en la escena global como una tromba que no pide permiso, solo avanza. La primera vez que los vi en acción fue en 2019 en las revueltas en Chile. Fueron los alumnos secundarios quienes en octubre de ese año decidieron saltar los molinetes de las líneas del metro de Santiago de Chile para evitar pagar el aumento del pasaje que había autorizado el gobierno.

Una semana antes, el entonces presidente Enrique Piñera había anunciado un proyecto de reducción de la jornada laboral y flexibilización. En la opinión pública aumentaba el descontento contra diferentes medidas del gobierno, como por ejemplo la iniciativa que permitía el control policial en la vía pública a partir de los 16 años y el manejo de las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), otra de las herencias de la dictadura de Augusto Pinochet. En pocos días las protestas aumentaron, hubo incidentes con los carabineros en las estaciones y vagones incendiados.

Las redes sociales cumplieron un rol fundamental en las convocatorias, #EvasiónMasiva fue el hashtag con el que inició todo. Así había estallado, unos años antes, el polvorín de la Primavera Árabe. El conflicto derivó en gigantescas manifestaciones en todo el país cordillerano, los reclamos de índole social se sumaron y en menos de un mes miles de personas salían a las calles pidiendo el cambio de la Constitución aprobada durante la dictadura y un cambio de modelo económico, todos al grito de “Chile despertó”. (Les dejo una reportaje que hice después de dos coberturas en el terreno).

Después los vi en otros sitos. No es casualidad ni capricho del mercado de etiquetas: es el resultado de un mundo que les explota en la cara y les exige respuestas, aunque muchas veces solo puedan ofrecer preguntas. En el Cantón, el electorado de los sub treinta se convirtió en un actor fundamental de la vida política y lo viene demostrando, maneja su voto con suma libertad, por fuera de las estructuras partidarias, y de los antojos de los medios de comunicación tradicionales.

Muchas veces me reconozco en ellos cuando lanzan ese sudor mezcla de vértigo y cinismo: han crecido con la promesa de una globalización idílica que nunca llegó, con la tecnología como prótesis existencial, y con un planeta al borde del colapso climático y social. Son herederos involuntarios de la incertidumbre y, al mismo tiempo, protagonistas de una revuelta silenciosa —y a veces, estridente— que sacude las plazas reales y virtuales.

Hay quienes los retratan de una manera demasiado negativa, los minimizan. La Generación Z es el resultado de la hiperconectividad. No conciben el mundo sin la mediación de una pantalla, ni el diálogo sin memes, emojis o la inmediatez de lo efímero. Sus manías rozan la frontera de la obsesión: la multitarea como religión, la búsqueda constante de validación en redes y la ansiedad por no pertenecer. Pero también, aunque les cueste admitirlo, una nostalgia precoz por lo que jamás vivieron.

Son impacientes, sí. Pero también desconfiados. Se indignan con facilidad, denuncian los dobleces de las generaciones precedentes y, sin embargo, a veces pecan de un idealismo ingenuo que los deja a merced del cinismo adulto. Han aprendido a sospechar de todo —políticos, empresas, medios— y a diseñar sus propios códigos morales, aunque sean cambiantes y contradictorios. Les aterra la irrelevancia, pero más aún el silencio.

Sin embargo, nadie puede negar que la Generación Z ha puesto el cuerpo en las calles y el alma en las redes. Desde Hong Kong, donde jóvenes se enfrentan a un dragón estatal que no tolera disidencias, hasta Chile, Colombia, Nigeria o Francia, la marea de protestas tiene un denominador común: el hartazgo. Un hartazgo que no siempre sabe articularse en demandas concretas, pero que deja claro que el mundo, tal como lo conocieron sus padres, no les sirve.

Las movilizaciones, a menudo espontáneas y descentralizadas, son síntoma de una crisis más profunda: la desconfianza radical en los relatos oficiales, la fatiga ante la inequidad, la sensación de que las promesas de progreso han sido, en el mejor de los casos, cuentos para dormir adultos.

Si algo distingue a la Generación Z es la capacidad de convertir una chispa local en incendio global. Basta un video, una consigna viral, para que la revuelta se multiplique en cuestión de horas. Las protestas en Perú “toman color cuando interviene Generación Z”, así me lo señalo Ana, una colega peruana con la que compartí unos días durante las revueltas en Lima cuando tomó el poder Dina Boluarte, destituida hace unas semanas (acá les dejo unas fotos de esas jornadas).

Me gusta observarlos, los siento cerca, son una rebelión digital que entre memes y barricadas hacen temblar a gobiernos, mercados, sistemas. La organización horizontal es su bandera y su condena: nadie manda, todos influyen. La democracia digital, a golpe de hashtag, es tan poderosa como volátil. Aquí, el liderazgo es efímero; hoy tuiteás, mañana te olvidan. Pero no es menor el poder de las imágenes, los relatos fragmentados, el recurso de la ironía y la parodia para resistir y señalar. Las redes sociales han convertido a los jóvenes en emisores y receptores simultáneos de consignas, en jueces y parte, en generadores de sentido y ruido.

Pero ya les digo, esta misma horizontalidad es su talón de Aquiles: la dispersión, la falta de objetivos comunes, la tentación de la performatividad sobre el compromiso real. La Generación Z protesta más rápido de lo que reflexiona, y a veces, cuando el algoritmo cambia, la indignación se licua y la inercia vuelve a vencer.

En Argentina, el fenómeno todavía se desarrolla entre el escepticismo y la fascinación. La última vez que vi ondear la bandera que los representa en todas las latitudes, fue durante la marcha de septiembre al Congreso contra los vetos de Javier Milei. La juventud en el país enfrenta desafíos propios: inflación, incertidumbre política, descrédito institucional, racimos de pobreza y violencia. Pero también una historia de movilizaciones estudiantiles, de tradiciones de rebeldía y resiliencia. La pregunta ya no es si la Generación Z argentina saldrá a la calle, sino cuándo y bajo qué banderas.

¿Será esta juventud capaz de transformar la queja en proyecto, la protesta en propuesta? El riesgo está a la vista: que la rebeldía termine en nihilismo, en cinismo precoz o en huida masiva al extranjero. Pero también existe la posibilidad —remota, pero no imposible— de que la Generación Z local aporte creatividad, frescura y audacia a una sociedad anquilosada y temerosa.

Lo saben, pero hay que insistir: La educación es la clave. La batalla por el futuro no se juega (solo) en las calles ni en las redes, sino en las aulas. En esta coyuntura, la educación deja de ser un tema más de agenda para convertirse en cuestión de Estado. No se trata de transmitir datos, sino de enseñar a pensar críticamente, de fomentar la curiosidad, la empatía y la capacidad de dialogar. De nada sirven las tablets ni los laboratorios robóticos si no hay un propósito, si la escuela no forma ciudadanos capaces de navegar la complejidad, de discernir entre información y propaganda, de construir consensos y sostener desacuerdos.

La Generación Z necesita menos respuestas prefabricadas y más preguntas inteligentes. Y la sociedad, si aspira a sobrevivir al vendaval, debe invertir en una educación que no sea mero trámite, sino auténtica provocación intelectual.

Las élites políticas, empresariales y culturales harían bien en mirar a la Generación Z no como amenaza, sino como advertencia. Ignorar sus demandas, ridiculizar sus manías o minimizar su capacidad de coordinación es esa clases de errores que la historia no suele perdonar. El futuro en el Cantón y en el resto del país y del mundo se juega en la capacidad de entender a estos jóvenes, de tender puentes, de abrir espacios de diálogo real y de apostar por una educación transformadora.

Porque, si algo nos enseña la historia —y los espejos rotos del presente— es que la juventud, tarde o temprano, termina tomando la palabra. Y cuando eso sucede, más vale estar preparados para escuchar.

Opinión

Una nueva etapa política

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Por Nicolás Marchiori 

 

Los cambios y las transformaciones son procesos dinámicos que están presentes en los sistemas políticos permanentemente. Conviven con una tendencia opuesta hacia la inmutabilidad, que podemos identificar en los mismos sistemas.

Podemos afirmar que los sistemas políticos tienen un carácter interactivo, esto quiere decir que su identidad dependerá de la interacción continua de múltiples elementos. Estos pueden ser internos o externos al sistema, en el último caso hablamos del entorno.

Esta característica de los sistemas crea un escenario en donde la capacidad de comunicarse e interactuar, con lo que ocurre en su entorno, se convierte en fundamental para que pueda alcanzar un buen desempeño. Dicho esto, la mayor o menor destreza que posean para comunicarse con el entorno, determinará su eficacia y su capacidad para
durar en el tiempo.

Las democracias han sido eficaces identificando los problemas y necesidades que existen en el entorno, pudiendo proponer mejoras y soluciones a las mismas. Las sociedades líquidas del presente demandan mayor capacidad de adaptabilidad a los cambios.

La apertura mental se transforma en un factor fundamental para transitar de manera exitosa estos tiempos, puesto que esa apertura permite contar con el poder de recibir nuevas ideas o experiencias con las que antes no contábamos. Nos libera del pasado, de viejos hábitos cerrados y sobre todo de pensamientos anacrónicos. Sin ello, no lograríamos alcanzar el desarrollo y el crecimiento como sociedad. El propio proceso evolutivo genera el desafío de abrir nuestras mentes, es inconcebible la posibilidad de evolucionar sin nuevas ideas que vayan dejando atrás viejos paradigmas.

Cuando se alcanza un cierto nivel de apertura mental crece la predisposición a escuchar otras opiniones y observar distintas versiones de los hechos. Ahora bien, esto de ninguna manera implica que las personas tengan que adaptarse a todo. Nos permite, sin perder nuestra esencia, estar dispuestos a dejar que otros nos aporten nuevas ideas o experiencias.

La historia de la humanidad se basa en la materialidad de la sociedad, en sus diversos elementos que han producido, los diferentes grupos sociales con determinados objetivos, en los hechos históricos regidos por sus leyes sociales.

Para estudiar el devenir histórico de las sociedades se utilizan diversas fuentes, con ello se elaboran la estructura de aquellas sociedades, pero regidas por leyes sociales, que explican la causalidad de los hechos históricos, los procesos de su desarrollo, sus relaciones sociales, su ideología, y lo más importante, su proceso de transformación.

Las sociedades que evolucionan son aquellas que demuestran apertura mental para dar paso a nuevos actores y nuevas ideas. Es allí donde es posible llevar adelante las transformaciones.

El pueblo, con sus acciones cotidianas, es el hacedor de la historia. Desde los primeros grupos humanos, los hombres que dirigen garantizan el éxito o fracaso del grupo. Dicho esto, surgen preguntas como: ¿por qué hay sociedades atrasadas con respecto a otras? o ¿por qué en unas hay mejores condiciones de desarrollarse que en otras? La respuesta es la misma para todas estas preguntas: dependen de los tipos de dirigentes que tienen.

En efecto, si esa clase dirigente sólo se preocupa por obedecer las órdenes impartidas desde afuera, manteniendo la dependencia, sometiendo a su pueblo a las decisiones externas, sin atreverse a sentar las bases de su desarrollo, su pueblo se mantendrá durante un largo tiempo en la dependencia y en la miseria; por el contrario, si los líderes defienden los intereses de esa sociedad por encima de cualquier otras cuestión o factor, el camino de la transformación será imparable. Bievenidos a la era del Misionerismo Neo.

* * *

Movimientos en el gabinete provincial

En la política, los gestos importan tanto como las decisiones. En las últimas horas, comenzaron a trascender lo que serían los primeros cambios en el gabinete del gobernador Passalacqua. Si bien aún resta la formalización de los primeros nombres, los trascendidos fueron leídos como señales claras, positivas y necesarias para este nuevo
tiempo político.

Uno de los nombres que se barajan es el de Carlos “Kako” Sartori para el Ministerio de Coordinación de Gabinete. Se trata de un intendente de mucha experiencia con un perfil político poco frecuente construído sobre los pilares de una trayectoria limpia y una fuerte legitimidad desde el territorio gracias a su cercanía con la gente. La llegada de Sartori
aportaría diálogo permanente y capacidad de real de resolución en un escenario en donde se anticipa un esquema de trabajo que tendrá a los intendentes como actores centrales de la toma de decisiones.

Por otra parte, en el Ministerio de Desarrollo Social también se anticipan cambios. El ministerio a cargo de Fernando Meza tendría dos caras nuevas: la ex diputada provincial Astrid Baetke sería la elegida por Passalacqua para estar al frente de la Subsecretaría de la Juventud, mientras que Manuel Sánchez que se viene desempeñando como Coordinador Operativo y tiene a su cargo la planificación y ejecución de programas sociales y asistenciales asumiría la Subsecretaría de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

El dato relevante de estos movimientos en el gabinete provincial es que se tratarían de una primera tanda, puesto que también ha trascendido de que habría una segunda etapa de reordenamiento para el mes de marzo, un detalle no menor que deja en claro que se trata de una estrategia pensada, gradual y con un horizonte bien claro.

Gobernabilidad por encima de las diferencias

El rol de la política en las sociedades es claro, apunta a la búsqueda y generación de espacios de encuentro, de compromiso. No hay lugar para los planteamientos binarios, los discursos polarizantes y las visiones maniqueas que han degradado a la política a tan bajos niveles de calidad y con pésimos resultados a la vista.

Sin estridencias ni grandes promesas, pero si asumiendo con mucha humildad y responsabilidad el compromiso de estar siempre al lado de los que lo necesitan, se abre la etapa de Misionerismo Neo que conceptualmente se podríamos resumirlo en la reivindicación del diálogo, la construcción de consensos y una gobernabilidad firme, sin
perder la identidad.

Con el recambio legislativo del pasado 10 de diciembre se abrió una nueva etapa en la política institucional de Misiones. Las elecciones legislativas provinciales del 8 de junio, en donde el Frente Renovador se impuso bajo el liderazgo de Sebastián Macías, configuraron un nuevo mapa político. La Cámara de Representantes comenzó a funcionar bajo un esquema inédito desde el regreso de la democracia que tiene como elemento saliente la convivencia de dos fuerzas políticas con peso propio, el Frente Renovador de la Concordia y La Libertad Avanza que se posicionó como segunda fuerza provincial.

Macías asumió la presidencia de la Cámara con la responsabilidad de escuchar y articular con todos los espacios opositores que estén dispuestos a trabajar por el bienestar de la provincia desde el Parlamento Misionero. Con un perfil político moderno, técnico y dialoguista, el nuevo Presidente simboliza una Legislatura abierta, estable y enfocada en soluciones concretas, lejos de la confrontación estéril que no genera ningún resultado positivo para la gente.

En la sesión especial del pasado 10 de diciembre, hubo un gesto que no pasó desapercibido y que fue muy valorado por todo el arco político. Carlos Rovira se levantó de su banca para saludar a cada uno de los legisladores opositores. En un país atravesado por la polarización extrema, el agravio permanente y la descalificación, el accionar del conductor de la Renovación fue interpretado como una señal muy potente que resume este nuevo tiempo político en donde el consenso, la concordia y la construcción del diálogo serán los protagonistas. Este nuevo escenario tiene en Carlos Rovira a un articulador central que, con visión estratégica, viene impulsando un diálogo coherente con la Nación en donde en donde Misiones reclama con firmeza que se salden las deudas pendientes y que se respete su autonomía.

(*) Abogado. Diplomado en Manejo de Crisis y en Análisis de Procesos Electorales. Especializado en Comunicación de Gobierno y Electoral. Becario de la Fundación Konrad Adenauer (Alemania) y del Centro de Análisis y Entrenamiento Político (Colombia).

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Opinión

El derecho a llegar al río: qué es y por qué importa el camino de sirga

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Por Lino Armando López Torres

@LópezTorres

La relación entra la sociedad y el ambiente parte de una idea sencilla; la conducta humana puede modificar las condiciones de existencia de los seres vivos. Por lo tanto, el derecho —definámoslo aquí simplemente como conjunto de normas — puede (y debe) regular esa conducta a los fines de que ella no afecte la vida de las personas. En este sentido, el derecho ambiental es un derecho humano — si nos importa el árbol no es por el árbol en sí mismo, sino porque su existencia beneficia la vida humana —. La Constitución Nacional (1994) en su art. 41 recepta el derecho a un ambiente sano, contemplando el principio del desarrollo sostenible. Esta es una ética que reposa sobre un postulado de equidad interjurisdiccional e intergeneracional.

La normativa ambiental cristaliza el modelo de cómo una sociedad define el acceso y uso de sus recursos naturales. El nuevo código civil (2015) reconoce esa cláusula constitucional en términos prácticos (política ambiental). En su afán por emprender un camino tendiente a la des mercantilización de la naturaleza, da una especial atención a lo público por sobre lo privado y a lo colectivo por sobre lo individual. El código menciona los derechos de incidencia colectiva (art. 14), aclarando que la ley de ninguna manera ampara el ejercicio abusivo de los derechos individuales cuando estos puedan afectar el ambiente, además de mencionar el funcionamiento de los ecosistemas, la flora y fauna, la biodiversidad, el agua, los valores culturales y el paisaje (art. 240). Sin embargo, en medio de estos avances, el Código introdujo un cambio que generó polémica: la reducción del llamado camino de sirga.

¿De qué se trata? El camino de sirga se encuentra en el capítulo correspondiente a los límites al dominio, cuyo objetivo es permitir sirgar, esto es, remolcar o arrastrar una embarcación desde la orilla. Se aplica a cursos de agua navegables y consiste en una franja de terreno que paso de 35 metros a solo 15 desde la línea de ribera. Aunque es propiedad privada, el propietario no puede realizar en él ningún acto (ejemplo construcciones) que menoscabe la actividad del transporte fluvial. Parte de la doctrina, desde un enfoque que observa el ordenamiento jurídico integral, ha dicho que esa actividad no solo se debe reducir al transporte, sino también a la pesca y al esparcimiento. Lo que hay que entender es que el río es un bien de dominio público (art. 235) y por ende se debe permitir el acceso a él. Para el derecho no es aceptable el acceso a determinado espacio del río, debe ser sobre su totalidad.

La reducción del camino de sirga llegó en un país donde las denuncias por su incumplimiento ya era moneda corriente. Con la legislación actual, en parte se legitima esas prácticas de obstrucción por parte de los propietarios. Para mencionar un caso extremo: en 2006, Cristian González y dos amigos fueron a pescar a la orilla del río Quilquihue; desde las cabañas Andina les dispararon tiros intimidatorios, y cuando Cristian pidió explicaciones, el guardia privado Horacio Calderón le efectuó un disparo mortal en el cuello. En la ciudad de Posadas, provincia de Misiones, también abundan los ejemplos. En varias zonas, no solo no se ha respetado el camino de sirga, sino que directamente se han privatizado bienes públicos. Un caso emblemático es lo que sucede con el “montecito” de villa cabello; una reserva urbana ambiental en beneficio de un club privado.

El impedimento ciudadano del acceso a un bien público como el río tiene una vinculación fuerte entre democracia y derecho. La posibilidad de garantizar un ambiente sano y equilibrado para el desarrollo humano, así como la preservación al patrimonio natural y cultural, aumenta cuando la sociedad puede ejercer control sobre esos espacios; y para ello, necesariamente debe poder habitarlos. A pesar de todo, el código, deja una puerta abierta. El último párrafo del artículo atinente al camino de sirga dice lo siguiente: (…) “Todo perjudicado puede pedir que se remuevan los efectos de los actos violatorios de este artículo” Lo que significa que cualquier afectado puede demandar judicialmente al propietario por acción y al Estado por omisión. Bastaría hacerlo para ver qué pasa.

Referencias:

Pohl Schnake, V., Mantegna, S., & del Llano, T. (2019). Bienes comunes y conflictos socio-ambientales en torno a la segmentación normativa del territorio a partir del Código Civil y Comercial de la Nación vigente desde 2015. VII Congreso Nacional de Geografía de Universidades Públicas y XXI Jornadas de Geografía de la UNLP, La Plata, Argentina.

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Opinión

Una Legislatura distinta para una provincia que nunca aceptó improvisaciones

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Por Diego René Martín

 

El 10 de diciembre va a marcar bastante más que el recambio legislativo de cada año: va a abrir una etapa nueva en la política institucional de Misiones, de esas que no se entienden mirando la superficie. Con la asunción de los diputados electos el 8 de junio, la Legislatura va a pasar a un esquema que no se vio desde el regreso de la democracia: dos fuerzas mayoritarias con peso real conviviendo en un mismo recinto. El Frente Renovador de la Concordia, que ganó la elección provincial con Sebastián Macías como cabeza de lista, y La Libertad Avanza, que entró segunda pero con volumen político propio y ahora se ve obligada a traducir discurso, mucho post en X y arenga en reels de Instagram en responsabilidad institucional.

Para algunos, la postal alcanza para imaginar un ring. Para la Renovación, que siempre prefirió el método antes que el caos, la lectura es otra: en Misiones no hay margen para improvisadores profesionales. La presencia de ambos espacios va a obligar a construir una dinámica donde el diálogo deje de ser una palabra linda y pase a ser la única manera de que la provincia no quede rehén del desorden nacional.

Sebastián Macías llega con un capital político que, a nivel nacional, escasea como si fuera especie en extinción. No solo encabezó la lista más votada: con él la Renovación logró lo que en gran parte del país nadie pudo hacer, vencer a La Libertad Avanza en su propio momento de mayor expansión. Llegó con una gestión intensa en Vialidad Provincial que transformó ciudades, abrió caminos, llevó conectividad y desarrollo a municipios que antes no figuraban en el GPS de nadie. Su recorrido lo ubica en ese estante, chiquito, de los renovadores que mezclan territorio, obra, vecinos y algo que hoy parece revolucionario: resultados. No hay un solo renovador que niegue que quedan muchas cosas pendientes, pero tampoco hay nadie que pueda negar que, en un contexto de escasez, se hizo mucho.

En paralelo, la relación política entre la Renovación y La Libertad Avanza tomó un tono que a algunos les molesta, a otros sorprende y a varios les hace ruido porque rompe con esa voluntad, de algunos tribuneros, del “todos contra todos”. Desde la visita de Diego Santilli, el vínculo adquirió pragmatismo. Las fotos no fueron casuales: la Nación necesita de Misiones, y Misiones espera hace demasiados años que se empiecen a saldar deudas históricas. Y como las sorpresas son gratuitas, pareciera ser que puede que un gobierno libertario las salde. Regalías energéticas, fondos previsionales que ANSES no manda, obras estratégicas, recursos viales, compromisos de coparticipación. No son caprichos: son derechos. Y Santilli reconoció el orden administrativo de la provincia y su estabilidad institucional, que en criollo es lo mismo que decir que Misiones hace los deberes.

Incluso en pleno enfriamiento económico, el gobierno provincial eligió sostener una relación institucional respetuosa con la gestión de Javier Milei. No por devoción, pero alguien tiene que mantener una ventana abierta mientras la Casa Rosada cierra puertas, recorta partidas y explica el ajuste como si fuera una revelación divina. Si la Argentina vive a volantazos, el interior no puede darse el lujo de seguir la coreografía.

En ese contexto, Hugo Passalacqua, como figura de estabilidad parece un regalo caído del cielo para los desprevenidos y los que no se acuerdan del discurso de Carlos Rovira en la Casa del Militante el domingo tras las elecciones de 2019. Hugo destaca y aporta esa estabilidad no desde la estridencia, sino desde la presencia. La política argentina suele confundir protagonismo con volumen: se habla más de quien grita que de quien gestiona. De quién postea más, de quién tiene más likes y seguidores. Misiones hace rato que eligió otro camino y sostuvo programas sociales, garantizó servicios esenciales y contuvo sectores productivos golpeados por costos que suben y demanda que cae. Esa previsibilidad no se improvisa: se trabaja. En un país donde cada semana se reescribe el tablero político, sostener un rumbo ya es un mérito.

Mientras tanto, los datos del país muestran un retrato duro: ventas minoristas en baja, combustibles con otro retroceso en ventas pero con aumentos semanales en precios, inflación que no cede en alimentos ni tarifas, caída productiva en el NEA y un mercado laboral al que le llegó un invierno brutal. En Misiones, se siente en el comercio debilitado, en la industria yerbatera asfixiada por la desregulación, en los alquileres atrasados, en las expensas impagas, en la construcción que amaga. A días del brindis de Navidad, lo que domina no es el espíritu festivo, sino la preocupación y pareciera que vamos a escuchar más suspiros que descorches.

En este contexto, el 10 de diciembre no va a ser un acto protocolar más. Va a ser el inicio de una Legislatura que tiene que, obligadamente, leer con madurez una realidad política y económica que no espera a nadie. La convivencia entre el Frente Renovador y La Libertad Avanza va a exigirle, a ambos, acuerdos concretos, responsabilidad y un compromiso directo con las necesidades reales de la gente, no con el algoritmo.

Se viene un verano intenso, político e institucional. Un tiempo para ordenar prioridades, gestionar ante Nación y donde la Renovación tiene que sostener lo que definió al misionerismo durante dos décadas: planificación, estabilidad, cercanía y coherencia. Sin épica innecesaria: con trabajo. Una nueva etapa donde el país decide en qué dirección quiere, o puede, ir.

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