Historias
La misionera que evangelizó 25 años en la guerra en Angola: “Me abrió los ojos”
Más de 8.000 kilómetros separan a la Argentina de Angola y hasta allí fue, en 1986, la hermana misionera Blanca Estela Silva, quien trabajó durante más de 25 años a aquel país africano en pleno contexto de guerra civil, evangelizando comunidades originarias y superando todo tipo de hostilidades, desde cuidarse de enfermedades como el tifus y el cólera hasta atender heridos, negociar con jefes militares y esquivar minas antipersona, cuyo principal objetivo era conseguir la mutilación de los cuerpos.
Blanca Silva nació en el pequeño pueblo de Tres Capones y, aunque su familia permanentemente viraba de localidad para vivir, en cada una de esas picadas se desempeñó como catequista, preparando niños tanto para la comunión como para la confirmación. Todo ello fue la antesala de lo que luego sería una vida entera dedicada a transmitir la palabra de Dios, un sacramento el cual ahora solo puede abandonar con un permiso del papa Francisco, pero está lejos de pretenderlo.
Corría el año 1974 cuando todo empezó a cambiar de manera definitiva para Blanca. Fue luego de oír por radio los programas del padre Lorenzo Bovier, quien a distancia le transmitió la vocación.
“Me interesó tanto lo que decía que le escribí una carta. Él vivía en el seminario de Fátima y me invitó a que venga a conocer. Cuando llegué tuve una sensación tan grande que dije ‘este es mi lugar’. Yo estaba a punto de cumplir 18 años y así fue como empecé”, contó a La Voz de Misiones Blanca, que allí comenzó su formación como integrante de la Congregación Misioneras Siervas del Espíritu Santo.
Allí comenzó un proceso de preparación que se extendió durante una década, adquiriendo conocimientos y compartiendo experiencias con monjas de diferentes latitudes que hacían pie en Misiones, para luego comprometerse a dedicar su vida a la misión y elegir un posible destino.
Blanca siempre tuvo claro que deseaba ir a África y el deseo fue concebido. En 1986 partió rumbo a Angola, un país que ofrecía más hostilidades que bondades, pero nada significaba impedimento alguno para desembarcar allí. Llevar la palabra de Dios era lo único que importaba.
“A nosotros se nos prepara para la misión en cualquier parte del mundo, para vivir con cualquier nacionalidad, para trabajar con cualquier pueblo, para integrarnos con compañeros de cualquier parte del mundo. Todo esto es una condición primordial. También hay que estar bien de salud y hay que saber que te vas a enfrentar a todo tipo de desafíos”, resaltó la hermana.
Evangelizar en la guerra y la “desesperanza”
Y vaya si le tocaron desafíos a la misionera en Angola. La hermana llegó a un país que acababa de superar la guerra para independizarse de Portugal (1961-1975) y daba inicio a una guerra civil (1975-2002) que se terminó transformando en el conflicto bélico más largo de la historia del continente, dejando como saldo las monstruosas cifras de: 800.000 muertos; 100.000 mutilados; y 4.000.000 refugiados.
En la contienda se enfrentaban el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), que quedó en el gobierno tras el proceso de descolonización, y la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA). Los primeros eran de izquierda, los otros de derecha. Los primeros contaron con apoyos de Cuba y Rusia, los otros de Sudáfrica, Estados Unidos e Israel, condicionamientos típicos de la Guerra Fría.
“La guerra de Angola es muy larga. Primero fue contra la colonia, porque fueron los portugueses los que llegaron allí y llevaron la fe, lo que es verdad, pero también llevaron cualquier tipo de conflicto como las potencias de ese tiempo”, recreó la hermana.
“Luego vinieron las luchas de poder, entre el MPLA y la guerrilla de la UNITA. Después nos encontrábamos con todo tipo de potencia. Angola es muy rico en petróleo y diamantes, entonces las potencias estaban ahí como buitres, incentivando la guerra, vendiendo armas y llevándose las riquezas”, resumió.
En ese contexto trabajó Blanca, pero a la situación bélica había que sumarle otros aditamentos tales como el paludismo, el tifus y el cólera.
“Una de las primeras cosas que tuvimos que aprender fue a hervir el agua cada día y pasarlo por tres filtros para poder tomarla. Debíamos respetar ese proceso a rajatabla si no queríamos contagiarnos de esas enfermedades”, añadió Blanca.
La religiosa detalló que la sede de la misión estaba ubicada a orillas del mar Atlántico Sur, pero desde allí debían viajar a diario para visitar las más de 200 comunidades originarias del “África profundo”, que estaban incluidas en el plan de evangelización.
Estaban distribuidos por roles, de acuerdo a conocimiento y capacidades. Enfermería, cocina, mecánica y catequistas, entre otras labores.
La especialidad de Blanca se dedicaba a la pastoral y, en la continuidad de la charla con LVM, recordó que “nosotros formábamos a los jóvenes en alfabetización para que aprendieran a leer, pero por ahí venía la guerrilla o el gobierno y en una noche se llevaban a todos. Ahí había que comenzar de cero, con la sala vacía nuevamente. También nos tocó trabajar con heridos”.
Escenas de este tipo se repetían constantemente e incluso hubo oportunidades en las que debieron negociar cara a cara con jefes militares y guerrilleros, intercambiando alimentos, remedios o servicios médicos a cambio del levantamiento de barreras o custodias. Independiente del contexto, admitió que siempre fueron respetadas y que los puntos de misión no eran ni objetivo ni escenarios de enfrentamientos o bombardeos.
Su mayor temor -confesó- eran las minas antipersona, dispositivos explosivos terrestres que, si bien tienen poder letal, estaban destinadas a mutilar cuerpos o incapacitar soldados, ya que las consecuencias de un herido de guerra con más problemáticas que las de un muerto.
Según datos oficiales, Angola es el segundo país más afectado por este tipo de armas, detrás de Camboya, y se calcula que uno cada 470 habitantes está mutilado como consecuencia de sus explosivos. Incluso, se estima que aún quedan 2.000 campos minados.
“Las minas eran colocadas en las calles, en las carreteras, a escondidas. Yo les tenía mucho miedo a eso, era muy peligroso. Si pisabas una de esas volabas por los aires. Cuando mis compañeros iban a una misión, mi mayor miedo era que volvieran muertos o destrozados. Había sacerdotes que llevaban enfermos que murieron. Esas son marcas que quedan de la guerra”, graficó Blanca.
Sobre la misión en particular, destacó que Angola ya contaba con una “evangelización primaria avanzada”, a punto tal de que en determinados lugares encontraron biblias en lengua nativa, libros de liturgia y cantos traducidos a lenguajes tribales, y en ese contexto “una de las luchas principales era mantener la esperanza de paz porque ellos, después de 30 años de guerra, ya no creían más en la paz. Vieron tanta muerte, tanta masacre y tanto engaño que estaban desesperanzados”.
“Angola me abrió los ojos”
Para esta hermana misionera, Angola no solo fue tierra de desafíos y temores, sino también de alegrías y aprendizajes.
“La gente de allá es muy abierta, muy servicial, muy comunitaria. A nosotros siempre nos recibieron con cantos, bailes, banquetes de comida. Angola fue mi misión de más tiempo, la más desafiante y la más sufrida, pero también la más bonita, la que me realizó muchísimo y me abrió los ojos a muchas cosas. Nosotros no sabemos lo que tenemos acá (por Misiones), comenzando por el agua y la paz”, reflexionó Blanca.
La satisfacción además fue doble para la hermana, al ser testigo del fin de la guerra civil y del comienzo del proceso de desmovilización y desarme del pueblo angoleño. Durante esos años, por ejemplo, al fin pudo ver niños con guardapolvos yendo a la escuela disfrutando de la libertad.
También sintió que su trabajo estaba culminado al ver la formación adquirida por las hermanas nativas quienes, según ella, hoy continúan el trabajo de evangelización junto a otras misioneras que viajan permanentemente hacia las sedes africanas.
Hoy Blanca reside en el Convento Oasis del Espíritu, en Garupá, donde comenzó todo y está lista para emprender cualquier otra misión.
“Yo comprometí mi vida, en castidad, en pobreza y en obediencia a la misión. Cuando nos dan este anillo nosotros hacemos una promesa que es perpetua. Solo el Papa puede darnos el permiso de abandonar los hábitos, pero hay que escribirle”, explicó.
“Nuestra filosofía es que las chicas que vienen son libres para entrar y para salir, nadie está obligado. Me imaginé en ocasiones, pero realmente no me veo viviendo otra vida. Me encanta la misión y creo que todavía tengo cosas para aportar”, planteó.
Las últimas labores fueron en comunidades mbya del Cuña Pirú y Chaco, pero ahora se concentran en los barrios cercanos al convento o en el convento mismo, con los jóvenes como objetivo, transmitiendo valores vinculados a la familia, el estudio y el trabajo. De todas formas, Blanca sabe que en cualquier momento su misión puede estar en otro lado y su valija siempre está lista, más aún en estos días de octubre, período en el cual la Iglesia Católica celebra el mes de las misiones.
Historias
Menocchio Cue, el imperio caído
Imposible adivinar lo que alguna vez fue. Todo alrededor fue pasto del tiempo. El complejo de lo que fuera el imperio yerbatero de los Menocchio en General Urquiza es hoy un conjunto de ruinosos edificios, mayormente devorados por la vegetación, que apenas traslucen algún despojo de la gloria perdida.
Tampoco hay testimonios dispuestos a enfrentar el miedo que todavía infunde el apellido que da nombre a esa postal de pueblo fantasma, que una implacable sucesión de acontecimientos convirtió en una especie de sitio maldito.
La sombra del más célebre de los asesinos misioneros, Luis Raúl Gusano Menocchio, que hoy cumple dos condenas a cadena perpetua en una cárcel patagónica, acecha en el imaginario de quienes deambulan entre las ruinas buscando algo útil que puedan arrancarle al olvido.
Lo que fuera la mayor y más moderna yerbatera de Misiones fue abandonada por los Menocchio a principios de los años ’80 del siglo pasado, cuando el padre del Gusano fue acusado de un megafraude contra la extinta Comisión Reguladora de la Producción y Comercialización de la Yerba Mate (Crym) y de haber estafado al Banco Nación por $12 millones de la época.
Los Menocchio abandonaron, raudamente, la provincia y se instalaron en Asunción, Paraguay, al amparo de la dictadura de Alfredo Stroessner, que transitaba por esos años la recta final de su reino de terror, y donde el mayor de los hijos del matrimonio se convertiría en el más frio y siniestro homicida que haya pisado jamás la tierra sin mal.
El complejo se remató en 1985, pero nunca recuperó la magnitud de los buenos viejos tiempos. En su época de esplendor supo tener 600 hectáreas de yerba, el más moderno de los secaderos, grandes depósitos de almacenaje, viviendas para el personal, que al cierre se contabilizaba en unos 400 trabajadores, y hasta un puerto propio.
Hoy, entre los oxidados silogismos de ruedas y poleas; los vidrios rotos, por donde se cuela el viento y el sol se infiltra para dibujar fantasmagóricas figuras; los depósitos, máquinas y hornos abandonados; y los mudos letreros que advierten sobre peligros pasados, solo avanza la telaraña y reina el silencio.
Historias
Marino posadeño participa de ejercicios navales multinacionales en Chile
De Posadas a la Antártida y ahora a Chile, para participar del Unitas, una emblemática jornada de ejercicios navales en la que participan marinos de todo el continente americano. Así es la hoja de ruta en altamar de Leandro Germán Villalba, un posadeño que desde 2015 integra la Armada Argentina.
Villalba no siempre fue marino. Cuando terminó el colegio secundario comenzó a trabajar con diferentes oficios y recién inició su carrera naval en 2015, cuando un cuñado le contó sobre la experiencia.
Fue allí que el posadeño decidió anotarse para realizar el Período Selectivo Preliminar y ser Marino de la Tropa Voluntaria en la Base de Infantería de Marina Baterías, al sur de la provincia de Buenos Aires.
Cuando egresó, su primer destino fue el Liceo Naval “Almirante Storni” de Posadas, donde comenzó a trabajar en el sector de mantenimiento, ya tenía experiencia en diferentes oficios como la albañilería y la pintura, pero su carrera iba a continuar en ascenso.
Más tarde, Villalba pidió realizar el curso para hacer la carrera de suboficial e integrar las filas del personal militar como cabo segundo y ahora su especialidad naval es Apoyo General, que incluye además de los camareros a conductores, peluqueros, cocineros y todo el personal relacionado a los servicios en la Armada.
Sus primeras navegaciones las realizó en 2022, cuando arribó a la base naval Puerto Belgrano, en la ciudad de Punta Alta en el sudeste de Buenos Aires, para ser destinado al destructor ARA “Sarandí”.
“Me gusta mucho navegar porque es muy importante el trabajo en equipo; cada uno aporta desde su lugar y se genera mucha camaradería a bordo”, contó Villalba en una nota publicada en la Gaceta Marina.
A fines de ese año, el cabo segundo conoció el continente blanco al ser designado para realizar la Campaña Antártica de Verano arriba del rompehielos ARA “Almirante Irízar”.
Durante la campaña, el misionero se desempeñó en el grupo Bodega del Irízar y en el grupo de tareas que se encargó de la instalación de una baliza en la Base Antártica Conjunta Esperanza.
Unitas en Chile
Pero las experiencias no terminan allí para Villalba, quien ahora participa de edición 66 del Unitas, una serie de ejercicios navales multinacionales organizado por Estados Unidos y que este año se realiza en Chile desde el 5 hasta el 13 de septiembre.
Para la edición 2024 la Armada Argentina desplegó el Destructor Clase Meko 360H2, Ara D-13 “Sarandí” y un helicóptero embarcado AS-555 SN “Fennec 2”, además de una agrupación de infantes de marina entre los cuales se encuentra el posadeño Villalba.
Todos estos elementos de la fuerza nacional se unen a efectivos y medios de otros 24 países que en total aportan 4.000 infantes, 17 buques de guerra, dos submarinos y 23 aeronaves para la realización de ejercicios orientadas, en primera instancia, a nivelar y establecer procedimientos comunes, para luego operar frente a una amenaza en común, acorde a los desafíos actuales.
“Es una experiencia única ser parte de un ejercicio del que participan tantos países; lo tomo como una experiencia inolvidable de gran aprendizaje para mi carrera”, agregó Villalba a la Gaceta Marina.
En los ejercicios del Unitas 2024, los participantes se adiestran bajo diversos escenarios operativos, favoreciendo el entrenamiento de técnicas y tácticas con operaciones anfibias, de buceo, de Fuerzas Especiales y de Aviación Naval, entre otras, estableciendo estándares internacionales para las tripulaciones participantes.
Historias
Bonpland y las ruinas de un emporio tabacalero
Las ruinas dominan toda una esquina de Bonpland, a pocas cuadras del casco principal del pueblo, que debe su nombre al famoso naturalista francés y que el 18 de junio pasado celebró sus 130 años desde su fundación en 1894.
El conjunto ocupa algo más que una manzana e incluye una casona de estilo inglés que, aún abandonada, profanada y cercada por la vegetación, resiste el embate del olvido como una fortaleza de otro tiempo.
Los orígenes de las edificaciones que encienden el debate en el Bonpland de hoy, se pierden en la historia de este pueblo misionero que supo ser enclave tabacalero y conoció la bonanza de sus mejores días.
Destrucción
La casona de dos plantas es lo más antiguo del conjunto abandonado de Bonpland. Sus líneas exteriores y las características de la edificación, con gruesas paredes de piedra y finos detalles interiores, ubican su construcción en los primeros años del siglo 20.
De estilo modernista, la casona es austera de ornamentos y de gran funcionalidad interior, con espacios amplios y luminosos, varios baños y habitaciones que antaño estaban dotadas con lavatorios individuales.
Hoy, ingresar a la propiedad supone ir equipados para abrirse paso entre una vegetación espesa y espinosa, que avanza sobre la construcción, configurando un muro natural casi infranqueable.
Adentro, todo es destrucción. Los únicos vestigios del esplendor perdido son el piso de baldosas centenarias del zaguán de entrada, los zócalos de azulejos y los umbrales de mármol de Carrara. Todo lo demás fue arrancado de cuajo: puertas, ventanas, sanitarios, caños y artefactos eléctricos.
Por todos lados hay grafitis: figuras, símbolos, nombres de furtivos visitantes, dibujados sobre las descascaradas paredes y que le dan al cuadro su definitivo toque distópico, propio de escenas sacadas de alguna película apocalíptica.
Gemelas
“Hay dos de esas casas en Misiones, la otra está en San Ignacio”, dice Ángel González, que habitó la propiedad durante tres años, entre 1997 y 2000, cuando llegó a Bonpland como encargado de una de las tabacaleras que explotó el complejo.
“Yo ocupaba la parte de abajo nomás”, cuenta el hombre a LVM. “Las paredes son anchas así, cada habitación tenía como una piletita”, describe González y apunta: “Era como un hotel para gente que venía de Europa”.
Los años que González trabajó en la industria tabacalera, fueron los últimos de la época dorada de Bonpland. “Esto era como una ciudad muy importante, con bancos, restaurantes, estaciones de servicio, hoteles”, comenta.
“Traían el tabaco en carreta, en ponchada o suelto, en esos carros polacos”, ilustra y agrega: “Cuando estaba crecido el arroyo El Tigre o el otro, se quedaban semanas acá, y por eso había hoteles”.
“Este era el centro neurálgico del tabaco, acá estaban Nobleza Piccardo, Massalin Particulares”, cuenta González y apunta que todos los edificios que fueron reconvertidos en residencias estudiantiles “eran de industrias tabacaleras”.
Ejemplo
González, que hoy está jubilado, llegó a Bonpland a mediados de los años `90. Nobleza ya no estaba. Tampoco Massalin. Faltaba poco para la debacle que se abatió sobre los galpones y el pueblo, pero las expectativas por entonces eran inmejorables, según dice.
De origen posadeño, González se vinculó al mundo del tabaco en Garupá. “Empecé en 1984 a trabajar en tabaco en la empresa Alfader SRL, que tenía un galpón arreglado para tener el producto en tránsito, y una fábrica de cigarrillos en Posadas, en la calle Buenos Aires”, recuerda.
Trabajando allí, se convirtió en sindicalista y llegó a ocupar la Secretaría General del Sindicato de Obreros del Tabaco en la tierra colorada por varios años. De esa época, González recuerda a Ramón Gudiño, histórico titular de la CGT Misiones, de quien asegura aprendió “el arte de la dirigencia sindical”.
En Bonpland, la empresa de González se hizo con las instalaciones que Nobleza ocupó hasta que se fue del pueblo: él, fue el encargado de rediseñar el predio para el almacenamiento de unos dos millones de kilos de tabaco, de los tipos Criollo, Burley y Virginia.
“Era una época de mucha sequía, se prendían fuego los pinos. De Garupá veíamos la llama azul de los incendios”, relata González y argumenta: “Había que ser muy cuidadosos con nuestros galpones llenos de tabaco”.
La inversión funcionó hasta que la familia del empresario Osvaldo Otero abrió la sociedad a capitales europeos, que terminaron quedándose con todo el paquete, hasta que el predio fue tomado por los trabajadores en diciembre de 2007, en reclamo de salarios caídos e indemnizaciones.
González afirma que la medida de fuerza, que adquirió ribetes de pueblada en plena Navidad, selló la suerte de aquel último de los emporios tabacaleros que habían puesto a Bonpland en el mapa.
“No tenía que haber ocurrido nunca”, dice González y sentencia: “Esas ruinas quedaron como ejemplo de las cosas que no se deben hacer”.
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