Historias
Demandarán al Estado a 50 años de la muerte de Irrazábal y Ayrault
Un contexto social y político hostil, un expediente en las penumbras, un dudoso culpable y la sombra de la Triple A, todo eso impulsó a los hijos e hijas del gobernador de Misiones Juan Manuel Irrazábal, del vicegobernador Cesar Napoleón Ayrault y del piloto Jorge Pirovani, a investigar ¿qué pasó el 30 de noviembre de 1973?
Hoy se cumple medio siglo de una de las mayores tragedias misioneras en la que murieron las máximas autoridades de la provincia, sus esposas Susana Claro de Irrazábal y Ofelia Ruiz de Ayrault, el piloto del avión en el que viajaban, Jorge Pirovani y, dos meses después, la hija menor del gobernador, María Susana “Cuca” Irrazábal que era de la tripulación.
El viernes 30 de noviembre de 1973, al experimentado piloto el “Gordo” Pirovani lo pasaron a buscar por su casa, por pedido del vicegobernador, para pilotear la aeronave que trasladaría a los mandatarios y sus familiares a Puerto Iguazú, a los fines de recibir a Jorge López Rega, ministro de Bienestar Social durante el tercer mandato de Juan Domingo Perón y apuntado como jefe político de la Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A.
“Ese día estábamos en casa toda la familia, excepto mi papá, que lo vinieron a buscar a las cuatro de la tarde para manejar un avión que no sabíamos a quién iba a llevar, ni a dónde iba”, recordó Pedro Pirovani, abogado querellante e hijo del piloto, en diálogo con La Voz de Misiones.

El gobernador Juan Manuel Irrazábal, el vicegobernador César Napoleón Ayrault y el piloto Jorge Pirovani.
“Fuego en la cabina”
La aeronave Beechcraft Queen Air, perteneciente a la Dirección de Aeronáutica Provincial, al mando de Pirovani, salió de Posadas y debía aterrizar en la pista 1.0 del Aeropuerto de Cataratas.
Sin embargo, el operador de la torre de control le cambió las coordenadas al piloto, argumentando que la pista estaba ocupada por el avión en el que se trasladaba el ministro de Bienestar Social. Esa versión fue contrastada con el informe del gobierno nacional, que sostuvo que López Rega suspendió el viaje y nunca llegó a Misiones.
Con la información de la pista ocupada, el “Gordo” Pirovani cambió de ruta, sobrevoló las cataratas y unos minutos más tarde la aeronave que pilotaba cayó en Puerto Península, una zona de espesa selva Paranaense, en un sitio cercano al antiguo trazado de la ruta nacional 12.
Tras el hecho, un helicóptero salió de urgencia hacia la zona del desastre para localizar el punto donde se estrelló. En ese entonces, testigos ocasionales afirmaron escuchar dos explosiones, la primera en el aire y la segunda ya cuando el avión estaba en la tierra.
“Como tenía poco combustible, el helicóptero da unos giros, localiza el humo donde había caído el avión a los fines de dar la ubicación para ir al rescate por tierra”, recordó Pedro Pirovani, quien afirmó que el piloto rescatista, al dar las coordenadas, omitió un dato fundamental: el lugar de la tragedia estaba cerca de la ruta 12.
El piloto del helicóptero señaló el sitio y le dijo al equipo de rescate que había una distancia de 4 kilómetros de espesa selva desde la pista del aeropuerto, hasta el avión siniestrado. Sin embargo, omitió decirles que sería más fácil llegar por la ruta 12, que pasaba a 1500 metros del lugar de la tragedia.
“Es decir, la conclusión es que la idea era que no quedará nadie vivo”, sentenció Pirovani, que en ese momento tenía 9 años.
Una sobreviviente
Finalmente, 9 horas después y tras atravesar selva virgen misionera, los rescatistas encontraron la aeronave y una imagen desoladora. Habían muerto el gobernador, el vicegobernador, sus esposas y el aviador Pirovani.
“Gendarmeria, baquianos y cuadrillas salieron a buscar a machetazos a las 9 de la noche y llegaron a las 6 de la mañana”, graficó Pirovani hijo al tiempo que dedujo: “No se esperaron que haya una sobreviviente, que fue Cuca, María Susana Irrazábal”.
La muchacha fue hallada consciente y con quemaduras en su cuerpo, por lo que fue trasladada primero a el hospital de Eldorado, luego al Sanatorio Nosiglia en Posadas y después al Instituto del Quemado en Buenos Aires, donde permaneció internada para su recuperación.
Hasta la capital del país, a Cuca la acompañaron su tía “Buchi” Claro, hermana de su mamá, y su esposo, Horacio Codiani.
Antes de emprender el viaje, la hija del gobernador Irrazábal le contó lo que había pasado a su tía: “Sintió la explosión, porque me dijo: ‘Sabes tía que el avión explotó en el aire y tengo en mi mente, tengo en mis oídos el grito de mamá que me dijo ‘sálvate Cuca’”, rememoró Buchi Claro en un documental del Canal Encuentro.

Susana Claro de Irrazábal, Ofelia Ruiz de Ayrault y María Susana “Cuca” Irrazábal.
La Sombra de la Triple A
Dos meses después de la tragedia, según su tía Buchi, Cuca había pasado la peor y se recuperaba poco a poco. Ya tenía curadas el 80% de las quemaduras que sufrió.
Pese a ello, el destino de la muchacha ya estaba escrito: “Ella fallece y no voy a decir misteriosamente el 6 de febrero del ’74, sino que la matan”, sostuvo Pedro Pirovani y argumentó: “Porque era la única que podía decir lo que pasó allá arriba”.
El día de la muerte de Cuca, Jorge Rokuro Yamaguchi, secretario general de Casa de Gobierno en ese entonces, viajó hasta Buenos Aires y estuvo en el Instituto del Quemado. Según el expediente que fue declarado nulo, fue él quien se “encargó” de traer el cuerpo de la hija del gobernador a Misiones, con un avión que puso a disposición el Ministerio de Bienestar Social, al mando de López Rega.
Por su parte, Maia Ayrault, hija del vicegobernador fallecido, quien también dio su testimonio del hecho a LVM, afirmó: “Nosotros le llamamos el segundo atentado a eso, porque en realidad, desde el día que la llevan en un avión sanitario y queda en el Instituto del Quemado, en la puerta siempre había dos personas de la Triple A que custodiaban y pedían documento a quien entraba, nadie podía verla, salvo su tía”.
El médico forense pidió que se realice una autopsia para determinar la causal de la muerte, pero fue impedido por un documento de la Justicia ordinaria de Misiones en el cual su tío, Horacio Codiani, solicitaba, por medio de la Comisaría Décima de capital federal, que el cuerpo sea trasladado a la provincia.
Tiempo después, los hijos de las víctimas descubrirían que Codiani nunca estuvo en la dependencia policial y mucho menos firmó el documento solicitando el traslado del cuerpo de Cuca a Misiones. Eso fue comprobado por parte de la querella con un perito que confirmó que la firma fue trucada.
En busca de la verdad
A pesar de no tener competencia, el Juzgado en lo Criminal, Correccional y de Menores de la Tercera Circunscripción de Misiones, a cargo del magistrado Heriberto Von Schwarzenberg, inició la investigación del hecho y la causa se cerró el 17 de octubre de 1974 con un informe de la Fuerza Aérea Argentina, el cual sostenía que la tragedia se trató de un accidente producto de un error humano del piloto Jorge Pirovani, que se desorientó y perdió el control del avión.
Las familias de las víctimas nunca creyeron esa versión, principalmente porque desde que Irrazábal y Ayrault asumieron el Ejecutivo provincial habían recibido amenazas. La fórmula que los llevó al poder, bajo la bandera política del Frejuli, una rama disidente del Justicialismo, impuso un gobierno desarrollista en Misiones y denunció, entre otras cosas, el contrabando de harina y soja forrajera.
Otro argumento de los familiares para descreer del veredicto de la Justicia fue que el mismo vicegobernador había puesto como condición para subirse al avión que lo manejara el experto piloto: Jorge “Gordo” Pirovani.
La hija del vicegobernador recordó el tipo vínculo que mantenían con sus padres: “Ellos nos acostumbraron de que todo se hablaba en nuestra casa, por eso nosotras estábamos empapadas de lo que era la política en ese momento”.
Con esos antecedentes, las tres hijas mayores de Cesar Napoleón Ayrault no dudaron de que el hecho se trataba de un atentado y decidieron comenzar una investigación.
“Las Ayrault teníamos una base de información de nuestros padres y sabíamos de las amenazas. No había pasado un año cuando nosotras, las tres, nos juntamos y dijimos: ‘A ellos los mataron, esto no fue un accidente’”, reconstruyó la mujer sobre cómo iniciaron la búsqueda de la verdad para saber qué realmente ocurrió con sus padres.

La aeronave Beechcraft Queen Air cayó en Puerto Península.
Expediente en las penumbras
Al llevar meses de investigación y con más certeza de que la Tripe A era responsable de la tragedia misionera, las hermanas Ayrault se contactaron con la familia de Pirovani y con el hijo del gobernador fallecido, Canco Irrazábal, quien había perdido a sus padres y a su hermana.
“Cuando nos juntamos con estas dos familias, nosotras le mostramos los papeles. Resulta que ellos también compartían nuestra misma idea, aunque ninguno de ellos había tomado la iniciativa”, contó Maia Ayrault a LVM.
Pedro Pirovani, el hijo del piloto, también recordó la lucha de su madre: “ella nunca creyó que eso fue un siniestro, un accidente. Había muchos antecedentes, pero nadie quería involucrarse en el tema. Mi madre golpeó puertas en casa de gobierno y nunca fue recibida”.
El 26 de diciembre del 2006, el juez federal Norberto Oyarbide declaró delitos de Lesa Humanidad a todos los crímenes cometidos por la Alianza Anticomunista Argentina “Triple A”, convirtiéndose en causas imprescriptibles.
Tras ese fallo judicial, las familias Irrazábal, Ayrault y Pirovani, solicitaron la reapertura de la causa en el 2007 y se constituyeron como querellantes.
Fue entonces que las víctimas: “En febrero iniciamos la querella, estaba Roberto Saldaña como juez de instrucción en Eldorado, y encontramos ese famoso expediente de 86 fojas, que sólo Dios quiso que no desapareciera; lo encontramos en un depósito”, sostuvo el letrado Pirovani.
“En ese expediente estaban todos los antecedentes, la historia clínica de Susana, inclusive la supuesta presentación de Codiani en la Comisaría Décima; el relevamiento que realizó el jefe de la Policía de Iguazú, que la verdad dejó mucho que desear, un accidente de tránsito tenía más hojas”, contó Pedro Pirovani, sobre el documento tramitado en la Justicia ordinaria de Misiones.
Para el 2014, por orden de por la jueza federal subrogante de Posadas, María Verónica Skanata, exhuman los cuerpos de Juan Manuel Irrazábal, César Napoleón Ayrault y los de sus respectivas esposas, Susana Claro y Ofelia Ruiz, y del piloto Jorge Pirovani.
Peritos del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) estuvieron a cargo de las necropsias y los exámenes determinaron que todos tenían quebrada la cadera en el mismo lugar.
Sensación de Justicia
Con los elementos probatorios generados con la reapertura de la causa, el Juzgado Federal de Eldorado, a cargo del magistrado Miguel Ángel Guerrero, declaró nulo el expediente tramitado por la Justicia ordinaria de Misiones, caratulado: Irrazábal Juan Manuel, Ayrault C. Napoleón, Claro de Irrazábal Susana, Ruiz de Ayrault Ana O., Pirovani Jorge Antonio e Irrazábal M. Susana por Accidente Fatal y Lesiones.
“Todos los elementos y pruebas que se produjeron en ese expediente determinan que, efectivamente, eso no fue un accidente”, remarcó el hijo del piloto y continuó: “El fallo, a nosotros nos da inseguridad por la falta de certezas sobre qué pasó ese 30 de noviembre del ’73, porque volvimos a foja cero”.
Maia Ayrault, por su parte, celebró: “Ese día fue un día que nos reivindicó a todos, a los chicos de Pirovani, porque siempre se dijo que aquello fue un accidente porque su papá tomaba pastillas para adelgazar y eso lo desorientó. Y todo el mundo decía ‘Pirovani hizo ese camino de Posadas a Iguazú 1500 veces y podía hacerlo a ojos cerrados’”.
Ahora, las familias recurrieron a un estudio jurídico para demandar al Estado Misionero por daños y perjuicios.
“Con la certeza que tengo de que realmente eso fue un atentado, ya no me interesa, limpié el buen nombre y honor de mi padre. Ahora, con esto, vamos por el daño y el perjuicio que nos causaron, porque fue un organismo del Estado, en este caso el Poder Judicial, quien por acción u omisión a nosotros hoy no nos permite saber con certeza qué pasó ese día”, sentenció el hijo del Gordo Pirovani.

Historias
Juan Rodríguez y un volver a los días de colimba en la cárcel del fin del mundo
Corría el año tanto 1981, Juan Carlos Rodríguez cumplía 18 y debía empezar la colimba. Hasta allí, una habitabilidad para la época, pero lo singular iba a ser su destino: Ushuaia. Pero no solo eso. Su nuevo domicilio por los próximos meses iba a ser la mismísima cárcel del fin del mundo, que a comienzos del siglo XX también supo albergar a míticos criminales argentinos como el Petiso Orejudo.
Con la mayoría de edad recién cumplida, Rodríguez debió dejar su Apóstoles natal y embarcarse en un viaje de 4.000 kilómetros, cambiando el calor misionero por el frío el austral, la tierra colorada por los campos de hielo y la habitación de su casa por una antigua celda de apenas 2 x 1,50 metros a compartir con otro conscripto al servicio militar obligatorio.
“Primero hicimos la revisión médica para ver si éramos apto o no. Yo tenía sorteo alto, así que me convocaron. Tuvimos una etapa de instrucción que duró un mes en Bahía Blanca y una vez instruidos con lo básico te derivaban a los puntos donde la Armada tenía sus bases. A mí me tocó el sur, me tocó Ushuaia. Éramos seis soldados y pertenecíamos a la Agrupación Lanchas Rápidas. Me acuerdo que nos costó llegar porque el avión no podía aterrizar. Fue difícil durante los primeros tiempos, pero dentro de todos nos adaptamos”, contó Rodríguez para La Voz de Misiones.

Juan Carlos Rodríguez estuvo un tiempo en la cárcel del fin del mundo y después estuvo en la Isla de los Estados.
Presidio Nacional
Apenas aterrizado en la ciudad más austral del mundo, su primer destino fue el antiguo Presidio Nacional, cárcel que en 1902 fue construida para albergar a los presos más peligrosos del país y que en 1947 fue cerrada por disposición del presidente Juan Domingo Perón, tras lo cual el predio pasó a manos de la Armada.
El complejo era una impresionante mole de piedra con cinco pabellones de 75 metros de largo, emplazados en forma radial y que convergían en un recinto poligonal. Cada módulo, a su vez, tenía 76 celdas. La edificación fue dirigida por el ingeniero Catello Muratgia, que convirtió a los penados en albañiles y a los guardias en capataces de obra.
El lugar también fue bautizado como “la siberia criolla” y el objetivo de la construcción era eliminar delincuentes considerados de máxima peligrosidad, confinándolos en un lugar remoto, sometiéndolos a condiciones infrahumanas y a castigos extremos. Fuera del penal los internos además eran utilizados para trabajos como la construcción de calles, puentes, edificios y la explotación de los bosques.
Por esas celdas pasaron el infanticida y asesino en serie Cayetano Santos Godino, más conocido como El Petiso Orejudo; el primer homicida múltiple de la época Mateo Banks, alias “El Mististico”; y el anarquista ruso Simón Radowitzky o Radovitsky; entre otros 600 reclusos.
Y en esas mismas celdas durmió el misionero Rodríguez durante los 45 días de servicio que debió cumplir en el presidio, previo a ser derivado a otro destino aún más remoto.
“Sabíamos de los personajes como el Petiso Orejudo, pero por aquel entonces nosotros no conocíamos mucho la historia de la cárcel, no había todos los medios que hay ahora. Es más, creo que la mayoría ni tenía conocimiento de esa cárcel, pero el lugar estaba casi en las mismas condiciones en la que había dejado de funcionar”, contó Rodríguez.
Con la memoria casi intacta de aquellos tiempos describió que “nos tocaba dos por celda. La nuestra era de 2×1,50 metros y ahí entraban dos camas tipo cuchetas. Siempre nos despertábamos del frío que hacía. En la escalera donde se subía al segundo piso, en el fondo, generalmente había hielo porque la humedad se llegaba a congelar. En los pasillos había techos de vidrio que le faltaban partes y se generaban hilos de agua congelada”.

En su visita a la cárcel -ahora museo-, Juan Carlos encontró la habitación en la que dormía durante sus días de servicio.
Isla de los Estados
Pero habría un contexto aún más gélido donde cumplir servicios: la Isla de los Estados, ubicado en el extremo oriental de Tierra del Fuego, unos 30 kilómetros mar adentro.
Para llegar hasta allí había que navegar durante quince horas, atravesando el Canal de Beagle y el Estrecho de Le Maire, una ruta con condiciones climáticas extremas, corrientes de hasta 10 nudos en temporadas de tormenta y mareas de varios metros de alto.
El traslado se hacía en el buque ARA Alférez Sobral, que fue transferido a la Armada Argentina desde Estados Unidos después de combatir en la Segunda Guerra Mundial y que más tarde también luchó en la Guerra de Malvinas. La nave fue retirada en 2018 y hundida en mayo de este año.
“Después de la cárcel nos trasladaron a la Isla de los Estados, donde había una base de la Armada. Nos llevaron en el Sobral. Salimos a la tarde y llegamos al otro día. La ida fue más o menos buena, pero el regreso fue con olas de 3 o 4 metros, que para el que no está habituado era para pasarla mal. Yo pasé abrazado a un poste en la popa del barco, con náuseas, vómitos y más de noche, que no se veía nada”, recordó.
Una vez llegados se instalaron en la base que consistía en tres casillas de fibra de vidrio de 3×3 metros, separada una de la otra. “En ese lugar éramos tres: un buzo de Mar del Plata, un jujeño y yo. Ahí estuvimos con temperaturas de 15 grados bajo cero durante unos 45 días en pleno julio. Sin estufa era inhabitable. Ahí teníamos que cumplir función. Nos movilizábamos muy poco porque era todo hielo, recorríamos una parte, hasta donde se podía caminar y sino teníamos un bote para andar por la costa. En ese tiempo el inconveniente era con los chilenos, no con los ingleses todavía”, explicó.

Para llegar a la Isla de los Estados había que navegar unas 15 horas.
El regreso
Cuatro décadas después de esa experiencia, Rodríguez volvió a recorrer esos mismos paisajes, pero en un viaje que realizó mano a mano con uno de sus hijos, el influencer, blogger y comunicador Octavio, Estandap3r en las redes.
“Volver a Ushuaia era un viaje que tenía postergado. Tenía los medios, pero faltaba animarse. Fue muy emocionante regresar 43 años después y reencontrarse con parte de la historia de mi vida. Siempre fue un sueño volver y ahora se dio la oportunidad con Octavio, que es viaje y está más habituado. La verdad que pasamos muy bien y volvimos muy contentos”, contó.
Junto a Octavio volvió a ingresar a la cárcel del fin del mundo, hoy convertida en museo y al recorrer sus pasillos encontró la misma celda que fue su habitación. “Yo identifiqué mi celda porque me acuerdo que cuando entrábamos por el pasillo lo hacíamos a los trotes y ante el primer cruce de una baranda a la otra, a la derecha era mi habitación, por eso lo tenía bien memorizado”, detalló.
De aquellos días también recuerda a sus compañeros, puntualmente a uno, a otro misionero, Juan Ramón Toledo, de quién nunca más supo a pesar de haberlo buscado en tiempos modernos.
“Nos dieron de baja en febrero o marzo del 82. Éramos dos de Misiones, nos volvimos en tren desde Buenos Aires y ahí no más lo perdí. Lo busqué y nunca más”, cerró.
Historias
Kevin Bogado, de Garuhapé al mundo como comunicante en la fragata Libertad
En este preciso momento, en alguna coordenada de altamar, hay un misionero que se encuentra rumbo al puerto de Kristiansand, en Noruega. Viene de visitar Recife (Brasil) y Ferrol (España), pero aún le queda varios miles de millas náuticas por recorrer. El protagonista de esta historia es el cabo primero comunicante de la Armada Argentina y radioaficionado Kevin Bogado, quien forma parte de un viaje de instrucción a bordo del emblemático buque escuela fragata ARA Libertad.
Bogado es oriundo de Garuhapé, donde se crió junto a su madre, su padrastro y un hermano. El muchacho es padre de dos niños, Benjamín y Cloe Olivia, e inició su carrera en la Armada en 2017, apenas culminado los estudios secundarios.
De su pueblo natal viajó entonces a Posadas, donde se dirigió a la delegación naval en busca de información para luego empezar a escribir su propia historia dentro de la institución. “Al principio pensé en elegir Informática, pero finalmente me incliné por Comunicaciones”, recordó en un diálogo con la revista especializada Gaceta Marinera.
“Fue una linda experiencia donde hice muchos amigos y compañeros”, destacó Bogado sobre esa etapa y rememoró que su primer destino fue el destructor ARA Sarandí, con el cual navegó por el sur del país y conoció Ushuaia. También hizo la Campaña Antártica de Verano 2022-2023 con el rompehielos ARA Almirante Irízar.

El misionero Kevin Bogado junto a su compañera, la salteña Melisa Vega.
Comunicante
Hoy su especialidad en la fuerza es de comunicante y su presente lo ubica embarcado en la fragata Libertad, siendo parte del Viaje de Instrucción 53, cumpliendo una función clave para la navegación, el intercambio y la integración cultural.
Dentro del buque escuela, tanto Bogado, como su compañera de área, la cabo principal Melisa Vega, combinan sus funciones militares con su pasión por la radio afición, realizando transmisiones regulares que permiten interactuar con aficionados a nivel global.
Según explica Gaceta Marinera, ambos marinos operan con el indicativo (o código de canal) LU8AEU/MM. Las primeras siglas se corresponden a Libertad, mientras que la doble M refiere a Móvil Marino.
“Conocer otros equipos, otras formas de operar, salir del marco estructurado de la comunicación militar; me permitió crecer mucho profesionalmente”, admitió el misionero Bogado. “Transmitimos un mensaje del país en cada rincón del planeta”, coincidió con Vega, que es de Salta.
La travesía de la Embajadora de los Mares comenzó el 7 de junio, cuando la embarcación zarpó de Buenos Aires con un total de 270 tripulantes. El regreso está previsto para el 23 de noviembre, luego de 169 días y un recorrido de aproximadamente 22.000 millas náuticas.
En lo que va del viaje la fragata ya atracó en el puerto brasileño de Recife y en el español de Ferrol. El destino inmediato ahora es Kristiansand, una de las localidades más sureñas de Noruega.
El itinerario contempla, además, ciudades como Hamburgo (Alemania), Ámsterdam (Países Bajos), Lisboa (Portugal), Puerto Limón (Costa Rica), Baltimore (Estados Unidos), Santo Domingo (República Dominicana) y Fortaleza (Brasil).
“En mi experiencia, dentro de la Armada nunca paro de sorprenderme; cada año es distinto y eso me gusta y anima”, resaltó Bogado, que de la tierra colorada pasó a azul profundo de las aguas del mundo.
Historias
El médico misionero que vivió con indígenas en el Amazonas y es concejal en Eldorado
Vendía diarios en las calles de Eldorado, cuando su destino se le apareció en la sección de noticias locales. Corría el año 2003, el país venía del derrumbe de la utopía primermundista inaugurada por Carlos Menem en 1989, que le explotó en la cara a Fernando de la Rúa en 2001, y para un adolescente pobre del interior el panorama no podía ser peor.
El protagonista de esta historia, Sebastián Tiozzo, concejal del PAyS de Eldorado, es uno de esos hombres que parece haber vivido varias vidas: estudió medicina en Cuba, fue de misión médica a Venezuela, donde vivió más de dos años con los Yanomamis, uno de los últimos pueblos indígenas de los que habitan el Amazonas en ser contactados por la aldea global; fue médico rural en Yabotí, con las comunidades mbya guaraní, en la selva misionera; y hoy, hace medicina comunitaria en un Caps de la misma ciudad, en que ese día de 2003 leyó en el diario su futuro.
Exiliados
“Nosotros éramos los llamados ‘exiliados económicos’, toda una generación”, describe Tiozzo, que entonces tenía 17 años, una incipiente militancia política estudiantil, toda la vida por delante y el oficio de diariero.
“Yo había terminado el colegio en 2002, y después del 2001, no teníamos muchas expectativas; mamá y mis tres hermanas, estaba difícil”, rememora, en diálogo con La Voz de Misiones.
La televisión de la época era un carretel de la desesperanza: fábricas cerradas, gente vencida, procesiones de desocupados; un abanico de cuasi monedas de nombres estrafalarios, clubes de truque y otros malabares económicos.
“Yo vendía diarios y fue por los diarios que me enteré que había jóvenes misioneros estudiando medicina en Cuba, chicos de Posadas; no había nadie del Eldorado”, cuenta Tiozzo.

La Escuela Latinoamericana de Medicina, de La Habana, donde se graduó Tiozzo en 2010.
La noticia fue como un principio de relevación para el canillita de 17, empeñado en hacer algo con su vida.
“Me enteré de la beca, fui a una reunión en Posadas, había gente de la Embajada de Cuba; no pedían casi nada, solo título del secundario”, relata Tiozzo.
“Entramos como 10.000 aspirantes. Yo me dije ‘voy a ganar’”, rememora.
“Seguí vendiendo diarios y un año después, 2004, gané la beca”, recuerda, como reviviendo el momento. “Era la única posibilidad que tenía de estudiar medicina”, dice y sentencia: “Fuimos una generación a la que Cuba nos salvó la vida”.
Ingresaron 100 argentinos aquel año, él entre ellos. “Yo no conocía mucho de Cuba. La gente, mis vecinos me asustaban con el comunismo”, cuenta Tiozzo. “No te van a dejar salir”, dice que le decían en el barrio.
“La verdad que yo no sabía si me iban a dejar salir o no; lo único que sabía es que no quería vender diarios el resto de mi vida”, comenta el hoy concejal del PAyS.
Cuba
Tiozzo llegó a Cuba ese mismo año, a la Escuela Latinoamericana de Medicina, una institución devenida en emblema del internacionalismo cubano, nacida para atender una realidad que había quedado al desnudo con los embates de los huracanes George y Mitch, en noviembre de 1998: la falta de médicos en Centroamérica y el Caribe.
Tiozzo vivió seis años y medio en Cuba, atravesó la isla de un extremo a otro, en un viaje por lo profundo de la revolución cubana, en una época en que la nación caribeña vivía una especie de renacimiento, con la estrella de su líder legendario y un escenario regional dominado por gobiernos populares.

Un joven Sebastián Tiozzo (segundo de la izquierda) con el puño en alto al pie del monumento al Che Guevara, en Santa Clara, Cuba.
Para el joven de Eldorado, el periplo cubano entrañaba una experiencia reveladora, no solo por el contacto directo con una realidad desconocida, sino a la manera de un viaje iniciático hacia el interior de sí mismo.
“Fueron años de mucho aprendizaje, en lo académico, en lo social, en lo humano”, dice Tiozzo.
“La mayoría de los profesores eran médicos que habían estado de misión en África, Asia, en varios lugares del mundo; la práctica académica se nutría con las historias médicas reales, de médicos reales, en contextos hostiles, situaciones de desastre, comunidades aisladas”, recuerda.
Las fotos de aquellos años lo muestran en actividades diversas: en la facultad, con el Mar Caribe de fondo; en una brigada de solidaridad, llevando música, juegos y asistencia a escuelas primarias de la isla.
Una de las fotos muestra a Tiozzo saludando al mítico comandante Fidel Castro, ya retirado y enfundado en el atuendo deportivo que adoptó cuando colgó para siempre su uniforme de jefe revolucionario.

Con el líder revolucionario Fidel Castro, en un encuentro en La Habana.
“Yo sabía que mi vida social y política iba a ser la que estoy haciendo ahora, y de inmediato me dije: ‘quiero tener esa experiencia antes de volver a Misiones”, comenta el médico y concejal de Eldorado.
Era 2010. Le faltaban seis meses para graduarse, cuando ocurrió el gran terremoto de Haití, que se cobró miles de muertos, devastó la capital del país y dejó millones de desamparados.
“Empezaron a ir compañeros del último año. Me quedé con las ganas”, dice Tiozzo, como lamentándose todavía por aquella primera misión humanitaria perdida.
Su oportunidad llegó varios meses después, ya graduado y con 25 años: el denominado Batallón 51, una brigada médica reclutada con el objetivo de llevar atención a los lugares más difíciles de Venezuela.
“Me anoté sin dudarlo”, cuenta Tiozzo. Relata que llamó por teléfono a Eldorado y le comunicó a su familia que Misiones lo iba a tener que esperar un poco más, y el 3 de septiembre de 2010 se embarcó en un vuelo directo de Cuba a Venezuela.
El Amazonas
En sus años en Cuba, Tiozzo pudo interiorizarse de la revolución bolivariana que lideraba el presidente Hugo Chávez en Venezuela, a través del testimonio de compañeros de ese país en la escuela de medicina.
“Íbamos en una brigada médica y también de apoyo al proceso bolivariano, para mí era apasionante y representaba un desafío que exigía mucho compromiso”, reflexiona Tiozzo.
Relata que su destino venezolano tampoco fue resultado del azar, sino que lo eligió: una ignota región de comunidades indígenas yanomamis, localizadas en lo profundo de la selva amazónica, en la frontera con Brasil.
“Son comunidades que en medio de la nada”, describe Tiozzo el remoto territorio, donde el paisaje se alarga en lo alto del río Orinoco, en el que vivió más de dos años.

En lancha por el río Orinoco, hacia lo profundo de la selva amazónica venezolana.
“Fueron unos años maravillosos”, exclama Tiozzo. En las fotos se lo ve a punto de abordar un avión en una pista de tierra, rodeada de montañas; navegando en lancha con una remera del Che; en la selva, en su uniforme de brigadista y con un machete al hombro; y auscultando a niños y mujeres de las aldeas yanomamis.
“Cada cuatro o cinco meses regresaba a la ciudad por unos días y después volvía en lancha”, cuenta Tiozzo.
Dice que la mayor dificultad fue el idioma, conformado por un abanico de dialectos inescrutables. Lo enfrentó con un cuaderno de anotaciones y predisponiendo el oído.
“Por suerte, había algunos yanomamis muy interesantes, que habían hecho cursos de agentes sanitarios, y para nosotros era espectacular, porque nos enseñaban la lengua y nos informaban acerca de la cuestión cultural, que también es algo en que no podés pifiar”, relata.

Esperando abordar un avión en una pista amazónica en 2011.
Cuenta que, entre las múltiples experiencias vividas con los indígenas amazónicos, la más fuerte fue un ritual funerario donde la tribu ingiere las cenizas del difunto.
Dice que entre los yanomamis terminó de comprender la noción de comunidad. “Ellos no no conocen el egoísmo, todo lo que tienen lo comparten”, valora Tiozzo.
Misiones
Al cabo de dos años y tres meses, el médico misionero graduado en Cuba concluyó su misión en el Amazonas venezolano, se despidió de la comunidad indígena que lo había acogido como uno de los suyos, y emprendió el regreso a la tierra colorada.
“Llegué y hablé con el doctor Oscar Herrera Ahuad, que por entonces era ministro de Salud y le pedí para trabajar con las comunidades mbya guaraní de la provincia”, cuenta Tiozzo.
El llamado de la selva lo llevó lo encontró recorriendo aldeas en todo el nordeste de Misiones: Yabotí, El Soberbio, San Vicente, San Pedro. Fueron otros tres años y medio.
Hoy, a la distancia el médico de Eldorado compara ambas experiencias y afirma que los yanomamis y los mbya misioneros “son pueblos totalmente distintos, casi sin puntos en común”.

En una comunidad mbya en la selva misionera.
“Acá, los paisanos siempre están a la defensiva con los blancos”, dice Tiozzo y explica: “Los yanomamis, por estar tan intrincados, nunca conocieron el genocidio; recién hace poco que están teniendo vínculos con los blancos y todo resulta amistoso para ellos”.
Argumenta que la propiedad de la tierra, del pedazo de selva que las comunidades habitan, es otro dato a tener en cuenta.
“En el caso de los yanomamis, el ambiente natural es de ellos; y en cambio, acá las comunidades están sin tierras, sin techo, sin nada”, explica Tiozzo y concluye: “Es difícil ser feliz si te sacan todo”.
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