Historias
A 50 años del magnicidio de Coco Ripoll: “Fue la cultura del odio”
Gatilló una vez y el tiro no salió. Volvió a disparar y falló. Las siguientes tres detonaciones dieron en el blanco y cumplieron el objetivo: asesinar a Francisco Victorino “Coco” Ripoll, pre-candidato a gobernador de la provincia por el peronismo en 1972 y cercenar para siempre sus aspiraciones políticas. Hoy se cumplen 50 años del aquel fatídico día y La Voz de Misiones reconstruyó el magnicidio.
Era un 10 de diciembre. En la antigua sede del Partido Justicialista (PJ), ubicada en ese entonces frente al mástil de las avenidas Mitre y Uruguay, se realizaba un congreso peronista en el cual se dirimía una interna entre las fórmulas Francisco Ripoll-César Ayrault y Ricardo Gíes-Miguel Ángel Alterach.
La lista encabezada por Ripoll tenía todas las de ganar. Un día antes, en el diario El Territorio -único medio escrito de la época- se publicó una solicitada donde 46 de los 75 congresales manifestaban su “total e irreversible” apoyo a la fórmula. Y la elección prometía conseguir más votos ese 10 de diciembre. La victoria era inevitable.
Para Carlos Ripoll, hijo del dirigente peronista asesinado, el crimen de su padre fue puramente por razones políticas. “En su momento pretendieron instalar que el crimen fue por razones personales o laborales. Pero nada de ello era cierto. Fue un crimen de la cultura del odio y por razones políticas, organizado por un grupo de personas que puso dinero en los bolsillos del verdugo de mi papá”, sentenció en diálogo con LVM.
En aquellos tiempos, el escenario político estaba enmarcado por las especulaciones ante el posible regreso de Juan Domingo Perón al país después de su exilio y, en Misiones, Ripoll era apoderado del PJ, que estaba en plena etapa de reorganización tras los años de proscripción.
En ese contexto, fue a comienzos de 1972 que Ripoll decidió encabezar una lista para competir en las elecciones a gobernador que iban a realizarse el próximo año. Su competidor en las internas del partido fue su amigo y vicepresidente del Banco Provincia de Misiones, Ricardo Gíes, que para Ripoll hijo, representaba a un sector contrapuesto y alineado con la “oligarquía misionera”.
“En el PJ hubo presiones internas hacia el sector que era más bien empresario, porque mi padre había dicho que su primer acto de gobierno iba a ser la intervención del Banco Provincia de Misiones, porque ese banco solamente servía a cuatro o cinco familias adineradas, pero no le daba crédito a los trabajadores, ni a los docentes, ni a los empleados públicos. Entonces hubo presión para que Gíes saliera a pelear la candidatura de mi papá”, recordó Carlos, que en ese entonces tenía 23 años y participaba activamente de la campaña.
En esa atmósfera política luego nació Tercera Posición, un partido que correspondía a una rama disidente del PJ y que se separó del partido tras la conformación del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), que compitió a nivel nacional en las elecciones presidenciales del 73.
En Misiones, Tercera Posición luego estaría integrada por varios dirigentes a los cuales Ripoll hijo acusa como instigadores del magnicidio. Y los acusa con nombre y apellido: “El principal instigador fue José Carlos Freaza, acompañado por Carlos Cañadas que luego fue diputado por Tercera Posición, Carlos Golpe, que también fue diputado nacional por Tercera Posición, Bicho Luján, que fue intendente. Había un grupo, que primero se llamó Tercera Posición como partido político, luego se empezó a dividir, pero fueron ellos, que era el grupo opositor a mi padre”.
“Los de la lista de Gíes se reunían y se contactaban con los congresales, le ofrecían dinero, pero llegaron a la conclusión de que no podían ganar las elecciones internas por lo cual comenzaron a decir que el único camino era que Ripoll se muriera. Me tocó atender varios llamados amenazantes, con insultos y demás. Mi padre nunca le dio importancia a esos llamados, siempre dijo que después del congreso todos se iban a unir de nuevo”, recordó el hijo del político asesinado.
Un pañuelo y tres balazos
El magnicidio se cometió el 10 de diciembre de 1972, a las 10.50, en la vereda de la antigua de sede del PJ, ubicada frente al mástil de las avenidas Mitre y Uruguay de Posadas.
Ripoll había llegado caminando desde su casa por calle Junín. Estaba junto a su hijo en la vereda aguardando los resultados del congreso peronista que se llevaba adelante dentro de la sede. Allí les tomaron la última fotografía (portada).
En un momento, una persona agitó un pañuelo desde una ventana superior del edificio y esa fue la señal para que Avelino Grahl cruzase la avenida desde un bar para rematar a balazos al pre-candidato que tenía todo dado para imponerse en las elecciones internas.
Fueron dos intentos fallidos y otros tres disparos en la cabeza con un revólver, que pudo ser calibre 32 o 38 milímetros. Luego apuntó a algunos otros presentes y se entregó sin más ante el comisario que estaba en el lugar. Ripoll hijo presenció absolutamente todo y vio morir a su padre en sus brazos.
Grahl era otro peronista y en no pocas ocasiones fue alojado por Ripoll en su casa cuando no había colectivo para que regrese a Aristóbulo del Valle, de donde era oriundo.
“Avelino, el verdugo de mi padre, se quedaba en mi casa a veces. Se quedaba en mi habitación, dormía en mi casa. Yo lo conocía muy bien, pero bueno, como dicen siempre: ‘billetera mata galán’, y a él le ofrecieron unos pesos y le dieron de tomar toda la noche anterior para que cometa el crimen. Le habían llenado la cabeza con pensamientos en contra de mi padre”, sostuvo Ripoll hijo.
El magnicida quedó detenido, pero solo permaneció cuatro meses privado de su libertad, ya que al año siguiente fue favorecido por la amnistía del presidente Héctor Cámpora para prisioneros por razones políticas: “Esa amnistía la gestionaron Freaza y Golpe (Carlos) y se la otorgó la Justicia provincial de Misiones”, señaló.
El crimen quedó impune. Grahl un tiempo residió en Posadas y falleció hace al menos una década. Se llevó la verdad a la tumba.
Tras el asesinato, Gíes y Alterach retiraron la fórmula y las elecciones a gobernador de la provincia de aquel 15 de abril de 1973 finalmente fueron ganadas por Juan Manuel Irrazábal y César Napoleón Ayrault, por el Frejuli, quienes en noviembre de ese fallecieron tras sufrir en Puerto Iguazú un accidente aéreo que para muchos se trató de un atentado de la Triple A.
Historias
Menocchio Cue, el imperio caído
Imposible adivinar lo que alguna vez fue. Todo alrededor fue pasto del tiempo. El complejo de lo que fuera el imperio yerbatero de los Menocchio en General Urquiza es hoy un conjunto de ruinosos edificios, mayormente devorados por la vegetación, que apenas traslucen algún despojo de la gloria perdida.
Tampoco hay testimonios dispuestos a enfrentar el miedo que todavía infunde el apellido que da nombre a esa postal de pueblo fantasma, que una implacable sucesión de acontecimientos convirtió en una especie de sitio maldito.
La sombra del más célebre de los asesinos misioneros, Luis Raúl Gusano Menocchio, que hoy cumple dos condenas a cadena perpetua en una cárcel patagónica, acecha en el imaginario de quienes deambulan entre las ruinas buscando algo útil que puedan arrancarle al olvido.
Lo que fuera la mayor y más moderna yerbatera de Misiones fue abandonada por los Menocchio a principios de los años ’80 del siglo pasado, cuando el padre del Gusano fue acusado de un megafraude contra la extinta Comisión Reguladora de la Producción y Comercialización de la Yerba Mate (Crym) y de haber estafado al Banco Nación por $12 millones de la época.
Los Menocchio abandonaron, raudamente, la provincia y se instalaron en Asunción, Paraguay, al amparo de la dictadura de Alfredo Stroessner, que transitaba por esos años la recta final de su reino de terror, y donde el mayor de los hijos del matrimonio se convertiría en el más frio y siniestro homicida que haya pisado jamás la tierra sin mal.
El complejo se remató en 1985, pero nunca recuperó la magnitud de los buenos viejos tiempos. En su época de esplendor supo tener 600 hectáreas de yerba, el más moderno de los secaderos, grandes depósitos de almacenaje, viviendas para el personal, que al cierre se contabilizaba en unos 400 trabajadores, y hasta un puerto propio.
Hoy, entre los oxidados silogismos de ruedas y poleas; los vidrios rotos, por donde se cuela el viento y el sol se infiltra para dibujar fantasmagóricas figuras; los depósitos, máquinas y hornos abandonados; y los mudos letreros que advierten sobre peligros pasados, solo avanza la telaraña y reina el silencio.
Historias
Marino posadeño participa de ejercicios navales multinacionales en Chile
De Posadas a la Antártida y ahora a Chile, para participar del Unitas, una emblemática jornada de ejercicios navales en la que participan marinos de todo el continente americano. Así es la hoja de ruta en altamar de Leandro Germán Villalba, un posadeño que desde 2015 integra la Armada Argentina.
Villalba no siempre fue marino. Cuando terminó el colegio secundario comenzó a trabajar con diferentes oficios y recién inició su carrera naval en 2015, cuando un cuñado le contó sobre la experiencia.
Fue allí que el posadeño decidió anotarse para realizar el Período Selectivo Preliminar y ser Marino de la Tropa Voluntaria en la Base de Infantería de Marina Baterías, al sur de la provincia de Buenos Aires.
Cuando egresó, su primer destino fue el Liceo Naval “Almirante Storni” de Posadas, donde comenzó a trabajar en el sector de mantenimiento, ya tenía experiencia en diferentes oficios como la albañilería y la pintura, pero su carrera iba a continuar en ascenso.
Más tarde, Villalba pidió realizar el curso para hacer la carrera de suboficial e integrar las filas del personal militar como cabo segundo y ahora su especialidad naval es Apoyo General, que incluye además de los camareros a conductores, peluqueros, cocineros y todo el personal relacionado a los servicios en la Armada.
Sus primeras navegaciones las realizó en 2022, cuando arribó a la base naval Puerto Belgrano, en la ciudad de Punta Alta en el sudeste de Buenos Aires, para ser destinado al destructor ARA “Sarandí”.
“Me gusta mucho navegar porque es muy importante el trabajo en equipo; cada uno aporta desde su lugar y se genera mucha camaradería a bordo”, contó Villalba en una nota publicada en la Gaceta Marina.
A fines de ese año, el cabo segundo conoció el continente blanco al ser designado para realizar la Campaña Antártica de Verano arriba del rompehielos ARA “Almirante Irízar”.
Durante la campaña, el misionero se desempeñó en el grupo Bodega del Irízar y en el grupo de tareas que se encargó de la instalación de una baliza en la Base Antártica Conjunta Esperanza.
Unitas en Chile
Pero las experiencias no terminan allí para Villalba, quien ahora participa de edición 66 del Unitas, una serie de ejercicios navales multinacionales organizado por Estados Unidos y que este año se realiza en Chile desde el 5 hasta el 13 de septiembre.
Para la edición 2024 la Armada Argentina desplegó el Destructor Clase Meko 360H2, Ara D-13 “Sarandí” y un helicóptero embarcado AS-555 SN “Fennec 2”, además de una agrupación de infantes de marina entre los cuales se encuentra el posadeño Villalba.
Todos estos elementos de la fuerza nacional se unen a efectivos y medios de otros 24 países que en total aportan 4.000 infantes, 17 buques de guerra, dos submarinos y 23 aeronaves para la realización de ejercicios orientadas, en primera instancia, a nivelar y establecer procedimientos comunes, para luego operar frente a una amenaza en común, acorde a los desafíos actuales.
“Es una experiencia única ser parte de un ejercicio del que participan tantos países; lo tomo como una experiencia inolvidable de gran aprendizaje para mi carrera”, agregó Villalba a la Gaceta Marina.
En los ejercicios del Unitas 2024, los participantes se adiestran bajo diversos escenarios operativos, favoreciendo el entrenamiento de técnicas y tácticas con operaciones anfibias, de buceo, de Fuerzas Especiales y de Aviación Naval, entre otras, estableciendo estándares internacionales para las tripulaciones participantes.
Historias
Bonpland y las ruinas de un emporio tabacalero
Las ruinas dominan toda una esquina de Bonpland, a pocas cuadras del casco principal del pueblo, que debe su nombre al famoso naturalista francés y que el 18 de junio pasado celebró sus 130 años desde su fundación en 1894.
El conjunto ocupa algo más que una manzana e incluye una casona de estilo inglés que, aún abandonada, profanada y cercada por la vegetación, resiste el embate del olvido como una fortaleza de otro tiempo.
Los orígenes de las edificaciones que encienden el debate en el Bonpland de hoy, se pierden en la historia de este pueblo misionero que supo ser enclave tabacalero y conoció la bonanza de sus mejores días.
Destrucción
La casona de dos plantas es lo más antiguo del conjunto abandonado de Bonpland. Sus líneas exteriores y las características de la edificación, con gruesas paredes de piedra y finos detalles interiores, ubican su construcción en los primeros años del siglo 20.
De estilo modernista, la casona es austera de ornamentos y de gran funcionalidad interior, con espacios amplios y luminosos, varios baños y habitaciones que antaño estaban dotadas con lavatorios individuales.
Hoy, ingresar a la propiedad supone ir equipados para abrirse paso entre una vegetación espesa y espinosa, que avanza sobre la construcción, configurando un muro natural casi infranqueable.
Adentro, todo es destrucción. Los únicos vestigios del esplendor perdido son el piso de baldosas centenarias del zaguán de entrada, los zócalos de azulejos y los umbrales de mármol de Carrara. Todo lo demás fue arrancado de cuajo: puertas, ventanas, sanitarios, caños y artefactos eléctricos.
Por todos lados hay grafitis: figuras, símbolos, nombres de furtivos visitantes, dibujados sobre las descascaradas paredes y que le dan al cuadro su definitivo toque distópico, propio de escenas sacadas de alguna película apocalíptica.
Gemelas
“Hay dos de esas casas en Misiones, la otra está en San Ignacio”, dice Ángel González, que habitó la propiedad durante tres años, entre 1997 y 2000, cuando llegó a Bonpland como encargado de una de las tabacaleras que explotó el complejo.
“Yo ocupaba la parte de abajo nomás”, cuenta el hombre a LVM. “Las paredes son anchas así, cada habitación tenía como una piletita”, describe González y apunta: “Era como un hotel para gente que venía de Europa”.
Los años que González trabajó en la industria tabacalera, fueron los últimos de la época dorada de Bonpland. “Esto era como una ciudad muy importante, con bancos, restaurantes, estaciones de servicio, hoteles”, comenta.
“Traían el tabaco en carreta, en ponchada o suelto, en esos carros polacos”, ilustra y agrega: “Cuando estaba crecido el arroyo El Tigre o el otro, se quedaban semanas acá, y por eso había hoteles”.
“Este era el centro neurálgico del tabaco, acá estaban Nobleza Piccardo, Massalin Particulares”, cuenta González y apunta que todos los edificios que fueron reconvertidos en residencias estudiantiles “eran de industrias tabacaleras”.
Ejemplo
González, que hoy está jubilado, llegó a Bonpland a mediados de los años `90. Nobleza ya no estaba. Tampoco Massalin. Faltaba poco para la debacle que se abatió sobre los galpones y el pueblo, pero las expectativas por entonces eran inmejorables, según dice.
De origen posadeño, González se vinculó al mundo del tabaco en Garupá. “Empecé en 1984 a trabajar en tabaco en la empresa Alfader SRL, que tenía un galpón arreglado para tener el producto en tránsito, y una fábrica de cigarrillos en Posadas, en la calle Buenos Aires”, recuerda.
Trabajando allí, se convirtió en sindicalista y llegó a ocupar la Secretaría General del Sindicato de Obreros del Tabaco en la tierra colorada por varios años. De esa época, González recuerda a Ramón Gudiño, histórico titular de la CGT Misiones, de quien asegura aprendió “el arte de la dirigencia sindical”.
En Bonpland, la empresa de González se hizo con las instalaciones que Nobleza ocupó hasta que se fue del pueblo: él, fue el encargado de rediseñar el predio para el almacenamiento de unos dos millones de kilos de tabaco, de los tipos Criollo, Burley y Virginia.
“Era una época de mucha sequía, se prendían fuego los pinos. De Garupá veíamos la llama azul de los incendios”, relata González y argumenta: “Había que ser muy cuidadosos con nuestros galpones llenos de tabaco”.
La inversión funcionó hasta que la familia del empresario Osvaldo Otero abrió la sociedad a capitales europeos, que terminaron quedándose con todo el paquete, hasta que el predio fue tomado por los trabajadores en diciembre de 2007, en reclamo de salarios caídos e indemnizaciones.
González afirma que la medida de fuerza, que adquirió ribetes de pueblada en plena Navidad, selló la suerte de aquel último de los emporios tabacaleros que habían puesto a Bonpland en el mapa.
“No tenía que haber ocurrido nunca”, dice González y sentencia: “Esas ruinas quedaron como ejemplo de las cosas que no se deben hacer”.
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