Historias
A 50 años del magnicidio de Coco Ripoll: “Fue la cultura del odio”



Gatilló una vez y el tiro no salió. Volvió a disparar y falló. Las siguientes tres detonaciones dieron en el blanco y cumplieron el objetivo: asesinar a Francisco Victorino “Coco” Ripoll, pre-candidato a gobernador de la provincia por el peronismo en 1972 y cercenar para siempre sus aspiraciones políticas. Hoy se cumplen 50 años del aquel fatídico día y La Voz de Misiones reconstruyó el magnicidio.
Era un 10 de diciembre. En la antigua sede del Partido Justicialista (PJ), ubicada en ese entonces frente al mástil de las avenidas Mitre y Uruguay, se realizaba un congreso peronista en el cual se dirimía una interna entre las fórmulas Francisco Ripoll-César Ayrault y Ricardo Gíes-Miguel Ángel Alterach.
La lista encabezada por Ripoll tenía todas las de ganar. Un día antes, en el diario El Territorio -único medio escrito de la época- se publicó una solicitada donde 46 de los 75 congresales manifestaban su “total e irreversible” apoyo a la fórmula. Y la elección prometía conseguir más votos ese 10 de diciembre. La victoria era inevitable.
Para Carlos Ripoll, hijo del dirigente peronista asesinado, el crimen de su padre fue puramente por razones políticas. “En su momento pretendieron instalar que el crimen fue por razones personales o laborales. Pero nada de ello era cierto. Fue un crimen de la cultura del odio y por razones políticas, organizado por un grupo de personas que puso dinero en los bolsillos del verdugo de mi papá”, sentenció en diálogo con LVM.
En aquellos tiempos, el escenario político estaba enmarcado por las especulaciones ante el posible regreso de Juan Domingo Perón al país después de su exilio y, en Misiones, Ripoll era apoderado del PJ, que estaba en plena etapa de reorganización tras los años de proscripción.
En ese contexto, fue a comienzos de 1972 que Ripoll decidió encabezar una lista para competir en las elecciones a gobernador que iban a realizarse el próximo año. Su competidor en las internas del partido fue su amigo y vicepresidente del Banco Provincia de Misiones, Ricardo Gíes, que para Ripoll hijo, representaba a un sector contrapuesto y alineado con la “oligarquía misionera”.
“En el PJ hubo presiones internas hacia el sector que era más bien empresario, porque mi padre había dicho que su primer acto de gobierno iba a ser la intervención del Banco Provincia de Misiones, porque ese banco solamente servía a cuatro o cinco familias adineradas, pero no le daba crédito a los trabajadores, ni a los docentes, ni a los empleados públicos. Entonces hubo presión para que Gíes saliera a pelear la candidatura de mi papá”, recordó Carlos, que en ese entonces tenía 23 años y participaba activamente de la campaña.
En esa atmósfera política luego nació Tercera Posición, un partido que correspondía a una rama disidente del PJ y que se separó del partido tras la conformación del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), que compitió a nivel nacional en las elecciones presidenciales del 73.
En Misiones, Tercera Posición luego estaría integrada por varios dirigentes a los cuales Ripoll hijo acusa como instigadores del magnicidio. Y los acusa con nombre y apellido: “El principal instigador fue José Carlos Freaza, acompañado por Carlos Cañadas que luego fue diputado por Tercera Posición, Carlos Golpe, que también fue diputado nacional por Tercera Posición, Bicho Luján, que fue intendente. Había un grupo, que primero se llamó Tercera Posición como partido político, luego se empezó a dividir, pero fueron ellos, que era el grupo opositor a mi padre”.
“Los de la lista de Gíes se reunían y se contactaban con los congresales, le ofrecían dinero, pero llegaron a la conclusión de que no podían ganar las elecciones internas por lo cual comenzaron a decir que el único camino era que Ripoll se muriera. Me tocó atender varios llamados amenazantes, con insultos y demás. Mi padre nunca le dio importancia a esos llamados, siempre dijo que después del congreso todos se iban a unir de nuevo”, recordó el hijo del político asesinado.
Un pañuelo y tres balazos
El magnicidio se cometió el 10 de diciembre de 1972, a las 10.50, en la vereda de la antigua de sede del PJ, ubicada frente al mástil de las avenidas Mitre y Uruguay de Posadas.
Ripoll había llegado caminando desde su casa por calle Junín. Estaba junto a su hijo en la vereda aguardando los resultados del congreso peronista que se llevaba adelante dentro de la sede. Allí les tomaron la última fotografía (portada).
En un momento, una persona agitó un pañuelo desde una ventana superior del edificio y esa fue la señal para que Avelino Grahl cruzase la avenida desde un bar para rematar a balazos al pre-candidato que tenía todo dado para imponerse en las elecciones internas.
Fueron dos intentos fallidos y otros tres disparos en la cabeza con un revólver, que pudo ser calibre 32 o 38 milímetros. Luego apuntó a algunos otros presentes y se entregó sin más ante el comisario que estaba en el lugar. Ripoll hijo presenció absolutamente todo y vio morir a su padre en sus brazos.
Grahl era otro peronista y en no pocas ocasiones fue alojado por Ripoll en su casa cuando no había colectivo para que regrese a Aristóbulo del Valle, de donde era oriundo.
“Avelino, el verdugo de mi padre, se quedaba en mi casa a veces. Se quedaba en mi habitación, dormía en mi casa. Yo lo conocía muy bien, pero bueno, como dicen siempre: ‘billetera mata galán’, y a él le ofrecieron unos pesos y le dieron de tomar toda la noche anterior para que cometa el crimen. Le habían llenado la cabeza con pensamientos en contra de mi padre”, sostuvo Ripoll hijo.
El magnicida quedó detenido, pero solo permaneció cuatro meses privado de su libertad, ya que al año siguiente fue favorecido por la amnistía del presidente Héctor Cámpora para prisioneros por razones políticas: “Esa amnistía la gestionaron Freaza y Golpe (Carlos) y se la otorgó la Justicia provincial de Misiones”, señaló.
El crimen quedó impune. Grahl un tiempo residió en Posadas y falleció hace al menos una década. Se llevó la verdad a la tumba.
Tras el asesinato, Gíes y Alterach retiraron la fórmula y las elecciones a gobernador de la provincia de aquel 15 de abril de 1973 finalmente fueron ganadas por Juan Manuel Irrazábal y César Napoleón Ayrault, por el Frejuli, quienes en noviembre de ese fallecieron tras sufrir en Puerto Iguazú un accidente aéreo que para muchos se trató de un atentado de la Triple A.
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Demandarán al Estado a 50 años de la muerte de Irrazábal y Ayrault

Un contexto social y político hostil, un expediente en las penumbras, un dudoso culpable y la sombra de la Triple A, todo eso impulsó a los hijos e hijas del gobernador de Misiones Juan Manuel Irrazábal, del vicegobernador Cesar Napoleón Ayrault y del piloto Jorge Pirovani, a investigar ¿qué pasó el 30 de noviembre de 1973?
Hoy se cumple medio siglo de una de las mayores tragedias misioneras en la que murieron las máximas autoridades de la provincia, sus esposas Susana Claro de Irrazábal y Ofelia Ruiz de Ayrault, el piloto del avión en el que viajaban, Jorge Pirovani y, dos meses después, la hija menor del gobernador, María Susana “Cuca” Irrazábal que era de la tripulación.
El viernes 30 de noviembre de 1973, al experimentado piloto el “Gordo” Pirovani lo pasaron a buscar por su casa, por pedido del vicegobernador, para pilotear la aeronave que trasladaría a los mandatarios y sus familiares a Puerto Iguazú, a los fines de recibir a Jorge López Rega, ministro de Bienestar Social durante el tercer mandato de Juan Domingo Perón y apuntado como jefe político de la Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A.
“Ese día estábamos en casa toda la familia, excepto mi papá, que lo vinieron a buscar a las cuatro de la tarde para manejar un avión que no sabíamos a quién iba a llevar, ni a dónde iba”, recordó Pedro Pirovani, abogado querellante e hijo del piloto, en diálogo con La Voz de Misiones.

El gobernador Juan Manuel Irrazábal, el vicegobernador César Napoleón Ayrault y el piloto Jorge Pirovani.
“Fuego en la cabina”
La aeronave Beechcraft Queen Air, perteneciente a la Dirección de Aeronáutica Provincial, al mando de Pirovani, salió de Posadas y debía aterrizar en la pista 1.0 del Aeropuerto de Cataratas.
Sin embargo, el operador de la torre de control le cambió las coordenadas al piloto, argumentando que la pista estaba ocupada por el avión en el que se trasladaba el ministro de Bienestar Social. Esa versión fue contrastada con el informe del gobierno nacional, que sostuvo que López Rega suspendió el viaje y nunca llegó a Misiones.
Con la información de la pista ocupada, el “Gordo” Pirovani cambió de ruta, sobrevoló las cataratas y unos minutos más tarde la aeronave que pilotaba cayó en Puerto Península, una zona de espesa selva Paranaense, en un sitio cercano al antiguo trazado de la ruta nacional 12.
Tras el hecho, un helicóptero salió de urgencia hacia la zona del desastre para localizar el punto donde se estrelló. En ese entonces, testigos ocasionales afirmaron escuchar dos explosiones, la primera en el aire y la segunda ya cuando el avión estaba en la tierra.
“Como tenía poco combustible, el helicóptero da unos giros, localiza el humo donde había caído el avión a los fines de dar la ubicación para ir al rescate por tierra”, recordó Pedro Pirovani, quien afirmó que el piloto rescatista, al dar las coordenadas, omitió un dato fundamental: el lugar de la tragedia estaba cerca de la ruta 12.
El piloto del helicóptero señaló el sitio y le dijo al equipo de rescate que había una distancia de 4 kilómetros de espesa selva desde la pista del aeropuerto, hasta el avión siniestrado. Sin embargo, omitió decirles que sería más fácil llegar por la ruta 12, que pasaba a 1500 metros del lugar de la tragedia.
“Es decir, la conclusión es que la idea era que no quedará nadie vivo”, sentenció Pirovani, que en ese momento tenía 9 años.
Una sobreviviente
Finalmente, 9 horas después y tras atravesar selva virgen misionera, los rescatistas encontraron la aeronave y una imagen desoladora. Habían muerto el gobernador, el vicegobernador, sus esposas y el aviador Pirovani.
“Gendarmeria, baquianos y cuadrillas salieron a buscar a machetazos a las 9 de la noche y llegaron a las 6 de la mañana”, graficó Pirovani hijo al tiempo que dedujo: “No se esperaron que haya una sobreviviente, que fue Cuca, María Susana Irrazábal”.
La muchacha fue hallada consciente y con quemaduras en su cuerpo, por lo que fue trasladada primero a el hospital de Eldorado, luego al Sanatorio Nosiglia en Posadas y después al Instituto del Quemado en Buenos Aires, donde permaneció internada para su recuperación.
Hasta la capital del país, a Cuca la acompañaron su tía “Buchi” Claro, hermana de su mamá, y su esposo, Horacio Codiani.
Antes de emprender el viaje, la hija del gobernador Irrazábal le contó lo que había pasado a su tía: “Sintió la explosión, porque me dijo: ‘Sabes tía que el avión explotó en el aire y tengo en mi mente, tengo en mis oídos el grito de mamá que me dijo ‘sálvate Cuca’”, rememoró Buchi Claro en un documental del Canal Encuentro.

Susana Claro de Irrazábal, Ofelia Ruiz de Ayrault y María Susana “Cuca” Irrazábal.
La Sombra de la Triple A
Dos meses después de la tragedia, según su tía Buchi, Cuca había pasado la peor y se recuperaba poco a poco. Ya tenía curadas el 80% de las quemaduras que sufrió.
Pese a ello, el destino de la muchacha ya estaba escrito: “Ella fallece y no voy a decir misteriosamente el 6 de febrero del ’74, sino que la matan”, sostuvo Pedro Pirovani y argumentó: “Porque era la única que podía decir lo que pasó allá arriba”.
El día de la muerte de Cuca, Jorge Rokuro Yamaguchi, secretario general de Casa de Gobierno en ese entonces, viajó hasta Buenos Aires y estuvo en el Instituto del Quemado. Según el expediente que fue declarado nulo, fue él quien se “encargó” de traer el cuerpo de la hija del gobernador a Misiones, con un avión que puso a disposición el Ministerio de Bienestar Social, al mando de López Rega.
Por su parte, Maia Ayrault, hija del vicegobernador fallecido, quien también dio su testimonio del hecho a LVM, afirmó: “Nosotros le llamamos el segundo atentado a eso, porque en realidad, desde el día que la llevan en un avión sanitario y queda en el Instituto del Quemado, en la puerta siempre había dos personas de la Triple A que custodiaban y pedían documento a quien entraba, nadie podía verla, salvo su tía”.
El médico forense pidió que se realice una autopsia para determinar la causal de la muerte, pero fue impedido por un documento de la Justicia ordinaria de Misiones en el cual su tío, Horacio Codiani, solicitaba, por medio de la Comisaría Décima de capital federal, que el cuerpo sea trasladado a la provincia.
Tiempo después, los hijos de las víctimas descubrirían que Codiani nunca estuvo en la dependencia policial y mucho menos firmó el documento solicitando el traslado del cuerpo de Cuca a Misiones. Eso fue comprobado por parte de la querella con un perito que confirmó que la firma fue trucada.
En busca de la verdad
A pesar de no tener competencia, el Juzgado en lo Criminal, Correccional y de Menores de la Tercera Circunscripción de Misiones, a cargo del magistrado Heriberto Von Schwarzenberg, inició la investigación del hecho y la causa se cerró el 17 de octubre de 1974 con un informe de la Fuerza Aérea Argentina, el cual sostenía que la tragedia se trató de un accidente producto de un error humano del piloto Jorge Pirovani, que se desorientó y perdió el control del avión.
Las familias de las víctimas nunca creyeron esa versión, principalmente porque desde que Irrazábal y Ayrault asumieron el Ejecutivo provincial habían recibido amenazas. La fórmula que los llevó al poder, bajo la bandera política del Frejuli, una rama disidente del Justicialismo, impuso un gobierno desarrollista en Misiones y denunció, entre otras cosas, el contrabando de harina y soja forrajera.
Otro argumento de los familiares para descreer del veredicto de la Justicia fue que el mismo vicegobernador había puesto como condición para subirse al avión que lo manejara el experto piloto: Jorge “Gordo” Pirovani.
La hija del vicegobernador recordó el tipo vínculo que mantenían con sus padres: “Ellos nos acostumbraron de que todo se hablaba en nuestra casa, por eso nosotras estábamos empapadas de lo que era la política en ese momento”.
Con esos antecedentes, las tres hijas mayores de Cesar Napoleón Ayrault no dudaron de que el hecho se trataba de un atentado y decidieron comenzar una investigación.
“Las Ayrault teníamos una base de información de nuestros padres y sabíamos de las amenazas. No había pasado un año cuando nosotras, las tres, nos juntamos y dijimos: ‘A ellos los mataron, esto no fue un accidente’”, reconstruyó la mujer sobre cómo iniciaron la búsqueda de la verdad para saber qué realmente ocurrió con sus padres.

La aeronave Beechcraft Queen Air cayó en Puerto Península.
Expediente en las penumbras
Al llevar meses de investigación y con más certeza de que la Tripe A era responsable de la tragedia misionera, las hermanas Ayrault se contactaron con la familia de Pirovani y con el hijo del gobernador fallecido, Canco Irrazábal, quien había perdido a sus padres y a su hermana.
“Cuando nos juntamos con estas dos familias, nosotras le mostramos los papeles. Resulta que ellos también compartían nuestra misma idea, aunque ninguno de ellos había tomado la iniciativa”, contó Maia Ayrault a LVM.
Pedro Pirovani, el hijo del piloto, también recordó la lucha de su madre: “ella nunca creyó que eso fue un siniestro, un accidente. Había muchos antecedentes, pero nadie quería involucrarse en el tema. Mi madre golpeó puertas en casa de gobierno y nunca fue recibida”.
El 26 de diciembre del 2006, el juez federal Norberto Oyarbide declaró delitos de Lesa Humanidad a todos los crímenes cometidos por la Alianza Anticomunista Argentina “Triple A”, convirtiéndose en causas imprescriptibles.
Tras ese fallo judicial, las familias Irrazábal, Ayrault y Pirovani, solicitaron la reapertura de la causa en el 2007 y se constituyeron como querellantes.
Fue entonces que las víctimas: “En febrero iniciamos la querella, estaba Roberto Saldaña como juez de instrucción en Eldorado, y encontramos ese famoso expediente de 86 fojas, que sólo Dios quiso que no desapareciera; lo encontramos en un depósito”, sostuvo el letrado Pirovani.
“En ese expediente estaban todos los antecedentes, la historia clínica de Susana, inclusive la supuesta presentación de Codiani en la Comisaría Décima; el relevamiento que realizó el jefe de la Policía de Iguazú, que la verdad dejó mucho que desear, un accidente de tránsito tenía más hojas”, contó Pedro Pirovani, sobre el documento tramitado en la Justicia ordinaria de Misiones.
Para el 2014, por orden de por la jueza federal subrogante de Posadas, María Verónica Skanata, exhuman los cuerpos de Juan Manuel Irrazábal, César Napoleón Ayrault y los de sus respectivas esposas, Susana Claro y Ofelia Ruiz, y del piloto Jorge Pirovani.
Peritos del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) estuvieron a cargo de las necropsias y los exámenes determinaron que todos tenían quebrada la cadera en el mismo lugar.
Sensación de Justicia
Con los elementos probatorios generados con la reapertura de la causa, el Juzgado Federal de Eldorado, a cargo del magistrado Miguel Ángel Guerrero, declaró nulo el expediente tramitado por la Justicia ordinaria de Misiones, caratulado: Irrazábal Juan Manuel, Ayrault C. Napoleón, Claro de Irrazábal Susana, Ruiz de Ayrault Ana O., Pirovani Jorge Antonio e Irrazábal M. Susana por Accidente Fatal y Lesiones.
“Todos los elementos y pruebas que se produjeron en ese expediente determinan que, efectivamente, eso no fue un accidente”, remarcó el hijo del piloto y continuó: “El fallo, a nosotros nos da inseguridad por la falta de certezas sobre qué pasó ese 30 de noviembre del ’73, porque volvimos a foja cero”.
Maia Ayrault, por su parte, celebró: “Ese día fue un día que nos reivindicó a todos, a los chicos de Pirovani, porque siempre se dijo que aquello fue un accidente porque su papá tomaba pastillas para adelgazar y eso lo desorientó. Y todo el mundo decía ‘Pirovani hizo ese camino de Posadas a Iguazú 1500 veces y podía hacerlo a ojos cerrados’”.
Ahora, las familias recurrieron a un estudio jurídico para demandar al Estado Misionero por daños y perjuicios.
“Con la certeza que tengo de que realmente eso fue un atentado, ya no me interesa, limpié el buen nombre y honor de mi padre. Ahora, con esto, vamos por el daño y el perjuicio que nos causaron, porque fue un organismo del Estado, en este caso el Poder Judicial, quien por acción u omisión a nosotros hoy no nos permite saber con certeza qué pasó ese día”, sentenció el hijo del Gordo Pirovani.
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La imagen de Cristo, un árbol y un milagro en Posadas

En la noche del 27 de julio de 1997, comenzó a correr el rumor de que la imagen de Cristo había aparecido reflejada en la pared de una vivienda, ubicada sobre la calle Tucumán, entre 25 de Mayo y General Paz, en pleno microcentro de Posadas.
El inmueble era alquilado por una pareja de escasos recursos a Miguelina Tavarez Castillo de Barrios, mientras que la dueña habitaba la casa vecina.
Aproximadamente a las 20 de ese domingo, la anciana regresaba de la misa a la que concurría los fines de semana, momento en que dos vecinas se acercaron y le hicieron notar la imagen. La visión dejó perpleja a la titular de la vivienda y, desde ese instante, otros vecinos comenzaron a agruparse en el lugar.
La noticia del “milagro” transcendió rápidamente y, en cuestión de horas, cientos de fieles, creyentes, incrédulos y curiosos de la capital misionera se congregaron frente a la casa.
La conmoción fue tanta que la Policía de Tránsito tuvo que cortar las calles aledañas al inmueble, debido a que comenzó a llegar gente del interior de la tierra colorada, de otras provincias e inclusive personas de Paraguay, Brasil y Uruguay, para apreciar la figura de Cristo.
Una romería
La Voz de Misiones entrevistó a Rosa Besciani, una vecina que todavía vive en el barrio del “milagro”, quien recordó el hecho ocurrido hace ya 26 años.
“Una vecina vino a despertarme, era como las 2 de la mañana, y me dijo: ‘Vení, vení, vamos a ver allá en la casa de la vecina que apareció la imagen de Cristo en la pared”, recordó Rosa y subrayó con asombro: “Era patente la imagen de Cristo”.
En esa línea, la anciana explicó la figura proyectada en la pared “era igual a la estampilla Sagrado Corazón”.
“Se reflejaba por la luz y con sombra que estaba en frente. Ahí comenzó a venir mucha gente, hasta vinieron para hacer choripán, de todo, ya era una romería todas las noches”, recreó Rosa.
En ese entonces, las hipótesis fueron muchas. Lo más llamativo, sostuvo Rosa, fue que los religiosos se acercaban a rezar y los curiosos llegaban para intercambiar opiniones sobre el hecho, que finalizó luego de tres días de consternación.
Es que, de acuerdo a las crónicas periodísticas de la época, por la aglomeración de la gente, el 29 de julio, un vecino llamado Juan Gabriel se subió a la copa del árbol y cortó la rama por la cual se filtraba la luz y formaba la imagen de Jesús en la pared, dando fin al “milagro”.
“Así terminó”, detalló Rosa sobre el momento en que la figura desapareció y no volvió a aparecer hasta la actualidad.
Sin embargo, durante una semana continuó llegando gente a la casa de Miguelina Tavarez Castillos de Barrios, una mujer católica que había perdido a su marido un año antes.
Además, en el lugar se hizo presente el sacerdote Armando Vera, de la iglesia a la que asistía Miguelina y descartó que se trate de un posible milagro, al concluir que la figura de Jesucristo era proyectada a partir de la sombra generada por una rama.
Según pudo recrear este medio, la pareja a la cual Miguelina le alquilaba la vivienda no contaban con la plata para solicitar el medidor de la luz a la empresa de energía. Por ello, y debido a que en la cuadra no había alumbrado público, la casa permanecía en las penumbras y la imagen se proyectaba con luz natural.
“Los años pasan, pero la casa sigue igual”
Repasando los diarios de la época que guarda con cariño, a los cuales su abuela Miguelina había dado notas sobre el “milagro” de Dios, Ricardo Valdez expresó a LVM que “los años pasan, pero la casa sigue igual”.
El nieto de la anciana, que actualmente vive en la casa de la mujer, recordó que, ese día en que Posadas se alborotó por la noticia, su abuela llegó a altas horas de la noche a su hogar, donde vivía con sus padres.
“Muchas cosas se dijeron. El abuelo había fallecido un año antes, en el 1996, ella estaba sola, vivíamos cerca, le acompañábamos siempre. Y un año después, exactamente, apareció esa imagen”, contó el vecino a este medio.
En esa línea, el nieto de Miguelina comentó que “fue una cosa increíble, mucha gente atribuyó significados diferentes”.
Al mismo tiempo, le bajó el tono al milagro: “Pero más allá de lo que uno pueda creer o pensar, lo que te deja haber vivido eso, es lo que mueve a la gente. Esa sensación de tener gente rezando afuera, todo el día, de madrugada, bajo el sol, bajo la lluvia, frío, lo que mueve, la gente necesita creer, tener esperanza, y creo que en cosas como esas encuentra significado”.
Además, Ricardo relató que durante esos días pasaron muchas cosas que, en primer lugar, asustaron a su abuela, pero después ella creyó que era Dios quien hacía aparecer la imagen de Jesucristo.
“Se empezó a llenar de gente, empezaron a vandalizar el árbol, muchos entendían cosas diferentes, entonces empezaron a romper las ramas, pero la realidad es que era producto de luz y sombra”, manifestó sobre el hecho Valdez.
Para finalizar, el nieto de Miguelina contó a La Voz de Misiones que próximamente pondrá en la casa del milagro una placa con la imagen de Cristo, para recordar el hecho y rememorar a su abuela.

Fieles y curiosos agolpados para presenciar la imagen de Cristo.

La gente conmocionada por el milagro.

Miguelina Tavarez Castillo de Barrios.

Jesucristo desapareció luego de que un vecino cortara la rama del árbol.

Placa que será colocada en la casa de Miguelina. Foto: LVM.
Fotos de archivo: Primera Edición y El Territorio
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La misionera que evangelizó 25 años en la guerra en Angola: “Me abrió los ojos”

Más de 8.000 kilómetros separan a la Argentina de Angola y hasta allí fue, en 1986, la hermana misionera Blanca Estela Silva, quien trabajó durante más de 25 años a aquel país africano en pleno contexto de guerra civil, evangelizando comunidades originarias y superando todo tipo de hostilidades, desde cuidarse de enfermedades como el tifus y el cólera hasta atender heridos, negociar con jefes militares y esquivar minas antipersona, cuyo principal objetivo era conseguir la mutilación de los cuerpos.
Blanca Silva nació en el pequeño pueblo de Tres Capones y, aunque su familia permanentemente viraba de localidad para vivir, en cada una de esas picadas se desempeñó como catequista, preparando niños tanto para la comunión como para la confirmación. Todo ello fue la antesala de lo que luego sería una vida entera dedicada a transmitir la palabra de Dios, un sacramento el cual ahora solo puede abandonar con un permiso del papa Francisco, pero está lejos de pretenderlo.
Corría el año 1974 cuando todo empezó a cambiar de manera definitiva para Blanca. Fue luego de oír por radio los programas del padre Lorenzo Bovier, quien a distancia le transmitió la vocación.
“Me interesó tanto lo que decía que le escribí una carta. Él vivía en el seminario de Fátima y me invitó a que venga a conocer. Cuando llegué tuve una sensación tan grande que dije ‘este es mi lugar’. Yo estaba a punto de cumplir 18 años y así fue como empecé”, contó a La Voz de Misiones Blanca, que allí comenzó su formación como integrante de la Congregación Misioneras Siervas del Espíritu Santo.
Allí comenzó un proceso de preparación que se extendió durante una década, adquiriendo conocimientos y compartiendo experiencias con monjas de diferentes latitudes que hacían pie en Misiones, para luego comprometerse a dedicar su vida a la misión y elegir un posible destino.
Blanca siempre tuvo claro que deseaba ir a África y el deseo fue concebido. En 1986 partió rumbo a Angola, un país que ofrecía más hostilidades que bondades, pero nada significaba impedimento alguno para desembarcar allí. Llevar la palabra de Dios era lo único que importaba.
“A nosotros se nos prepara para la misión en cualquier parte del mundo, para vivir con cualquier nacionalidad, para trabajar con cualquier pueblo, para integrarnos con compañeros de cualquier parte del mundo. Todo esto es una condición primordial. También hay que estar bien de salud y hay que saber que te vas a enfrentar a todo tipo de desafíos”, resaltó la hermana.
Evangelizar en la guerra y la “desesperanza”
Y vaya si le tocaron desafíos a la misionera en Angola. La hermana llegó a un país que acababa de superar la guerra para independizarse de Portugal (1961-1975) y daba inicio a una guerra civil (1975-2002) que se terminó transformando en el conflicto bélico más largo de la historia del continente, dejando como saldo las monstruosas cifras de: 800.000 muertos; 100.000 mutilados; y 4.000.000 refugiados.
En la contienda se enfrentaban el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), que quedó en el gobierno tras el proceso de descolonización, y la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA). Los primeros eran de izquierda, los otros de derecha. Los primeros contaron con apoyos de Cuba y Rusia, los otros de Sudáfrica, Estados Unidos e Israel, condicionamientos típicos de la Guerra Fría.
“La guerra de Angola es muy larga. Primero fue contra la colonia, porque fueron los portugueses los que llegaron allí y llevaron la fe, lo que es verdad, pero también llevaron cualquier tipo de conflicto como las potencias de ese tiempo”, recreó la hermana.
“Luego vinieron las luchas de poder, entre el MPLA y la guerrilla de la UNITA. Después nos encontrábamos con todo tipo de potencia. Angola es muy rico en petróleo y diamantes, entonces las potencias estaban ahí como buitres, incentivando la guerra, vendiendo armas y llevándose las riquezas”, resumió.

Fotografías, pesebres y prendas de vestir son recuerdos que a Blanca le quedaron de su misión en Angola.
En ese contexto trabajó Blanca, pero a la situación bélica había que sumarle otros aditamentos tales como el paludismo, el tifus y el cólera.
“Una de las primeras cosas que tuvimos que aprender fue a hervir el agua cada día y pasarlo por tres filtros para poder tomarla. Debíamos respetar ese proceso a rajatabla si no queríamos contagiarnos de esas enfermedades”, añadió Blanca.
La religiosa detalló que la sede de la misión estaba ubicada a orillas del mar Atlántico Sur, pero desde allí debían viajar a diario para visitar las más de 200 comunidades originarias del “África profundo”, que estaban incluidas en el plan de evangelización.
Estaban distribuidos por roles, de acuerdo a conocimiento y capacidades. Enfermería, cocina, mecánica y catequistas, entre otras labores.
La especialidad de Blanca se dedicaba a la pastoral y, en la continuidad de la charla con LVM, recordó que “nosotros formábamos a los jóvenes en alfabetización para que aprendieran a leer, pero por ahí venía la guerrilla o el gobierno y en una noche se llevaban a todos. Ahí había que comenzar de cero, con la sala vacía nuevamente. También nos tocó trabajar con heridos”.
Escenas de este tipo se repetían constantemente e incluso hubo oportunidades en las que debieron negociar cara a cara con jefes militares y guerrilleros, intercambiando alimentos, remedios o servicios médicos a cambio del levantamiento de barreras o custodias. Independiente del contexto, admitió que siempre fueron respetadas y que los puntos de misión no eran ni objetivo ni escenarios de enfrentamientos o bombardeos.
Su mayor temor -confesó- eran las minas antipersona, dispositivos explosivos terrestres que, si bien tienen poder letal, estaban destinadas a mutilar cuerpos o incapacitar soldados, ya que las consecuencias de un herido de guerra con más problemáticas que las de un muerto.
Según datos oficiales, Angola es el segundo país más afectado por este tipo de armas, detrás de Camboya, y se calcula que uno cada 470 habitantes está mutilado como consecuencia de sus explosivos. Incluso, se estima que aún quedan 2.000 campos minados.
“Las minas eran colocadas en las calles, en las carreteras, a escondidas. Yo les tenía mucho miedo a eso, era muy peligroso. Si pisabas una de esas volabas por los aires. Cuando mis compañeros iban a una misión, mi mayor miedo era que volvieran muertos o destrozados. Había sacerdotes que llevaban enfermos que murieron. Esas son marcas que quedan de la guerra”, graficó Blanca.
Sobre la misión en particular, destacó que Angola ya contaba con una “evangelización primaria avanzada”, a punto tal de que en determinados lugares encontraron biblias en lengua nativa, libros de liturgia y cantos traducidos a lenguajes tribales, y en ese contexto “una de las luchas principales era mantener la esperanza de paz porque ellos, después de 30 años de guerra, ya no creían más en la paz. Vieron tanta muerte, tanta masacre y tanto engaño que estaban desesperanzados”.

El anillo de voto perpetuo que une a Blanca y a la congregación de Siervas del Espíritu Santo para la eternidad.
“Angola me abrió los ojos”
Para esta hermana misionera, Angola no solo fue tierra de desafíos y temores, sino también de alegrías y aprendizajes.
“La gente de allá es muy abierta, muy servicial, muy comunitaria. A nosotros siempre nos recibieron con cantos, bailes, banquetes de comida. Angola fue mi misión de más tiempo, la más desafiante y la más sufrida, pero también la más bonita, la que me realizó muchísimo y me abrió los ojos a muchas cosas. Nosotros no sabemos lo que tenemos acá (por Misiones), comenzando por el agua y la paz”, reflexionó Blanca.
La satisfacción además fue doble para la hermana, al ser testigo del fin de la guerra civil y del comienzo del proceso de desmovilización y desarme del pueblo angoleño. Durante esos años, por ejemplo, al fin pudo ver niños con guardapolvos yendo a la escuela disfrutando de la libertad.
También sintió que su trabajo estaba culminado al ver la formación adquirida por las hermanas nativas quienes, según ella, hoy continúan el trabajo de evangelización junto a otras misioneras que viajan permanentemente hacia las sedes africanas.
Hoy Blanca reside en el Convento Oasis del Espíritu, en Garupá, donde comenzó todo y está lista para emprender cualquier otra misión.
“Yo comprometí mi vida, en castidad, en pobreza y en obediencia a la misión. Cuando nos dan este anillo nosotros hacemos una promesa que es perpetua. Solo el Papa puede darnos el permiso de abandonar los hábitos, pero hay que escribirle”, explicó.
“Nuestra filosofía es que las chicas que vienen son libres para entrar y para salir, nadie está obligado. Me imaginé en ocasiones, pero realmente no me veo viviendo otra vida. Me encanta la misión y creo que todavía tengo cosas para aportar”, planteó.
Las últimas labores fueron en comunidades mbya del Cuña Pirú y Chaco, pero ahora se concentran en los barrios cercanos al convento o en el convento mismo, con los jóvenes como objetivo, transmitiendo valores vinculados a la familia, el estudio y el trabajo. De todas formas, Blanca sabe que en cualquier momento su misión puede estar en otro lado y su valija siempre está lista, más aún en estos días de octubre, período en el cual la Iglesia Católica celebra el mes de las misiones.
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