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El monopolio del poder y la distorsión electoral en Misiones

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Por: Rosi Kurtz

@rosikurtz

Los misioneros estamos sometidos a la Ley de Lemas y Sublemas en la provincia, un sistema electoral que, lejos de promover la transparencia y la representatividad, se convierte en un mecanismo de distorsión de la voluntad popular. Este sistema, vigente hace varias décadas en Misiones, otorga excesivas facilidades de perpetuarse en el poder durante años, no refleja de manera fiel las preferencias de los votantes, y significa un gasto excesivo que puede destinarse a muchas otras necesidades.

En términos rápidos, esta ley permite, dentro de un mismo partido político o frente electoral, diferentes candidatos compitan bajo un lema común, pero con sublemas que pueden diferir en sus propuestas y objetivos. Este mecanismo resulta en una compleja lucha en la que los votantes terminan eligiendo no a un único candidato que los represente, sino a una amalgama de figuras que, por sus diferencias, no necesariamente reflejan sus intereses o convicciones.

Uno de los principales problemas de este sistema es que desvirtúa el principio de representación. Los votantes, al ejercer su derecho al voto, lo hacen pensando en un candidato concreto, en una propuesta clara. Sin embargo, la Ley de Lemas permite que un candidato reciba un número de votos que, en realidad, corresponde a otro candidato con quien no tiene ningún tipo de vinculación política ni ideológica. Esto puede resultar en que un candidato con pocos votos personales termine ganando una elección gracias a los demás candidatos que se alinean con su lema.

Lamentablemente, Misiones continúa siendo una de las únicas dos provincias de toda la Argentina que mantiene este sistema que favorece el clientelismo político a costa de las cajas provinciales con recursos públicos. La fragmentación de los votos dentro de un mismo partido genera un escenario en el que los acuerdos informales y las alianzas dentro de ellos, se priorizan por sobre las propuestas ideológicas o programáticas. Así, los ciudadanos se ven atrapados en una dinámica electoral que premia a aquellos que saben jugar mejor con las reglas del sistema y a quienes poseen mayor capital económico para solventar una cantidad de candidatos que no necesariamente ofrecen las mejores ideas o propuestas para el presente y futuro de la provincia.

Es evidente que la Ley de Lemas y Sublemas contribuye a la perpetuación del poder político en manos de unos pocos actores, y es por eso que a Misiones la conduce la misma fuerza política desde hace más de 20 años. El sistema favorece al partido que tiene al frente al ingeniero Carlos Eduardo Rovira, con recursos y capacidad para manejar múltiples sublemas a lo largo y ancho de la provincia. Esto deja poco espacio para la actualización política real, y muchos ciudadanos se sienten desconectados o incluso engañados por un sistema que, más que garantizarles una elección democrática, termina configurando un escenario en el que el poder es definido a dedo, y no por un verdadero debate democrático.

Contradicciones en el oficialismo y proyectos archivados de la oposición

A nivel nacional, el mismo partido político que en la provincia niega el debate, acepta y vota a favor de la eliminación de las PASO y de la Boleta Única porque “representan un gasto innecesario”. Este y algunos argumentos más que usaron para defender su voto en la Cámara Baja, son similares a los que utilizamos quienes buscamos dar el debate para derogar la Ley de Lemas.

La reforma del sistema electoral en Misiones es urgente, no podemos quedarnos últimos en este debate. Es necesario un modelo que promueva la transparencia, la representatividad y la equidad. Un sistema de representación directa y mayoritaria, que dé a los votantes la oportunidad de elegir a sus candidatos sin interferencias ni manipulaciones, es esencial para fortalecer nuestra democracia y recuperar la confianza de los ciudadanos en las instituciones políticas.

La oposición lleva tiempo trabajando y presentando proyectos para conseguir la Reforma Electoral, y particularmente desde mi banca, el 23 de febrero de 2024 presenté el Proyecto de Ley que propone abrogar la Ley XI N° 3 (antes Ley N° 2771) Ley de Lemas y Sublemas para la elección de intendentes municipales, concejales municipales, comisiones de fomento y convencionales municipales. Desde ese día y hasta el momento de publicación de este artículo, el proyecto descansa en la mesa de entrada legislativa. No fue incorporado en la comisión correspondiente ni mucho menos llevado al recinto.

La Cámara de Representantes de Misiones, constituida por 40 diputados y presidida hace tiempo por el Frente Renovador, no quiere poner en debate los proyectos que tienen el objetivo de terminar con esta ley. La hipocresía es total y el abuso de esta herramienta electoral es evidente. Perpetuarse en el poder, es su único objetivo.

El futuro de Misiones depende de un sistema electoral que garantice una verdadera expresión de la voluntad popular. Esta ley arcaica ya cumplió su ciclo y es momento de dejar atrás este modelo nefasto, que hoy solo sirve para alimentar prácticas políticas que, lejos de beneficiar a la ciudadanía, favorecen a quienes ya están en el poder. Misiones merece un sistema electoral que refleje de forma clara y justa la decisión de su pueblo.

*Diputada provincial UCR. Licenciada en Turismo y Hotelería.

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El voto independiente frente a la tempestad Nacional

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Por: Fernando Oz

@F_ortegazabala

Si algo enseñan las buenas novelas, es que los personajes más memorables son los que sobreviven al naufragio. No hablamos del héroe bellamente vestido ni del villano de manual, sino del tipo más bien común, el que se despierta en medio del temporal, con el agua hasta la cintura y el cielo desplomándose y, aun así, busca una tabla a la que aferrarse.

Así está hoy el electorado independiente argentino: mirando de reojo el horizonte, sabiendo que la tormenta no amaina y que la salvación, si llega, no vendrá de los dioses ni de las gestas lejanas, sino de la madera que uno encuentra bajo los pies, de la barricada levantada al borde de la propia vereda. No me digan que no es así.

La política argentina, convengamos, se ha convertido en una novela negra donde el misterio ya no es quién robó, sino cómo sobrevivir al saqueo del ladrón de turno. El panorama no es bueno, pero no quiero ser tremendista. La inflación encubierta devora los ahorros y la esperanza, promesas de crecimiento que se diluyen al sol como tinta barata, y gobiernos que, en vez de gestionar nuestros recursos, parecen más empeñados en timbear en apuestas virtuales nuestro presente. El país entero se ha vuelto escenario de zozobra, donde el ciudadano –hastiado de discursos huecos y ajustes interminables– descubre, no sin cierta amargura, que el poder central es tan ajeno como la Luna y que la solución, si existe, debe buscarse en otro lado.

Es aquí, en medio de ese desengaño perpetuo, donde surge el localismo –territorialismo–, como refugio. No es nostalgia ni provincialismo trasnochado; es supervivencia pura. Tomemos el ejemplo de Misiones: mientras en el Congreso de la Nación discuten leyes que nunca llegan a la frontera, la provincia no deja de hacer un gran esfuerzo por proteger su monte nativo, invertir en salud y educación, paliar las consecuencias de las asimetrías creando programas como “Ahora Misiones” o la zona franca que amortiguan el golpe inflacionario y sostienen el comercio local.

La gestión, lejos de ser anécdota menor, se convierte en acto de resistencia. Frente a la tormenta nacional, la provincia construye su propio paraguas, remendado quizás, pero firme.

El votante independiente argentino es, por definición, desconfiado y obstinado, pero con riesgo de ser indolente e indiferente. Suelen rechazar las etiquetas fáciles y desconfiar de los slogans que prometen el oro y el moro, pero también eligen mirar al costado mientras el agua todavía no le llega al cuello. No exige milagros, pero sí resultados; no pide épica, sino eficacia. Lo suyo no es resignación, es exigencia: quiere tener la tranquilidad de que la ambulancia llega a tiempo, la escuela con maestros en el aula, el comercio creciendo pese a la embestida de las impiadosas leyes del mercado mundial. Su motivación es pragmática y su compromiso, silencioso pero tenaz.

Ahora viene la pregunta que importa: ¿por qué el territorialismo es la mejor opción para este electorado errante? Porque, en un país donde las soluciones nacionales se han vuelto espejismos, apoyar a quienes defienden intereses concretos es el acto más lúcido de rebeldía. El localismo no es mirar el mundo desde el ombligo; es entender que la dignidad política empieza en la esquina, en la plaza, en el club de barrio. Es apostar por la gestión de lo propio, por la defensa de lo cercano, por el control sobre lo que afecta la vida diaria. Apoyar al dirigente local que pone la jeta por los vecinos es mucho más real que aferrarse a promesas que pululan en redes sociales, pero nunca cruzan la General Paz.

Este fenómeno no es sólo argentino. En un mundo sacudido por crisis globales, pandemias, guerras y mercados que se desploman a la velocidad de un tweet, el localismo emerge como refugio universal. Desde pequeños municipios europeos que reinventan sus economías tras la caída del turismo, hasta comunidades rurales estadounidenses que se organizan para sobrevivir a los vaivenes federales, la defensa de lo propio ha demostrado ser el último bastión con sentido común. No se trata de encierro, sino de resiliencia: quien cuida su entorno, protege su futuro.

El votante independiente, entonces, enfrenta una elección que va más allá de la coyuntura. Votar por el localismo es resistir el abandono centralista, es reivindicar la soberanía cotidiana, es rechazar la resignación y exigir resultados palpables. Es, en última instancia, defender la dignidad en tiempos de incertidumbre, levantar la cabeza y decir: aquí mando yo, aquí decido yo, aquí cuido yo. Porque, como bien saben los personajes de las grandes novelas, la tabla salvadora nunca viene del cielo, sino de lo que uno construye con sus propias manos. Y en la Argentina de hoy, esa construcción empieza en la puerta de casa, en la asamblea del barrio, en el voto que defiende lo propio.

En un país que parece empeñado en autoboicotear su futuro, el votante independiente tiene la oportunidad y la responsabilidad de ejercer el voto como acto de defensa personal y colectiva. No hay que dejarse arrastrar por la histeria nacional ni entregarse al desencanto. Hay que mirar hacia adentro, identificar quién defiende el interés local, quién conoce las calles y los problemas, quién se juega el pellejo en cada decisión. Defender lo propio no es un acto egoísta, sino la única estrategia posible cuando todo se derrumba. El misionerismo, hoy más que nunca, es el refugio inteligente del electorado independiente.

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Opinión

Llegó el tiempo de expandir el pensamiento misionerista

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Por: Fernando Oz

@F_ortegazabala

Desde 2003, cada elección es una lucha por la supervivencia de los intereses provinciales frente al implacable centralismo nacional. No es una exageración literaria. El Congreso, ese viejo coliseo de pasiones y desencuentros, se prepara para recibir a los nuevos gladiadores. Y en ese ruedo, Oscar Herrera Ahuad es, sin dudas, el mejor representante que tiene el Misionerismo para un momento histórico convulsionado, donde se necesita aporte de ideas, coraje, coherencia y un profundo sentido de pertenencia.

Hablar de Misionerismo es adentrarse en la historia de una provincia que aprendió a tejer su propio destino con paciencia y convicción. El Misionerismo no es una etiqueta electoral, sino una filosofía de gestión que surgió de la voluntad de diferenciarse del discurso homogéneo impuesto desde el puerto de Buenos Aires. Defiende la identidad local, la autonomía y el bienestar de las y los misioneros. A lo largo de los años, el Frente Renovador de la Concordia Social ha sido el estandarte de esa visión, resistiendo la tentación de plegarse a recetas ajenas y apostando a un modelo propio, con aciertos y errores, pero siempre fiel al pulso de la tierra colorada.

El Misionerismo es, en su esencia, la rebelión de los invisibles ante un gobierno nacional necio e indolente, y estructuras partidarias rancias. Digamos que es lo mejor de la evolución de la Renovación: trasciende a la Neo, el Blend o los diferentes varietales cultivados dentro o fuera del territorio. Es una forma de decir “no” al olvido y “sí” al protagonismo de una provincia que se niega a ser mero decorado del mapa nacional. Y en ese marco, los valores centrales son claros: respeto por la pluralidad, defensa de la producción local, educación como herramienta de emancipación y salud como derecho inalienable.

Hablar del Misionerismo es hablar de una evolución política que nació y creció al calor de la propia intemperie. No es una ideología blindada ni una doctrina de manual: es, más bien, una forma de lealtad a la tierra, a quienes la trabajan y la habitan. El Frente Renovador, desde su génesis, fue el vehículo de esa transformación paciente.

Hablar de Herrera Ahuad es invocar la biografía de un médico a pie de calle, escuchando el pulso de las urgencias sociales antes de que los despachos le abrieran las puertas. Su recorrido es el de alguien que conoce cada rincón de la provincia: sus hospitales, sus escuelas, sus caminos de tierra. Gobernador en tiempos de pandemia, supo equilibrar la firmeza y la cercanía, sin ceder a la tentación del protagonismo vacío. Nunca fue un político de gestos ampulosos ni de frases huecas. Su estilo es el de quien prefiere el trabajo silencioso a la foto fácil; el de quien entiende que gobernar es, ante todo, cuidar.

Quien busque en esta elección confrontar ideas y trayectorias encontrará en el resto de los candidatos un mosaico heterogéneo, pero poco convincente si se mide desde el interés genuino por Misiones.

Diego Hartfield, extenista y bróker de negocios financieros, viene realizando una campaña pulcra y sus promesas de modernidad suenan, a menudo, como anuncios en horario premium: mucho brillo, poca sustancia. El problema del Gato no es su falta de voluntad, sino su ajenidad al pulso profundo del Cantón. Su vínculo con lo cotidiano de la chacra, el colono y lo que sucede en las guardias de cualquier sala de emergencias es, digamos, anecdótico. Ahora, devenido en aspirante político, trae consigo el aura del esfuerzo personal, pero su mirada se queda en la superficie. La política, como la cancha, exige estrategia, pero también sentido de lo colectivo; y ahí Hartfield parece patinar en los detalles de la realidad misionera.

Cristina Brítez ya estuvo ocho años en el Congreso y no consiguió posicionarse como referente de minorías y derechos. Su discurso, frecuentemente crispado, parece más dirigido a Buenos Aires que a Misiones. Su fervor es digno de elogio, pero la defensa de Misiones exige algo más que consignas y alineamientos partidarios; requiere una comprensión profunda del territorio y capacidad de diálogo, virtudes que a Brítez le cuesta desplegar sin caer en el dogma.

Héctor “Cacho” Bárbaro, histórico dirigente social y rural, tiene a su favor la experiencia y el conocimiento de las necesidades de los pequeños productores. Sin embargo, su retórica combativa —aunque necesaria en ciertos momentos— tiende a polarizar en vez de construir. Misiones necesita diálogo y puentes, no trincheras permanentes. Cacho olvida que la provincia es mucho más que sus chacras y que el lobby a favor de las grandes tabacaleras es un mosaico de realidades complejas que exige una visión integradora.

El radical Gustavo González patina rápido, tiene una actitud adolescente y tampoco supo consolidar lo que más necesita el Cantón: una oposición racional y crítica que ayude a gobernar la provincia, que deje los intereses personales de lado en pos del crecimiento del conjunto. La oposición en Misiones no aprendió a ejercer su rol, por eso se encuentra tan desintegrada y perimida.

Por último, Ramón Puerta, el viejo zorro de la política misionera. Sus credenciales son conocidas, pero su historia está atada a un pasado que la provincia busca superar. Puerta encarna la nostalgia de quienes creen que todo tiempo pasado fue mejor, olvidando que Misiones avanza y requiere nuevas respuestas para viejos y nuevos desafíos. Es el referente de tiempos donde la política era otra cosa; su candidatura es el eco de un pasado que, honestamente, no ofrece respuestas a los desafíos actuales. El conservadurismo porteño le es más propio que el nuevo pulso misionero.

La presencia de Herrera Ahuad en el Congreso no es solo un asunto de partido, sino de supervivencia política para Misiones. Nadie como él entiende que la pelea por recursos, autonomía y reconocimiento es diaria, y que el centralismo porteño no concede nada sin presión. Miren, conozco ese territorio, también a Oscar, y les aseguro que no creo que se mantenga callado ante el ninguneo de los despachos nacionales. El Misionerismo, encarnado en su figura, es la garantía de que Misiones no será una cifra más en el presupuesto nacional ni una sombra en la periferia del poder.

Frente a los intereses externos —económicos, mediáticos o políticos—, Herrera Ahuad representa la defensa de lo propio. Su candidatura no es solo la de un hombre, sino la de una provincia que exige respeto y protagonismo. En un país donde las provincias suelen ser la variable de ajuste, tener a alguien en el Congreso capaz de plantarse sin titubear es, sabiendo de qué se trata cada negociación, sencillamente, es vital.

Mientras otros candidatos miran hacia afuera, buscando aprobación o respaldo externo, él mira hacia adentro, entendiendo que la fortaleza de Misiones está en su gente, su cultura y su potencial productivo. No le teme al debate ni a la confrontación; sabe que defender a Misiones no es gritar más fuerte, sino saber escuchar y negociar, sin ceder nunca ante el ninguneo. Su experiencia en la gestión lo habilita para entender la complejidad de las relaciones federales y para exigir, con legitimidad, lo que le corresponde al Cantón.

Que la historia no nos encuentre distraídos. Votar por Herrera Ahuad es, en última instancia, votar por uno mismo: por el productor que no quiere perder su tierra, por la maestra que enseña en la frontera, por el joven que sueña con quedarse y no partir. Es defender la voz y la dignidad de Misiones ante quienes la miran desde lejos y la entienden menos aún. Al final, la opción es clara: o se elige a quien encarna el Misionerismo y la defensa de lo propio, o se corre el riesgo de volver a ser tierra de nadie. Y Misiones, conviene recordarlo, nunca quiso ser invisible y construyó identidad propia.

 

 

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Misiones: donde la magia se convierte en vida

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Congreso vida

Por: Lic. Leonardo Amarilla

@leonardoama

Escrito el 8 de octubre, en el Día Misionero del Suelo

Un texto dedicado al gran héroe anónimo, al artista invisible, al motor de nuestra existencia. No está en las nubes, ni en el horizonte, está justo bajo nuestros pies. Hoy hablamos del suelo, aunque no lo vemos como un simple pedazo de tierra, hoy debemos descubrir la magia que hay en él.

¿Y en qué consiste esa magia? La primera parte del hechizo la encontramos en lo que no vemos. Si pudiéramos tomar un puñado de suelo y hacerle un zoom, quedaríamos sorprendidos. El universo en un puñado de tierra, donde coexisten más microorganismos que personas en el planeta. Billones de bacterias, hongos, actinomicetos y algas microscópicas. Es la metrópolis más diversa y poblada que podamos imaginar.

La red social de la naturaleza: hablemos de los hongos micorrícicos. Son como las redes de fibra óptica del suelo. Conectan las raíces de las plantas y les permiten comunicarse, intercambiar nutrientes y alertarse de peligros. Es literalmente un internet natural bajo tierra.

Luego están los ingenieros del ecosistema: las lombrices, los ácaros y los insectos. Son los arquitectos, los que excavan túneles, creando espacios para que entre el aire y el agua. Reciclan la materia orgánica, transformando lo muerto en vida nueva. Sin esta biodiversidad invisible, el suelo sería un polvo estéril. Esta biodiversidad mágica no es solo un espectáculo fascinante, es el fundamento de todo lo que viene después. Es el taller donde se forjan nuestras potencialidades multiproductivas.

El sustento de todo cultivo

Un suelo sano y biodiverso es un suelo fértil. Es propicio para todo tipo de cultivos: desde el té y la yerba mate hasta las hortalizas que llenan de color nuestro plato, las frutas que endulzan nuestra vida o los forrajes que sustentan nuestra ganadería.

La sostenibilidad del suelo Misionero no solo produce, sino que protege. Es esponjoso, retiene el agua como una esponja, resiste mejor a la sequía y a las lluvias intensas. Mantener un suelo vivo en nuestra región es un seguro natural contra el clima.

El sabor de la tierra se percibe de un tomate cultivado en San Vicente, de un yerbal bajo cubierta en Apóstoles o el sabor de una miel autóctona. Esa complejidad de sabores y colores, esos matices, son el resultado directo de los minerales y las relaciones simbióticas que ocurren en este ecosistema. Por eso, la calidad nace del suelo y “Misiones florece” día a día.

Entonces, si unimos el privilegio de la biodiversidad invisible con las potencialidades visibles. ¿dónde encontramos el truco final? La magia está en la conexión entre ellas.

La verdadera magia es un ciclo, nosotros alimentamos al suelo con materia orgánica y buenas prácticas, y el suelo, con su ejército de seres vivos, transforma eso en alimento para las plantas. Las plantas nos alimentan a nosotros y a los animales, y el ciclo vuelve a empezar. Es el ciclo de la vida, y su centro neurálgico es el suelo. Si comprendemos esa esencia habremos dado un paso inconmensurable hacia la producción sostenible.

La conclusión es clara, el suelo no es un sustrato inerte, no es un almacén de nutrientes, es un ser vivo. Y como cualquier ser vivo, si lo cuidamos, nos cuida. Si lo enfermamos, se apaga su magia, y con ella, nuestro sustento. Por eso debemos concientizar a todo aquel que pise suelo misionero, es posible producir de una manera sostenible en el tiempo.

Hoy, en este Día Misionero del Suelo tenemos una misión clara. La misión de dejar de pisarlo como si fuera solo tierra, y empezar a honrarlo como el milagro que es. Seamos misioneros de este mensaje y contagiemos a otros esta visión. Promovamos las prácticas que devuelven la vida al suelo, la rotación de cultivos, las chacras multiproductivas, los abonos verdes, el compostaje y la biotecnología aplicada.

Recordemos de este fino manto vivo que cubre la tierra depende nuestro presente y nuestro futuro. Cuidemos la biodiversidad misionera, aprovechemos sus potencialidades con sabiduría y sobre todo, nunca olvidemos que la verdadera magia está en el suelo.

Mi humilde homenaje a Alberto Roth, quien alguna vez tuvo el sueño de convertir a Misiones en el santuario verde.

El progreso, ese enemigo público

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