Historias
Posadeño migró hace 10 años: “Misiones no tiene nada que envidiar al mundo”
Con el objetivo de aprender inglés y vivir la experiencia para luego regresar a la tierra colorada, sin imaginar que se convertiría en un migrante más, Sebastián Ramírez partió en 2014 rumbo a Nueva Zelanda con una visa de estudio que le abrió el camino a conocer otros destinos, aunque no olvida ni menosprecia la tierra colorada. “Misiones no tiene nada que envidiarle a otros lugares”, afirmó el posadeño en conversación telefónica con LVM.
“Yo estudiaba turismo, me gustaba viajar, pero no era mi idea irme y no volver. La idea era irme y aprender inglés. Sabía que en Nueva Zelanda se trabajaba bien, entonces la idea era ahorrar un poco de plata, tener esa experiencia y volverme al año”, recordó el ex estudiante de la Universidad Nacional de Misiones (Unam) sobre aquella decisión que cambió sus planes por completo.
El comienzo del viaje
Mientras estudiaba y vivía la experiencia en el país ubicado en el Pacífico Sur, el posadeño de 34 años conoció a personas que “te abren un poco a todas las oportunidades y empezas a ver que hay otras cosas para hacer. Es un país muy abierto al mundo y hay muchos viajeros”.
Entre charlas, datos e información adquirida en ese tiempo, con amistades que fue forjando y teniendo en cuenta también la alta demanda de trabajo bien remunerado en Nueva Zelanda, Ramírez optó por alargar su estadía fuera de su país natal.
“Empecé a trabajar en una fábrica de empaquetados en la isla sur de Nueva Zelanda, que me ofrecieron la visa. Me quedé porque me gustó y estaba aprendiendo. Ahí empezó mi viaje”, relató Sebastián.
Un poco más de tres años vivió el posadeño en Nueva Zelanda, hasta que, cansado del frío y ante las buenas referencias que recibió por parte de viajeros y amigos sobre Australia, nuevamente armó las valijas y desembarcó en un nuevo destino.
“Me comentaban que se ganaba mejor y que el clima era más lindo, entonces vi esa oportunidad y me saqué la visa”, contó Sebastián a LVM y añadió: “Ahí cuesta un poco más, pero en realidad hay mucho trabajo. Básicamente, era mirar el mapa y decir ‘a ver qué ciudad linda quiero ir o conocer’ y caer ahí a buscar trabajo. Literal a la semana estás trabajando de lo que sea”.

El misionero trabajando en un campo de flores en Byron Bay, Australia.
Poder adquisitivo
En cuanto a las ofertas laborales en Australia, Sebastián detalló: “Hay muchos trabajos de campo, recolección de frutas, en hoteles, restaurantes, todos fáciles de conseguir, por decirlo así”. En esa línea, destacó la posibilidad de ser “prescindible” en estos puestos que permite a los migrantes estar en constante movimiento.
“Mi idea era viajar y allá es todo por semana, te pagan el sueldo por semana, entonces tenés otra dinámica de cobrar, de viajar. El alquiler también tenés que pagar por semana. Entonces, básicamente, la ecuación es: un día que trabajes pagas el alquiler, el segundo la comida, el tercer día tus gastos y lo otro ahorras, porque te permite ahorrar también”, reveló el posadeño.
Consultado por La Voz de Misiones si se desempeñaría dentro de estos rubros estando Argentina, Sebastián respondió firmemente: “La verdad que no”.
Y argumentó: “Por el sueldo más que nada, los trabajos no están bien remunerados, uno tiene que trabajar mucho más para poder tener algo y en Australia o Nueva Zelanda se puede progresar muy rápido. Haces unas horas extras y ya te compras una zapatilla que te gustó y no tenés que estar pensando en pagar en cuotas. Al final uno se desvive por algo que debería ser normal tenerlo”.
Si bien no realizaría los mismos empleos en Argentina que en el exterior, el joven sostuvo que lo importante es “acomodarse a la ciudad” y enfatizó el rol que ocupan otros migrantes que atraviesan el “mismo sentimiento”.
“Estás hablando con alguien que estudió arquitectura y de repente estamos haciendo lo mismo. Te iguala mucho al otro y te hace más empático también a la hora de salir a otro lado, ver a una persona trabajando y decís ‘yo pasé por eso también y sé lo difícil que es’”, reflexionó y agregó: “Cuando uno llega con ganas de hacer una cosa u otra y al final se encuentra haciendo un trabajo que no tiene que ver con lo que estudió o imaginó, como que te baja un poco los pies a tierra”.
Sobre cómo es la modalidad para alquilar en los países que estuvo, el joven comentó que es muy común que entre varias personas paguen semanalmente una vivienda con varias habitaciones y compartan los espacios comunes, ante los altos costos para abonar un lugar mensual en caso de querer vivir solo.
“No es que uno alquila un departamento para uno, se comparte. Son casas grandes que alquilas entre tres o cuatro amigos la habitación, es así más o menos como se manejan. Si querés vivir solo ya es otra historia. Los alquileres son altos, entonces la gente comparte mucho”, precisó.
También comentó que familias en las que los hijos se han independizado alquilan sus habitaciones, dándole al inquilino autonomía: “Está como bien visto, no es algo raro, lo alquilan. No por necesidad, sino porque por ahí están aburridos, conocen gente, te dan tu privacidad, si querés compartir con ellos también”.

Sebastián en una playa de Noosa, la ciudad donde vivió dos años en Australia.
Dificultades de un migrante
Para Sebastián, una de las mayores dificultades que se le presentó como migrante, además de extrañar a sus vínculos cercanos y la cultura argentina, fue el idioma, pese a que tenía un conocimiento básico adquirido durante sus años de escolaridad.
“Es una traba para conseguir trabajos mejores pagos, como no sabes inglés, yo me fui pensando que tenía más o menos una idea con el inglés de la escuela, pero no, una vez que llegas ahí, no entendés nada”, afirmó el posadeño.
Sin embargo, la gran presencia de latinos en diferentes partes del mundo ayuda a que los nuevos migrantes puedan sobrellevar la situación los primeros meses hasta que mejoran su desempeño en el idioma.
“En la mayoría de los trabajos vas a encontrar un latino, que es el que se encarga de darte la bienvenida y ayudarte en todo”, relató Sebastián y recordó la vez en la que se cruzó con un misionero en un trabajo y después de hablar un rato en inglés ambos se dieron cuenta de que ambos eran misioneros: “Fue muy gracioso”.
Cultura argenta
Con respecto a la gastronomía de Nueva Zelanda y Australia, el posadeño comentó que “no tienen su propia cultura de comida, entonces son más de las comidas asiáticas, o de la India. Ahí sí que se extrañaba un poco la argentina, la milanesa, las empanadas, los asados“.
Por la gran diferencia gastronómica, sus planes con sus amigos siempre tenían como objetivo un platillo argentino. “Con lo que conseguíamos, porque no encontrás las mismas cosas como la tapa de empanada o el Fernet, no es tan fácil”.
Cuando se habla de cultura argentina es imposible no pensar en los bares con una tele sintonizada en un canal deportivo, transmitiendo algún partido, ya sea local o no, que acompaña el momento de la comida o un encuentro con amigos, una costumbre que el hincha del Club Atlético Boca Juniors solo revive durante sus visitas a la familia en la tierra colorada.
“A mí me gusta mucho mirar fútbol, al principio extrañaba, esa cultura futbolera no hay allá, es mucho rugby. En Argentina te vas a un bar y están mirando fútbol y uno mientras está tomando una birra ojeas por ahí el partido, allá era rugby, llegabas y en todos los bares estaban mirando eso. No entendía nada”, relató Ramírez entre risas y confesó que ahora solo cuando tiene tiempo, y por la diferencia horaria, mira los partidos de su equipo.
El amor
El deseo del joven posadeño no es radicarse en un lugar definitivo, por el momento, lo que hizo que sus primeros vinculos amorosos fuera del país sean “esporádicos” y “muy intensos” a la hora de partir a otro rumbo desconocido.
Sin embargo, cuando trabajaba en la isla australiana Keppel tuvo la “fortuna” de conocer y enamorarse de una salteña, quien ahora es su compañera de viaje.
“Al estar viajando se crean lazos muy fuertes y esporádicos, porque es muy difícil conectar con alguien que también tenga la misma ganas que vos o viajar por los mismos lugares, entonces las conexiones son muy lindas y después las despedidas muy intensas, pero tuve la suerte de conocer a Juli ahora que es mi novia“, relató a LVM.
Y comentó: “Éramos 50 habitantes. Ella es de Salta. Hay gente de todo el mundo, pero al final uno conecta a nivel profundo con alguien que comparte más cosas”.
“No sé si hay un país más hermoso”
Además de Nueva Zelanda y Australia, el misionero Sebastián Ramírez recorrió Asía por medio de voluntariados, algo que “es muy común entre los migrantes” explicó: “No necesitas tener mucha plata, obviamente el pasaje, pero hay páginas que te conectan con gente para hacer voluntariados de todo tipo y es más fácil”.
En esa línea, precisó que existen sitios web donde se paga una membrecía por año alrededor de 50 dólares que “puede sonar caro, pero a la vez te da un año, si sos organizado, podés conectar con gente que busca personas para que le ayuden en ciertas cosas, trabajas tres horas al día y te dan hospedaje y comida, está bueno también porque te metes más en la cultura de la gente, esa experiencia fue hermosa”.

El posadeño haciendo voluntariado en un Templo Budista en Málaga.
Otro destino que conoció el misionero fue Tailandia, un país ubicado en el sudeste asiático famoso por sus playas tropicales, acostumbrado a recibir a miles de turistas por año.
“Como a mí me gusta la playa y me gustó mucho la cultura tailandesa, estuve en Koh Phangan por tres meses. Me encantó su cultura, su comida, la gente muy feliz. Yo me iba con la idea de que quizás era medio peligroso, pero la verdad que para nada, la gente muy amable y preparada para el turista y muy abiertos a que conozcas su cultura, Tailandia me pareció un lugar hermoso”, expresó.
Actualmente, el joven trotamundos de 34 años desembarcó en Barcelona (España) donde planea vivir unos dos años, mientras tramita su visa y aprovecha para desenvolverse en un rubro que le apasiona: “Soy DJ también y acá hay mucha movida así para tocar música, pienso quedarme un tiempito”.
En cuanto Argentina, Sebastián analizó que entre los diferentes lugares que visitó en estos últimos años no imagina “si hay un país más hermoso que el nuestro”, al tiempo que recordó una anécdota junto a sus amigos que le hizo valorar más su provincia natal.
“El primer año que salí en Nueva Zelanda, que es todo montaña, otro tipo de lagos, de paisajes. Un día organizamos para ir a una cascada, yo no miré la foto, era una hora caminando. Fuimos y era una cascada chiquitita, por decirlo así, y ellos estaban emocionados, decían ‘que lindo’, se metían y yo, acostumbrado a otra cosa, dentro mío, pensaba caminamos una hora para ver esta cosita”, relató el joven.
Y reflexionó: “Claro, ahí se da cuenta uno de donde viene y las cosas que tiene y que no las ves como es, lo hermoso que es tener un patio y caminar descalzo, la naturaleza, por ahí lo que más extraño es tener un patio o caminar descalzo”.
Por último, sobre la tierra colorada, Sebastián afirmó: “Misiones no tiene nada que envidiar a muchos lugares del mundo. Somos privilegiados de tener esa provincia tan hermosa con naturaleza. Uno no lo valora como debería, lástima la economía. Lo único que le queda a Argentina es mejorar su economía, el día que lo haga yo me vuelvo. Me gusta viajar, pero nuestro país es el mejor del mundo”.

Historias
Juan Rodríguez y un volver a los días de colimba en la cárcel del fin del mundo
Corría el año tanto 1981, Juan Carlos Rodríguez cumplía 18 y debía empezar la colimba. Hasta allí, una habitabilidad para la época, pero lo singular iba a ser su destino: Ushuaia. Pero no solo eso. Su nuevo domicilio por los próximos meses iba a ser la mismísima cárcel del fin del mundo, que a comienzos del siglo XX también supo albergar a míticos criminales argentinos como el Petiso Orejudo.
Con la mayoría de edad recién cumplida, Rodríguez debió dejar su Apóstoles natal y embarcarse en un viaje de 4.000 kilómetros, cambiando el calor misionero por el frío el austral, la tierra colorada por los campos de hielo y la habitación de su casa por una antigua celda de apenas 2 x 1,50 metros a compartir con otro conscripto al servicio militar obligatorio.
“Primero hicimos la revisión médica para ver si éramos apto o no. Yo tenía sorteo alto, así que me convocaron. Tuvimos una etapa de instrucción que duró un mes en Bahía Blanca y una vez instruidos con lo básico te derivaban a los puntos donde la Armada tenía sus bases. A mí me tocó el sur, me tocó Ushuaia. Éramos seis soldados y pertenecíamos a la Agrupación Lanchas Rápidas. Me acuerdo que nos costó llegar porque el avión no podía aterrizar. Fue difícil durante los primeros tiempos, pero dentro de todos nos adaptamos”, contó Rodríguez para La Voz de Misiones.

Juan Carlos Rodríguez estuvo un tiempo en la cárcel del fin del mundo y después estuvo en la Isla de los Estados.
Presidio Nacional
Apenas aterrizado en la ciudad más austral del mundo, su primer destino fue el antiguo Presidio Nacional, cárcel que en 1902 fue construida para albergar a los presos más peligrosos del país y que en 1947 fue cerrada por disposición del presidente Juan Domingo Perón, tras lo cual el predio pasó a manos de la Armada.
El complejo era una impresionante mole de piedra con cinco pabellones de 75 metros de largo, emplazados en forma radial y que convergían en un recinto poligonal. Cada módulo, a su vez, tenía 76 celdas. La edificación fue dirigida por el ingeniero Catello Muratgia, que convirtió a los penados en albañiles y a los guardias en capataces de obra.
El lugar también fue bautizado como “la siberia criolla” y el objetivo de la construcción era eliminar delincuentes considerados de máxima peligrosidad, confinándolos en un lugar remoto, sometiéndolos a condiciones infrahumanas y a castigos extremos. Fuera del penal los internos además eran utilizados para trabajos como la construcción de calles, puentes, edificios y la explotación de los bosques.
Por esas celdas pasaron el infanticida y asesino en serie Cayetano Santos Godino, más conocido como El Petiso Orejudo; el primer homicida múltiple de la época Mateo Banks, alias “El Mististico”; y el anarquista ruso Simón Radowitzky o Radovitsky; entre otros 600 reclusos.
Y en esas mismas celdas durmió el misionero Rodríguez durante los 45 días de servicio que debió cumplir en el presidio, previo a ser derivado a otro destino aún más remoto.
“Sabíamos de los personajes como el Petiso Orejudo, pero por aquel entonces nosotros no conocíamos mucho la historia de la cárcel, no había todos los medios que hay ahora. Es más, creo que la mayoría ni tenía conocimiento de esa cárcel, pero el lugar estaba casi en las mismas condiciones en la que había dejado de funcionar”, contó Rodríguez.
Con la memoria casi intacta de aquellos tiempos describió que “nos tocaba dos por celda. La nuestra era de 2×1,50 metros y ahí entraban dos camas tipo cuchetas. Siempre nos despertábamos del frío que hacía. En la escalera donde se subía al segundo piso, en el fondo, generalmente había hielo porque la humedad se llegaba a congelar. En los pasillos había techos de vidrio que le faltaban partes y se generaban hilos de agua congelada”.

En su visita a la cárcel -ahora museo-, Juan Carlos encontró la habitación en la que dormía durante sus días de servicio.
Isla de los Estados
Pero habría un contexto aún más gélido donde cumplir servicios: la Isla de los Estados, ubicado en el extremo oriental de Tierra del Fuego, unos 30 kilómetros mar adentro.
Para llegar hasta allí había que navegar durante quince horas, atravesando el Canal de Beagle y el Estrecho de Le Maire, una ruta con condiciones climáticas extremas, corrientes de hasta 10 nudos en temporadas de tormenta y mareas de varios metros de alto.
El traslado se hacía en el buque ARA Alférez Sobral, que fue transferido a la Armada Argentina desde Estados Unidos después de combatir en la Segunda Guerra Mundial y que más tarde también luchó en la Guerra de Malvinas. La nave fue retirada en 2018 y hundida en mayo de este año.
“Después de la cárcel nos trasladaron a la Isla de los Estados, donde había una base de la Armada. Nos llevaron en el Sobral. Salimos a la tarde y llegamos al otro día. La ida fue más o menos buena, pero el regreso fue con olas de 3 o 4 metros, que para el que no está habituado era para pasarla mal. Yo pasé abrazado a un poste en la popa del barco, con náuseas, vómitos y más de noche, que no se veía nada”, recordó.
Una vez llegados se instalaron en la base que consistía en tres casillas de fibra de vidrio de 3×3 metros, separada una de la otra. “En ese lugar éramos tres: un buzo de Mar del Plata, un jujeño y yo. Ahí estuvimos con temperaturas de 15 grados bajo cero durante unos 45 días en pleno julio. Sin estufa era inhabitable. Ahí teníamos que cumplir función. Nos movilizábamos muy poco porque era todo hielo, recorríamos una parte, hasta donde se podía caminar y sino teníamos un bote para andar por la costa. En ese tiempo el inconveniente era con los chilenos, no con los ingleses todavía”, explicó.

Para llegar a la Isla de los Estados había que navegar unas 15 horas.
El regreso
Cuatro décadas después de esa experiencia, Rodríguez volvió a recorrer esos mismos paisajes, pero en un viaje que realizó mano a mano con uno de sus hijos, el influencer, blogger y comunicador Octavio, Estandap3r en las redes.
“Volver a Ushuaia era un viaje que tenía postergado. Tenía los medios, pero faltaba animarse. Fue muy emocionante regresar 43 años después y reencontrarse con parte de la historia de mi vida. Siempre fue un sueño volver y ahora se dio la oportunidad con Octavio, que es viaje y está más habituado. La verdad que pasamos muy bien y volvimos muy contentos”, contó.
Junto a Octavio volvió a ingresar a la cárcel del fin del mundo, hoy convertida en museo y al recorrer sus pasillos encontró la misma celda que fue su habitación. “Yo identifiqué mi celda porque me acuerdo que cuando entrábamos por el pasillo lo hacíamos a los trotes y ante el primer cruce de una baranda a la otra, a la derecha era mi habitación, por eso lo tenía bien memorizado”, detalló.
De aquellos días también recuerda a sus compañeros, puntualmente a uno, a otro misionero, Juan Ramón Toledo, de quién nunca más supo a pesar de haberlo buscado en tiempos modernos.
“Nos dieron de baja en febrero o marzo del 82. Éramos dos de Misiones, nos volvimos en tren desde Buenos Aires y ahí no más lo perdí. Lo busqué y nunca más”, cerró.
Historias
Kevin Bogado, de Garuhapé al mundo como comunicante en la fragata Libertad
En este preciso momento, en alguna coordenada de altamar, hay un misionero que se encuentra rumbo al puerto de Kristiansand, en Noruega. Viene de visitar Recife (Brasil) y Ferrol (España), pero aún le queda varios miles de millas náuticas por recorrer. El protagonista de esta historia es el cabo primero comunicante de la Armada Argentina y radioaficionado Kevin Bogado, quien forma parte de un viaje de instrucción a bordo del emblemático buque escuela fragata ARA Libertad.
Bogado es oriundo de Garuhapé, donde se crió junto a su madre, su padrastro y un hermano. El muchacho es padre de dos niños, Benjamín y Cloe Olivia, e inició su carrera en la Armada en 2017, apenas culminado los estudios secundarios.
De su pueblo natal viajó entonces a Posadas, donde se dirigió a la delegación naval en busca de información para luego empezar a escribir su propia historia dentro de la institución. “Al principio pensé en elegir Informática, pero finalmente me incliné por Comunicaciones”, recordó en un diálogo con la revista especializada Gaceta Marinera.
“Fue una linda experiencia donde hice muchos amigos y compañeros”, destacó Bogado sobre esa etapa y rememoró que su primer destino fue el destructor ARA Sarandí, con el cual navegó por el sur del país y conoció Ushuaia. También hizo la Campaña Antártica de Verano 2022-2023 con el rompehielos ARA Almirante Irízar.

El misionero Kevin Bogado junto a su compañera, la salteña Melisa Vega.
Comunicante
Hoy su especialidad en la fuerza es de comunicante y su presente lo ubica embarcado en la fragata Libertad, siendo parte del Viaje de Instrucción 53, cumpliendo una función clave para la navegación, el intercambio y la integración cultural.
Dentro del buque escuela, tanto Bogado, como su compañera de área, la cabo principal Melisa Vega, combinan sus funciones militares con su pasión por la radio afición, realizando transmisiones regulares que permiten interactuar con aficionados a nivel global.
Según explica Gaceta Marinera, ambos marinos operan con el indicativo (o código de canal) LU8AEU/MM. Las primeras siglas se corresponden a Libertad, mientras que la doble M refiere a Móvil Marino.
“Conocer otros equipos, otras formas de operar, salir del marco estructurado de la comunicación militar; me permitió crecer mucho profesionalmente”, admitió el misionero Bogado. “Transmitimos un mensaje del país en cada rincón del planeta”, coincidió con Vega, que es de Salta.
La travesía de la Embajadora de los Mares comenzó el 7 de junio, cuando la embarcación zarpó de Buenos Aires con un total de 270 tripulantes. El regreso está previsto para el 23 de noviembre, luego de 169 días y un recorrido de aproximadamente 22.000 millas náuticas.
En lo que va del viaje la fragata ya atracó en el puerto brasileño de Recife y en el español de Ferrol. El destino inmediato ahora es Kristiansand, una de las localidades más sureñas de Noruega.
El itinerario contempla, además, ciudades como Hamburgo (Alemania), Ámsterdam (Países Bajos), Lisboa (Portugal), Puerto Limón (Costa Rica), Baltimore (Estados Unidos), Santo Domingo (República Dominicana) y Fortaleza (Brasil).
“En mi experiencia, dentro de la Armada nunca paro de sorprenderme; cada año es distinto y eso me gusta y anima”, resaltó Bogado, que de la tierra colorada pasó a azul profundo de las aguas del mundo.
Historias
El médico misionero que vivió con indígenas en el Amazonas y es concejal en Eldorado
Vendía diarios en las calles de Eldorado, cuando su destino se le apareció en la sección de noticias locales. Corría el año 2003, el país venía del derrumbe de la utopía primermundista inaugurada por Carlos Menem en 1989, que le explotó en la cara a Fernando de la Rúa en 2001, y para un adolescente pobre del interior el panorama no podía ser peor.
El protagonista de esta historia, Sebastián Tiozzo, concejal del PAyS de Eldorado, es uno de esos hombres que parece haber vivido varias vidas: estudió medicina en Cuba, fue de misión médica a Venezuela, donde vivió más de dos años con los Yanomamis, uno de los últimos pueblos indígenas de los que habitan el Amazonas en ser contactados por la aldea global; fue médico rural en Yabotí, con las comunidades mbya guaraní, en la selva misionera; y hoy, hace medicina comunitaria en un Caps de la misma ciudad, en que ese día de 2003 leyó en el diario su futuro.
Exiliados
“Nosotros éramos los llamados ‘exiliados económicos’, toda una generación”, describe Tiozzo, que entonces tenía 17 años, una incipiente militancia política estudiantil, toda la vida por delante y el oficio de diariero.
“Yo había terminado el colegio en 2002, y después del 2001, no teníamos muchas expectativas; mamá y mis tres hermanas, estaba difícil”, rememora, en diálogo con La Voz de Misiones.
La televisión de la época era un carretel de la desesperanza: fábricas cerradas, gente vencida, procesiones de desocupados; un abanico de cuasi monedas de nombres estrafalarios, clubes de truque y otros malabares económicos.
“Yo vendía diarios y fue por los diarios que me enteré que había jóvenes misioneros estudiando medicina en Cuba, chicos de Posadas; no había nadie del Eldorado”, cuenta Tiozzo.

La Escuela Latinoamericana de Medicina, de La Habana, donde se graduó Tiozzo en 2010.
La noticia fue como un principio de relevación para el canillita de 17, empeñado en hacer algo con su vida.
“Me enteré de la beca, fui a una reunión en Posadas, había gente de la Embajada de Cuba; no pedían casi nada, solo título del secundario”, relata Tiozzo.
“Entramos como 10.000 aspirantes. Yo me dije ‘voy a ganar’”, rememora.
“Seguí vendiendo diarios y un año después, 2004, gané la beca”, recuerda, como reviviendo el momento. “Era la única posibilidad que tenía de estudiar medicina”, dice y sentencia: “Fuimos una generación a la que Cuba nos salvó la vida”.
Ingresaron 100 argentinos aquel año, él entre ellos. “Yo no conocía mucho de Cuba. La gente, mis vecinos me asustaban con el comunismo”, cuenta Tiozzo. “No te van a dejar salir”, dice que le decían en el barrio.
“La verdad que yo no sabía si me iban a dejar salir o no; lo único que sabía es que no quería vender diarios el resto de mi vida”, comenta el hoy concejal del PAyS.
Cuba
Tiozzo llegó a Cuba ese mismo año, a la Escuela Latinoamericana de Medicina, una institución devenida en emblema del internacionalismo cubano, nacida para atender una realidad que había quedado al desnudo con los embates de los huracanes George y Mitch, en noviembre de 1998: la falta de médicos en Centroamérica y el Caribe.
Tiozzo vivió seis años y medio en Cuba, atravesó la isla de un extremo a otro, en un viaje por lo profundo de la revolución cubana, en una época en que la nación caribeña vivía una especie de renacimiento, con la estrella de su líder legendario y un escenario regional dominado por gobiernos populares.

Un joven Sebastián Tiozzo (segundo de la izquierda) con el puño en alto al pie del monumento al Che Guevara, en Santa Clara, Cuba.
Para el joven de Eldorado, el periplo cubano entrañaba una experiencia reveladora, no solo por el contacto directo con una realidad desconocida, sino a la manera de un viaje iniciático hacia el interior de sí mismo.
“Fueron años de mucho aprendizaje, en lo académico, en lo social, en lo humano”, dice Tiozzo.
“La mayoría de los profesores eran médicos que habían estado de misión en África, Asia, en varios lugares del mundo; la práctica académica se nutría con las historias médicas reales, de médicos reales, en contextos hostiles, situaciones de desastre, comunidades aisladas”, recuerda.
Las fotos de aquellos años lo muestran en actividades diversas: en la facultad, con el Mar Caribe de fondo; en una brigada de solidaridad, llevando música, juegos y asistencia a escuelas primarias de la isla.
Una de las fotos muestra a Tiozzo saludando al mítico comandante Fidel Castro, ya retirado y enfundado en el atuendo deportivo que adoptó cuando colgó para siempre su uniforme de jefe revolucionario.

Con el líder revolucionario Fidel Castro, en un encuentro en La Habana.
“Yo sabía que mi vida social y política iba a ser la que estoy haciendo ahora, y de inmediato me dije: ‘quiero tener esa experiencia antes de volver a Misiones”, comenta el médico y concejal de Eldorado.
Era 2010. Le faltaban seis meses para graduarse, cuando ocurrió el gran terremoto de Haití, que se cobró miles de muertos, devastó la capital del país y dejó millones de desamparados.
“Empezaron a ir compañeros del último año. Me quedé con las ganas”, dice Tiozzo, como lamentándose todavía por aquella primera misión humanitaria perdida.
Su oportunidad llegó varios meses después, ya graduado y con 25 años: el denominado Batallón 51, una brigada médica reclutada con el objetivo de llevar atención a los lugares más difíciles de Venezuela.
“Me anoté sin dudarlo”, cuenta Tiozzo. Relata que llamó por teléfono a Eldorado y le comunicó a su familia que Misiones lo iba a tener que esperar un poco más, y el 3 de septiembre de 2010 se embarcó en un vuelo directo de Cuba a Venezuela.
El Amazonas
En sus años en Cuba, Tiozzo pudo interiorizarse de la revolución bolivariana que lideraba el presidente Hugo Chávez en Venezuela, a través del testimonio de compañeros de ese país en la escuela de medicina.
“Íbamos en una brigada médica y también de apoyo al proceso bolivariano, para mí era apasionante y representaba un desafío que exigía mucho compromiso”, reflexiona Tiozzo.
Relata que su destino venezolano tampoco fue resultado del azar, sino que lo eligió: una ignota región de comunidades indígenas yanomamis, localizadas en lo profundo de la selva amazónica, en la frontera con Brasil.
“Son comunidades que en medio de la nada”, describe Tiozzo el remoto territorio, donde el paisaje se alarga en lo alto del río Orinoco, en el que vivió más de dos años.

En lancha por el río Orinoco, hacia lo profundo de la selva amazónica venezolana.
“Fueron unos años maravillosos”, exclama Tiozzo. En las fotos se lo ve a punto de abordar un avión en una pista de tierra, rodeada de montañas; navegando en lancha con una remera del Che; en la selva, en su uniforme de brigadista y con un machete al hombro; y auscultando a niños y mujeres de las aldeas yanomamis.
“Cada cuatro o cinco meses regresaba a la ciudad por unos días y después volvía en lancha”, cuenta Tiozzo.
Dice que la mayor dificultad fue el idioma, conformado por un abanico de dialectos inescrutables. Lo enfrentó con un cuaderno de anotaciones y predisponiendo el oído.
“Por suerte, había algunos yanomamis muy interesantes, que habían hecho cursos de agentes sanitarios, y para nosotros era espectacular, porque nos enseñaban la lengua y nos informaban acerca de la cuestión cultural, que también es algo en que no podés pifiar”, relata.

Esperando abordar un avión en una pista amazónica en 2011.
Cuenta que, entre las múltiples experiencias vividas con los indígenas amazónicos, la más fuerte fue un ritual funerario donde la tribu ingiere las cenizas del difunto.
Dice que entre los yanomamis terminó de comprender la noción de comunidad. “Ellos no no conocen el egoísmo, todo lo que tienen lo comparten”, valora Tiozzo.
Misiones
Al cabo de dos años y tres meses, el médico misionero graduado en Cuba concluyó su misión en el Amazonas venezolano, se despidió de la comunidad indígena que lo había acogido como uno de los suyos, y emprendió el regreso a la tierra colorada.
“Llegué y hablé con el doctor Oscar Herrera Ahuad, que por entonces era ministro de Salud y le pedí para trabajar con las comunidades mbya guaraní de la provincia”, cuenta Tiozzo.
El llamado de la selva lo llevó lo encontró recorriendo aldeas en todo el nordeste de Misiones: Yabotí, El Soberbio, San Vicente, San Pedro. Fueron otros tres años y medio.
Hoy, a la distancia el médico de Eldorado compara ambas experiencias y afirma que los yanomamis y los mbya misioneros “son pueblos totalmente distintos, casi sin puntos en común”.

En una comunidad mbya en la selva misionera.
“Acá, los paisanos siempre están a la defensiva con los blancos”, dice Tiozzo y explica: “Los yanomamis, por estar tan intrincados, nunca conocieron el genocidio; recién hace poco que están teniendo vínculos con los blancos y todo resulta amistoso para ellos”.
Argumenta que la propiedad de la tierra, del pedazo de selva que las comunidades habitan, es otro dato a tener en cuenta.
“En el caso de los yanomamis, el ambiente natural es de ellos; y en cambio, acá las comunidades están sin tierras, sin techo, sin nada”, explica Tiozzo y concluye: “Es difícil ser feliz si te sacan todo”.
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