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Pelito Escobar y las heridas de la dictadura en su cuerpo contra el negacionismo

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Ricardo “Pelito” Escobar no tiene palabras para responder ante las narrativas negacionistas que irrumpieron en la cotidianeidad política, social y mediática. Tiene vestigios, heridas, cicatrices y enfermedades en su cuerpo que reflejan lo que fue la dictadura: un balazo, seis horas de desangramiento en una letrina, siete años de torturas en prisión y ahora tres sesiones de diálisis por semana. Y él es solo una de las tantas víctimas que no fue ni guerrillero, ni terrorista, ni subversivo, sino un simple militante peronista con convicciones políticas que sufrió el accionar de un aparato represivo que regó de sangre el país.

“Un delincuente que le sacó plata al gobierno por estar preso 30 días. Tengo la obligación de decirle a la gente las cosas como son y hace 45 años que digo la verdad”, fustigó contra Escobar esta semana el periodista Alfredo Abrazian en su programa El Show de los Impactos, magazine radial en el cual durante varios años se infiltró como locutor el represor ya condenado Carlos Carvallo, siguiendo la tónica negacionista propalada desde el gobierno nacional con un video publicado el 24 de marzo contradiciendo el número de desaparecidos, repasando atentados de guerrilleros en momentos previos al golpe y sin mencionar en ningún momento las palabras dictadura ni terrorismo de Estado. 

A Pelito, en diminutivo porque Pelo es su hermano mayor, estos ataques difamatorios ni le refilan, pero lo motivan a mantener vigente el reclamo de Memoria, Verdad y Justicia, porque el balazo que le dispararon los militares no le refiló, le atravesó el cuerpo. 

Escobar responde al negacionismo mostrando las heridas en su cuerpo. En su pecho todavía tiene la cicatriz del orificio de salida del proyectil que recibió de espaldas mientras una noche de octubre de 1976 escapaba de un grupo de tareas por un monte que ahora es el barrio Papini de Posadas.

Yo no era un subversivo, ni un terrorista, ni un guerrillero. Yo luchaba por lo mismo que hoy lucha un joven en un barrio, en una fábrica, en las chacras. Yo tenía 17 años y había empezado a militar a los 13, en la unión de estudiantes secundarios y luchaba por las reivindicaciones propias del estudiantado de mi barrio, el Tiro Federal. De que hubo guerrilla sí, no se puede negar, pero para hablar de eso hay que remontarse un poco más, hasta el golpe de Estado del 55 para entender. Y, además, acá en Misiones no hubo guerrilla, no hubo atentados, no hubo muertos. Sí hubo resistencia y lucha”, introduce Escobar, en una extensa charla con La Voz de Misiones.

Y relata: “A mí me hieren a la medianoche, cuando iba a buscar una casa para ver si me aguantaban para dormir porque ya estaba siendo muy perseguido. Yo iba con otro amigo y por la avenida Tacuarí apareció un auto sospechoso que nos cruza, nos alumbra y desde adentro nos apuntan con Ithacas. Ahí corrimos, yo pierdo a mi amigo y cuando logro entrar al monte siento un sacudón y el estampido de las balas que me tiran”.

La escena siguiente fue Escobar adolescente abriendo su campera y viéndose desangrar por completo. Así permaneció seis horas, oculto de una letrina, desde la medianoche hasta el amanecer, luchando por no dormir por miedo a no despertar jamás.

“Parece que está herido porque hay gotas de sangre por acá”, escuchó después. Eran los integrantes de fuerzas armadas que lo habían hallado. Allí Escobar fue detenido y secuestrado. Recorrió todos los centros clandestinos de detención de Posadas, la cárcel de Candelaria y finalmente fue trasladado en un Hércules del Ejército hasta Resistencia y luego a la Unidad Penal 9 de La Plata.

El militante y político misionero estuvo seis meses en condición de desaparecido y permaneció 7 años, 2 meses y 20 días como prisionero político. No 30 días como lo atacó Abrazian recientemente.

Escobar junto a otros misioneros en conferencia de prensa tras ser liberados con el regreso de la democracia.

“No sé por qué él hoy dice esas cosas. Nunca le hice nada malo. Además, él sabía muy bien todo. Recuerdo que cuando recuperamos la libertad en diciembre de 1983 nos hizo un muy lindo reportaje. Se ve que en ese momento con la ola democrática quería ser un democrático, pero yo le desconfío, siempre fue autoritario, extorsionador, jodido. Yo atribuyo esto a que cuando fui ministro pidió plata para su radio y no le dimos, pero no fue una decisión personal mía, yo pedía autorización a la provincia para que me digan si o no”, contestó Pelito.

Y arremetió: “Está todo bien, que sean antiperonistas, que defiendan su ideología, pero que no inventen historias que no son ciertas. Yo no fui el que protegió al represor, asesino, secuestrador y violador de Carlos Carvallo. Él fue el que lo protegió durante años y no me va a decir justamente don Alfredo Abrazian que desconocía la realidad de Carlos Carvallo. Acá todo se sabe, de un lado y del otro lado”.

De igual manera, el posadeño no está interesado en iniciar demandas por difamación, ni nada por el estilo, sino que busca seguir defendiendo la consigna de Memoria, Verdad y Justicia, reafirmando el reclamo de Nunca Más, manteniendo presente a las demás víctimas de la dictadura, quienes, al igual que él, aún tienen en sus cuerpos las heridas de lo sufrido y en sus mentes el rostro de los desaparecidos que faltan encontrar.

“Lo hemos visto y lo hemos vivido. No es un verso la tortura, no es un verso la apropiación de bebés, no es un verso la violación de compañeras detenidas, no es un verso los vuelos de la muerte y no es un verso que son 30.000 los compañeros desaparecidos. Eso pasó. Y lo certifican todas las investigaciones y juicios realizados”, insistió Escobar.

El Escobar político

El 2024 lo encuentra a Escobar alejado desde hace años de la gestión pública, rodeado de su familia y sometiéndose a un tratamiento de diálisis tres veces por semana que tras el hallazgo de un tumor que dañó sus riñones, enfermedad que puede ser consecuencia directa de los golpes, torturas y más sometimientos que vivió en carne propia.

El hombre, actualmente de 64 años, es una de las patas fundacionales del sello de la Renovación como partido, fue protagonista del proyecto político desde el inicio junto a Carlos Rovira y además fue ministro de varias carteras provinciales durante 12 años.

“Yo estuve 7 años preso y después viví 10 en Buenos Aires. Volví a Misiones 18 años después. Ahí conocí a Rovira, con quien habíamos hechos unos trabajos de publicidad porque yo tenía una empresa de comunicación. Él no tenía nada que ver con mi historia, pero conocía mi antecedente laboral, mi capacidad de gestión y mi militancia, así que me invitó a charlar y ahí se empezó a construir un proyecto político”, rememoró Escobar, que durante sus años como funcionario público recolectó anécdotas y experiencias en momentos clave de la historia contemporánea de Misiones. 

Varias de ellas fueron volcadas en el libro “La vida en democracia. Crónicas de un militante II”, escrito por Pablo Camogli, donde también se cuenta detalles de la causa Sueños Compartidos en la que fue investigado por presunta corrupción junto al ex gobernador Maurice Closs pero de la cual culminó absuelto de culpa y cargo.

Ya en el segundo bloque de la entrevista con LVM, Escobar identificó a Rovira como “un amigo” y destacó tanto su “carácter fuerte” como su “olfato político” al recordar cuando el ahora líder de la Renovación se decidió a apoyar a Néstor Kirchner en las elecciones presidenciales de 2003: “Me dijo ‘hay momentos en los que, aunque pierdas, hay que apostar y acá se agotó la era del liberalismo de (Carlos) Menem, hay que apostar a algo nuevo’”.

Justamente, también recordó entre telones del golpazo por la derrota en el plebiscito con el cual Rovira pretendía acceder a la reelección indefinida en 2006 y un sinsabor con el por aquel entonces presidente.

“Él -por Rovira- apostó fuerte a esa reforma. Podés estar de acuerdo o no con eso, pero hay que rescatar que lo hizo por plebiscito, que nadie se anima. Yo fui uno de los protagonistas de ese proceso y se nos vino encima todo el poder nacional. Es más, cuando perdimos Néstor -Kirchner- recibió a Piña -Joaquín- y eso no se hace, porque Carlos apuesta todo eso porque Néstor le hinchó las pelotas para que él se largara. Ahí Carlos -Rovira- tiene una transformación con respecto a lo nacional. Se sintió herido. Estoy diciendo cosas muy fuertes, pero es la verdad histórica”, contó y se excusó a la vez Escobar. 

De igual manera, valoró lo conseguido de ahí en más por el partido que vio nacer y del que fue parte. “La Renovación transformó la provincia; de ser una provincia periférica pasó a ser una provincia con desarrollo, con infraestructura, con actividad económica, comercial y productiva. Eso es una realidad que se palpa”, resaltó.

Analizando la actualidad del gobierno provincial y desde un rol equidistante, el militante y político posadeño que continúa siendo vocal del Frente Renovador de la Concordia Social sostuvo que “de todos esos primeros años fue quedando una política de gestión, de construcción, de resolver problemas. Carlos tiene claro que eso es lo que queda”.

Abrazian defendió a Carvallo: “Acá se portó muy bien, fue un buen compañero”

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Juan Rodríguez y un volver a los días de colimba en la cárcel del fin del mundo

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Colimba

Corría el año tanto 1981, Juan Carlos Rodríguez cumplía 18 y debía empezar la colimba. Hasta allí, una habitabilidad para la época, pero lo singular iba a ser su destino: Ushuaia. Pero no solo eso. Su nuevo domicilio por los próximos meses iba a ser la mismísima cárcel del fin del mundo, que a comienzos del siglo XX también supo albergar a míticos criminales argentinos como el Petiso Orejudo.

Con la mayoría de edad recién cumplida, Rodríguez debió dejar su Apóstoles natal y embarcarse en un viaje de 4.000 kilómetros, cambiando el calor misionero por el frío el austral, la tierra colorada por los campos de hielo y la habitación de su casa por una antigua celda de apenas 2 x 1,50 metros a compartir con otro conscripto al servicio militar obligatorio.

“Primero hicimos la revisión médica para ver si éramos apto o no. Yo tenía sorteo alto, así que me convocaron. Tuvimos una etapa de instrucción que duró un mes en Bahía Blanca y una vez instruidos con lo básico te derivaban a los puntos donde la Armada tenía sus bases. A mí me tocó el sur, me tocó Ushuaia. Éramos seis soldados y pertenecíamos a la Agrupación Lanchas Rápidas. Me acuerdo que nos costó llegar porque el avión no podía aterrizar. Fue difícil durante los primeros tiempos, pero dentro de todos nos adaptamos”, contó Rodríguez para La Voz de Misiones.

Juan Carlos Rodríguez estuvo un tiempo en la cárcel del fin del mundo y después estuvo en la Isla de los Estados.

Presidio Nacional

Apenas aterrizado en la ciudad más austral del mundo, su primer destino fue el antiguo Presidio Nacional, cárcel que en 1902 fue construida para albergar a los presos más peligrosos del país y que en 1947 fue cerrada por disposición del presidente Juan Domingo Perón, tras lo cual el predio pasó a manos de la Armada.

El complejo era una impresionante mole de piedra con cinco pabellones de 75 metros de largo, emplazados en forma radial y que convergían en un recinto poligonal. Cada módulo, a su vez, tenía 76 celdas. La edificación fue dirigida por el ingeniero Catello Muratgia, que convirtió a los penados en albañiles y a los guardias en capataces de obra.

El lugar también fue bautizado como “la siberia criolla” y el objetivo de la construcción era eliminar delincuentes considerados de máxima peligrosidad, confinándolos en un lugar remoto, sometiéndolos a condiciones infrahumanas y a castigos extremos. Fuera del penal los internos además eran utilizados para trabajos como la construcción de calles, puentes, edificios y la explotación de los bosques.

Por esas celdas pasaron el infanticida y asesino en serie Cayetano Santos Godino, más conocido como El Petiso Orejudo; el primer homicida múltiple de la época Mateo Banks, alias “El Mististico”; y el anarquista ruso Simón Radowitzky o Radovitsky; entre otros 600 reclusos. 

Y en esas mismas celdas durmió el misionero Rodríguez durante los 45 días de servicio que debió cumplir en el presidio, previo a ser derivado a otro destino aún más remoto.

“Sabíamos de los personajes como el Petiso Orejudo, pero por aquel entonces nosotros no conocíamos mucho la historia de la cárcel, no había todos los medios que hay ahora. Es más, creo que la mayoría ni tenía conocimiento de esa cárcel, pero el lugar estaba casi en las mismas condiciones en la que había dejado de funcionar”, contó Rodríguez.

Con la memoria casi intacta de aquellos tiempos describió que “nos tocaba dos por celda. La nuestra era de 2×1,50 metros y ahí entraban dos camas tipo cuchetas. Siempre nos despertábamos del frío que hacía. En la escalera donde se subía al segundo piso, en el fondo, generalmente había hielo porque la humedad se llegaba a congelar. En los pasillos había techos de vidrio que le faltaban partes y se generaban hilos de agua congelada”.

En su visita a la cárcel -ahora museo-, Juan Carlos encontró la habitación en la que dormía durante sus días de servicio.

Isla de los Estados

Pero habría un contexto aún más gélido donde cumplir servicios: la Isla de los Estados, ubicado en el extremo oriental de Tierra del Fuego, unos 30 kilómetros mar adentro.

Para llegar hasta allí había que navegar durante quince horas, atravesando el Canal de Beagle y el Estrecho de Le Maire, una ruta con condiciones climáticas extremas, corrientes de hasta 10 nudos en temporadas de tormenta y mareas de varios metros de alto.

El traslado se hacía en el buque ARA Alférez Sobral, que fue transferido a la Armada Argentina desde Estados Unidos después de combatir en la Segunda Guerra Mundial y que más tarde también luchó en la Guerra de Malvinas. La nave fue retirada en 2018 y hundida en mayo de este año.

“Después de la cárcel nos trasladaron a la Isla de los Estados, donde había una base de la Armada. Nos llevaron en el Sobral. Salimos a la tarde y llegamos al otro día. La ida fue más o menos buena, pero el regreso fue con olas de 3 o 4 metros, que para el que no está habituado era para pasarla mal. Yo pasé abrazado a un poste en la popa del barco, con náuseas, vómitos y más de noche, que no se veía nada”, recordó.

Una vez llegados se instalaron en la base que consistía en tres casillas de fibra de vidrio de 3×3 metros, separada una de la otra. “En ese lugar éramos tres: un buzo de Mar del Plata, un jujeño y yo. Ahí estuvimos con temperaturas de 15 grados bajo cero durante unos 45 días en pleno julio. Sin estufa era inhabitable. Ahí teníamos que cumplir función. Nos movilizábamos muy poco porque era todo hielo, recorríamos una parte, hasta donde se podía caminar y sino teníamos un bote para andar por la costa. En ese tiempo el inconveniente era con los chilenos, no con los ingleses todavía”, explicó.

Para llegar a la Isla de los Estados había que navegar unas 15 horas.

El regreso

Cuatro décadas después de esa experiencia, Rodríguez volvió a recorrer esos mismos paisajes, pero en un viaje que realizó mano a mano con uno de sus hijos, el influencer, blogger y comunicador Octavio, Estandap3r en las redes.

Volver a Ushuaia era un viaje que tenía postergado. Tenía los medios, pero faltaba animarse. Fue muy emocionante regresar 43 años después y reencontrarse con parte de la historia de mi vida. Siempre fue un sueño volver y ahora se dio la oportunidad con Octavio, que es viaje y está más habituado. La verdad que pasamos muy bien y volvimos muy contentos”, contó.

Junto a Octavio volvió a ingresar a la cárcel del fin del mundo, hoy convertida en museo y al recorrer sus pasillos encontró la misma celda que fue su habitación. “Yo identifiqué mi celda porque me acuerdo que cuando entrábamos por el pasillo lo hacíamos a los trotes y ante el primer cruce de una baranda a la otra, a la derecha era mi habitación, por eso lo tenía bien memorizado”, detalló.

De aquellos días también recuerda a sus compañeros, puntualmente a uno, a otro misionero, Juan Ramón Toledo, de quién nunca más supo a pesar de haberlo buscado en tiempos modernos.

“Nos dieron de baja en febrero o marzo del 82. Éramos dos de Misiones, nos volvimos en tren desde Buenos Aires y ahí no más lo perdí. Lo busqué y nunca más”, cerró.

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Kevin Bogado, de Garuhapé al mundo como comunicante en la fragata Libertad

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Kevin Bogado

En este preciso momento, en alguna coordenada de altamar, hay un misionero que se encuentra rumbo al puerto de Kristiansand, en Noruega. Viene de visitar Recife (Brasil) y Ferrol (España), pero aún le queda varios miles de millas náuticas por recorrer. El protagonista de esta historia es el cabo primero comunicante de la Armada Argentina y radioaficionado Kevin Bogado, quien forma parte de un viaje de instrucción a bordo del emblemático buque escuela fragata ARA Libertad.

Bogado es oriundo de Garuhapé, donde se crió junto a su madre, su padrastro y un hermano. El muchacho es padre de dos niños, Benjamín y Cloe Olivia, e inició su carrera en la Armada en 2017, apenas culminado los estudios secundarios.

De su pueblo natal viajó entonces a Posadas, donde se dirigió a la delegación naval en busca de información para luego empezar a escribir su propia historia dentro de la institución. “Al principio pensé en elegir Informática, pero finalmente me incliné por Comunicaciones”, recordó en un diálogo con la revista especializada Gaceta Marinera.

“Fue una linda experiencia donde hice muchos amigos y compañeros”, destacó Bogado sobre esa etapa y rememoró que su primer destino fue el destructor ARA Sarandí, con el cual navegó por el sur del país y conoció Ushuaia. También hizo la Campaña Antártica de Verano 2022-2023 con el rompehielos ARA Almirante Irízar.

El misionero Kevin Bogado junto a su compañera, la salteña Melisa Vega.

Comunicante

Hoy su especialidad en la fuerza es de comunicante y su presente lo ubica embarcado en la fragata Libertad, siendo parte del Viaje de Instrucción 53, cumpliendo una función clave para la navegación, el intercambio y la integración cultural.

Dentro del buque escuela, tanto Bogado, como su compañera de área, la cabo principal Melisa Vega, combinan sus funciones militares con su pasión por la radio afición, realizando transmisiones regulares que permiten interactuar con aficionados a nivel global.

Según explica Gaceta Marinera, ambos marinos operan con el indicativo (o código de canal) LU8AEU/MM. Las primeras siglas se corresponden a Libertad, mientras que la doble M refiere a Móvil Marino.

“Conocer otros equipos, otras formas de operar, salir del marco estructurado de la comunicación militar; me permitió crecer mucho profesionalmente”, admitió el misionero Bogado. “Transmitimos un mensaje del país en cada rincón del planeta”, coincidió con Vega, que es de Salta.

La travesía de la Embajadora de los Mares comenzó el 7 de junio, cuando la embarcación zarpó de Buenos Aires con un total de 270 tripulantes. El regreso está previsto para el 23 de noviembre, luego de 169 días y un recorrido de aproximadamente 22.000 millas náuticas.

En lo que va del viaje la fragata ya atracó en el puerto brasileño de Recife y en el español de Ferrol. El destino inmediato ahora es Kristiansand, una de las localidades más sureñas de Noruega.

El itinerario contempla, además, ciudades como Hamburgo (Alemania), Ámsterdam (Países Bajos), Lisboa (Portugal), Puerto Limón (Costa Rica), Baltimore (Estados Unidos), Santo Domingo (República Dominicana) y Fortaleza (Brasil).

“En mi experiencia, dentro de la Armada nunca paro de sorprenderme; cada año es distinto y eso me gusta y anima”, resaltó Bogado, que de la tierra colorada pasó a azul profundo de las aguas del mundo.

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El médico misionero que vivió con indígenas en el Amazonas y es concejal en Eldorado

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Eldorado

Vendía diarios en las calles de Eldorado, cuando su destino se le apareció en la sección de noticias locales. Corría el año 2003, el país venía del derrumbe de la utopía primermundista inaugurada por Carlos Menem en 1989, que le explotó en la cara a Fernando de la Rúa en 2001, y para un adolescente pobre del interior el panorama no podía ser peor.

El protagonista de esta historia, Sebastián Tiozzo, concejal del PAyS de Eldorado, es uno de esos hombres que parece haber vivido varias vidas: estudió medicina en Cuba, fue de misión médica a Venezuela, donde vivió más de dos años con los Yanomamis, uno de los últimos pueblos indígenas de los que habitan el Amazonas en ser contactados por la aldea global; fue médico rural en Yabotí, con las comunidades mbya guaraní, en la selva misionera; y hoy, hace medicina comunitaria en un Caps de la misma ciudad, en que ese día de 2003 leyó en el diario su futuro.

Exiliados

“Nosotros éramos los llamados ‘exiliados económicos’, toda una generación”, describe Tiozzo, que entonces tenía 17 años, una incipiente militancia política estudiantil, toda la vida por delante y el oficio de diariero.

“Yo había terminado el colegio en 2002, y después del 2001, no teníamos muchas expectativas; mamá y mis tres hermanas, estaba difícil”, rememora, en diálogo con La Voz de Misiones.

La televisión de la época era un carretel de la desesperanza: fábricas cerradas, gente vencida, procesiones de desocupados; un abanico de cuasi monedas de nombres estrafalarios, clubes de truque y otros malabares económicos.

“Yo vendía diarios y fue por los diarios que me enteré que había jóvenes misioneros estudiando medicina en Cuba, chicos de Posadas; no había nadie del Eldorado”, cuenta Tiozzo.

La Escuela Latinoamericana de Medicina, de La Habana, donde se graduó Tiozzo en 2010.

La noticia fue como un principio de relevación para el canillita de 17, empeñado en hacer algo con su vida.

“Me enteré de la beca, fui a una reunión en Posadas, había gente de la Embajada de Cuba; no pedían casi nada, solo título del secundario”, relata Tiozzo.

“Entramos como 10.000 aspirantes. Yo me dije ‘voy a ganar’”, rememora.

“Seguí vendiendo diarios y un año después, 2004, gané la beca”, recuerda, como reviviendo el momento. “Era la única posibilidad que tenía de estudiar medicina”, dice y sentencia: “Fuimos una generación a la que Cuba nos salvó la vida”.

Ingresaron 100 argentinos aquel año, él entre ellos. “Yo no conocía mucho de Cuba. La gente, mis vecinos me asustaban con el comunismo”, cuenta Tiozzo. “No te van a dejar salir”, dice que le decían en el barrio.

“La verdad que yo no sabía si me iban a dejar salir o no; lo único que sabía es que no quería vender diarios el resto de mi vida”, comenta el hoy concejal del PAyS.

Cuba

Tiozzo llegó a Cuba ese mismo año, a la Escuela Latinoamericana de Medicina, una institución devenida en emblema del internacionalismo cubano, nacida para atender una realidad que había quedado al desnudo con los embates de los huracanes George y Mitch, en noviembre de 1998: la falta de médicos en Centroamérica y el Caribe.

Tiozzo vivió seis años y medio en Cuba, atravesó la isla de un extremo a otro, en un viaje por lo profundo de la revolución cubana, en una época en que la nación caribeña vivía una especie de renacimiento, con la estrella de su líder legendario y un escenario regional dominado por gobiernos populares.

Un joven Sebastián Tiozzo (segundo de la izquierda) con el puño en alto al pie del monumento al Che Guevara, en Santa Clara, Cuba.

Para el joven de Eldorado, el periplo cubano entrañaba una experiencia reveladora, no solo por el contacto directo con una realidad desconocida, sino a la manera de un viaje iniciático hacia el interior de sí mismo.

“Fueron años de mucho aprendizaje, en lo académico, en lo social, en lo humano”, dice Tiozzo.

“La mayoría de los profesores eran médicos que habían estado de misión en África, Asia, en varios lugares del mundo; la práctica académica se nutría con las historias médicas reales, de médicos reales, en contextos hostiles, situaciones de desastre, comunidades aisladas”, recuerda.

Las fotos de aquellos años lo muestran en actividades diversas: en la facultad, con el Mar Caribe de fondo; en una brigada de solidaridad, llevando música, juegos y asistencia a escuelas primarias de la isla.

Una de las fotos muestra a Tiozzo saludando al mítico comandante Fidel Castro, ya retirado y enfundado en el atuendo deportivo que adoptó cuando colgó para siempre su uniforme de jefe revolucionario.

Con el líder revolucionario Fidel Castro, en un encuentro en La Habana.

“Yo sabía que mi vida social y política iba a ser la que estoy haciendo ahora, y de inmediato me dije: ‘quiero tener esa experiencia antes de volver a Misiones”, comenta el médico y concejal de Eldorado.

Era 2010. Le faltaban seis meses para graduarse, cuando ocurrió el gran terremoto de Haití, que se cobró miles de muertos, devastó la capital del país y dejó millones de desamparados.

“Empezaron a ir compañeros del último año. Me quedé con las ganas”, dice Tiozzo, como lamentándose todavía por aquella primera misión humanitaria perdida.

Su oportunidad llegó varios meses después, ya graduado y con 25 años: el denominado Batallón 51, una brigada médica reclutada con el objetivo de llevar atención a los lugares más difíciles de Venezuela.

“Me anoté sin dudarlo”, cuenta Tiozzo. Relata que llamó por teléfono a Eldorado y le comunicó a su familia que Misiones lo iba a tener que esperar un poco más, y el 3 de septiembre de 2010 se embarcó en un vuelo directo de Cuba a Venezuela.

El Amazonas

En sus años en Cuba, Tiozzo pudo interiorizarse de la revolución bolivariana que lideraba el presidente Hugo Chávez en Venezuela, a través del testimonio de compañeros de ese país en la escuela de medicina.

“Íbamos en una brigada médica y también de apoyo al proceso bolivariano, para mí era apasionante y representaba un desafío que exigía mucho compromiso”, reflexiona Tiozzo.

Relata que su destino venezolano tampoco fue resultado del azar, sino que lo eligió: una ignota región de comunidades indígenas yanomamis, localizadas en lo profundo de la selva amazónica, en la frontera con Brasil.

“Son comunidades que en medio de la nada”, describe Tiozzo el remoto territorio, donde el paisaje se alarga en lo alto del río Orinoco, en el que vivió más de dos años.

En lancha por el río Orinoco, hacia lo profundo de la selva amazónica venezolana.

“Fueron unos años maravillosos”, exclama Tiozzo. En las fotos se lo ve a punto de abordar un avión en una pista de tierra, rodeada de montañas; navegando en lancha con una remera del Che; en la selva, en su uniforme de brigadista y con un machete al hombro; y auscultando a niños y mujeres de las aldeas yanomamis.

“Cada cuatro o cinco meses regresaba a la ciudad por unos días y después volvía en lancha”, cuenta Tiozzo.

Dice que la mayor dificultad fue el idioma, conformado por un abanico de dialectos inescrutables. Lo enfrentó con un cuaderno de anotaciones y predisponiendo el oído.

“Por suerte, había algunos yanomamis muy interesantes, que habían hecho cursos de agentes sanitarios, y para nosotros era espectacular, porque nos enseñaban la lengua y nos informaban acerca de la cuestión cultural, que también es algo en que no podés pifiar”, relata.

Esperando abordar un avión en una pista amazónica en 2011.

Cuenta que, entre las múltiples experiencias vividas con los indígenas amazónicos, la más fuerte fue un ritual funerario donde la tribu ingiere las cenizas del difunto.

Dice que entre los yanomamis terminó de comprender la noción de comunidad. “Ellos no no conocen el egoísmo, todo lo que tienen lo comparten”, valora Tiozzo.

Misiones

Al cabo de dos años y tres meses, el médico misionero graduado en Cuba concluyó su misión en el Amazonas venezolano, se despidió de la comunidad indígena que lo había acogido como uno de los suyos, y emprendió el regreso a la tierra colorada.

“Llegué y hablé con el doctor Oscar Herrera Ahuad, que por entonces era ministro de Salud y le pedí para trabajar con las comunidades mbya guaraní de la provincia”, cuenta Tiozzo.

El llamado de la selva lo llevó lo encontró recorriendo aldeas en todo el nordeste de Misiones: Yabotí, El Soberbio, San Vicente, San Pedro. Fueron otros tres años y medio.

Hoy, a la distancia el médico de Eldorado compara ambas experiencias y afirma que los yanomamis y los mbya misioneros “son pueblos totalmente distintos, casi sin puntos en común”.

En una comunidad mbya en la selva misionera.

“Acá, los paisanos siempre están a la defensiva con los blancos”, dice Tiozzo y explica: “Los yanomamis, por estar tan intrincados, nunca conocieron el genocidio; recién hace poco que están teniendo vínculos con los blancos y todo resulta amistoso para ellos”.

Argumenta que la propiedad de la tierra, del pedazo de selva que las comunidades habitan, es otro dato a tener en cuenta.

“En el caso de los yanomamis, el ambiente natural es de ellos; y en cambio, acá las comunidades están sin tierras, sin techo, sin nada”, explica Tiozzo y concluye: “Es difícil ser feliz si te sacan todo”.

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