Historias
Guardaparque misionero en viaje a misión en la Antártida: “Cumplo un sueño”
La Base Antártica Orcadas está ubicada en la isla Laurie, en el archipiélago de las islas Orcadas del Sur, en la Antártida, a unos 1.500 kilómetros de Ushuaia.
Es una estación científica y el primer asentamiento permanente de Argentina en el continente blanco, que en pocos días, además, está cumpliendo 118 años.
Hacia allí está viajando Facundo Alcalde, guardaparque del Parque Nacional Iguazú, donde vive con su esposa y sus dos hijas de 10 y 7 años.
Facundo es uno de los dos guardaparques seleccionados por la Administración de Parques Nacionales (APN) para integrar el equipo que trabajará durante todo 2022 en esa base del territorio antártico argentino.
El otro seleccionado es Fernando Morosini, de la seccional Tronador, del Parque Nacional Nahuel Huapi, en la provincia de Neuquén.
Argentina es el único país que envía guardaparques a la Antártida desde hace más de 30 años, por iniciativa de la Dirección Nacional del Antártico (DNA) y la APN, para aprovechar sus conocimientos y experiencias de trabajo en ambientes de difícil acceso, en los hostiles confines antárticos.
La convocatoria a los guardaparques es anual, por lo general en los meses de junio y julio. Facundo se había presentado en dos ocasiones anteriores, en 2015, cuando estaba destacado en el Parque Lanin, en la Patagonia; y en 2019, prestando servicio en el Parque Nacional Iguazú.
El sueño del pibe
Para Facundo Alcalde, esta misión es cumplir el sueño de su vida.
“Era algo que tenía pendiente, un sueño de chico. Creo que a los 15 años vi un documental y quería ir a la Antártida, y a los 16 decidí ser guardaparques”, dijo a La Voz de Misiones, en una charla telefónica desde la base de la Armada Argentina en Ushuaia, donde espera retomar el viaje hacia la Base Orcadas el lunes.
Facundo viaja a bordo del rompehielos Almirante Irízar, el buque de su tipo más grande del continente, que desde 1978 participa de la campaña antártica transportando personal militar, científico, técnico, y suministros a las 13 bases argentinas en el Polo Sur.
De Ushuaia le espera todavía una travesía de cuatro días hacia el extremo del mundo por aguas que esconden misterios insondables, y guardan legendarias historias de intrépidos exploradores venidos de otros confines.
Se embarcó en Puerto Madero el 28 de diciembre, pero en razón de la pandemia todos a bordo hicieron una cuarentena de 14 días, antes de zarpar hacia el Atlántico Sur.
“Hicimos Buenos Aires – Ushuaia por alta mar, a unos 100 kms de la costa”, indicó. Dijo que volvieron a ver tierra cuando el Irizar alcanzó el Estrecho de Lemer, entre la Isla de los Estados y la Isla de Tierra del Fuego. “Navegamos seis horas por el Canal de Beagle hasta Ushuaia”, relató.
Alcalde nació en Mendoza, pero a los cinco años se mudó con su familia a Esperanza, donde hizo la primaria y secundaria, y donde junto a su padre aprendió sobre la naturaleza y su magia.
“Siempre me gustó el campo, es un trabajo que se disfruta, pero es muy individual; yo quería algo vinculado con la conservación; y en esa búsqueda, estaba en 4to año del colegio, decidí estudiar para guardaparque”, contó.
Se estrenó en el Parque Nacional Lanin, en Neuquén, donde estuvo siete años. Fue su experiencia más cercana al aislamiento y el clima extremo.
“A diferencia de Iguazú, que es como Disneylandia y tenés asfalto, mega servicios, en el sur, todo sigue siendo como hace 40 años; estas solo en medio de la montaña, no tenés luz eléctrica, a menos que tengas paneles solares o grupos electrógenos; el agua se toma de vertientes, se sube un caño por la pendiente y se represa; estás aislado, si te cae un metro de nieve te quedas solo por 15 días, un mes; no podés salir ni en 4 x 4”, relató.
“Estuve viviendo en ese clima, fue una escuela verdaderamente. Si bien la Antártida es lo más extremo que existe. Me formé en la montaña, el hielo, la nieve”, completó.
El Parque Nacional Iguazú fue su segundo destino. Lleva más de seis años como guardaparque en las Cataratas.
El último confín
En la Base Orcadas, Facundo y su colega Fernando Morosini, realizarán tareas relacionadas con el censo anual de la población de pingüinos de las islas, que se hace al comienzo y al final de la temporada de reproducción; y de las poblaciones de krill, un pequeño crustáceo que habita las heladas aguas antárticas.
También, se seguirán de cerca a las conocidas como focas de Weddell, y otros mamíferos marinos que habitan el archipiélago.
Facundo contó que será también la primera vez que se encuentre con la fauna que habita esta recóndita parte del mundo, entre pingüinos, focas, cormoranes, petreles, albatros, y palomas antárticas.
“Pingüinos he visto antes de entrar a la escuela de guardas, en Ushuaia, pero en viaje como turista”, comentó.
Las labores se extienden además al gabinete de geofísica, que registra los datos del sismógrafo del Instituto de Oceanografía y Geofísica Experimental (OGS) de Trieste, Italia, y del receptor del sistema de GPS de la Universidad de Memphis, Estados Unidos, organismos que tienen convenios con el IAA y realizan estudios similares en otras bases argentinas.
La estación sismológica de Orcadas integra una red mundial, junto con instalaciones ubicadas en las bases Carlini y Esperanza, en el Parque Nacional Tierra del Fuego, y en Río Grande, que recopilan datos sobre la dinámica de las placas tectónicas, que originan los movimientos sísmicos.
Alcalde y Morosini se capacitaron desde septiembre en las tareas específicas que les tocará desarrollar en las islas, y al arribar recibirán instrucción en el terreno por parte de sus colegas que completaron la misión y vuelven al continente.
Históricamente, las Islas Orcadas fueron visitadas por cazadores de focas y balleneros. La expedición del Scotia, comandada por el escocés William Speirs Bruce, en 1903, fue la primera con fines científicos.
La expedición pasó el invierno allí. Bruce cartografió las islas, y estableció una estación meteorológica, la Omond House, Casa Omond, cuyos vestigios todavía se conservan en el paisaje helado.
El explorador escocés deseaba la continuidad de sus estudios, por lo que vendió las instalaciones al Estado argentino, que ocupó el observatorio el 22 de febrero de 1904.
-¿Cómo te imaginás la Antártida?
“Me la imagino como el último lugar de la Tierra; un territorio hostil, desértico, increíble”.
Historias
Menocchio Cue, el imperio caído
Imposible adivinar lo que alguna vez fue. Todo alrededor fue pasto del tiempo. El complejo de lo que fuera el imperio yerbatero de los Menocchio en General Urquiza es hoy un conjunto de ruinosos edificios, mayormente devorados por la vegetación, que apenas traslucen algún despojo de la gloria perdida.
Tampoco hay testimonios dispuestos a enfrentar el miedo que todavía infunde el apellido que da nombre a esa postal de pueblo fantasma, que una implacable sucesión de acontecimientos convirtió en una especie de sitio maldito.
La sombra del más célebre de los asesinos misioneros, Luis Raúl Gusano Menocchio, que hoy cumple dos condenas a cadena perpetua en una cárcel patagónica, acecha en el imaginario de quienes deambulan entre las ruinas buscando algo útil que puedan arrancarle al olvido.
Lo que fuera la mayor y más moderna yerbatera de Misiones fue abandonada por los Menocchio a principios de los años ’80 del siglo pasado, cuando el padre del Gusano fue acusado de un megafraude contra la extinta Comisión Reguladora de la Producción y Comercialización de la Yerba Mate (Crym) y de haber estafado al Banco Nación por $12 millones de la época.
Los Menocchio abandonaron, raudamente, la provincia y se instalaron en Asunción, Paraguay, al amparo de la dictadura de Alfredo Stroessner, que transitaba por esos años la recta final de su reino de terror, y donde el mayor de los hijos del matrimonio se convertiría en el más frio y siniestro homicida que haya pisado jamás la tierra sin mal.
El complejo se remató en 1985, pero nunca recuperó la magnitud de los buenos viejos tiempos. En su época de esplendor supo tener 600 hectáreas de yerba, el más moderno de los secaderos, grandes depósitos de almacenaje, viviendas para el personal, que al cierre se contabilizaba en unos 400 trabajadores, y hasta un puerto propio.
Hoy, entre los oxidados silogismos de ruedas y poleas; los vidrios rotos, por donde se cuela el viento y el sol se infiltra para dibujar fantasmagóricas figuras; los depósitos, máquinas y hornos abandonados; y los mudos letreros que advierten sobre peligros pasados, solo avanza la telaraña y reina el silencio.
Historias
Marino posadeño participa de ejercicios navales multinacionales en Chile
De Posadas a la Antártida y ahora a Chile, para participar del Unitas, una emblemática jornada de ejercicios navales en la que participan marinos de todo el continente americano. Así es la hoja de ruta en altamar de Leandro Germán Villalba, un posadeño que desde 2015 integra la Armada Argentina.
Villalba no siempre fue marino. Cuando terminó el colegio secundario comenzó a trabajar con diferentes oficios y recién inició su carrera naval en 2015, cuando un cuñado le contó sobre la experiencia.
Fue allí que el posadeño decidió anotarse para realizar el Período Selectivo Preliminar y ser Marino de la Tropa Voluntaria en la Base de Infantería de Marina Baterías, al sur de la provincia de Buenos Aires.
Cuando egresó, su primer destino fue el Liceo Naval “Almirante Storni” de Posadas, donde comenzó a trabajar en el sector de mantenimiento, ya tenía experiencia en diferentes oficios como la albañilería y la pintura, pero su carrera iba a continuar en ascenso.
Más tarde, Villalba pidió realizar el curso para hacer la carrera de suboficial e integrar las filas del personal militar como cabo segundo y ahora su especialidad naval es Apoyo General, que incluye además de los camareros a conductores, peluqueros, cocineros y todo el personal relacionado a los servicios en la Armada.
Sus primeras navegaciones las realizó en 2022, cuando arribó a la base naval Puerto Belgrano, en la ciudad de Punta Alta en el sudeste de Buenos Aires, para ser destinado al destructor ARA “Sarandí”.
“Me gusta mucho navegar porque es muy importante el trabajo en equipo; cada uno aporta desde su lugar y se genera mucha camaradería a bordo”, contó Villalba en una nota publicada en la Gaceta Marina.
A fines de ese año, el cabo segundo conoció el continente blanco al ser designado para realizar la Campaña Antártica de Verano arriba del rompehielos ARA “Almirante Irízar”.
Durante la campaña, el misionero se desempeñó en el grupo Bodega del Irízar y en el grupo de tareas que se encargó de la instalación de una baliza en la Base Antártica Conjunta Esperanza.
Unitas en Chile
Pero las experiencias no terminan allí para Villalba, quien ahora participa de edición 66 del Unitas, una serie de ejercicios navales multinacionales organizado por Estados Unidos y que este año se realiza en Chile desde el 5 hasta el 13 de septiembre.
Para la edición 2024 la Armada Argentina desplegó el Destructor Clase Meko 360H2, Ara D-13 “Sarandí” y un helicóptero embarcado AS-555 SN “Fennec 2”, además de una agrupación de infantes de marina entre los cuales se encuentra el posadeño Villalba.
Todos estos elementos de la fuerza nacional se unen a efectivos y medios de otros 24 países que en total aportan 4.000 infantes, 17 buques de guerra, dos submarinos y 23 aeronaves para la realización de ejercicios orientadas, en primera instancia, a nivelar y establecer procedimientos comunes, para luego operar frente a una amenaza en común, acorde a los desafíos actuales.
“Es una experiencia única ser parte de un ejercicio del que participan tantos países; lo tomo como una experiencia inolvidable de gran aprendizaje para mi carrera”, agregó Villalba a la Gaceta Marina.
En los ejercicios del Unitas 2024, los participantes se adiestran bajo diversos escenarios operativos, favoreciendo el entrenamiento de técnicas y tácticas con operaciones anfibias, de buceo, de Fuerzas Especiales y de Aviación Naval, entre otras, estableciendo estándares internacionales para las tripulaciones participantes.
Historias
Bonpland y las ruinas de un emporio tabacalero
Las ruinas dominan toda una esquina de Bonpland, a pocas cuadras del casco principal del pueblo, que debe su nombre al famoso naturalista francés y que el 18 de junio pasado celebró sus 130 años desde su fundación en 1894.
El conjunto ocupa algo más que una manzana e incluye una casona de estilo inglés que, aún abandonada, profanada y cercada por la vegetación, resiste el embate del olvido como una fortaleza de otro tiempo.
Los orígenes de las edificaciones que encienden el debate en el Bonpland de hoy, se pierden en la historia de este pueblo misionero que supo ser enclave tabacalero y conoció la bonanza de sus mejores días.
Destrucción
La casona de dos plantas es lo más antiguo del conjunto abandonado de Bonpland. Sus líneas exteriores y las características de la edificación, con gruesas paredes de piedra y finos detalles interiores, ubican su construcción en los primeros años del siglo 20.
De estilo modernista, la casona es austera de ornamentos y de gran funcionalidad interior, con espacios amplios y luminosos, varios baños y habitaciones que antaño estaban dotadas con lavatorios individuales.
Hoy, ingresar a la propiedad supone ir equipados para abrirse paso entre una vegetación espesa y espinosa, que avanza sobre la construcción, configurando un muro natural casi infranqueable.
Adentro, todo es destrucción. Los únicos vestigios del esplendor perdido son el piso de baldosas centenarias del zaguán de entrada, los zócalos de azulejos y los umbrales de mármol de Carrara. Todo lo demás fue arrancado de cuajo: puertas, ventanas, sanitarios, caños y artefactos eléctricos.
Por todos lados hay grafitis: figuras, símbolos, nombres de furtivos visitantes, dibujados sobre las descascaradas paredes y que le dan al cuadro su definitivo toque distópico, propio de escenas sacadas de alguna película apocalíptica.
Gemelas
“Hay dos de esas casas en Misiones, la otra está en San Ignacio”, dice Ángel González, que habitó la propiedad durante tres años, entre 1997 y 2000, cuando llegó a Bonpland como encargado de una de las tabacaleras que explotó el complejo.
“Yo ocupaba la parte de abajo nomás”, cuenta el hombre a LVM. “Las paredes son anchas así, cada habitación tenía como una piletita”, describe González y apunta: “Era como un hotel para gente que venía de Europa”.
Los años que González trabajó en la industria tabacalera, fueron los últimos de la época dorada de Bonpland. “Esto era como una ciudad muy importante, con bancos, restaurantes, estaciones de servicio, hoteles”, comenta.
“Traían el tabaco en carreta, en ponchada o suelto, en esos carros polacos”, ilustra y agrega: “Cuando estaba crecido el arroyo El Tigre o el otro, se quedaban semanas acá, y por eso había hoteles”.
“Este era el centro neurálgico del tabaco, acá estaban Nobleza Piccardo, Massalin Particulares”, cuenta González y apunta que todos los edificios que fueron reconvertidos en residencias estudiantiles “eran de industrias tabacaleras”.
Ejemplo
González, que hoy está jubilado, llegó a Bonpland a mediados de los años `90. Nobleza ya no estaba. Tampoco Massalin. Faltaba poco para la debacle que se abatió sobre los galpones y el pueblo, pero las expectativas por entonces eran inmejorables, según dice.
De origen posadeño, González se vinculó al mundo del tabaco en Garupá. “Empecé en 1984 a trabajar en tabaco en la empresa Alfader SRL, que tenía un galpón arreglado para tener el producto en tránsito, y una fábrica de cigarrillos en Posadas, en la calle Buenos Aires”, recuerda.
Trabajando allí, se convirtió en sindicalista y llegó a ocupar la Secretaría General del Sindicato de Obreros del Tabaco en la tierra colorada por varios años. De esa época, González recuerda a Ramón Gudiño, histórico titular de la CGT Misiones, de quien asegura aprendió “el arte de la dirigencia sindical”.
En Bonpland, la empresa de González se hizo con las instalaciones que Nobleza ocupó hasta que se fue del pueblo: él, fue el encargado de rediseñar el predio para el almacenamiento de unos dos millones de kilos de tabaco, de los tipos Criollo, Burley y Virginia.
“Era una época de mucha sequía, se prendían fuego los pinos. De Garupá veíamos la llama azul de los incendios”, relata González y argumenta: “Había que ser muy cuidadosos con nuestros galpones llenos de tabaco”.
La inversión funcionó hasta que la familia del empresario Osvaldo Otero abrió la sociedad a capitales europeos, que terminaron quedándose con todo el paquete, hasta que el predio fue tomado por los trabajadores en diciembre de 2007, en reclamo de salarios caídos e indemnizaciones.
González afirma que la medida de fuerza, que adquirió ribetes de pueblada en plena Navidad, selló la suerte de aquel último de los emporios tabacaleros que habían puesto a Bonpland en el mapa.
“No tenía que haber ocurrido nunca”, dice González y sentencia: “Esas ruinas quedaron como ejemplo de las cosas que no se deben hacer”.
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