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De niño se enamoró de Misiones y a sus 43 años compró un terreno para regresar

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De niño se enamoró de Misiones y a sus 43 años compró un terreno para regresar

A sus 4 años, cuando era tan solo un niño, Emiliano Chico desembarcó con su familia en Colonia Oasis, desde la ciudad de Necochea, provincia de Buenos Aires, para luego radicarse en la localidad de Jardín América.

Fueron nueve años los que la familia necochense vivió en la tierra colorada. Ese lapso de tiempo entre la niñez y la adolescencia le bastó a Emiliano para enamorarse de Misiones y soñar con regresar algún día.

“Mi padre tenía un problema de salud en la espalda, entonces lo jubilan por invalidez y en 1983 nos vamos a vivir a Misiones”, contó el bonarense de 43 años en diálogo con La Voz de Misiones.

En esa línea, Chico sostuvo que el clima subtropical húmedo de la provincia no curó a su padre del pinzamiento en una vértebra, motivo por el cual lo jubilan en su trabajo, pero lo ayudó “bastante” a mejorarse.

“A los nueve años se tuvo que volver a Necochea a terminar el año que le faltaba para jubilarse, ya por edad, tenía 59 y en ese momento la jubilación era a los 60”, recordó Emiliano sobre el motivo que en el año 1992 lo llevó a despedirse de la tierra colorada.

Amor=Misiones

El bonarense continuó relatando a LVM que, una vez que comenzó a trabajar y a ganar su propio dinero, cada dos años visitaba la provincia para recorrer, conocer y “miraba, observaba y pensaba: ‘¿Qué puedo hacer acá?'”.

Ya mentalizado en un día poder echar raíces definitivamente con su familia en Misiones, Emiliano buscó acceder a un terreno para explotar uno de los rubros más fuertes de la economía local: el turismo.

“Pensé que podría hacer algo turístico, para atraer gente”, contó a este medio. Con ese fin, detalló que el predio a adquirir “tenía que tener buenos caminos”, búsqueda que le llevó ocho años.

Fue así que, finalmente, anunció que se compró un lote en la localidad de Alba Posse.

En ese sentido, si bien aún no se instala en la zona del río Uruguay, Chico dijo que espera poder mudarse pronto a la tierra que lo vio crecer: “La idea es construir de a poco y cuando tenga dos cabañas y una casita, ir para allá e intentar hacer algo”.

“Ya no será un sueño lejano”

Hace unos días, en medio de la emoción tras haber concretado su sueño de adquirir un pedacito de tierra misionera, el bonarense compartió su felicidad en un grupo de Facebook.

“Siempre extrañé esa bella tierra, su gente, su vida. Y soñé con algún día volver”, había dicho en la oportunidad.

“Ya no será un sueño lejano. Regrese a dónde nunca me fui. Feliz”, remató el joven emprendedor.

Sobre esa publicación, Emiliano Chico comentó a LVM que recibió muchos comentarios negativos sobre sus planes de regresar a donde siente que es su hogar.

“Mucha gente me escribió: ‘No, acá no hay nada’, y yo lo veo totalmente diferente. Si no hay nada, hay terreno para hacer todo”, enfatizó el muchacho.

¿Por qué no?

Alejado de los comentarios negativos de quienes le recomendaron no vivir en Misiones, Chico analizó un abanico de posibilidades y oportunidades que brinda la provincia.

“Uno de los lugares a los que me fui a pasear es Iguazú, una chica me dijo que no hay peloteros, no es mi idea hacer un pelotero, pero ¿por qué no?”, se preguntó.

Asimismo, Emiliano destacó el crecimiento de las diferentes localidades de la tierra colorada y sobre todo el desarrollo que atraviesa Posadas, sobre la cual opinó: “No tiene nada que envidiar a otras ciudades, es hermosa”.

“Yo creo que Misiones está creciendo mucho, que hay muchos lugares que ya son con teléfono 011, eso quiere decir que hubo gente de esta zona que fue e invirtió y está ahí, veo que cada vez hay más turismo, veo que cada vez más famosos visitan Misiones”, argumentó Emiliano.

Y agregó: “No es lo que era cuando yo estaba, para nada. Mucha infraestructura, la provincia cambió muchísimo, a la naturaleza que venía por si sola se le agregó trabajo”.

Sobre el futuro que lo espera cuando se radique en Alba Posse, el bonarense detalló que pretende brindar un servicio para los visitantes extranjeros y nacionales.

“Veo que hay muchos paraguayos y brasileros interesados como, por ejemplo, en el vino, entonces hay que aprovechar eso, ya que vienen acá y brindarle un servicio, al paraguayo, al brasilero y a quienes vengan a visitarnos”, concluyó Emiliano Chico.

La vista de Brasil desde el terreno que se compró Emiliano.


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Lucas García, de Alem a visitar 30 países y estar cara a cara con Putin

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Lucas Adrián García es oriundo de Leandro N Alem y a los 17 años tuvo la oportunidad de reunirse con el Papa Francisco en la Residencia de Santa Marta, en representación de los estudiantes argentinos, junto a otros cinco compañeros cuando cursaba el último año del colegio secundario, por lo que fue reconocido como “Joven Distinguido de la Ciudad”. Diez años más tarde, se encontró cara a cara con el presidente Vladimir Putin y vaticina un presente de “desarrollo y construcción de liderazgos” en tierras rusas, donde reside actualmente.

Desde muy joven, Lucas, despertó un gran interés por el campo político y las relaciones diplomáticas, por lo que una vez culminado el secundario, estudió y se graduó como técnico en Gestión Administrativa y Políticas Públicas en el Instituto Misionero de Estudios Superiores. Luego como licenciado en Gestión de Políticas Públicas por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y finalmente como teólogo, en el año 2022.

Reunión con el Papa Francisco en la Residencia de Santa Marta. Año 2014

Además, cursó un profesorado en inglés hasta cuarto año, pero no logró graduarse debido a los “horarios laborales y constantes viajes a otros países”, de los que ya superó alrededor de 30 visitas, entre intercambios estudiantiles, parlamentos e invitaciones de universidades a distintas ciudades de Brasil, Paraguay, México, Suiza, Francia, Dubai, Costa Rica y Rusia, entre muchas otras.

Entrevistado por La Voz de Misiones, recordó: “Yo quería ser profesor, pero más tarde me di cuenta que tenía que tomar una decisión sobre mi futuro. Hoy no me arrepiento de haber estudiado inglés desde adolescente y después esa carrera, de la cual adquirí una herramienta fundamental para mi trabajo actual”.

De Alem al mundo

Sus primeras experiencias laborales se dieron en organismos públicos nacionales con sede en Misiones, como parte del equipo técnico de coordinación de la Beca Progresar, luego en el Centro de Estudios Regionales del Instituto Misionero de Estudios Superiores (IMES) y en un Centro Integrador Comunitario de la Municipalidad de Alem.

También fue partícipe de la fundación del Hub Posadas de la Comunidad Global Shapers, una iniciativa del Foro Económico Mundial con sede en Suiza. Se trata de una red mundial de jóvenes líderes destacados. “Hoy no estoy vinculado con la organización porque para ser miembro debes vivir en la ciudad, en ese tiempo vivía Posadas. Tuve la oportunidad de representar al Hub en la sede del Foro Económico Mundial y también fuimos a la ONU en Ginebra”, detalló.

A lo que agregó: “Esta ONG tiene pocos centros en Argentina y cada uno funciona de manera independiente, el primero fue fundado hace muchos años en Buenos Aires por Martín Lousteau. Y cuando conocí esta comunidad decidí fundar un espacio para los jóvenes talentosos de Posadas. Hoy hay muchos jóvenes que son miembros y ya por tercer año consecutivo alguien de Misiones llega a la sede del Foro Económico Mundial para la cumbre de la comunidad mundial”.

También fue contratado por el Silicon Misiones para trabajar como consultor de proyectos y responsable de la institucionalización de los ODS, foro de jóvenes que fundó en el año 2018 en la Cámara de Representantes. Luego continuó dando charlas en las escuelas y empresas de los diferentes municipios y en el año 2022, decidió entregar el liderazgo a otros jóvenes.

Cara a cara con Putin

El pasado lunes 8 de julio Lucas recibió una medalla y diploma firmado por Vladimir Putin, como presidente del Comité Nacional Preparatorio de Argentina, durante el III Congreso del Consejo Internacional de la Dirección del Festival al que asistieron ministros de juventud, diplomáticos y representantes de los Comités Nacionales de 117 países. Horas más tarde de ese mismo día tuvo la oportunidad de reunirse con el presidente en Moscú.

Sobre esa experiencia, enfatizó: “Significó muchísimo para mi este encuentro, más allá del reconocimiento por el trabajo realizado, la medalla y el diploma firmado por el presidente, que es algo que logramos con mucho esfuerzo. Es muy impresionante tener la posibilidad de no solo saludar, sino hablar por muchos minutos con uno de los líderes políticos más importantes del mundo”.

Sin embargo, reconoció que no fue la primera vez que estuvo tan cerca del líder ruso, sino que: “Fue la cuarta vez que he visto y escuchado al presidente en vivo en nueve meses. En la Conferencia Parlamentaria del año pasado, en el Festival Mundial de la Juventud en marzo, también tuve la oportunidad de hacerle una pregunta en un foro y el 18 de marzo- después de haber ganado las elecciones- fui invitado a asistir a su discurso en la Plaza Roja”.

Medalla de reconocimiento entregada por Sergei Kriyenko, Primer Jefe Adjunto de la Administración Presidencial de Rusia

Al recordar el encuentro del 8 de julio, agregó “Con mis colegas hablábamos de que no es fácil dimensionar todo en el momento, porque hacía pocos días él presidente había estado con los líderes en Vietnam, Corea del Norte y al día siguiente de la reunión con él, se reunió con el primer ministro de India. Por eso nos sorprendió que en medio de toda su agenda nos recibiera y escuchara”.

En esa oportunidad aprovecharon para adelantarle detalles de los nuevos proyectos de cooperación que están creando en el marco del Consejo Internacional de la Dirección del Festival Mundial de la Juventud: “Hoy es la única plataforma que une a los jóvenes dentro de sus países y claro, con Rusia”.

Una vez planteado el proyecto, Lucas aseguró que “cuando se fueron las cámaras el presidente se quedó unos minutos hablando con nosotros sobre nuestros países y nos respondió otras preguntas que le hicimos”.

Planes a futuro

Lucas lleva apenas algunas semanas residiendo en Rusia, desde donde se propone continuar su formación profesional y personal: “Para que a mi regreso a la Argentina pueda servirle a mi patria de manera eficiente y eficaz en el campo político y/o diplomático, teniendo en cuenta que hay una nueva visión multipolar de las relaciones internacionales”, afirmó.

El primer paso, será aprender ruso a través de una beca universitaria que conjuga herramientas de liderazgo: “Mientras trabajamos en pro de nuevas oportunidades de cooperación entre nuestros países”, refirió aludiendo a su país natal.

De esta manera, el fundador del Foro ODS misionero, continúa trabajando en la agenda de la juventud y el fortalecimiento de liderazgos personales y políticos.


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Helmuth Pudor, el misionero que luchó en la Segunda Guerra Mundial para Hitler

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Helmuth Pudor

Nadie oyó hablar de Helmuth Pudor en Bonpland. Tampoco parece haber rastro en el pueblo del apellido de esa familia de colonos alemanes que anotó su nombre en la efeméride de una de las operaciones militares más grandes en la historia de la guerra moderna: la Operación Barbarroja.

Helmuth tenía 23 años, la madrugada de aquel domingo 22 de junio de 1941, cuando las fuerzas alemanas invadieron la Unión Soviética, sin saber que estaban sellando el destino del Reich de los Mil Años, que había fascinado al joven colono desde la (a esa hora, lejana) adolescencia en Misiones.

El 22 de junio de 1941, la Alemania nazi invade la Unión Soviética. Era el comienzo de la Operación Barbarroja.

Llevaba dos años en la guerra. Había combatido ya en todos los frentes, en una unidad de fusileros motorizados en la invasión de Polonia, el 1 de septiembre de 1939; en el ataque a Francia, al año siguiente; como operador de radio de la Lutwaffe, la fuerza aérea alemana, había volado en misiones de bombardeo en la invasión de Creta y los Balcanes, y luchado contra cazas ingleses, en 1941.

Incluso, había sido condecorado por esas acciones con la Cruz de Hierro de Segunda Clase, que llevaba en el pecho esa noche de junio, volando como parte de la tripulación de uno de los cientos bombarderos Dornier (Do) 17, que se dirigían a atacar los primeros objetivos soviéticos, en una operación que se prolongaría por otros tres largos años de combates sangrientos y épicas batallas, que inscribirían también sus nombres en la historia.

Sin rastros

No queda rastro de Helmuth en el Bonpland de hoy, que discurre apacible entre las verdes serranías y apenas conserva unos pocos edificios de la época en que la familia del joven soldado de Hitler se instaló allí.

Imposible saber si la madrugada de la Operación Barbarroja, cuando volaba sobre la inmensidad de la estepa rusa en un avión cargado de bombas, el joven colono alcanzó a pensar siquiera por un instante en la selva misionera y sus sonidos, reproduciéndose en su interminable ciclo a miles de kilómetros de distancia.

Según el historiador Julio B. Mutti, en su libro Nazis Argentinos que pelearon en la Segunda Guerra Mundial, los Pudor era una entre las miles de familias de colonos alemanes que llegaron al país en 1925, a bordo de un barco famoso en la época: el Monte Oliva.

Los Pudor: Adalbrecht, de 46 años, y su esposa Hanna, de 35, llegaron a Misiones con tres hijos, Helmuth, Ekkhard y Sabine, de 10, 4 y 2 años.

El vapor Monte Oliva.

Los Pudor echaron raíces en el pueblo de Bonpland, no muy lejos de Oberá, en la actual provincia de Misiones y, según los archivos de la Unión Alemana de Gremios, de la cual Adalbrecht era miembro, se dedicaron casi de inmediato a la agricultura”, escribe Mutti.

Helmuth Pudor tenía apenas 10 años cuando vio por primera vez a la inmensa e inacabable geografía argentina, con sus insondables campos apenas poblados por un puñado de hombres y mujeres de orígenes y nacionalidades heterogéneas”, relata el autor.

Mutti, cita una publicación de la revista de la Unión Germánica en Argentina, Der Bund, donde se señala que a los 14 años, en 1929, el mayor de los Pudor, nacido el 13 de mayo de 1915 en Berlín, ya formaba parte del entonces incipiente movimiento nazi en el país, cuatro años antes de que Adolfo Hitler llegara al poder en Alemania y terminara incendiando el mundo.

Debemos entender que había ingresado en las clásicas actividades juveniles de la comunidad alemana de época, inspiradas o casi iguales a las Juventudes Hitlerianas de Alemania”, escribe el historiador.

Por otros registros, es posible también saber de múltiples eventos de grupos juveniles alemanes en varias localidades misioneras, como Oberá, Eldorado, San Javier, entre otras, a la par de la circulación de publicaciones alemanas editadas en el país, que reflejaban la época que se vivía en la “madre patria” con el ascenso de los nazis al poder.

De hecho, en 2020, el Centro Simón Wiesenthal hizo pública una lista de 12.000 nazis argentinos que contribuyeron al esfuerzo de guerra de Hitler, desde antes, incluso, de la creación del Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán, en Buenos Aires, en 1931, entre los que se cuentan muchos colonos alemanes radicados en la tierra colorada.

El historiador Julio B. Mutti, con su libro Nazis argentinos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial.

Decidido a regresar a Alemania, Helmuth dejó Bonpland en 1932, a los 17 años. En su libro, Mutti compara el viaje con una “odisea” y reconstruye el itinerario, de casi dos años, del muchacho de inconfundibles rasgos germánicos, criado en Misiones.

Primero, se dirigió a San Javier y cruzó la frontera hacia Brasil, donde trabajó de panadero y en varios otros empleos para abrirse camino hacia el océano Atlántico”, escribe Mutti.

“Pasó por Santos y Ríos de Janeiro”, agrega el historiador. Señala que al cabo de unos meses en la capital carioca, en 1934 se embarcó como cocinero en otro trasatlántico famoso entonces, el Monte Sarmiento, que lo desembarcó en Hamburgo, el puerto de donde había salido con su familia hacia la Argentina nueve años antes.

Cuenta Mutti, que en Berlín, Helmuth, probó incierta suerte en diversos oficios, hasta que, llevado por el clima de fervor nacionalsocialista, se alistó en el ejército, que se entrenaba a la par del rearme alemán para la guerra que se avecinaba.

Lápiz volador

La noche de la Operación Barbarroja, Helmuth, estaba a cargo de la radio del avión, un bimotor pequeño apodado “lápiz volador”, y cuyo bautismo de fuego había sido en la Guerra Civil Española, en 1937.

Señala Mutti, que el avión de Helmuth integraba el 8° Escuadrón, del III Grupo de Bombarderos de la Lutwaffe, la fuerza aérea alemana.

Pasaron los primeros días de los confusos y mortales combates entre las fuerzas bolcheviques y alemanas”, relata el historiador y añade: “La batalla estaba en los más álgido y no había descanso, cada día y casi a cada hora había una misión de bombardeo tras las líneas enemigas”.

Por tierra, el avance alemán se abría paso dificultosamente, en una encarnizada lucha contra los elementos y un ejército rojo que peleaba el terreno palmo a palmo, con absoluto desprecio por la propia vida, en escenas dignas de la hazaña.

A esas tempranas horas de la invasión, iba quedando claro que lo que Hitler imaginó como un paseo hacia Moscú, otro blitzkrieg de fuego de su afán de conquista, iría finalmente a estrellarse con la heroica resistencia soviética que ya se hacía sentir.

Bombardero Dornier Do 17, volando en el frente ruso, en 1941

Cuenta Mutti, que a las 9,30 de la mañana, del 24 de junio de 1941, el avión de Helmuth fue alcanzado por la artillería antiaérea rusa: “El avión siguió volando, malherido, envuelto en humo y amenazando con desplomarse al suelo”, escribe el autor.

Dice que en medio del caos, el comandante de la nave instó al joven Helmuth a que saltara en paracaídas. “Helmuth abrió la escotilla y miró hacia abajo”, escribe Mutti. El avión había perdido altura y volaba al alcance de los disparos de armas livianas que rebotaban por todo el fuselaje.

Helmuth, saltó cerca de Stopce, Eslovenia. El joven colono de Bonpland no tuvo suerte esa mañana: el  paracaídas no se abrió y Helmuth murió estrellado contra la estepa eslovena. Cuenta Mutti, que sus padres en Misiones tardaron tres meses en recibir la noticia de la caída en combate de su hijo.

Certificado de defunción del joven soldado nazi, de Bonpland.

 

@lavozdemisiones

Helmuth Pudor, el misionero de origen alemán que luchó en la Segunda Guerra Mundial para Hitler. Vivía en Bonpland y en 1932 viajó a Alemania. #LaVozdeMisiones #Guerra #Alemania #Misiones

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Stelmaszczuk: sobrevivir y salvar vidas en el hundimiento del Belgrano

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Stelmazczuk

El ataque lo sorprendió en la cama. La explosión del segundo torpedo, en la popa del buque, lo expulsó de la litera donde dormía antes del inicio de su guardia de cuatro horas, que comenzaba a las 8 de la noche al mando del girocompás, un instrumento electromecánico nacido del trompo hace 140 años y que resulta crucial para la navegación desde entonces.

– “Hubo la llamarada y todo se apagó”.

El cabo primero electricista Juan José Stelmaszczuk tenía 22 años cuando navegaba a bordo del Crucero General Belgrano de la Armada Argentina, la tarde del 2 de mayo de 1982, en que el buque fue hundido por el submarino británico Cónqueror, durante la guerra de Malvinas.

Stelmaszczuk fue uno de los cuatro misioneros sobrevivientes del hundimiento del buque insignia y leyenda de la flota de guerra argentina, conformada por entonces por el portaaviones 25 de Mayo y las fragatas Hércules y Trinidad, entre otras naves de combate y abastecimiento, todas comprometidas con las operaciones en el Atlántico Sur.

Los yerbales

El veterano de guerra tiene hoy 65 años. Vive con su familia en el barrio Los Yerbales, de Apóstoles, donde relató a La Voz de Misiones los pormenores de aquella tarde de mayo de hace 42 años, cuando nadó por su vida y la de su compañero, el también cabo primero electricista Ricardo David Moya, a quien sacó del infierno y hoy vive en su natal Catamarca, rodeado de los suyos en un pequeño pueblo que lo venera como héroe: Santa María.

Stelmaszczuk llegó al Crucero General Belgrano en 1981. Venía de concluir el curso de electricista en la base naval homónima y el barco era su tercer destino como marino de la Armada. Había estado en el destructor Piedrabuena, con el grado de marinero de primera con el que egresó de la Escuela de Mecánica de la Armada, antes de la especialización y el ascenso a cabo primero.

Tuvimos casi un año de navegación. Mi puesto era comunicación interior. Hacía guardias en el girocompás, el instrumento que marcaba el rumbo del buque”, relata el veterano de guerra.

Dice que cuando las fuerzas militares argentinas ocuparon las Islas Malvinas el 2 de abril de 1982, el buque insignia de la flota estaba desarmado, en reparaciones y que la guerra en ciernes aceleró los trabajos en el apostadero naval.

La primera zarpada fue el 14 de abril, pero se cayeron las presiones de la caldera y tuvimos que volver a Puerto Belgrano”, cuenta Stelmaszczuk.

El segundo intento fue el 15 y otra vez hubo problemas. “El 16 ya pudimos salir a Ushuaia, donde hicimos carga de combustible y víveres, y fuimos a la Isla de los Estados, que era nuestra zona de operaciones”.

“Empezamos a hacer patrullajes hacia Malvinas”, recuerda. Uno de los primeros, fue acompañar a un buque de la Prefectura Naval, cuyo nombre lo remontaba a la tierra sin mal: el Puerto Iguazú, que iba a descargar armamentos en las islas y volver a Ushuaia.

La vida a bordo transcurría entre las guardias y los zafarranchos de combate. “No había tiempo para distraerse, ni para pensar, ni para tener miedo”, dice Stelmaszczuk. Predominaba un estado de alerta constante.

El barco

El ARA General Belgrano era un crucero ligero que la Armada Argentina compró a la marina estadounidense en 1951.

El buque había vivido una larga vida cuando fue alcanzado por los torpedos MK del Cónqueror. Botado a mediados de los años ’30 y bautizado como USS Phoenix, el barco tuvo activa participación en las operaciones bélicas que siguieron al ataque japonés a la base naval de Pearl Harbour, el 7 de diciembre de 1941, de donde salió ileso.

Navegó en aguas australianas. Integró convoyes aliados en la isla de Java. Sirvió de escolta en Ceilán, de la flota que detuvo la invasión japonesa de las Indias holandesas. Patrulló el océano Índico y escoltó convoyes a Bombay.

Google reseña la historia del buque en numerosos sitios. Incluso, hay fotografías que lo muestran disparando sus potentes cañones de 152 milímetros durante la batalla del Cabo Gloucester, en Nueva Guinea, a finales de 1943.

Su derrotero bélico lo ubica en combates y desembarcos memorables, en las Islas del Almirantazgo, Hollandia, Arare, Wakde, Biak en la bahía de Geelvink; el 15 de septiembre de 1944 participó en la ocupación de Morotai, en las islas Molucas; estuvo en la reconquista de Filipinas y en la batalla del Golfo de Leyte; en octubre, colaboró en el hundimiento de los acorazados Yamashiro y Fusō, así como en el cañoneo del Mogami y tres destructores japoneses: Yamagumo, Asagumo y Asashio.

A partir de febrero de 1945, se dedicó a tareas de apoyo a los dragaminas que despejaban el mar en torno a Japón para asegurar el avance de la flota estadounidense, en los meses finales de la guerra.

Iba en dirección a Pearl Harbor cuando Japón capituló. Fue dado de baja en febrero de 1946 y estuvo cinco años aguardando el desguace o la venta.

@lavozdemisiones

Juan José Stelmanzuck es uno de los cuatro misioneros que sobrevivieron al hundimiento del buque insignia de la Armada Argentina durante la guerra de Malvinas y esta es su historia.#LaVozdeMisiones #GralBelgrano #Malvinas #CasosReales

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El infierno

El primer torpedo impacta a las 16,45”, recuerda Stelmaszczuk. “El primer torpedo nos da en proa y el segundo, que es el que más daño nos hizo, en la popa”, relata.

Era domingo. El día pintaba como los anteriores: frío, con temperaturas por debajo del 0; rachas de viento, predominantemente del sur, de unos 100 kilómetros por hora, y chubascos helados. El buque había repostado combustible en esas mismas coordenadas el día anterior. El submarino inglés venía acechándolo hacía varios días, como un cazador que espera el momento exacto para lanzarse sobre su presa.

“Ya tenía la orden de Margaret Thatcher, de hundir al Belgrano. Lo reconoció años después el mismo comandante del Cónqueror”, apunta Stelmaszczuk.

El buque cumplía operaciones de patrullaje y escolta entre la Isla de los Estados y Malvinas desde mediados de abril. Entraba y salía de la zona de exclusión dispuesta por los británicos en torno a las islas. De hecho, navegaba unas 30 millas afuera de los límites impuestos por el enemigo cuando recibió el artero ataque.

El primer torpedo agujerea la proa, el segundo entra por la línea del eje y explota entre el sollado, donde estaban los dormitorios de la tripulación y el comedor”, describe Stelmaszczuk.

“El torpedo nos agarró en los cambios de guardia”, recuerda. “De la sala de máquinas, ubicada debajo nuestro, no salió nadie”, agrega.

En el barco había 1.093 hombres. El balance total se cerraría finalmente con 323 soldados argentinos muertos, entre los que figuran los cabos segundo oriundos de Misiones, Martín Omar Maciel y Miguel Angel Meza; y 793 sobrevivientes, entre los que se cuentan Stelmaszczuk, el suboficial mayor Luis Raikoski, que vive en Azara; Raúl Pérez, fallecido hace dos años, y Mario Pastor Sosa, de Puerto Iguazú.

“En el sollado, donde yo estaba durmiendo, éramos pocos, casi todos electricistas”, rememora Stelmaszczuk y describe: “El torpedo toca sobre esa banda, hace la explosión, la llamarada, y se apagan las luces y todo se inunda rápido“.

“La explosión me tira de la cama, dormíamos en cuchetas enganchadas con cadenas; hubo compañeros que gritaron, y otro, que dormía abajo, que se agarró de mí”, cuenta.

Era el catamarqueño Moya.

En la esquina, había una salida de emergencia, un volante que abre una puerta para pasar a la cubierta superior”, continúa Stelmaszczuk el relato de cómo, él y Moya, pudieron escapar de una trampa mortal que ya había matado a todos abajo.

Lo primero que hice fue ir hacia ahí, con el camarada prendido por mí; nadando debajo del agua, porque ya no había más aire”, narra.

Interminables segundos después, Stelmaszczuk se encontró jalando el volante para abrir la escotilla. Cuenta que la presión hizo el resto, y él y Moya salieron disparados hacia afuera: “De ese lugar, del sollado, salimos solo los dos”.

El hundimiento

En la cubierta principal, la escena era dantesca: fuego, humo, el mar tragándose la nave a bocanadas y el buque viviendo sus instantes finales.

Teníamos olas de cuatro a seis metros, el barco rolaba, cabeceaba y con la proa reventada era insostenible”, describe Stelmaszczuk. “La gente de control de averías trataba de estancar el barco, pero ya era imposible”, añade.

A esa hora y con el buque mortalmente escorado, el capitán Héctor Bonzo, ordena lo que en la jerga naval se conoce como “rol de abandono”. “El ‘rol de abandono’ es cuando vos cubrís y te vas a tu balsa; todos teníamos asignada una, son para 19 o 22 personas”, explica Stelmaszczuk.

A Moya lo llevaron con los heridos, había muchos; hombres quemados, con las piernas rotas”, apunta. “Yo estaba de remera y calzoncillo. No tuve tiempo de nada, ni de agarrar mis elementos de emergencia, agua, comida; ni siquiera mi salvavidas pude sacar; todo lo que tenía se hundió con el barco”, cuenta.

En la cubierta, un marinero le dio un gabán con el que Stelmaszczuk fue al encuentro de su balsa, ubicada del lado de babor, hacia el que iba tumbándose el buque, en un derrotero que no duró más de media hora.

Eran cinco o seis marinos de los 20 asignados a la embarcación. Entre todos, la empujaron al mar y se zambulleron en el bote inflable protegido por una carpa naranja, el color internacional consagrado como señal de auxilio.

El barco cabeceaba y tenía la punta quebrada, succionaba; tuvimos que tirarnos al mar y nadar hacia la popa para alejarnos de la succión y encontrar otra balsa”, relata el ex marino.

La encontraron.

En la balsa

Éramos 18 en la balsa y todos muy mal. Había gente que tragó el petróleo que al explotar los tanques de combustible se había mezclado con el agua”.

A cargo del bote estaba un teniente de corbeta que Stelmaszczuk conocía. Enseguida, se restableció la cadena de mando y el grupo de náufragos encomendó su destino a sus habilidades marinas y la espera del milagro.

Cuando se terminó de hundir el Belgrano, rezamos un Padre Nuestro y gritamos tres ¡Viva la patria!”, recuerda Stelmaszczuk.

Había una lluvia fuerte. En el bote, persistía el temor de que el enemigo atacara el enjambre de balsas que luchaban por mantenerse a flote.

Teníamos la experiencia de que los ingleses habían ametrallado a balsas del Narval, un buque civil; habían ametrallado al Sobral, que salió a buscarnos”, comenta Stelmaszczuk.

Estuvieron más de 53 horas a la deriva. Entre todos trataban de darse calor. “Yo, esta parte ya no sentía”, dice el ex marino y se toca las piernas. “Es como que te vas entregando”, describe.

Su grupo fue uno de los últimos en ser rescatados por el aviso ARA Gurruchaga, otro barco que perteneció a la marina estadounidense y que tuvo su bautismo en otro episodio propuesto para la historia del siglo 20: la denominada Crisis de los Misiles, en Cuba, en 1962.

“Fuimos al aeropuerto de Ushuaia y volamos a la base naval Comandante Espora”, relata Stelmaszczuk. Después de una breve estancia en el hospital, fue destinado a Servicios Eléctricos y a fines de 1982 le dieron el pase al rompehielos Bahía Paraíso para la campaña antártica de ese año.

Stelmaszczuk no permaneció mucho más en la Armada. Pidió la baja poco tiempo después de aquel viaje de tres meses al Polo Sur.

La pasé muy mal, casi no podía dormir; el rompehielos choca constantemente con los iceberg, todo el tiempo está a los golpes; yo trataba de dormir en la grúa, que era donde estaba mi puesto en el barco, porque abajo, en el camarote, era imposible”, relata.

En la calle, las cosas tampoco eran fáciles. “Cuando tomamos Malvinas era como el Mundial. Terminó Malvinas y perdimos, y cambió todo. Cuando yo salía de Retiro al apostadero naval, si iba uniformado la gente en el colectivo se corría, te decían de todo; era como si nosotros éramos los culpables y uno solo cumplió con lo que tenía que hacer, estuvo en el lugar que tenía que estar”, dice Stelmazczuk.

En Misiones también sufrió el desprecio que acompañó a los ex combatientes durante una etapa que se conoció en el país como “desmalvinización” y que fue revertida por los mismos veteranos, que supieron organizarse y hacerse visibles, mientras el olvido y los traumas de la guerra se cobraban la vida de cientos de ex soldados.

Ahora te puedo decir que estoy tranquilo y bien. La sociedad cambió hacia nosotros. Pero en aquel momento fue duro. Yo vine con mi título de electricista y toda la experiencia para trabajar en Emsa y cuando se enteraron que era ex combatiente no me llamaron más”, relata Stelmazczuk.

Finalmente, ingresó como portero de una escuela de Apóstoles hasta que se retiró hace pocos años.

El último trofeo

En su casa de Apóstoles, hay muy pocos recuerdos de su paso por la Armada. Unas fotos enmarcadas colgadas en la pared, lo muestran adolescente en uniforme de marinero. Una mesa, aparentemente preparada para la visita de LVM, exhibe un ejemplar del libro del comandante Bonzo, que relata los pormenores de la tragedia. Hay algunas medallas y el trofeo más preciado de la colección: un recuerdo hecho con madera de la cubierta del buque, que había sido reemplazada durante las reparaciones previas a la guerra.

Stelmaczuk toma el trozo de madera y lo acaricia: “Hundido en acción”, se lee en la plaqueta. El hombre se emociona a lo largo de la charla y por momentos parece a punto de llorar. “Me cuesta todavía hablar de esto”, dice.

Cuenta que a veces vuelve en sueños a la balsa y ve al Belgrano elevarse por la popa y exhalar sus últimos rumores: hay explosiones, se forma una gran burbuja y el buque desaparece bajo el mar helado.


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