Opinión
El Cantón Verde, un desafío intelectual

Hoy tenía pensado hablarles sobre algunas normas deontológicas del periodismo y las reglas del juego en la industria de los medios. Es que vengo juntando bilis desde hace unos días, después de escuchar a un ex modelo de pasarela y comentarista de moda criticar a la prensa del Cantón. Saben qué pasa, soy corporativista y defiendo al oficio, con sus miserias y todo, será por eso por lo que jamás entré en pleitos ni debates públicos sobre el manejo de líneas editoriales ni de cómo se gana cada uno el pan. Y créanme que está comprobado que, sin una prensa libre, crítica, lúcida, culta y eficaz, sin ese contrapoder, la democracia sería inviable.
Pero toda esa cuestión la dejaré para más adelante. Al fin y al cabo, esta es una columna de Opinión, donde lo que escribo lo hago a cuenta y pellejo propio. Además, ya de salida, en franca retirada, gastando los últimos cartuchos tras casi treinta años en “el mejor oficio del mundo”, ya comienzo a hacer uso de las licencias del tiempo. Y, qué hostias, hay cosas que hay que decirlas desde las tripas.
La cuestión es que una fuente, a la que valoro mucho, me envió ayer una verdadera perla: la transcripción de la participación de Carlos Rovira durante ‘la previa del jueves’ pasado. Esas reuniones a puertas cerradas en las que derrama puntos de vista, señala direcciones y se permite dar cátedra de la vida, la ciencia y de la política. Entre los concurrentes suelen haber personas de la primera línea partidaria, funcionarios random, intendentes con buena proyección, algunos colegas de la prensa que, con invitación previa, acuden ávidos para poder descifrar la última línea del conductor, pero lo que más hay son jóvenes, es decir, el presente y futuro.
“Creo que cada vez que suenan campanas disonantes, que no son las nuestras, no es nuestra capilla. Esto a mí me anima. En vez de perder tiempo en contestar algunas cosas, me pongo a aprender”, así arrancó en la última previa. Ahí está el poder de su habitual silencio desorientador. Del próximo párrafo de la transcripción subrayo lo siguiente: “una buena lectura, por ahí calma las pasiones y, a través de las obras literarias, muchas veces se comprende mucho más. Atenúan los espíritus y te deja algo positivo”.
Lean esta: “… sobre todo, los debates hay que darlos con conocimiento, con cultura, y la cultura viene de la mano, únicamente, del libro. Yo soy un apasionado de los libros todos los días. Es como más que beber agua o comer, tengo que abrir un libro. Esté en un celular o en una laptop. Algo me tiene que impactar o sino no puedo vivir, es mi oxígeno”.
Después habló sobre un cuento de Borges, El Congreso, —se los recomiendo— que narra una historia utópica de un congreso universal y su imposibilidad práctica. Pero la idea nos es detenerme en la obra y en las puertas que abre Rovira sobre la misma, a raíz de un exquisito análisis de Ana Bolón, doctora en letras por la Universidad de París, titulado Jacques le fataliste en “El congreso”.
Tampoco quiero detenerme en la “contestación” que hace Rovira sobre “algunos eventos insignificantes para nuestra historia misionera que han ocurrido en las últimas semanas”, porque tal vez no era una contestación, sino una metáfora de una paradoja: ‘Je n’appartiens à personne et j’appartiens à tout le monde. Vous y étiez avant que d’y entrer, et vous y serez encore quand vous en sortirez. Algo así como: no pertenezco a nadie y pertenezco a todos. Tú allí, estabas antes de que entraras y seguirás estando allí cuando salgas.
Ante sus invitados, el fundador de la Renovación subrayó: “yo estuve antes de entrar y permanezco después de salir”. También destacó que el “valor” de la “determinación” del rumbo de la provincia apunta a “un sentido muchísimo más elevado, más abarcativo y creo más culto”. Más adelante paseó con Diderot, editor de la Enciclopedia y audaz analista del libre albedrío, con Voltaire y otros hombres de la ilustración, hasta que tropezó con el Manco de Lepanto, Cervantes y su gran obra El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, como quedó titulado su primera parte.
“La libertad, antes de ser libertad económica, nace con la libertad de aprender, de concebir, de decidir tu vida. Es la primera: la libertad mental”, dijo Rovira casi antes de finalizar su pensamiento en voz alta. No sé cuántos de los funcionarios entendieron el mensaje o cuántos descifraron el entrelineado de toda su intervención, tampoco es relevante el dato político. Con que tres de los más jóvenes del auditorio se hayan grabado esa consigna fundamental, me doy por satisfecho; habrá buena madera para confiar en un futuro mucho mejor. Tal vez ese sea su mayor legado.
Hace diez años, tal vez poco menos, durante una reunión en off que mantuve con Rovira, recuerdo haberle sugerido crear la Cátedra Rovira. No se lo dije en plan de broma, sino de verdad. Me miró fijamente, le tembló el párpado superior derecho y soltó una sutil sonrisa. En aquella oportunidad no hablamos de política, de la marcha del gobierno ni hice preguntas periodísticas. Fue un encuentro breve, nos fuimos hacia la historia, desmenuzamos algunos clásicos de la literatura, me recomendó un par de autores y platicamos del futuro.
En honor a la verdad, debo decir que el año pasado recibí dos invitaciones para acudir a la previa de los jueves. Por falso orgullo, pedantería porteña o por lo que haya sido, preferí no acudir. Hoy, después de leer la transcripción de la última ‘previa’, debo reconocer que me equivoqué.
Más allá de las diferencias, cuestiones partidarias, de política de coyuntura o de simple opinión, Carlos Rovira representa, al menos en el arriba firmante, un desafío intelectual permanente. Como no soy político ni quiero serlo, me arriesgo a decir que la primera barrera que enfrenta la oposición y también la evolución del propio oficialismo se encuentra en sus propias limitaciones, en su desgano cultural, estreches mental y mezquindad.
Porque, al fin y al cabo, “todas las salidas pueden tener un giro lingüístico bueno y un giro intelectual. Se sale por arriba, no por abajo, cuando hay un mal olor a estiércol”. Además, también es cierto que “un buen libro es un perfume espectacular”, que “nos da placer” y “nos hace más felices”. Y, sin dejar lugar a duda, también coincido con eso de que “las mejores armas son las del intelecto”.
Opinión
4 de 100, la cifra de la vergüenza

Por: Fernando Oz
Entiendo que estamos en plena campaña electoral y que, en ese marco, hay temas que podrían ser pasados por alto, dejados para otro momento porque pueden resultar incómodos o traer consecuencias. Lo sé muy bien, también sé que hay cuestiones que son urgentes, como la educación, que debería ser eje de toda propuesta más allá del debate por el presupuesto a la universidad pública.
Hace unos días leía en Radio Up que en el Cantón, en nuestra casa, solo cuatro de cada cien chicas y chicos terminan el secundario en tiempo y forma. Sí, 4 de cada 100. ¿Se escucha el estrépito de semejante fracaso? No, porque aquí la catástrofe es silenciosa, envuelta en la parsimonia de una clase política que cada día dedica más tiempo a nutrir los algoritmos de su propia vileza.
La cifra de la vergüenza –ese “apenas 4 de cada 100”– debería bastar para incendiar conciencias, pero en el Cantón se convierte en una estadística más, enterrada bajo toneladas de excusas y silencios. La educación, ese último refugio contra el desastre, se desangra mientras los representantes locales se entretienen en peleas de conventillo.
¿Quieren más pruebas de la desidia? Ahí tienen las evaluaciones Aprender, ese espejo de la realidad de la decadencia nacional, que refleja en la provincia una imagen borrosa, con resultados que obligan a buscarnos en el fondo de la tabla. Nadie debate sobre esta situación lamentable: ni el ministro de Educación ni los opositores, ni siquiera los gremios, ocupados en su propio laberinto de internas y reclamos. El silencio, en este caso, es una confesión de culpa.
Mientras tanto, la política local se enreda en discusiones tan superficiales como baratas, que ofenden la inteligencia. Véase la disputa entre Roque Gervasoni y Cacho Bárbaro: dos nombres que podrían sonar a personajes de una picaresca criolla, si no fuera porque de sus bocas salen acusaciones, reproches y amenazas, pero ninguna idea.
El debate público se reduce a una secuencia de agravios personales. Discuten por el reparto de culpas y el botín de cargos, jamás por el destino de toda esa gurisada que dejan la escuela a los catorce años.
Al sainete de las acusaciones contra el Pays por el presunto cobro irregular de pensiones por invalides, se suman otros como la vaquita para la compra de cargos, como en el caso del presidente del partido Por la Vida y los Valores, de un tal Walter Ríos; ni qué decir de los bochornosos métodos de recaudación para la campaña electorales en el PAMI, desde la gestión de la ex delegada Ninfa Alvarenga hasta la actual de Samantha Stekler, diputada electa. Son solo algunos casos, pero la lista es larga. Lo saben.
Pero hasta aquí no hay investigaciones serias, ni castigo ejemplar, sólo un murmullo resignado: “En todos lados pasa”. Como si la corrupción fuera una peste inevitable y no una metástasis que devora lo poco que queda de institucionalidad. El escándalo dura lo que una tormenta en verano: ruido breve, chaparrón de titulares, y después el calor insoportable de la impunidad.
Pero la decadencia no se agota ahí. Por estos días al ministro de Gobierno Marcelo Pérez se le dio por discutir con Diego Hartfield, diputado provincial electo y candidato a diputado nacional, en el farragoso territorio de X como quien juega una partida de truco en una taberna. Los periodistas de LVM, con los reflejos que los caracteriza, tomaron el tema y hasta el presidente Javier Milei se prendió del “debate”, al retuitear uno de los posteos –o como quieran llamarlo– del Gato en el que refuta a Pérez con contenido de LVM. No se trata de nombres, que se entienda. El Gato sabe hacer números y el ministro entiende de leyes. Parecían Tom y Jerry.
Nadie pregunta cómo se revierte la catástrofe educativa; todos buscan, en cambio, aprovechar el momento para salir en la foto o meter un posteo y pasarle la factura al rival. La calidad del debate así sea en la aldea global como en la vida real, es tan endeble que haría llorar a una piedra.
Mientras tanto, los docentes miran la escena con la resignación de quien ya ha visto esta película demasiadas veces. Denuncian ausentismo, falta de recursos, aulas en mal estado y salarios que no alcanzan ni para atravesar la primera quincena del mes.
Se los decía hace unas semanas, con lo de aquel maestro que pedía a los candidatos un pacto por la educación, donde también decía que la inversión que hace la provincia en educación no se la puede relegar a la categoría de “buena intención”, de esas que saben a poco cuando la realidad es un baldazo de agua helada. Cuatro de cien.
En este escenario, Misiones mantiene un bajo perfil nacional; me refiero al resultado de las Pruebas Aprender, donde obtuvimos un desempeño del 38%, cuartos al final de la fila. No es noticia o lo fue en su momento, no indigna a nadie, no convoca marchas ni cambios de estrategia.
No podemos ser silenciosos en nuestro fracaso, ni modestos hasta para la catástrofe. Los pibes que abandonan la escuela no llenan plazas ni redes sociales; simplemente desaparecen del radar, convertidos en futuros invisibles, en números que no inquietan a nadie. El drama es sordo, cotidiano, casi aceptado.
Y, sin embargo, la urgencia de un cambio es tan evidente como el calor húmedo del verano misionero. Hace falta coraje –esa virtud extraviada entre tanta tibieza– para mirar la realidad de frente. Hace falta responsabilidad, esa palabra vieja y olvidada, para dejar de lado las peleas ególatras y empezar a construir un mañana decente. Hace falta, en definitiva, entender que la educación no es sólo un derecho: es la única tabla de salvación que nos queda en un país que se hunde mientras sus políticos se convierten en aves carroñeras sobre los restos del naufragio.
En definitiva, la educación en este bendito país no fracasa por azar ni por fatalidad. Fracasa por la miopía de una clase dirigente que confunde gobernar con administrar miserias, y por una sociedad que ha aprendido a mirar para otro lado. El día que los debates políticos dejen de ser una tragicomedia menor y empiecen a girar en torno a los verdaderos problemas, tal vez haya esperanza. Pero por ahora, sólo queda el consuelo amargo de la literatura: dejar constancia, aunque sea desde estas líneas, de la vergüenza de un tiempo y una Argentina que parecen haber renunciado a la dignidad.
Opinión
Una primavera con frente de tormenta

Por: Fernando Oz
Mire usted, en esta provincia donde el río Paraná no solo arrastra troncos, sino también promesas rotas y discursos huecos, hablar de coherencia política es como buscar oro en el barro: se puede, pero uno se queda con las manos sucias y el bolsillo vacío. En el Cantón, quien no rema se ahoga y el que no cambia de remo, también. Por eso, la política local se ha convertido en una coreografía de contradicciones.
El panorama político advierte una primavera tormentosa. La devaluación de la marca La Libertad Avanza parece irreversible. Con el gobierno de Javier Milei a la deriva, el voto bronco definirá las elecciones legislativas de octubre. Por las calles porteñas se escucha “Karina alta coimera”, y los taxistas, mozos y encargados de edificios comienzan a repetir “que se vayan todos”.
En el Congreso, todos murmuran sobre posibles sucesiones de las que nadie quiere manifestarse en voz alta, al menos por ahora. Los más agoreros dicen que estamos frente a las puertas de una crisis similar a la del 2001; en los altos mandos de las fuerzas federales de seguridad prevén un estallido y la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, lo sabe.
Lo de La Libertad Avanza es digno de una novela de naufragios: empezó como promesa de nuevas tierras y termina como botella lanzada al mar, esperando que alguien la lea.
Y mientras el gobierno nacional hace agua por todos lados, en el Cantón los renovadores, viejos lobos de río, huelen la tormenta y se acomodan bajo el mismo techo. Las encuestas, esos oráculos modernos tan precisos como una brújula sin norte, arrojan números parecidos en todos los despachos. En la vereda de enfrente, los opositores se lanzan al agua sin salvavidas, convencidos de que la fuerza de voluntad alcanza para cruzar a nado.
Ante semejante frente de tormenta, parece lógico que la intención de voto de los ciudadanos del Cantón se oriente a lo seguro: Oscar Herrera Ahuad. Las mediciones que manejan los coroneles renovadores son similares a las que tiene el jefe de los libertarios, el doctor Carlos Adrián Nuñez, sobre su escritorio, al lado del microgolf.
Dato: pese a su exposición desde las elecciones de junio, donde fue electo como diputado provincial, la imagen positiva del extenista y bróker de negocios Diego Hartfield bajó dos puntos. Mucho para tan poco tiempo, tal vez no sea él, sino el costo de llevar el estandarte del león. Segundo, sin agitarse.
Todo indica que el efecto de la polarización Milei-Kukas no impacta en Misiones. Esa misma tendencia se observa en otros distritos electorales, donde los gobernadores tomaron distancia del discurso intensionado que fomenta la grieta. Cristina Brítez, representante de La Cámpora, ya no conecta ni con el electorado kirchnerista, que prefiere volcarse a Cacho Bárbaro; los dos ex diputados nacionales buscan volver al Congreso. El resto de los candidatos no miden nada.
Conozco el mundo de las encuestadoras, y hay tantos chantas como en el periodismo, así que no me fío de ellas. Para tener otra visión, prefiero hacer lo de los viejos reporteros: patear la calle, perderse en los barrios y pisar por unos minutos las alfombras del poder; visitar amigos y fuentes, el face to face, el apretón de manos, la escucha activa y preguntar lo justo y concreto.
Les decía que todo el arco opositor en el Cantón se encamina a una nueva derrota electoral. Los afecta el egoísmo y la incoherencia, y no vayan a creer que eso los envuelve a todos; acá, como en Sodoma, los herederos del cainismo también arrastran a los buenos.
En el gran teatro de Misiones, la oposición ensaya papeles nuevos cada semana. El radical con peluca, Martín Arjol, por ejemplo, se sienta en el Congreso y, según sople el viento, levanta la mano o se la guarda en el bolsillo. Apoyó el veto presidencial a la ley de emergencia pediátrica, pero votó en contra de la de financiamiento universitario, y cuando uno le pregunta, responde con evasivas, como quien debe favores a todos y a nadie.
Arjol, que a partir de diciembre lo vamos a tener sentado en una banca en la Cámara de Representantes, se mantiene obediente a la Casa Rosada, aunque se encuentra enojado porque no le habrían cumplido con algunas promesas. Meses atrás, ese mismo diputado nacional había ido en contra de la universidad pública.
Florencia Klipauka, la diputada nacional de Activar, pierde vuelos y también convicciones, y con la misma rapidez con la que se suma al bloque libertario, busca después distancia en los pasillos del poder. Ella no participó de la sesión. Sucede que hoy su jefe político, Federico Ramón Puerta, se olvidó de cuando se mostraba abrazado con Milei en los actos donde se reivindicaba el menemismo y el neoliberalismo que derivó en el estallido de 2001.
Lo mismo va para los demás: mucho eslogan, poca trinchera y una foto con el personaje de turno, aunque ayer mismo le hayan dedicado un discurso encendido. Aquí no hay enemigos, hay oportunidades. Y a falta de estrategia, buena es la memoria corta.
El oficialismo y su manual de supervivencia. Mientras la oposición tropieza y se pelea, el Frente Renovador de la Concordia Social navega con cautela, sosteniéndose gracias a una mezcla de experiencia y pragmatismo. No presumen de infalibles –nadie lo es en política-, pero han aprendido a gestionar la provincia con cierta solvencia y a mantener el barco a flote en medio de la tempestad nacional. Practican un realismo periférico: administran lo que pueden, priorizan la estabilidad y evitan el espectáculo de la improvisación. Con sus claroscuros, claro, pero también con una capacidad de adaptación que, a estas alturas, resulta imprescindible.
Cuando llega el turno de rendir cuentas, los renovadores exhiben logros y, aunque a veces el relato pueda sonar sobrio, la gestión local suele resistir mejor que el ruido de la grieta nacional. Al final, la diferencia se nota: mientras la oposición se disfraza, la Renovación prefiere sostenerse en el trabajo diario, el diálogo y el manejo prudente de los recursos.
Decía un viejo reportero, de esos que ya no abundan y con la resignación de quien ha visto demasiados naufragios, que, en política, el que se acuesta con promesas amanece con traiciones. El porvenir en Misiones tiene poco de misterio y mucho de repetición: la oposición seguirá compitiendo en incoherencia, el oficialismo resistirá con pragmatismo y los ciudadanos, esos náufragos perpetuos, seguirán esperando que algún día el río traiga algo más que excusas y discursos. Pero no se hagan ilusiones: la coherencia es un lujo que aquí nadie puede permitirse. Y quien la busca, termina, como siempre, solo y sin remos. Pero al menos, en el Cantón, el barco sigue a flote.
Opinión
A 99 años, el ciclón de Encarnación en primera persona: “Fue un infierno”

Por Tito Lobato
@cvlobato1
El 20 de septiembre de 1926 gran parte de Encarnación, Paraguay, fue devastada por un ciclón. Fortunata Miranda de Lobato fue una de las sobrevivientes, con su esposo, el español Antonio Lobato, y parte de su familia. Antes de fallecer, “Doña Fortú” contó sus vivencias.
Toda vez que el temporal amenazaba, Fortunata Miranda de Lobato tomaba en sus manos una figura religiosa, rezaba y encomendaba a Dios a sus seres queridos. Y repetía, con llamativa certeza, lo sucedido aquel 20 de septiembre de 1926.
El matrimonio que formó con Antonio Lobato, y algunas de sus hijas, tenía un bodegón frente al puerto de Encarnación con el nombre de “La Perla”, y el día fatídico “teníamos un calor sofocante, pero ese día amaneció especial; nublado, pero de un nublado raro, casi rojizo y más bien amarrillento”, dijo.
“Todo el día llovió a intervalos, salía el Sol caliente, luego se nublaba y seguían la lluvia y el calor. Era insoportable”, contó, agregando detalles de lagunas actividades vecinales como una vista al cementerio con otros habitantes de la conocida “Zona Baja”.
Al volver de los compromisos, “empezamos a preparar la cena. Sería alrededor de las 7 y media (19:30), pero el segundo plato no llegó a comer nadie, pues desató la tragedia”.
“No sabía lo que se venía”
Al describir el momento exacto del temporal, dijo Fortunata que se presentó “un viento furioso del lado Posadas. Los clientes intentaron cerrar la puerta entre dos, pero el viento los tiró a un costado; se volcaron mesas, sillas; volaron papeles; se rompieron vasos y botellas. Todo se perdió”.
“Felizmente conservamos la vida. Fue un verdadero milagro”, agregó, tras lo cual remarcó que su esposo Antonio había ido a una reunión con gremialistas y sus hijas Elva y Marina estaban a punto de iniciar el reparto de viandas.
“La tormenta se llevó el techo y todo fue confuso, todo volaba a nuestro alrededor”, memoró “Doña Fortú” y con su memoria prodigiosa recordó a Camblong, al peluquero Pérez, al lanchero Nené Gómez, a la vecina que era viuda de López, a doña Cándida.
La última “ya no tenía casa ni nada y estaba en el piso, con la cadera rota. Llegaron los marineros y nos ofrecieron ayuda. El Nené Gómez me dijo: Todo Encarnación está en el suelo”. Y agregó al desgracia de Luis Hulengui, otro vecino, cuya suegra murió durante el temporal.
“Bueno, bueno, todos estamos bien”
Al llegar Antonio, en medio del desastre, le dijo a la familia: “Bueno, bueno, acá no pasó nada. Estamos todos bien, afortunadamente”. Y es que todos pensaron que tuvieron mayor fortuna quienes tenían viviendas de maderas, por las de material prácticamente sepultaron a los ocupantes.
“En ese momento también llegó don Retto Bertoni y nos ofreció su casa, ya que ellos no sufrieron daños porque el ciclón arrasó una franja y ellos estaban a unos 150 metros de nuestra casa”, memoró. “fuimos a lo de Bertoni y ahí pasamos la noche”
En es tensa calma familiar y vecinal, Antonio contó que estaban en la reunión, en la zona céntrica, cuando “todos salieron al escuchar el rugido del viento, se desbandaron hacia cualquier lado, porque todo era un infierno”, dijo “Doña Fortú”, repitiendo el relato de su esposo.
Antonio narró que también salió a correr sin dirección, hasta que se le cayó encima el tendido de cables del alumbrado que rápidamente se lo sacó de encima, sorprendido por haberse salvado de una segura electrocución. Y atribuyó su fortuna a Juan Perotti, empleado de la usina que cortó la corriente, pero “murió pegado a la llave”, sin saber que había salvado cientos de vidas.
“Toda la Villa Baja está en el suelo”
Una vez que Antonio se recuperó de desplome de los cables sobre su cuerpo, encontró a Juan Candia “que llevaba un niño de pocos meses en sus brazos. Lo había sacado de entre escombros y sus padres tal vez habían muerto.
Recordó Fortunata que su esposo preguntó a Candia si sabía algo de ella y de sus hijas, y don Juan solo contestó: “No sé nada Lobato. No sé nada. Toda la Villa baja está en el suelo”, acrecentando la preocupación del español que, debido al desastre, inicialmente no pudo localizar su propia vivienda.
Era lógico porque “las casas vecinas ya no estaban y casi todo estaba limpio, solo quedaban algunos escombros. Todo era chapas retorcidas y pedazos de muebles por todas partes. Recién ahí tuvimos idea de lo sucedido”, dijo la narradora.
La ayuda desde Posadas
Lo que sigue todavía se recuerda y es el caso del “primero que llegó a Posadas a pedir ayuda fue don Jorge Memmel, acompañado por un cura del pueblo. Fue entonces que llegaron médicos, enfermeras y efectivos de la Subprefectura de Posadas; a mucha gente se ayudó”.
“Los que perdieron a sus familiares nada recuperaron, si consuelo de quienes se acercaron porque todo fue muerte y destrucción, como si una mano gigante se puso a jugar con las casas. Todo era un desastre. Una cosa es contar y otra, haber estado ahí en ese momento”, cerró el relato.
P/D: El matrimonio Lobato-Miranda, se trasladó después a Posadas, donde tuvieron otros hijos. Antonio Falleció a mediados de lo Pes 50 y Fortunata a principios de los 80. Uno de los hijos, Carlos Cayetano, fue el escribió este relato.
* Periodista
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