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Era chipero en Montecarlo, se convirtió en pintor y quiere retratar a Messi

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Era chipero en Montecarlo, se convirtió en pintor y quiere retratar a Messi

Ricardo Núñez trabajó con su familia como chipero en Caacupé, Paraguay, su ciudad natal, hasta sus 14 años, cuando decidió partir de su país en busca de un futuro mejor y con la ilusión de estudiar artes.

El joven chipero cruzó el río Paraná en canoa junto a otros compatriotas y llegó a la localidad de Montecarlo, Misiones, en 1992.

“Yo me fui con esa intención de querer estudiar el arte, de pintar. Dibujar yo sabía, pero me faltaba algo de pintura”, contó Ricardo, hoy de 47 años, a La Voz de Misiones.

El dibujo es algo que Núñez descubrió de muy chico, debido a que tuvo dificultades para caminar hasta los 7 años y, para entretenerlo, su mamá le daba hojas y lápiz, mientras ella hacía los trabajos domésticos. Así nació su pasión por dibujar.

En la Capital de la Orquídea, el tío de Ricardo, Plácido Rodríguez, tenía una chipería, en la cual comenzó a trabajar apenas desembarcó en la tierra colorada.

“Estábamos unos cuantos paraguayos trabajando de forma ilegal, digamos, y en ese tiempo nos perseguía la Gendarmería, todo era una tragedia en nuestro trabajo”, recordó el caacupeño.

Su vinculación con el mundo artístico comenzó cuando, una vez que mermó la persecución de la fuerza nacional argentina, instaló un puesto frente a la Escuela Municipal de Artes de Montecarlo.

Allí, el pequeño Ricardo se hizo amigo de un profesor de la escuela llamado Carlos, de quien no recuerda su apellido.

“Hice una amistad con ese profesor, me ofreció ser su secretario, cuando él llegaba yo le ayudaba con sus cosas y así íbamos. En un momento nos hicimos más amigos y a veces yo entraba a sus clases y miraba lo que hacían los alumnos”, sostuvo sobre el recuerdo que atesora del profesional misionero que le abrió las puertas de su salón.

Una oportunidad

La suerte del adolescente, que en ese momento vivía indocumentado en Argentina, cambió por un concurso: “Yo vi el afiche que decía: ‘Para todos los jóvenes que quieran participar’, y el premio era una beca para ir a estudiar en una Facultad de Artes en Buenos Aires”, dijo el artista a LVM.

Fue entonces que el joven chipero decidió preguntarle a su amigo Carlos si se podía inscribir en la competencia: “El profesor me dijo: ‘Sí, esta es tu oportunidad’, porque en el aviso no pedían edad, ni nacionalidad”.

Para participar, el adolescente debía presentar un dibujo que representara la región o el lugar donde vivía. Por ello, el aspirante pintó una señora a la orilla de un arroyo, lavando ropa junto a sus hijos, en una cartulina.

Un tiempo después, para sorpresa de Ricardo, mientras se encontraba elaborando la masa para las chipas, “vinieron a los bocinazos a avisarme que yo gané el premio, que gané la beca”.

De esta manera, el caacupeño viajó hasta la capital de Argentina, se alojó en un internado e inició su recorrido por las artes plásticas.

“Al poco tiempo, ya me había contratado una empresa para hacer letreros, porque en ese tiempo los carteles se hacían a mano”, recordó el pintor.

A los 17 años, Ricardo programó sus vacaciones y viajó a Paraguay a visitar a sus padres, quienes por “ignorancia, porque no creían que iba a triunfar en el arte”, no le permitieron volver a Argentina.

La patria que abraza

En su tierra, el caacupeño retomó su antiguo trabajo como vendedor de chipa, se casó y tuvo hijos. Pero su amor por el arte y por el país que le abrió caminos cuando era tan solo un adolescente de 14 años, forjaron su regreso a la Argentina.

“A los 20 años decidí regresar a Montecarlo y de ahí me mudé a la ciudad de San Vicente”, relató Ricardo a LVM y continuó: “Ahí fue que empecé otra vez a agarrar los pinceles y retomé lo que es mi profesión”.

El ahora artista, de 47 años, detalló que hizo “unos cuantos cuadros para gente de San Vicente, conocí a unos cuantos artistas y fundamos lo que es la Asociación de Artistas de San Vicente, participé de la carpa cultural de Posadas, hice mi primera exposición en Oberá, representé a San Vicente en Brasil, y así sucesivamente fui creciendo”.

En la actualidad, ya radicado nuevamente en su país de origen, el artista plástico es conocido en la región por sus cuadros realistas de personas del espectáculo, integrantes de comunidades indígenas, vírgenes, entre otros.

Actualmente, retrata a futbolistas: “Pinté a Román Riquelme, a Pablo Aimar, a Miguel Torren, y un montón más, tengo muchos clientes argentinos, me falta pintar a Messi y conocerlo”, comentó y agregó: “Por tres años consecutivos me eligieron en Paraguay como el mejor retratista”.

Para cerrar, el artista plástico Ricardo Núñez dijo: “Cada vez que voy de visita me ofrecen oportunidades para enseñar. Todo lo que me pasa le debo a Dios y a la Argentina, porque ahí me dieron todo, posibilidades, tengo tres hijos argentinos, siempre voy a estar agradecido, porque en ese país pude forjar todo lo que tengo”.

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Menocchio Cue, el imperio caído

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Imposible adivinar lo que alguna vez fue. Todo alrededor fue pasto del tiempo. El complejo de lo que fuera el imperio yerbatero de los Menocchio en General Urquiza es hoy un conjunto de ruinosos edificios, mayormente devorados por la vegetación, que apenas traslucen algún despojo de la gloria perdida.

Tampoco hay testimonios dispuestos a enfrentar el miedo que todavía infunde el apellido que da nombre a esa postal de pueblo fantasma, que una implacable sucesión de acontecimientos convirtió en una especie de sitio maldito.

La sombra del más célebre de los asesinos misioneros, Luis Raúl Gusano Menocchio, que hoy cumple dos condenas a cadena perpetua en una cárcel patagónica, acecha en el imaginario de quienes deambulan entre las ruinas buscando algo útil que puedan arrancarle al olvido.

Lo que fuera la mayor y más moderna yerbatera de Misiones fue abandonada por los Menocchio a principios de los años ’80 del siglo pasado, cuando el padre del Gusano fue acusado de un megafraude contra la extinta Comisión Reguladora de la Producción y Comercialización de la Yerba Mate (Crym) y de haber estafado al Banco Nación por $12 millones de la época.

Los Menocchio abandonaron, raudamente, la provincia y se instalaron en Asunción, Paraguay, al amparo de la dictadura de Alfredo Stroessner, que transitaba por esos años la recta final de su reino de terror, y donde el mayor de los hijos del matrimonio se convertiría en el más frio y siniestro homicida que haya pisado jamás la tierra sin mal.

El complejo se remató en 1985, pero nunca recuperó la magnitud de los buenos viejos tiempos. En su época de esplendor supo tener 600 hectáreas de yerba, el más moderno de los secaderos, grandes depósitos de almacenaje, viviendas para el personal, que al cierre se contabilizaba en unos 400 trabajadores, y hasta un puerto propio.

Hoy, entre los oxidados silogismos de ruedas y poleas; los vidrios rotos, por donde se cuela el viento y el sol se infiltra para dibujar fantasmagóricas figuras; los depósitos, máquinas y hornos abandonados; y los mudos letreros que advierten sobre peligros pasados, solo avanza la telaraña y reina el silencio.

 


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Marino posadeño participa de ejercicios navales multinacionales en Chile

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De Posadas a la Antártida y ahora a Chile, para participar del Unitas, una emblemática jornada de ejercicios navales en la que participan marinos de todo el continente americano. Así es la hoja de ruta en altamar de Leandro Germán Villalba, un posadeño que desde 2015 integra la Armada Argentina.

Villalba no siempre fue marino. Cuando terminó el colegio secundario comenzó a trabajar con diferentes oficios y recién inició su carrera naval en 2015, cuando un cuñado le contó sobre la experiencia.

Fue allí que el posadeño decidió anotarse para realizar el Período Selectivo Preliminar y ser Marino de la Tropa Voluntaria en la Base de Infantería de Marina Baterías, al sur de la provincia de Buenos Aires.

Cuando egresó, su primer destino fue el Liceo Naval “Almirante Storni” de Posadas, donde comenzó a trabajar en el sector de mantenimiento, ya tenía experiencia en diferentes oficios como la albañilería y la pintura, pero su carrera iba a continuar en ascenso.

Más tarde, Villalba pidió realizar el curso para hacer la carrera de suboficial e integrar las filas del personal militar como cabo segundo y ahora su especialidad naval es Apoyo General, que incluye además de los camareros a conductores, peluqueros, cocineros y todo el personal relacionado a los servicios en la Armada.

Sus primeras navegaciones las realizó en 2022, cuando arribó a la base naval Puerto Belgrano, en la ciudad de Punta Alta en el sudeste de Buenos Aires, para ser destinado al destructor ARA “Sarandí”.

Me gusta mucho navegar porque es muy importante el trabajo en equipo; cada uno aporta desde su lugar y se genera mucha camaradería a bordo”, contó Villalba en una nota publicada en la Gaceta Marina.

A fines de ese año, el cabo segundo conoció el continente blanco al ser designado para realizar la Campaña Antártica de Verano arriba del rompehielos ARA “Almirante Irízar”.

Durante la campaña, el misionero se desempeñó en el grupo Bodega del Irízar y en el grupo de tareas que se encargó de la instalación de una baliza en la Base Antártica Conjunta Esperanza.

Desde 2022 Villalba es parte de la dotación del destructor Ara Sarandí.

Unitas en Chile

Pero las experiencias no terminan allí para Villalba, quien ahora participa de edición 66 del Unitas, una serie de ejercicios navales multinacionales organizado por Estados Unidos y que este año se realiza en Chile desde el 5 hasta el 13 de septiembre.

Para la edición 2024 la Armada Argentina desplegó el Destructor Clase Meko 360H2, Ara D-13 “Sarandí” y un helicóptero embarcado AS-555 SN “Fennec 2”, además de una agrupación de infantes de marina entre los cuales se encuentra el posadeño Villalba.

Todos estos elementos de la fuerza nacional se unen a efectivos y medios de otros 24 países que en total aportan 4.000 infantes, 17 buques de guerra, dos submarinos y 23 aeronaves para la realización de ejercicios orientadas, en primera instancia, a nivelar y establecer procedimientos comunes, para luego operar frente a una amenaza en común, acorde a los desafíos actuales.

“Es una experiencia única ser parte de un ejercicio del que participan tantos países; lo tomo como una experiencia inolvidable de gran aprendizaje para mi carrera”, agregó Villalba a la Gaceta Marina.

En los ejercicios del Unitas 2024, los participantes se adiestran bajo diversos escenarios operativos, favoreciendo el entrenamiento de técnicas y tácticas con operaciones anfibias, de buceo, de Fuerzas Especiales y de Aviación Naval, entre otras, estableciendo estándares internacionales para las tripulaciones participantes.

Del Unitas participan infantes, buques de guerra y aeronaves de países de todo el continente americano.


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Bonpland y las ruinas de un emporio tabacalero

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Bonpland

Las ruinas dominan toda una esquina de Bonpland, a pocas cuadras del casco principal del pueblo, que debe su nombre al famoso naturalista francés y que el 18 de junio pasado celebró sus 130 años desde su fundación en 1894.

El conjunto ocupa algo más que una manzana e incluye una casona de estilo inglés que, aún abandonada, profanada y cercada por la vegetación, resiste el embate del olvido como una fortaleza de otro tiempo.

Los orígenes de las edificaciones que encienden el debate en el Bonpland de hoy, se pierden en la historia de este pueblo misionero que supo ser enclave tabacalero y conoció la bonanza de sus mejores días.

Destrucción

La casona de dos plantas es lo más antiguo del conjunto abandonado de Bonpland. Sus líneas exteriores y las características de la edificación, con gruesas paredes de piedra y finos detalles interiores, ubican su construcción en los primeros años del siglo 20.

De estilo modernista, la casona es austera de ornamentos y de gran funcionalidad interior, con espacios amplios y luminosos, varios baños y habitaciones que antaño estaban dotadas con lavatorios individuales.

La casona de estilo inglés resiste el embate del olvido como una fortaleza de otro tiempo.

Hoy, ingresar a la propiedad supone ir equipados para abrirse paso entre una vegetación espesa y espinosa, que avanza sobre la construcción, configurando un muro natural casi infranqueable.

Adentro, todo es destrucción. Los únicos vestigios del esplendor perdido son el piso de baldosas centenarias del zaguán de entrada, los zócalos de azulejos y los umbrales de mármol de Carrara. Todo lo demás fue arrancado de cuajo: puertas, ventanas, sanitarios, caños y artefactos eléctricos.

Adentro, impera la destrucción. Todo fue arrancado de cuajo.

Por todos lados hay grafitis: figuras, símbolos, nombres de furtivos visitantes, dibujados sobre las descascaradas paredes y que le dan al cuadro su definitivo toque distópico, propio de escenas sacadas de alguna película apocalíptica.

Gemelas

“Hay dos de esas casas en Misiones, la otra está en San Ignacio”, dice Ángel González, que habitó la propiedad durante tres años, entre 1997 y 2000, cuando llegó a Bonpland como encargado de una de las tabacaleras que explotó el complejo.

“Yo ocupaba la parte de abajo nomás”, cuenta el hombre a LVM. “Las paredes son anchas así, cada habitación tenía como una piletita”, describe González y apunta: “Era como un hotel para gente que venía de Europa”.

De estilo modernista, la construcción es austera de ornamentos exteriores y de gran funcionalidad interior.

Los años que González trabajó en la industria tabacalera, fueron los últimos de la época dorada de Bonpland. “Esto era como una ciudad muy importante, con bancos, restaurantes, estaciones de servicio, hoteles”, comenta.

“Traían el tabaco en carreta, en ponchada o suelto, en esos carros polacos”, ilustra y agrega: “Cuando estaba crecido el arroyo El Tigre o el otro, se quedaban semanas acá, y por eso había hoteles”.

“Este era el centro neurálgico del tabaco, acá estaban Nobleza Piccardo, Massalin Particulares”, cuenta González y apunta que todos los edificios que fueron reconvertidos en residencias estudiantiles “eran de industrias tabacaleras”.

Ejemplo

González, que hoy está jubilado, llegó a Bonpland a mediados de los años `90. Nobleza ya no estaba. Tampoco Massalin. Faltaba poco para la debacle que se abatió sobre los galpones y el pueblo, pero las expectativas por entonces eran inmejorables, según dice.

De origen posadeño, González se vinculó al mundo del tabaco en Garupá. “Empecé en 1984 a trabajar en tabaco en la empresa Alfader SRL, que tenía un galpón arreglado para tener el producto en tránsito, y una fábrica de cigarrillos en Posadas, en la calle Buenos Aires”, recuerda.

Trabajando allí, se convirtió en sindicalista y llegó a ocupar la Secretaría General del Sindicato de Obreros del Tabaco en la tierra colorada por varios años. De esa época, González recuerda a Ramón Gudiño, histórico titular de la CGT Misiones, de quien asegura aprendió “el arte de la dirigencia sindical”.

En Bonpland, la empresa de González se hizo con las instalaciones que Nobleza ocupó hasta que se fue del pueblo: él, fue el encargado de rediseñar el predio para el almacenamiento de unos dos millones de kilos de tabaco, de los tipos Criollo, Burley y Virginia.

Lo que queda de los galpones que supieron albergar uno de los últimos emporios tabacaleros de Bonpland.

“Era una época de mucha sequía, se prendían fuego los pinos. De Garupá veíamos la llama azul de los incendios”, relata González y argumenta: “Había que ser muy cuidadosos con nuestros galpones llenos de tabaco”.

La inversión funcionó hasta que la familia del empresario Osvaldo Otero abrió la sociedad a capitales europeos, que terminaron quedándose con todo el paquete, hasta que el predio fue tomado por los trabajadores en diciembre de 2007, en reclamo de salarios caídos e indemnizaciones.

González afirma que la medida de fuerza, que adquirió ribetes de pueblada en plena Navidad, selló la suerte de aquel último de los emporios tabacaleros que habían puesto a Bonpland en el mapa.

“No tenía que haber ocurrido nunca”, dice González y sentencia: “Esas ruinas quedaron como ejemplo de las cosas que no se deben hacer”.

El tiempo fue implacable con el conjunto de edificaciones abandonadas de Bonpland.

 


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