Opinión
Volver a la gente: cuando la política debe hacerse invisible para volverse esencial

Por Dr. Héctor Julio Franco
La política atraviesa una de sus mayores crisis de representación. Pero no porque falten propuestas, sino porque sobra “puesta en escena”. En tiempos donde todo se vuelve campaña, todo se sobreactúa y todo se mide por likes, la comunicación política se ha transformado en una caricatura de sí misma.
Las redes sociales irrumpieron con fuerza y, como toda herramienta poderosa, ofrecieron al principio una promesa: horizontalidad, acceso directo, posibilidad de construir diálogo con la ciudadanía. Pero como suele ocurrir cuando la política instrumentaliza algo, terminó por contaminarlo.
Lo que alguna vez fue un puente, hoy se parece más a una cloaca. El caso de X (antes Twitter) es paradigmático: la plataforma que en su origen era un espacio de opinión plural, hoy es un campo minado de acusaciones, burlas, fake news, operaciones y agresiones personales. La estrategia de la política negativa, que antes se limitaba a pasillos o medios tradicionales, hoy encuentra en las redes su mejor escenario. Y su peor versión.
El resultado es una saturación generalizada. El elector, lejos de ser interpelado, está abrumado. No escucha, no responde, no conecta. Se encierra en su propia realidad, mientras la política insiste en hablarle desde otra.
Las campañas se volvieron acartonadas, superficiales, invasivas. Se repiten una y otra vez las mismas imágenes impostadas, los mismos mensajes calculados, las mismas sonrisas forzadas. Pero nadie escucha. Porque, en realidad, nadie está hablando con el otro, sino exhibiéndose frente a un espejo.
Frente a esto, es urgente una nueva estrategia. No una vuelta atrás nostálgica, sino una evolución real: pasar de la megacampaña al gesto directo. De la sobreexposición al contacto real. De la saturación al silencio significativo. De la comunicación en masa a la micropolítica.
¿Qué es la micropolítica?
El término “micropolítica” ya ha sido trabajado en algunos marcos teóricos. Gilles Deleuze y Félix Guattari lo abordaron desde la filosofía para referirse a los procesos sutiles, invisibles, que se dan en los vínculos sociales y que también son políticos. En el ámbito de la ciencia política, autores como James C. Scott también analizaron las formas cotidianas de resistencia y construcción de poder. Sin embargo, su aplicación concreta a la comunicación electoral sigue siendo incipiente.
En este contexto, propongo resignificar la micropolítica como una estrategia de reconexión simbólica y emocional con el votante real. Se trata de acciones pequeñas, discretas, no masivas, pero cargadas de contenido humano. Visitas a una guardia de hospital, entrega de un reconocimiento silencioso a un guardaparque, escuchar sin grabar, agradecer sin subirlo a las redes. Esa es la nueva forma de hacer política que interpela desde el alma, no desde el algoritmo.
La micropolítica no busca viralizarse, busca quedarse. No apunta a likes, apunta a la memoria emocional. No habla para todos, escucha a uno. Y en ese uno, está el todo.
Es hora de que la política vuelva a ser un acto de humanidad. Y para eso, tiene que aprender a hacerse invisible. Porque lo verdaderamente esencial, siempre fue lo que no se ve.
Opinión
El progreso, ese enemigo público

Por: Fernando Oz
Conozco esa clase de sujetos, suelen ser los de siempre. No son revolucionarios ni luchadores sociales; son los custodios del statu quo, los que ven en cada avance una amenaza personal, los que prefieren el lodo de lo conocido a la promesa de la modernidad. Como si fuera pecado crecer, como si prosperar fuera una traición a las costumbres. Pero, claro, hay gente que hace de la obstinación un oficio y de la mezquindad una bandera.
Dejemos de tropezar con las mismas piedras si queremos avanzar. Les cuento una de túnel del tiempo. Pocos meses antes de que finalizara el siglo pasado, un joven reportero quedó en medio de una batalla campal entre una prestigiosa Cámara de Comercio y un poderoso grupo económico de ultramar, pero de pabellón nacional. Los primeros arrancaron con un ataque preventivo apenas se enteraron de que los segundos estaban por ponerles un “mega supermercado” en las narices.
Los comerciantes, siempre apesadumbrados por la situación económica, hicieron cónclaves para analizar la situación y después pasaron a realizar reuniones ampliadas con los “líderes y representantes de las fuerzas vivas”, y continuaron con un repentino espíritu asambleario convocando a la sociedad a combatir al invasor.
Fue un revuelo grande, hasta llegaron a cortar el acceso a un puente internacional y, días antes, los medios más importantes del país ya se habían instalado en el lugar para cubrir el asunto. La movida debe haber costado lo suyo, pese a que los hombres de negocios del lugar no se destacaban por su filantropía; en aquella ocasión, tuvieron que tocar las alforjas.
La cuestión es que la gente estaba indignada. Una señora repetía en la radio que ese mega supermercado iba a conducir a la ciudad hacia la perdición; el almacenero de un barrio se encadenó a las rejas del Concejo Deliberante y los del gremio de los empleados de comercio movilizaron lo suyo.
La realidad es que nadie sabía muy bien cuál sería el alcance del faraónico emprendimiento extranjero. Entonces, los temerosos al cambio se defendían ante lo desconocido, mientras los especuladores de siempre aprovechaban la confusión para llevar agua a su molino. Tras la tensión y el show business, el entuerto se resolvió como comenzó: en cónclaves a puertas cerradas.
Nada de lo que dijeron que iba a suceder ocurrió. No fue un mega supermercado, sino una zona franca con un área destinada al comercio internacional con depósitos fiscales y otra para el comercio minorista de marcas internacionales. Se construyó en un lugar donde antes había una capuera que era utilizada por contrabandistas de diferente talla. Las obras finalizaron en 36 meses, significaron una inversión de 12 millones y medio de dólares de entrada y el monto total en obras fue de unos 35 millones de la misma moneda. Sé que después construyeron una escuela y un par de obras más para el municipio.
Los honorables comerciantes de la Cámara de Comercio no se fundieron y el almacenero de las cadenas tiene dos supermercados. La construcción de la Zona Franca Puerto Iguazú produjo cientos de puestos de trabajo de manera directa e indirecta; desde hace unos veinticinco años viene dando empleo a muchas personas y el duty free shop –con marcas internacionales– terminó siendo un atractivo más del destino turístico y considerado como uno de los mejores free shops del mundo.
London Supply es la compañía que explota el área exenta de impuestos en Puerto Iguazú, tiene una experiencia de más de 80 años como proveeduría marítima y operadora aeroportuaria, está integrada por capitales argentinos y tiene experiencia en gestionar el riesgo porque, miren lo que hicieron entre 1999 y 2002, en plena crisis.
Ahora, desde que hace unos días se confirmó que la compañía London Supply extenderá sus operaciones en el Cantón con dos zonas francas más, una en Posadas y otra en Irigoyen, comenzaron a oírse voces que pronostican infortunios. Como verán, todos los tiempos tienen sus agoreros de turno, defensores de una tajada en nombre propio o ajeno, ya sea por la paga o por pura convicción.
Cuesta creerlo, pero veinticinco años después, los saboteadores siguen ahí, con la energía de quien nunca leyó un libro de historia. Cambian los nombres y los lemas, pero el fondo es el mismo: “No a la modernidad, sí a mi pequeño negocio”. ¿Y el bien común? ¿Y el desarrollo? Bien, gracias. Para esta gente, Misiones es una finca privada y el futuro, un enemigo a derrotar. No hay argumentos, solo intereses. No hay visión, solo egoísmo.
Miren otro caso, pero del mismo palo. La Entidad Binacional Yacyretá (EBY), empeñada en modernizar nuevas áreas de la costanera y transformar la Bahía El Brete en un verdadero espacio público digno, tropieza con una fauna conocida: los enemigos del desarrollo. Se oponen al cambio por sistema, como quien teme que el cemento arruine la memoria. Pero la memoria no se construye con barandas oxidadas, sino con oportunidades. La modernización del área costera traería calidad de vida, turismo, acceso ciudadano y belleza urbana. Pero, claro, para algunos, todo eso es sospechoso.
En el fondo, la oposición a la Bahía El Brete no es más que la defensa de intereses particulares. No podemos dejar que la planificación urbana de un espacio público intente ser coaccionada desde la mesa de una cafetería por un grupo de amigos de la secundaria.
Son las mesas a las que también acuden los mismos diputados que el jueves pasado votaron en contra del presupuesto para que la provincia funcione, miren lo que son las cosas. Pero también se sientan jueces, fiscales, ministros y empresarios de pocos escrúpulos que en algún momento habría que alumbrarlos. En definitiva, todo aquel que tenga lo suficiente para tener a su embarcación a mano.
Los opositores a la modernización claman por conservar lo que, en realidad, nunca supieron cuidar. Se oponen al reordenamiento urbano como si defender la mugre y el desorden fuera un acto heroico. Atacan a la EBY, desacreditan obras, desinforman y siembran dudas. En el fondo, temen que la ciudad deje de ser refugio de pocas oportunidades y se convierta en un lugar donde todos puedan vivir mejor. La resistencia al cambio, en Bahía El Brete, tiene la misma raíz que en Iguazú: el miedo a perder prebendas y privilegios, el terror a que el progreso ablande las fronteras del egoísmo.
El progreso en Misiones no fracasa, pese al permanente viento en contra de sectores minúsculos y mezquinos, por la voluntad política de impulsar ideas y convertirlas en hechos, como lo fue en su momento la propuesta de “vivir de cara al río” que realizó Carlos Rovira y que nos trajo la actual costanera, un lugar de todos y para todos. Fracasaría si quienes pudieran liderar el cambio prefieren recostarse en la comodidad del “no se puede”, y quienes pueden invertir son vistos como herejes, capaces de romper el orden preestablecido. Así, cada intento de modernización se convierte en un combate, cada propuesta en motivo de escándalo, cada inversión en amenaza a la paz de los mediocres. Modernizarse no es peligroso, abrirse al mundo –ni hablemos– es casi una obligación. Hoy, nuevamente la provincia se debate entre el deseo de avanzar y el terror a perder los privilegios de unos pocos.
Opinión
Misiones: la chacra que se apaga

Por: Maura Gruber
@maura_gruber
Productora y empresaria. Candidata a Diputada Nacional por la Alianza La Libertad Avanza Misiones
¿Por qué me metí en política? Porque estoy cansada de que nos pongan trabas para producir libremente y siento que es el momento de que el sector tenga una persona que conozca de primera mano no sólo las necesidades de su sector, sino que tenga capacidad de diálogo con todas aquellas personas que producimos, que sembramos, que cuidamos y que apostamos por un crecimiento real.
La producción no es solo un motor económico. Es la base del arraigo, la dignidad del trabajo y el verdadero desarrollo de nuestra región. Producir es aportar a la vida, al trabajo y al futuro de nuestra provincia. Sé que si queremos un verdadero desarrollo el único camino posible es escuchar, entender y potenciar a quienes todos los días sembramos, cosechamos, criamos y transformamos. Y para eso necesitamos condiciones reales: energía confiable, impuestos razonables y caminos que permitan que lo que producimos llegue a los mercados. Sin esas condiciones, hablar de desarrollo es solo una frase vacía.
Desde que inició la campaña, el kilometraje de mi vehículo no para de subir. ¿Y saben qué es lo más curioso? Una de las primeras cosas que escucho cada vez que llego a cada municipio o paraje, es “qué suerte que viniste, te estábamos esperando”. ¿Qué clase de dirigentes tenemos? ¿Podemos hablar de representantes, cuando en realidad ni siquiera se acercan a los verdaderos dueños del poder? Ir a las chacras a visitarlos, no debería ser un acto digno de elogiar. Por el contrario. Es la condición mínima que debiéramos cumplir como representantes. Y ese es mi compromiso para con el sector productivo: ser su voz.
No porque me crea experta y conozca todos los problemas de quienes trabajan en el campo. Sino porque recorrí cada pueblo, cada municipio y cada chacra donde fui invitada por quienes viven esa realidad día a día. Porque creo que la mejor manera de representar al sector es estando cerca, escuchando, aprendiendo y transformando esas demandas en propuestas de ley que alivien la carga impositiva, mejoren la logística y promuevan la competitividad. Eso es legislar con los pies en la tierra.
Como productores sabemos que la provincia del “start up” es solo una pantalla. Muchos se ven empujados a la informalidad por las trabas impositivas y burocráticas. La verdadera economía del conocimiento en Misiones está en la chacra, en la innovación cotidiana de quienes producen a pesar de las dificultades. ¿La tierra del start up puede ser una realidad con la alta carga impositiva que tiene Misiones? Ingresos brutos, tasa forestal, impuesto al agua…son sólo algunos tantos ejemplos por los cuales tributamos en la jurisdicción.
Conversando junto a productores de mandioca, me encontré con un reclamo fundamental: la demanda por importar maquinaria usada o nueva desde países vecinos como Brasil, ya que la de producción nacional es costosa y en muchos casos, inaccesible. Ese reclamo no es solo de ese sector: lo escucho en distintos sectores que necesitan modernizarse. Importar maquinaria no es un privilegio: es darle al productor las herramientas para competir de igual a igual con Brasil y Paraguay.
Quiero trabajar para que podamos llevar al Congreso de la Nación un régimen aduanero ágil y transparente para las zonas de frontera productiva. La aduana debe ser un puente al desarrollo, no un laberinto de trabas. Así nuestros productores podrán exportar e importar a menores costos. Si queremos desarrollo real, debemos empezar por facilitarle la vida a quienes producen y dejar de ponerles obstáculos.
Soy candidata a diputada nacional porque estoy convencida que el camino que elegimos es el correcto. Sé que falta, y falta mucho todavía. Pero este es el camino. El de la libertad, el de la producción, el de la gente de bien que trabaja y se desarrolla. Un modelo de país donde el que las hace las paga. Donde se crece gracias al fruto de su esfuerzo y trabajo cotidiano, y no a costa de un subsidio estatal.
Este es el camino que elegimos quienes producimos y trabajamos en las chacras. El de un modelo de país donde la única manera de sacarlo adelante es trabajando y mejorando las condiciones para que nuestra provincia, productora por naturaleza, pueda lucirse en todo su esplendor. Nuestro rol como representantes tiene que ser acompañar, nunca generar falsas dependencias. Nuestro deber es simple: liberar las fuerzas productivas de las cadenas de impuestos, burocracia y energía deficiente. Ese es el mandato que voy a honrar.
Estamos frente a una elección nacional, donde vamos a elegir entre un modelo que produce pobres y otro que apuesta a ordenar la economía para sacar a millones de argentinos de la pobreza. Entre quienes ponen trabas al desarrollo y quienes trabajamos para romper cadenas.
Elijo una provincia de trabajo y desarrollo. Elijo que mis hijos vivan en un país que mejore las condiciones para competir y que amplíe oportunidades. Elijo el camino del bien, donde quienes trabajan, pueden desarrollarse. Elijo la libertad de crecer. Elijo que Misiones, productora por naturaleza, tenga al fin las condiciones para desplegar todo su potencial.
Reafirmo una vez más, que el camino que elegimos en 2023 es el correcto. Y que, aunque falta mucho, es indispensable mantenernos firmes en el rumbo elegido. Hagamos que el esfuerzo valga la pena.
Opinión
4 de 100, la cifra de la vergüenza

Por: Fernando Oz
Entiendo que estamos en plena campaña electoral y que, en ese marco, hay temas que podrían ser pasados por alto, dejados para otro momento porque pueden resultar incómodos o traer consecuencias. Lo sé muy bien, también sé que hay cuestiones que son urgentes, como la educación, que debería ser eje de toda propuesta más allá del debate por el presupuesto a la universidad pública.
Hace unos días leía en Radio Up que en el Cantón, en nuestra casa, solo cuatro de cada cien chicas y chicos terminan el secundario en tiempo y forma. Sí, 4 de cada 100. ¿Se escucha el estrépito de semejante fracaso? No, porque aquí la catástrofe es silenciosa, envuelta en la parsimonia de una clase política que cada día dedica más tiempo a nutrir los algoritmos de su propia vileza.
La cifra de la vergüenza –ese “apenas 4 de cada 100”– debería bastar para incendiar conciencias, pero en el Cantón se convierte en una estadística más, enterrada bajo toneladas de excusas y silencios. La educación, ese último refugio contra el desastre, se desangra mientras los representantes locales se entretienen en peleas de conventillo.
¿Quieren más pruebas de la desidia? Ahí tienen las evaluaciones Aprender, ese espejo de la realidad de la decadencia nacional, que refleja en la provincia una imagen borrosa, con resultados que obligan a buscarnos en el fondo de la tabla. Nadie debate sobre esta situación lamentable: ni el ministro de Educación ni los opositores, ni siquiera los gremios, ocupados en su propio laberinto de internas y reclamos. El silencio, en este caso, es una confesión de culpa.
Mientras tanto, la política local se enreda en discusiones tan superficiales como baratas, que ofenden la inteligencia. Véase la disputa entre Roque Gervasoni y Cacho Bárbaro: dos nombres que podrían sonar a personajes de una picaresca criolla, si no fuera porque de sus bocas salen acusaciones, reproches y amenazas, pero ninguna idea.
El debate público se reduce a una secuencia de agravios personales. Discuten por el reparto de culpas y el botín de cargos, jamás por el destino de toda esa gurisada que dejan la escuela a los catorce años.
Al sainete de las acusaciones contra el Pays por el presunto cobro irregular de pensiones por invalides, se suman otros como la vaquita para la compra de cargos, como en el caso del presidente del partido Por la Vida y los Valores, de un tal Walter Ríos; ni qué decir de los bochornosos métodos de recaudación para la campaña electorales en el PAMI, desde la gestión de la ex delegada Ninfa Alvarenga hasta la actual de Samantha Stekler, diputada electa. Son solo algunos casos, pero la lista es larga. Lo saben.
Pero hasta aquí no hay investigaciones serias, ni castigo ejemplar, sólo un murmullo resignado: “En todos lados pasa”. Como si la corrupción fuera una peste inevitable y no una metástasis que devora lo poco que queda de institucionalidad. El escándalo dura lo que una tormenta en verano: ruido breve, chaparrón de titulares, y después el calor insoportable de la impunidad.
Pero la decadencia no se agota ahí. Por estos días al ministro de Gobierno Marcelo Pérez se le dio por discutir con Diego Hartfield, diputado provincial electo y candidato a diputado nacional, en el farragoso territorio de X como quien juega una partida de truco en una taberna. Los periodistas de LVM, con los reflejos que los caracteriza, tomaron el tema y hasta el presidente Javier Milei se prendió del “debate”, al retuitear uno de los posteos –o como quieran llamarlo– del Gato en el que refuta a Pérez con contenido de LVM. No se trata de nombres, que se entienda. El Gato sabe hacer números y el ministro entiende de leyes. Parecían Tom y Jerry.
Nadie pregunta cómo se revierte la catástrofe educativa; todos buscan, en cambio, aprovechar el momento para salir en la foto o meter un posteo y pasarle la factura al rival. La calidad del debate así sea en la aldea global como en la vida real, es tan endeble que haría llorar a una piedra.
Mientras tanto, los docentes miran la escena con la resignación de quien ya ha visto esta película demasiadas veces. Denuncian ausentismo, falta de recursos, aulas en mal estado y salarios que no alcanzan ni para atravesar la primera quincena del mes.
Se los decía hace unas semanas, con lo de aquel maestro que pedía a los candidatos un pacto por la educación, donde también decía que la inversión que hace la provincia en educación no se la puede relegar a la categoría de “buena intención”, de esas que saben a poco cuando la realidad es un baldazo de agua helada. Cuatro de cien.
En este escenario, Misiones mantiene un bajo perfil nacional; me refiero al resultado de las Pruebas Aprender, donde obtuvimos un desempeño del 38%, cuartos al final de la fila. No es noticia o lo fue en su momento, no indigna a nadie, no convoca marchas ni cambios de estrategia.
No podemos ser silenciosos en nuestro fracaso, ni modestos hasta para la catástrofe. Los pibes que abandonan la escuela no llenan plazas ni redes sociales; simplemente desaparecen del radar, convertidos en futuros invisibles, en números que no inquietan a nadie. El drama es sordo, cotidiano, casi aceptado.
Y, sin embargo, la urgencia de un cambio es tan evidente como el calor húmedo del verano misionero. Hace falta coraje –esa virtud extraviada entre tanta tibieza– para mirar la realidad de frente. Hace falta responsabilidad, esa palabra vieja y olvidada, para dejar de lado las peleas ególatras y empezar a construir un mañana decente. Hace falta, en definitiva, entender que la educación no es sólo un derecho: es la única tabla de salvación que nos queda en un país que se hunde mientras sus políticos se convierten en aves carroñeras sobre los restos del naufragio.
En definitiva, la educación en este bendito país no fracasa por azar ni por fatalidad. Fracasa por la miopía de una clase dirigente que confunde gobernar con administrar miserias, y por una sociedad que ha aprendido a mirar para otro lado. El día que los debates políticos dejen de ser una tragicomedia menor y empiecen a girar en torno a los verdaderos problemas, tal vez haya esperanza. Pero por ahora, sólo queda el consuelo amargo de la literatura: dejar constancia, aunque sea desde estas líneas, de la vergüenza de un tiempo y una Argentina que parecen haber renunciado a la dignidad.
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